258. Rechaza esos escrúpulos que te quitan la paz. -No es de Dios lo que roba la paz del alma. Cuando Dios te visite sentirás la verdad de aquellos saludos: la paz os doy..., la paz os dejo..., la paz sea con vosotros..., y esto, en medio de la tribulación. 259. ¡Todavía los escrúpulos! -Habla con sencillez y claridad a tu Director. Obedece... y no empequeñezcas el Corazón amorosísimo del Señor. 260. Tristeza, apabullamiento. No me extraña: es la nube de polvo que levantó tu caída. Pero, ¡basta!: ¿acaso el viento de la gracia no llevó lejos esa nube? Después, tu tristeza -si no la rechazas- bien podría ser la envoltura de tu soberbia. -¿Es que te creías perfecto e impecable? 261. Te prohíbo que pienses más en eso. -En cambio, bendice a Dios, que volvió la vida a tu alma. 262. No pienses más en tu caída. -Ese pensamiento, además de losa que te cubre y abruma, será fácilmente ocasión de próximas tentaciones. -Cristo te perdonó: olvídate del hombre viejo. 263. No te desalientes. -Te he visto luchar...: tu derrota de hoy es entrenamiento para la victoria definitiva. 264. Te has portado bien..., aunque hayas caído así de hondo. -Te has portado bien, porque te humillaste, porque has rectificado, porque te has llenado de esperanza, y la esperanza te trajo de nuevo al Amor. -No pongas esa cara boba de pasmo: ¡te has portado bien! -Te alzaste del suelo: "surge", resonó de nuevo la voz poderosa, "et ambula!": ahora, ¡a trabajar! |