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Él
se apartó de ellos como un tiro de piedra, se
arrodilló y se puso a orar, diciendo: "Padre, si
quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya". Y se le apareció un
ángel del cielo reconfortándolo. Entró en agonía, y
oraba más intensamente; sudaba como gotas de sangre,
que corrían por el suelo.
(Lc 22,41-44)
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