Libro
Tercero
DE
LA CONSOLACIÓN INTERIOR
Capítulo
1
Del
habla interior de Cristo al alma fiel
El
alma.-
1. "Oiré lo que habla el Señor Dios en mí" (Sal 84,9).
Bienaventurada el alma que oye al Señor, que
habla en ella, y de su boca recibe palabras de consolación.
Bienaventurados los oídos que perciben
el rumor de las inspiraciones divinas y no cuidan de las murmuraciones mundanas.
Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro.
Bienaventurados los ojos que, cerrados a las cosas exteriores,
están muy atentos a las interiores.
Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con ejercicios continuos, en prepararse cada día más y más a recibir los secretos celestiales.
Bienaventurados los que
ansían ocuparse sólo en Dios y se desembarazan de todo impedimento del mundo.
¡Oh alma mía! Considera bien
esto y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que
habla
en ti el Señor tu Dios.
2. Esto dice tu
Amado:
Jesucristo.-
"Yo soy tu salud (Sal 34,2), tu paz y tu vida".
Consérvate cerca de
mí y hallarás paz.
Deja todas las cosas
transitorias y busca las eternas.
¿Qué es todo lo temporal sino engañoso?
¿Y qué te valdrán todas las criaturas, si fueres
desamparada del Creador?
Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu
Creador, para que puedas alcanzar la verdadera bienaventuranza.
Capítulo
2
Que
la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras
El
Alma.-
1. "Habla, Señor, porque tu siervo escucha" (1Re 3,10). "Yo soy tu
siervo; dame entendimiento para que sepa tus verdades"
(Sal 118,125).
Inclina mi corazón a las palabras de tu boca:
"Descienda tu habla así como rocío" (Dt
32,2).
Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés:
"Háblanos tú, y oiremos; no nos hable el Señor, porque quizá
muramos" (Éx 20,19).
No,
Señor; yo no te ruego así, sino más bien como el profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico:
"Habla, Señor, pues tu siervo escucha" (1Re
3,10).
No me hable Moisés, ni alguno de los
profetas; sino más bien háblame tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los
profetas; pues tú solo, sin ellos, me puedes enseñar perfectamente; pero ellos, sin
ti, ninguna cosa aprovecharán.
2. Es verdad que pueden pronunciar
palabras, mas no dan espíritu.
Elegantemente
hablan, mas callando tú no encienden el corazón.
Dicen la
letra, mas tú abres la inteligencia.
Predican
misterios, mas tú declaras su sentido recóndito.
Dictan
mandamientos, pero tú ayudas a cumplirlos.
Muestran el
camino, pero tú das esfuerzo para andarlo.
Ellos obran por de fuera
solamente, pero tú instruyes y alumbras los corazones.
Ellos
riegan la superficie, mas tú das la fertilidad.
Ellos dan
voces, pero tú haces que el oído las perciba.
3. No me hable, pues, Moisés, sino
tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por
dentro.
No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.
"Habla, pues,
tú, Señor, pues tu siervo oye" (1Re 3,9),
"pues tienes palabras de vida eterna" (Jn
6,60).
Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para
enmienda de toda mi vida y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.
Capítulo
3
Que
las palabras de Dios se deben oír con humildad,
y muchos no las consideran como deben
Jesucristo.-
1. Oye, hijo, mis palabras, palabras suavísimas, que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo.
"Mis palabras son espíritu y
vida" (Jn 6,64) y no se pueden ponderar por la razón humana. No se deben traer para vana
complacencia sino oírse en silencio y recibirse con toda humildad y grande afecto.
El Alma.-
Y dije yo: "Bienaventurado aquel a quien tú, Señor, instruyeres, y a quien mostrares tu
ley, porque lo guardes de los días malos" (Sal
93,12), y no sea desamparado en la tierra.
Jesucristo.-
2. Yo -dice Dios- enseñé a los profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta
ahora; pero muchos son duros y sordos a mi voz.
Muchos
oyen con más gusto al mundo que a Dios, y más fácilmente siguen el apetito de su
carne que el beneplácito divino.
El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le sirven con grande
ansia. Yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales.
¿Quién
me sirve a mí y obedece en todo con tanto cuidado como al mundo y a sus señores se sirve?
"Avergüénzate Sidón, dice el mar" (Is
23,4). Y si preguntas la causa, oye el porqué.
3.
Por un pequeño beneficio van los hombres largo camino, y por la vida eterna, con dificultad muchos levantan una vez el pie del suelo.
Buscan los hombres viles ganancias; por una moneda pleitean a las veces torpemente; por cosas vanas, y por una corta promesa, no temen fatigarse de
día y de noche.
Mas,
¡oh vergüenza!, que emperezan de fatigarse un poco por el bien que no se muda, por el galardón que
inestimable y por la suma gloria sin fin.
Avergüénzate, pues, siervo perezoso y
quejumbroso, de que aquellos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida.
Alégranse ellos más por la vanidad que tú por la verdad.
Porque algunas veces les miente su esperanza; pero mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en
mí.
Daré lo que he
prometido, cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin.
Yo soy remunerador de todos los
buenos y fuerte examinador de todos los devotos.
4. Escribe tú mis palabras en tu
corazón y considéralas con diligencias, pues en el tiempo de la tentación te serán muy necesarias.
Lo que no entiendes
ahora cuando lo lees, conoceráslo en el día de mi visitación.
De dos maneras acostumbro visitar a mis
escogidos; esto es, con tentación y consolación.
Y dos lecciones les
leo cada día: una reprendiendo sus vicios; otra, amonestándolos al adelantamiento
en las virtudes.
El que
tiene mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.
Oración
Para pedir la gracia de la devoción
5. Señor Dios mío,
tú eres todo mi bien. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte?
Yo soy un pobrísimo siervecillo
tuyo y gusanillo desechado, mucho más pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir.
Pero acuérdate, Señor, que
nada soy, nada tengo y nada valgo.
Tú solo eres bueno, justo y santo;
tú lo puedes todo, lo das todo, lo llenas todo, dejando vacío solamente al pecador.
"Acuérdate de tus
misericordias" (Sal 24,6) y llena mi corazón de tu
gracia, pues no quieres que sean vacías tus obras.
¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me confortares
con tu gracia y misericordia?
"No
apartes de mí tu rostro" (Sal 26,9); no dilates tu
visitación: no me quites tu consuelo, porque no sea
"mi alma para ti como la tierra sin agua" (Sal
142,6).
Señor,
"enséñame a hacer tu voluntad" (Sal 142,10); enséñame a conversar delante de
ti digna y humildemente, pues tú eres mi sabiduría, que en verdad me
conoces y conociste antes que el mundo se hiciese y yo naciese en el mundo.
Capítulo
4
Que
debemos andar con verdad y humildad delante de Dios
Jesucristo.-
1. Hijo, anda delante de mí en verdad y búscame siempre con sencillez de corazón.
El que anda en mi presencia en verdad será defendido de los malos encuentros, y la
Verdad lo librará de los engañadores y de las murmuraciones de los malvados.
Si la
Verdad te librare, serás verdaderamente libre y no cuidarás de las
vanas palabras de los hombres.
El
Alma.- Verdad es, Señor. Como tú dices, así te suplico que lo hagas conmigo. Enséñame tu verdad, y ella me guarde y me conserve hasta alcanzar mi salvación.
Ella me libre de toda mala afición y amor desordenado, y andaré contigo en gran libertad de corazón.
Jesucristo.-
2. Yo te enseñaré -dice la Verdad- lo que es recto y agradable delante de
mí.
Piensa en tus pecados con gran descontento y tristeza, y nunca te juzgues ser algo por tus buenas obras.
En verdad eres pecador, sujeto y enredado en muchas pasiones.
De ti siempre vas a la nada;
presto caes, presto eres vencido, presto te turbas y presto desfalleces.
Nada tienes de que puedas
alabarte, pero mucho de que humillarte, porque eres más flaco de lo que puedes pensar.
3. Por
eso no te parezca gran cosa alguna de cuantas haces.
Nada tengas por grande, nada por precioso y admirable; nada estimes por digno de reputación, nada por alto, nada por verdaderamente de alabar y codiciar, sino lo que es eterno.
Agrádete sobre todas las cosas la
Verdad eterna y desagrádete siempre, sobre todo, tu grandísima vileza.
Nada temas, ni desprecies, ni huyas
tanto como tus vicios y pecados, los cuales te deben desagradar más que
todos los daños del
mundo.
Algunos no andan sencillamente en mi
presencia, sino que, guiados de cierta curiosidad y arrogancia, quieren saber mis
secretos y entender las cosas altas de Dios, no cuidando de sí
mismos ni de su salvación.
Estos muchas veces caen en grandes tentaciones y pecados, por su soberbia y curiosidad, porque
yo les soy contrario.
4. Teme los juicios de Dios;
espántate de la ira del Omnipotente, y no quieras escudriñar las obras del
Altísimo, sino examina tus maldades, en cuántas cosas
pecaste y cuántas buenas obras dejaste por negligencia.
Algunos tienen su devoción solamente en los
libros; otros, en las imágenes, y otros, en señales y figuras exteriores.
Algunos me traen en la
boca, pero pocos en el corazón.
Hay
otros que, alumbrado el entendimiento y purificado el afecto, suspiran siempre por las cosas
eternas; oyen con pena las terrenas y con dolor sirven a las necesidades de la naturaleza; y
estos sienten lo que habla en ellos el Espíritu de la Verdad,
porque les enseña a despreciar lo terreno y amar lo celestial, aborrecer el mundo y desear el cielo de día y de noche.
Capítulo
5
Del
maravilloso efecto del divino amor
El
Alma.-
1. Bendígote, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de este pobre.
¡Oh
"Padre de las misericordias y Dios de toda
consolación"! (2Cor 1,3).
Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, algunas veces recreas con tu consolación.
Bendígote y te glorifico siempre con tu Unigénito Hijo, con el Espíritu Santo consolador, por los siglos de los siglos.
¡Oh Señor Dios, amador santo mío! Cuando
tú vinieres a mi corazón se alegrarán todas mis entrañas.
"Tú eres mi gloria y la alegría de mi
corazón" (Sal 3,4). "Tú eres mi esperanza y
mi refugio en el día de mi tribulación" (Sal
58,17).
2. Mas porque
aún soy débil en el amor e imperfecto en la virtud, por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por
ti.
Por eso visítame, Señor, más
veces e instrúyeme con santas
doctrinas; líbrame de mis malas pasiones; sana mi corazón de todas mis aficiones desordenadas; porque sano y
bien
purificado en lo interior, sea apto para amar, fuerte para
sufrir y firme para perseverar.
Jesucristo.-
3. Gran cosa es el amor; bien sobre manera grande; él solo hace ligero todo lo
pesado y lleva con igualdad todo lo desigual.
Pues lleva la carga sin
carga y hace dulce y sabroso todo lo amargo.
El amor noble de Jesús nos
impulsa a hacer grandes cosas y nos mueve a desear siempre lo más perfecto.
El amor quiere estar
arriba y no ser detenido de ninguna cosa baja.
El amor quiere ser
libre y ajeno de toda afición
mundana, porque no se impida su vida interior ni se embarace en ocupaciones de provecho
temporal o caiga por algún daño.
Nada hay más dulce que el
amor, nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más
cabal ni mejor en el cielo ni en la tierra, porque el amor nació de
Dios y no puede aquietarse con todo lo creado, sino con el mismo Dios.
4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no
detenido.
Todo lo da por
todo, y todo lo tiene en todo, porque descansa en un sumo
Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien.
No mira a los dones, sino que se vuelve al Dador sobre todos los bienes.
El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo.
El amor no siente la
carga ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que
puede, no se queja que le manden lo imposible, porque cree que todo lo puede y le conviene.
Para
todo, pues, sirve, y muchas cosas cumple y pone por obra, en las cuales el que no
ama desfallece y cae.
5. El amor siempre vela, y durmiendo no
duerme; fatigado, no se cansa; angustiado, no se angustia; espantado, no se
espanta; sino, como viva llama y ardiente antorcha, sube a lo alto y se remonta con seguridad.
Si alguno ama, conoce lo que dice esta
voz. Gran clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice:
"¡Dios mío, amor mío, tú todo mío y yo todo
tuyo!".
El
alma.- 6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en
amor.
Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por
el grande fervor y admiración.
Cante yo
cántico de amor; sígate, Amado mío, a lo alto; desfallezca
mi alma en tu alabanza con júbilos de amor.
Ámete yo más que a
mí y no me ame a mí sino por ti, y en ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que
sale resplandeciente de ti.
Jesucristo.-
7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido, fiel,
prudente; de larga esperanza, varonil, y nunca se busca a sí
mismo, porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor.
El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón,
ni liviano, ni entiende en cosas vanas; es sobrio, casto, firme, quieto y recatado
en todos los sentidos.
El amor es sumiso y obediente a los
superiores; vil y despreciado para sí; para Dios, devoto y agradecido,
confiando y esperando siempre en Él, aun cuando no le regala, porque ninguno
vive en amor sin dolor.
8. El que no está dispuesto a sufrirlo
todo y a hacer la voluntad del Amado, no es digno de llamarse amante.
Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el
Amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de Él por cosa contraria que acaezca.
Capítulo
6
De
la prueba del verdadero amor
Jesucristo.-
1. Hijo, no eres aún fuerte y prudente amador.
El
Alma.- ¿Por qué, Señor?
Jesucristo.- Porque por una contradicción
pequeña faltas en lo comenzado y buscas la consolación ansiosamente.
El constante amador está fuerte en las
tentaciones y no cree en las persuasiones engañosas del enemigo.
Como
yo le agrado en las prosperidades, así no le descontento en las adversidades.
2. El discreto amador no considera tanto el don del
Amante cuanto el amor del que da.
Antes mira a la voluntad que a la
merced y todas las dádivas estima menos que el Amado.
El amador noble no descansa en el don, sino en
mí, sobre todo don.
Por eso, si algunas veces no gustas de
mí o de mis santos tan bien como deseas, no está todo perdido.
Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas veces, obra es de la presencia de la gracia, y gusto anticipado de la patria celestial, sobre lo cual no se debe estribar mucho, porque va y viene.
Pero pelear contra
los malos movimientos que se levantan en el alma y menospreciar la sugestión del diablo, señal es de virtud y de gran merecimiento.
3. No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de diversas materias que te
vienen.
Guarda tu firme propósito y la intención recta para con Dios.
Ni tengas
por engaño que de repente te arrebaten alguna vez a lo
alto y luego te tornes a las distracciones acostumbradas del corazón.
Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan pena y las contradices, mérito es y no pérdida.
4. Persuádete que el enemigo antiguo de todos modos se esfuerza para impedir tu deseo en el
bien y apartarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los
santos, la piadosa memoria de mi pasión, la útil contrición de los pecados, la guarda del propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la
Virtud.
Te
sugiere muchos pensamientos malos para disgustarte y atemorizarte, para desviarte de la oración y de la lección sagrada.
Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que dejases
la comunión.
No
lo creas, ni hagas caso de él, aunque muchas veces te arme lazos
engañosos.
Cuando te trajere pensamientos malos y torpes, atribúyelos a
él y dile:
"Vete de aquí, espíritu inmundo;
avergüénzate, desventurado; muy sucio eres, pues me traes tales cosas al
oído.
Apártate de mí, malvado engañador; no tendrás parte
alguna en mí; mas Jesús estará conmigo como invencible capitán y tú estarás confundido.
Más quiero morir y sufrir cualquier pena que consentir contigo.
Calla y enmudece; no te oiré más, aunque mucho me importunes".
"El Señor es mi luz y mi
salud: ¿a quién temeré?
Aunque se ponga contra mí un ejército, no temerá mi corazón" (Sal 26,1).
"El Señor es mi ayuda y mi redentor" (Sal
18,15).
5. Pelea como buen
soldado: y si alguna vez cayeres por flaqueza, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando
en mayor favor mío, y guárdate mucho del vano contentamiento y de la soberbia.
Por
esto muchos son engañados y caen algunas veces en ceguedad casi incurable.
Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los
soberbios que locamente presumen de sí.
Capítulo
7
Que
se ha de encubrir la gracia bajo el velo de la humildad
Jesucristo.-
1. Hijo, te es más útil y más seguro encubrir la gracia de la devoción y no ensalzarte ni hablar mucho de ella, ni
ponderarla mucho, sino despreciarte a ti mismo y temer, porque se te ha dado sin merecerla.
No es bien estar muy pegado a esta
afección, porque se puede mudar presto en otra contraria.
Piensa, cuando estás en gracia, cuán miserable y pobre sueles ser sin ella.
Y no está
el aprovechamiento de la vida espiritual sólo en tener gracia de consolación, sino en que con humildad, abnegación y paciencia lleves a bien que se te
quite; de suerte que entonces, no aflojes en el cuidado de la oración, ni dejes del todo las demás buenas obras que sueles hacer
ordinariamente; mas, como mejor pudieres y entendieres,
hagas de buena gana cuanto está en ti, sin que por la sequedad o angustia del espíritu que
sientes te descuides del todo.
2. Porque hay muchos que cuando las cosas no les suceden a su placer,
luego se hacen impacientes o desidiosos.
"Porque no está siempre en la mano del hombre su
camino" (Jer 10,23), sino que a Dios pertenece el dar y consolar cuando quiere, y cuanto quiere, y a quien quiere, según le agradare, y no más.
Algunos indiscretos
se destruyeron a
sí mismos por la gracia de la devoción; porque quisieron hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida de su pequeñez, y siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la razón.
Y porque se atrevieron a mayores cosas que Dios quería, por esto perdieron pronto la gracia.
Se hallaron pobres, y quedaron viles los que pusieron en el cielo su nido, para que, humillados y empobrecidos, aprendan a no volar con sus alas, sino a esperar debajo de las mías.
Los que aún son nuevos e inexpertos en el camino del Señor, si no se gobiernan por el consejo de discretos, fácilmente pueden ser engañados y perderse.
3.
Y si quieren más seguir su parecer que creer a los ejercitados, les será peligroso el fin,
si no quieren ceder de su propio juicio.
Los que se tienen por sabios, rara vez sufren con humildad que otro los dirija.
Mejor es saber poco con
humildad y poco entender que grandes tesoros de ciencia con
vana complacencia.
Más te vale tener
poco que mucho de que te puedas ensoberbecer.
No obra discretamente el que se entrega todo a la alegría, olvidando su primitiva miseria y el casto temor del Señor, que recela perder la gracia concedida.
Ni tampoco
obra como virtuoso el que en tiempo de adversidad y de cualquiera molestia de desanima
demasiado y no piensa ni siente de mí con la debida confianza.
4. El que quisiere estar muy seguro en tiempo de paz, se encontrará abatido y temeroso en tiempo de guerra.
Si supieses permanecer siempre humilde y pequeño
en tus ojos, y moderar y regir bien tu espíritu, no caerías tan presto en peligro ni pecado.
Buen consejo es que pienses, cuando estás con fervor de espíritu, lo que puede ocurrir con la ausencia de la luz.
Y
cuando esto acaeciere, piensa que otra vez puede volver la luz, que para tu seguridad y gloria mía te quité por algún tiempo.
5. Más aprovecha muchas veces esta prueba, que si
estuviesen de continuo a tu voluntad las cosas que deseas.
Porque los merecimientos no se han de
calificar por tener muchas visiones o consolaciones, o porque sea uno entendido en la Escritura, o por estar levantado en dignidad más alta.
Sino
si está fundado en verdadera humildad y lleno de caridad divina,
si busca siempre pura y enteramente la honra de Dios, si
se reputare a sí mismo por nada, y verdaderamente
se despreciare, y si desea más ser abatido y
despreciado que honrado de otros.
Capítulo
8
De
la baja estimación de sí mismo ante los ojos de Dios
El
Alma.-
1. "Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza" (Gén 18,27). Si por más me reputare,
tú estás contra mí, y mis maldades dan verdadero testimonio que no puedo contradecir.
Mas si me humillare y anonadare, y dejare toda propia estimación, y me volviere polvo como lo soy,
me será favorable tu gracia, y tu luz se acercará a mi corazón, y toda estimación, por poca que sea, se hundirá en el valle de mi miseria, y perecerá para siempre.
Allí me
haces conocer a mí mismo lo que soy, lo que fui y en lo que he
parado, porque soy nada y no lo conocí.
Abandonado a mis fuerzas, soy nada y todo flaqueza; pero
si tú de repente me miras, luego me hago fuerte y me lleno de
nuevo gozo.
Y es cosa maravillosa, por cierto, cómo tan de repente soy levantado
y abrazado de ti con tanta benignidad yo que, según mi propio peso, siempre voy a lo bajo.
2. Esto hace tu amor,
que gratuitamente me previene y socorre en tanta
multitud de necesidades, y me guarda también de graves peligros, y
me libra de males verdaderamente innumerables.
Porque yo me
perdí amándome desordenadamente; pero buscándote a ti
sólo, y amándote puramente, me hallé a mí
y a
ti; y por el amor conocí más profundamente
mi nada.
Porque tú,
¡oh dulcísimo Señor!, haces conmigo mucho más de lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.
3. Bendito seas, Dios mío, que, aunque soy indigno de todo bien, todavía tu
nobleza e infinita bondad nunca cesa de hacer bien, aun a los desagradecidos y apartados lejos de ti.
Conviértenos
a ti, para que seamos agradecidos, humildes y devotos, pues tú eres nuestra salud, virtud y fortaleza.
Capítulo
9
Que
todas las cosas se deben referir a Dios como a último
fin
Jesucristo.-
1. Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, si deseas de verdad ser bienaventurado.
Con
esta intención se purificará tu deseo, que vilmente se abate muchas veces a sí
mismo y a las criaturas.
Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego
desfalleces y te quedas árido.
Atribúyelo, pues, todo principalmente a mí, que soy el que todo lo he dado.
Así, considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por esto todas las cosas se deben reducir a
mí como a su origen.
2. De
mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y
el grande, el pobre y el rico; y los que me sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia.
Pero el que se quiere ensalzar fuera de mí o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero
gozo ni dilatado en su corazón, mas estará impedido y angustiado de muchas maneras.
Por eso no te apropies a ti alguna cosa
buena ni atribuyas a ningún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre.
Yo lo di
todo; yo quiero que se me devuelva todo; y con gran rigor exijo que se me den gracias por ello.
3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.
Y si la gracia celestial y la caridad verdadera
entrare en el alma, no habrá envidia alguna ni quebranto de corazón, ni te ocupará el amor propio.
La caridad divina lo vence
todo y dilata todas las fuerzas del alma.
Si bien lo entiendes, en mí solo te has de
alegrar y en mí solo has de
esperar, porque "ninguno es bueno sino solo Dios"
(Lc 18,19), el cual es de alabar sobre todas las cosas y debe ser bendito en todas ellas.
Capítulo
10
Que
en despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios
El
Alma.-
1. Otra vez hablaré, Señor, ahora, y no callaré. Diré en los oídos de mi Dios, mi Señor y mi Rey, que está en el cielo:
"¡Oh Señor, cuán grande es la abundancia de tu dulzura, que escondiste para los que te temen!"
(Sal 30,20). Pero, ¿qué eres para los que te aman? ¿Qué para los que te sirven de todo corazón?
Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual das a los que te aman.
En esto me has mostrado singularmente
la dulzura de tu caridad: en que cuando yo no existía, me
creaste, y cuando erraba lejos de ti, me trajiste para que te sirviese, y me mandaste que te amase.
2. ¡Oh fuente de amor perenne! ¿Qué diré de ti?
¿Cómo podré olvidarme de ti, que te dignaste de acordarte de mí, aun después que yo me perdí y perecí?
Sobre
toda esperanza usaste de misericordia con tu siervo, y sobre todo merecimiento me diste tu gracia y amistad.
¿Qué te volveré yo por esta gracia? Porque no se concede a todos que, dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y escojan vida retirada.
¿Por ventura es gran cosa que yo te sirva, cuando toda criatura está obligada a servirte?
No me debe parecer mucho servirte, sino más bien me parece grande y maravilloso que tú te
dignes recibir por siervo a un tan pobre e indigno, y
unirlo con tus amados siervos.
3. Tuyas
son todas las cosas que tengo y con que te sirvo.
Pero,
al contrario, tú me sirves más a mí que yo a ti.
El cielo y la tierra que
creaste para el servicio del hombre, están
prontos y hacen cada día todo lo que les has
mandado. Y esto es poco, pues aun los ángeles
destinaste para servicio del hombre.
Mas a todas estas cosas excede, que tú mismo te dignaste de servir al
hombre y le prometiste que te darías a ti mismo.
4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios?
¡Oh, si pudiese yo servirte todos los días de mi vida!
¡Oh,
si al menos pudiese siquiera un solo día hacerte algún digno servicio!
Verdaderamente, tú
eres digno de todo servicio, de toda honra y alabanza eterna.
Verdaderamente, tú
eres mi Señor, y yo pobre siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte.
Así lo quiero, así lo
deseo, y lo que me
falta ruégote que tú lo suplas.
5. Grande honra y gran gloria es
servirte y despreciar todas las cosas por ti.
Por cierto, grande gracia tendrán los que de
voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio.
Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal.
Alcanzarán gran libertad de corazón los que
por tu amor entran por la senda estrecha y desechan todo cuidado del mundo.
6. ¡Oh agradable y alegre servidumbre de Dios, con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo!
¡Oh sagrado estado de la
sujeción religiosa, que hace al hombre igual a los ángeles, apacible a Dios, terrible a los
demonios y recomendable a todos los fieles!
¡Oh
servidumbre digna de ser abrazada y siempre deseada, con
la cual se merece el Sumo Bien y se adquiere el gozo que durará
para siempre!
Capítulo
11
Que
los deseos del corazón se deben examinar y moderar
Jesucristo.-
1. Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas, que todavía
no has entendido bien.
El
Alma.-
¿Qué cosas son estas, Señor?
Jesucristo.- Que pongas tu deseo totalmente en sola mi voluntad, y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador de lo que a mí me agrada.
Los deseos te encienden muchas
veces y te impelen con vehemencia; pero considera si te mueves por mi honra o
más bien por tu provecho.
Si
yo soy la causa, bien te contentarás de cualquier modo que
yo lo ordenare; pero si algo tienes escondido de amor propio, con que siempre te buscas, mira que eso es lo que mucho te impide y agrava.
2. Guárdate,
pues; no confíes demasiado en el deseo que tuviste sin consultarlo
conmigo, no sea que después te arrepientas y te descontente lo que primero te agradaba, y
como cosa mejor lo deseabas.
Porque no se puede seguir luego cualquier deseo que aparece bueno, ni tampoco huir a la primera vista toda afición que parece contraria.
Conviene algunas veces
usar de freno, aun en los buenos ejercicios y deseos, porque no caigas por importunidad en distracción del alma, y porque no causes escándalo a otros con tu indiscreción, o por la contradicción de otros te turbes luego y
caigas.
3. También algunas veces conviene usar de
fuerzas y contradecir varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no quiere, sino
más bien trabajar para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese.
Y debe ser castigada y obligada a sufrir la servidumbre hasta que esté pronta para todo, aprenda a contentarse con lo poco y holgarse con lo sencillo, y no murmurar contra lo que
le es desabrido.
Capítulo
12
Declárase
qué cosa sea paciencia y la lucha contra el apetito
El
Alma.-
1. Señor Dios, según veo, la paciencia me es muy necesaria porque en esta vida acaecen muchas adversidades.
Pues de cualquiera suerte que ordenare mi paz, no puede estar mi vida sin batalla y sin dolor.
Jesucristo.-
2. Así es, hijo; pero no quiero que busques tal
paz que carezca de tentaciones y no sienta contrariedades.
Antes, cuando fueres ejercitado en diversas
tribulaciones y probado en muchas contrariedades, entonces piensa que has hallado la paz.
Si dijeres que no puedes padecer mucho, ¿cómo sufrirás el fuego del
purgatorio?
De dos males, siempre se ha de escoger el menor.
Por eso, para que puedas escapar de los tormentos eternos, estudia sufrir con paciencia por Dios los males presentes.
¿Piensas tú que sufren poco o nada los hombres del mundo?
Aun en los muy regalados hallarás que no es así.
3. Pero dirás:
tienen muchos deleites y siguen sus apetitos, y por esto
sienten poco sus tribulaciones.
4.
Demos que sea así, que tengan cuanto quisieren; dime: ¿cuánto les durará?
Mira que los muy
ricos en el siglo
"desfallecerán como humo" (Sal 36,20), y no habrá memoria de los gozos pasados.
Pero aun mientras viven no se huelgan en ellos sin amargura, congoja y miedo.
Porque de la misma cosa que
reciben el deleite, de allí frecuentemente reciben la pena del dolor.
Justamente se procede con
ellos, porque así como desordenadamente buscan y siguen los deleites, así los disfrutan con amargura y confusión.
¡Oh,
cuán breves, cuán falsos, cuán desordenados y torpes son todos!
Mas por estar embriagados y ciegos no
discurren, sino, como estúpidos animales, por un poco de deleite de la vida corruptible, caen en la muerte del alma.
Por eso, tú, hijo,
"no sigas tus apetitos y apártate de tu voluntad"
(Si 18,30).
"Deléitate en el
Señor y te dará lo que le pidiere tu corazón"
(Sal 36,4).
5. Porque si quieres tener verdadero
gozo y ser consolado por mí abundantísimamente,
mira que en el desprecio de todas las cosas del mundo y en cortar de ti todo deleite
terreno estará tu bendición y se te dará copiosa consolación.
Y cuanto más te desviares de todo consuelo de las criaturas,
tantas más suaves y poderosas consolaciones hallarás en mí. Mas
al principio no las alcanzarás sin alguna pena, ni sin el trabajo de la pelea.
La costumbre te será contraria; pero la vencerás con otra costumbre mejor.
La carne resistirá; pero la refrenarás con el fervor del espíritu.
La serpiente antigua te instigará y exasperará; pero
la ahuyentarás con la oración y, además,
con el trabajo provechoso le cerrarás del todo la puerta.
Capítulo
13
De
la obediencia del súbdito humilde,
a ejemplo de Jesucristo
Jesucristo.-
1. Hijo, el que procura sustraerse de la obediencia, él mismo se sustrae
a la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes.
El que no se sujeta de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece perfectamente, sino que muchas veces se resiste y murmura.
Aprende, pues, a sujetarte prontamente a tu superior, si deseas tener tu carne sujeta.
Porque
más presto se vence el enemigo exterior cuando el
hombre interior está debilitado.
No hay enemigo más
molesto ni peor para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu.
Absolutamente
necesario es que tengas verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la sangre.
Porque aún te amas muy desordenadamente, por eso temes sujetarte del todo a la voluntad de otros.
2. Pero, ¿qué mucho es que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre por
Dios cuando yo, omnipotente y altísimo, que crié todas las cosas de la nada, me sujeté al hombre humildemente por ti?
Me hice el más humilde y abatido de todos, para que vencieses tu soberbia con mi humildad.
Aprende, polvo, a obedecer; aprende, tierra y lodo, a humillarte y postrarte a los pies de todos.
Aprende a quebrantar tus
quereses y rendirte a toda sujeción.
3. Enójate contra
ti y no sufras que viva en ti el orgullo, sino hazte tan sumiso y pequeño que puedan todos
andar sobre
ti y pisarte "como el lodo de las plazas" (Sal
17,43).
¿Qué tienes, hombre
vano, de qué quejarte?
¿Qué puedes,
sórdido pecador, decir contra los que te afrentan, pues tantas veces ofendiste a tu
Creador y muchas mereciste el infierno?
Pero te perdonaron mis ojos, porque tu alma fue preciosa delante de mí, para que conocieses mi
amor y fueses siempre agradecido a mis beneficios.
Y para que te dieses continuamente a la verdadera humildad y sujeción
y sufrieses con paciencia tu propio menosprecio.
Capítulo
14
Que
se han de considerar los secretos juicios de Dios
para que no nos envanezcamos
El
Alma.-
1. Tus juicios, Señor, me aterran como un espantoso trueno, estremécense todos mis huesos
con temor y temblor, y mi alma queda despavorida.
Estoy atónito
y considero que los
"cielos no son limpios en tu presencia" (Job
15,15).
"Si en los ángeles hallaste maldad"
(Job 4,18) y no los perdonaste, ¿qué será de mí?
"Cayeron las estrellas del
cielo" (Ap 6,13) y yo, que soy polvo, ¿qué presumo?
Aquellos cuyas obras parecían muy dignas de
alabanza cayeron al profundo, y a los que comían pan de ángeles vi deleitarse con el manjar de
los animales inmundos.
2. No hay, pues,
santidad si tú, Señor, apartas tu mano.
No
aprovecha discreción si tú dejas de gobernar.
No hay fortaleza que
ayude si tú
dejas de sostener.
No hay castidad
segura si tú
no la defiendes.
Ninguna propia guarda
aprovecha si nos falta tu santa vigilancia.
Porque en dejándonos tú, nos vamos a fondo y perecemos; pero visitados
por ti, nos levantamos y vivimos.
Mudables
somos, pero por ti estamos firmes; nos entibiamos, mas tú nos enciendes.
3.
¡Oh, cuán vil y bajamente debo sentir de mí! ¡Cuánto debo reputar por nada lo poco
bueno que parezca tener!
¡Oh Señor! ¡Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios, donde
nada hallo ser sino nada y nada!
¡Oh peso inmenso! ¡Oh piélago insondable, donde nada hallo de mí, sino
nada en todo!
Pues,
¿dónde se esconde la vanidad? ¿Dónde la confianza de mi propia virtud?
Anégase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí.
4. ¿Qué es toda carne en tu presencia?
"¿Por
ventura podrá gloriarse el lodo contra el que lo trabaja?"
(Is 29,16).
¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas el corazón que está verdaderamente sujeto a Dios?
Todo el mundo no ensoberbecerá a aquel a quien sujeta la
verdad; ni se moverá por mucho que le alaben, el que tiene firme toda su esperanza en Dios.
Porque
también
todos esos mismos que hablan son nada, pues con el sonido de las palabras fallecerán;
"pero la verdad del Señor permanece para siempre"
(Sal 116,2).
Capítulo
15
Cómo
se debe uno haber y decir
en todas las cosas que deseare
Jesucristo.-
1. Hijo, en cualquier cosa que quisieres, di así: Señor, si te agradare, hágase esto así.
Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre.
Señor, si vieres que me
conviene y hallares serme provechoso, concédemelo para que use de ello a honra tuya.
Mas si conocieres que me sería dañoso y nada provechoso a la salvación de mi alma,
aparta de mí tal deseo.
Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre. Dificultoso es juzgar
con verdad si te incita buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu.
Muchos se hallan engañados al
fin que al principio parecían movidos por buen espíritu.
2. Por eso siempre se debe desear y pedir con temor de Dios y humildad de corazón cualquier cosa apetecible que ocurriere al
pensamiento y, sobre todo, con propia resignación, encomendarlo todo a mí, diciendo:
Señor, tú sabes lo que es mejor: haz esto o aquello, según te agradare.
Da lo que
quieras, y cuanto quieras, y cuando quieras.
Haz conmigo como sabes, y como más te
agradare y fuere mayor honra tuya.
Ponme donde
quieras y dispón de mí libremente en todo.
En tus manos
estoy; vuélveme y revuélveme a la redonda.
Ve aquí tu siervo dispuesto a
todo, porque no deseo, Señor, vivir para mí, sino para ti. ¡Ojalá, que
sea digna y perfectamente!
Oración
Para
cumplir la voluntad de Dios
3. Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia,
"para que esté conmigo, y obre conmigo" (Sab
9,10), y persevere conmigo hasta el fin.
Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a ti.
Tu voluntad sea la mía y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme
perfectamente con ella.
Tenga yo un querer y no querer
contigo, y no pueda querer ni no querer sino lo que tú quieres y no quieres.
Dame que muera a todo lo que hay en el
mundo, y que por ti desee ser despreciado y olvidado en este
siglo.
Dame
que, sobre todo lo deseado, descanse en ti y aquiete mi corazón en ti.
Tú eres la verdadera paz del corazón; tú el único
descanso; fuera de ti, todas las cosas son molestas e inquietas.
"En" esta
"paz", esto es, en ti, Sumo y Eterno Bien,
"dormiré y descansaré" (Sal 4,9). Amén.
Capítulo
16
Que
sólo en Dios se debe buscar el verdadero consuelo
El
Alma.-
1.
Cualquiera cosa que pueda desear o pensar para mi consuelo, no la espero aquí, sino en la otra vida.
Pues aunque yo
sólo tuviese todos los gustos del mundo y pudiese
gozar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho.
Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni perfectamente recreada, sino en
Dios que es consolador de los pobres y recibe los humildes.
Espera un poco, alma mía; espera la promesa divina, y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo.
Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales.
Sean las temporales para el
uso; las eternas, para el deseo.
No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no eres
creada para gozar de lo caduco.
2. Aunque
tuvieras todos los bienes creados, no podrías ser dichosa y
bienaventurada; mas en Dios, que creó todas las cosas, consiste toda tu bienaventuranza y tu
felicidad; no como la que admiran y alaban los necios amadores del mundo, sino como la que esperan los buenos y fieles discípulos de Cristo, y algunas veces
la gustan anticipadamente los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en los cielos.
Vano es y breve todo consuelo humano.
El dichoso y verdadero consuelo es aquel que la Verdad hace percibir interiormente.
El hombre devoto, en todo lugar lleva consigo a su consolador Jesús, y le dice: Ayúdame, Señor,
Jesús, en todo lugar y tiempo.
Sea, pues, mi
consuelo carecer de buena gana de todo humano consuelo.
Y si tu consolación me faltare, sea mi mayor consuelo tu voluntad y justa probación.
Porque
"no estarás airado perpetuamente ni enojado para
siempre" (Sal 102,9).
Capítulo
17
Que
todo nuestro cuidado se ha de poner sólo en Dios
Jesucristo.-
1. Hijo, déjame hacer contigo lo que quiero. Yo sé lo que te conviene.
Tú piensas como
hombre y sientes en muchas cosas como te sugiere el afecto humano.
El
Alma.- Señor, verdad es lo que dices; mayor es la
solicitud que tú tienes de mí que todo el cuidado que yo puedo poner en mirar por mí.
Muy a peligro de caer está el que no
arroja en ti todo su cuidado.
Señor, esté mi voluntad firme y recta
contigo y haz de mí lo que te agradare.
Que no puede ser sino bueno todo lo que tú hicieres de mí.
Si quieres que esté en tinieblas, bendito seas; y si quieres que esté en luz, seas también bendito.
Si te dignares de consolarme, bendito seas; y si me quieres atribular, también seas bendito para siempre.
Jesucristo.-
2. Hijo, así debes estar si deseas andar conmigo.
Tan pronto debes estar para padecer como para gozar.
Tan de grado debes ser pobre y
menesteroso como abundante y rico.
El
Alma.-
Señor, de buena gana padeceré por ti todo lo que quisieres que venga sobre mí.
Indiferentemente quiero recibir de tu mano lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo alegre y lo triste; y
darte gracias por todo lo que me sucediere.
Guárdame de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno.
Con tal que no me apartes de ti para siempre, ni me borres del libro de la vida, no me dañará cualquier tribulación que venga sobre mí.
Capítulo
18
Que
las miserias temporales
se han de sufrir con igualdad de ánimo,
a ejemplo de Cristo
Jesucristo.-
1. Hijo, yo bajé del cielo por tu salvación; abracé tus
miserias no por necesidad, sino por la caridad que me movía, para que aprendieses
paciencia y sufrieses sin enojo las miserias temporales.
Porque desde la hora en que nací hasta la muerte en la
cruz no me faltaron dolores que sufrir.
Tuve mucha falta de las cosas temporales; oí muchas veces grandes quejas de mí, sufrí benignamente
denuestos y afrentas. Por
los beneficios recibí ingratitudes; por los milagros,
blasfemias: por la doctrina, reprensiones.
El
Alma.-
2. Señor, si tú fuiste paciente en tu vida, cumpliendo principalmente en esto el mandato de tu
Padre, justo es que yo, pobrecillo pecador, sufra con paciencia según tu voluntad, y mientras tú
quisieres lleve por mi salvación la carga de
mi vida corruptible.
Pues aunque la vida presente se siente ser pesada, ya
se ha hecho por tu gracia muy meritoria, y más tolerable y esclarecida para los flacos, por tu ejemplo y el de tus
santos; y aun de mucho más consuelo de lo que fue en tiempo
pasado bajo la
Ley antigua, cuando estaba cerrada la puerta del cielo y el camino
para ir a él parecía más obscuro,
cuando eran tan pocos los que tenían cuidado de buscar el reino de los
cielos; y aun los que entonces eran justos y se habían de
salvar no podían entrar en el reino celestial hasta que llegase tu pasión y la satisfacción de tu sagrada muerte.
3.
¡Oh, cuántas gracias debo darte porque te dignaste demostrarme a mí y a todos los
fieles el camino derecho y bueno de tu eterno reino!
Porque tu vida es nuestro camino, y por la santa paciencia vamos a ti, que eres nuestra corona.
Si tú no nos hubieras precedido y enseñado, ¿quién cuidaría de seguirte?
¡Ay!
¡Cuántos quedarían lejos y muy atrás si no mirasen tus heroicos ejemplos!
Si
después de haber oído tantas maravillas y lecciones
tuyas aún estamos tibios, ¿qué haríamos si no tuviésemos tanta luz para seguirte?
Capítulo
19
De
la tolerancia de las injurias
y cómo se prueba el verdadero paciente
Jesucristo.-
1. Hijo, ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte, considerando mi pasión y la de los
otros santos.
"Aún no has resistido hasta derramar
sangre" (Heb 12,4).
Poco es lo que
padeces en comparación de lo que padecieron tantos, tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, de tan diversos
modos probados y ejercitados.
Conviénete, pues, traer a la memoria las cosas muy graves de otros, para que fácilmente sufras tus pequeños trabajos.
Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause tu impaciencia.
Pero, sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos con paciencia.
2. Cuánto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente
obras y más mereces; y lo llevarás también más ligeramente
teniendo el ánimo preparado y acostumbrado con
diligencia.
No digas: No puedo sufrir esto de aquel hombre, ni debo aguantar semejantes
cosas, porque me dañó gravemente y me levanta cosas que nunca pensé; mas de otro sufriré de
grado lo que pareciere debo sufrir.
Indiscreto es tal pensamiento, que no considera la virtud de la
paciencia ni mira quién la ha de galardonar; antes
repara en las personas y en las injurias que le hacen.
3. No es verdadero paciente el que no quiere padecer sino lo que le
parece y de quien él quiere.
El verdadero paciente no mira quién le
molesta; si es su superior, su igual o inferior; si es hombre bueno y santo, o perverso e
indigno; mas, sin diferencia de personas, cualquier adversidad,
y cuantas veces le venga, todo lo recibe de buena gana, de la mano de Dios, y
lo estima por mucha ganancia porque nada de cuanto se padece por Dios, por poco que sea, puede pasar sin mérito ante
el divino acatamiento.
4. Está, pues, preparado para la batalla, si quieres
tener victoria.
Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia.
Si
no quieres padecer, rehúsas ser coronado; pero si deseas ser coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia.
Sin trabajo no se llega al descanso, ni sin pelear se consigue la victoria.
El
Alma.-
5. Hazme, Señor, posible por la gracia lo que me parece imposible por mi naturaleza.
Tú sabes cuán poco puedo yo
padecer y qué presto me derriba la más leve adversidad.
Séame, por tu nombre, amable y deseable cualquier ejercicio de
paciencia, porque el padecer y ser atormentado por ti es de gran salud para mi alma.
Capítulo
20
De
la confesión de la propria flaqueza
y de las miserias de esta vida
El
Alma.-
1. "Confesaré, Señor, contra mí mismo mi iniquidad" (Sal 31,5). Te confesaré mi flaqueza.
Muchas veces es una cosa bien pequeña la que me abate y entristece.
Propongo pelear varonilmente; mas en viniendo una pequeña tentación, me lleno de angustia.
Algunas veces de la cosa más
vil me viene una grave tentación.
Y cuando me creo algún tanto seguro,
me hallo a veces, sin sentirlo, casi vencido y derribado de un ligero soplo.
2. Mira, pues, Señor, mi bajeza y fragilidad, que te es bien conocida.
"Compadécete y
"sácame del lodo, porque no quede atollado"
(Sal 68,15) y desamparado del todo.
Esto es lo que
frecuentemente me acongoja y confunde delante de ti, que tan deleznable y flaco soy para resistir a las pasiones.
Y aunque no me
lleven enteramente al consentimiento, sin embargo, me
son molestos y pesados sus asaltos y muy tedioso el vivir así, siempre en combate.
De aquí conozco yo mi flaqueza, que las abominables
imaginaciones más fácilmente vienen sobre mí que se van.
3. ¡Ojalá, fortísimo Dios de
Israel celador de las almas fieles, mires el trabajo y dolor de tu
siervo y le asistas en todo, dondequiera que fuere!
Esfuérzame
con celestial fortaleza para que ni el hombre viejo ni la carne miserable, aún no bien sujeta al espíritu, pueda
señorearme; contra la cual conviene pelear en tanto que vivimos en
esta vida misérrima.
¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias, donde
todo está lleno de lazos y
de enemigos!
Porque
pasada una tribulación o tentación, viene otra; y aun antes que se acabe el combate de la primera, sobrevienen otras muchas no esperadas.
4.
¿Y cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas calamidades y miserias?
¿Y
cómo se puede llamar vida la que engendra tantas muertes y pestes?
Y
con todo esto, se ama, y muchos la quieren para deleitarse en ella.
Muchas veces nos quejamos de que el mundo es engañoso y vano; mas no por eso
lo dejamos fácilmente, porque los apetitos sensuales nos señorean demasiado.
Unas cosas nos incitan a amar al
mundo y otras a despreciarlo.
Nos incitan a amarlo
"el deseo de la carne, el deseo de los ojos y la soberbia de la
vida" (Jn 2,16); pero las penas y miserias que
justamente les siguen, causan tedio y aversión al mundo.
5. Pero, ¡oh dolor!, que vence el
mal deleite al alma entregada al mundo, y tiene por gusto estar envuelta en
espinas, porque ni vio ni gustó la suavidad de Dios, ni el interior gozo de la virtud.
Mas los que perfectamente desprecian al mundo y trabajan en vivir para Dios en santa
observancia, saben que está prometida la divina dulzura a quien de veras se renunciare, y ven más claro cuan gravemente yerra el
mundo y de muchas maneras se engaña.
Capítulo
21
Que
se ha de descansar en Dios sobre todos los bienes
El
Alma.-
1. Alma mía, descansa sobre todas las cosas siempre en Dios, que es el eterno descanso de los
santos.
Concédeme tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en ti sobre todas las cosas
creadas:
Sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y
honra.
Sobre todo poder y dignidad; sobre toda
ciencia y sutileza.
Sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y
gozo.
Sobre toda
fama y alabanza; sobre toda suavidad y
consolación.
Sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y
deseo.
Sobre todos los dones y regalos que puedes dar
e infundir; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y
sentir.
En fin, sobre todos los ángeles y arcángeles,
y sobre todo el ejército celestial.
Sobre todo lo visible e
invisible, y sobre todo lo que no eres tú, Dios mío.
2. Porque tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre
todo:
Tú
solo, altísimo.
Tú solo,
potentísimo.
Tú solo, suficientísimo y
llenísimo.
Tú solo, suavísimo y agradabilísimo.
Tú solo, hermosísimo y
amantísimo.
Tú solo, nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron
siempre y estarán todos los bienes junta y perfectamente.
Por eso es poco
y no basta cualquier cosa fuera de ti que me das o
prometes o me descubres de ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente.
Porque no puede mi corazón descansar
verdaderamente y contentarse del todo, si no descansa en ti, trascendiendo todos los dones y todo lo
creado.
3. ¡Oh
Esposo mío amadísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en ti?
¡Oh! ¿Cuando me será concedido ocuparme en ti
cumplidamente y ver cuán suave eres, Señor, Dios mío?
¿Cuándo me recogeré del todo en ti,
para que por tu amor no me sienta a mí, sino a ti solo sobre todo sentido y modo, y de un modo
no manifiesto a todos?
Pero ahora muchas veces gimo y llevo mi infelicidad con dolor.
Porque en este valle de
miseria acaecen muchos males, que me turban a menudo, me entristecen y anublan; muchas veces me impiden y distraen, halagan y embarazan, para que no tenga libre
la entrada a ti y no goce de tus suaves abrazos, los cuales sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados.
4.
Muévante mis suspiros y la gran desolación que hay en la
tierra, ¡oh Jesús, resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando!
Delante de ti está mi boca muda, y mi silencio te habla.
¿Hasta cuándo tarda en venir mi Señor?
Venga a mí, pobrecito
suyo, y lléneme de alegría. Extienda su
mano y libre a este miserable de toda angustia.
Ven,
ven, pues sin ti ningún día ni hora será alegre; porque tú eres mi
gozo y sin ti está vacía mi mesa.
Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que tú me recrees con la luz de tu presencia, y me pongas en
libertad y muestres tu amigable
rostro.
Busquen otros lo que quisieren en lugar de ti, que a mí ninguna otra cosa me
agrada ni agradará sino tú, Dios mío, esperanza mía, salud eterna.
No callaré ni cesaré de clamar hasta que tu gracia vuelva y me hables interiormente.
Jesucristo.- Aquí
estoy; a ti he venido, pues me llamaste. Tus lágrimas, y el deseo de tu alma, y tu
humildad y la contrición de tu corazón, me han inclinado y traído a ti.
El
Alma.- 5. Y respondí: Señor, yo te llamé y deseé gozar de ti, dispuesto a menospreciarlo todo por ti.
Porque tú primero me despertaste para que te buscase.
Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu siervo
esta bondad según la muchedumbre de tu misericordia.
¿Qué tiene más que decir tu siervo delante de ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza?
Porque no hay semejante a ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra.
Tus obras son perfectísimas; tus juicios, verdaderos, y por tu providencia se rige el universo.
Por eso, alabanza y gloria a ti, ¡oh sabiduría del Padre! Alábete y bendígate mi boca, mi
alma y juntamente todo lo creado.
Capítulo
22
De
la memoria de los innumerables beneficios de Dios
El
Alma.-
1. Abre, Señor, mi corazón a tu Ley, y enséñame a andar en tus mandamientos.
Concédeme que conozca tu voluntad, y con gran reverencia y diligente consideración
recuerde tus beneficios, así generales como especiales, para que pueda, de aquí
en adelante, darte dignamente las gracias.
Mas yo sé y confieso que no puedo darte las debidas alabanzas y gracias por el más pequeño de tus beneficios.
Yo soy menor que todos los bienes que me has
hecho, y cuando miro tu generosidad, desfallece mi espíritu a vista de
su grandeza.
2. Todo lo que tenemos en el alma y en el cuerpo, y cuantas cosas poseemos en lo interior o en
lo exterior, natural o sobrenaturalmente, son beneficios tuyos, y te engrandecen, como
bienhechor piadoso y bueno, de quien recibimos todos los bienes.
Y aunque uno reciba más y otro menos, todo es tuyo, y sin ti no se puede alcanzar la menor cosa.
El que más recibió no puede gloriarse de su merecimiento, ni estimarse sobre los demás, ni desdeñar al
menor porque es mayor y mejor aquel que menos se atribuye a sí y es más humilde, devoto y agradecido.
Y el que se tiene por más vil que
todos y se juzga por más indigno está más dispuesto para recibir mayores dones.
3. Mas el que recibió
menos no se debe entristecerse, indignarse ni envidiar al que tiene más; antes debe
volverse a ti y engrandecer sobre manera tu bondad, que tan copiosa, gratuita y liberalmente reparte
sus beneficios sin acepción de personas.
Todo procede de ti, y, por lo mismo, en todo debes ser alabado.
Tú sabes lo que conviene darse a cada uno. Y por
qué tiene uno menos y otro más, no nos toca a nosotros discernirlo, sino a ti, que sabes determinadamente los merecimientos de cada uno.
4. Por eso, Señor Dios, tengo también por grande beneficio no tener muchas
prendas de las cuales se siga alabanza y honra entre los hombres; de modo que cualquiera que considere la pobreza y vileza de su
persona no sólo no recibirá pesadumbre, ni tristeza, ni abatimiento, sino más bien consuelo y grande alegría.
Porque tú, Dios, escogiste para familiares
y domésticos tuyos a los pobres, bajos y despreciados de este mundo.
Testigos son tus mismos apóstoles, a quienes
"constituiste príncipes sobre toda la tierra"
(Sal 44,17).
Mas conversaron en el mundo sin queja, y fueron tan humildes y
sencillos, tan sin malicia ni fraude, que "se alegraban de padecer injurias por tu
nombre" (He 5,41), y abrazaban con grande afecto lo que el mundo aborrece.
5. Por eso ninguna cosa debe alegrar tanto al que te ama y reconoce tus beneficios, como tu voluntad para con él y el beneplácito de tu eterna disposición.
Lo cual le ha de
contentar y consolar de manera que quiera tan voluntariamente ser el menor de todos, como desearía otro
ser el mayor.
Y
tan pacífico y contento debe estar en el último lugar como en el
primero, y tan de buena gana ser despreciado y desechado, y no tener nombre y fama, como si fuese el más honrado y mayor del mundo.
Porque tu voluntad y el amor de tu honra ha de ser sobre todas las cosas; y
esto le ha de consolar y contentar más que todos los beneficios
recibidos o que pueda recibir.
Capítulo
23
De
cuatro cosas que causan gran paz
Jesucristo.-
1. Hijo, ahora te enseñaré el camino de la paz y de la verdadera libertad.
El
Alma.- Haz, Señor, lo que dices, que me alegro de oírlo.
Jesucristo.- Procura, hijo, hacer antes la voluntad de otro que la tuya.
Escoge siempre tener menos que más.
Busca siempre el lugar más
bajo y estar sujeto a todos.
Desea
siempre y ruega que se cumpla en ti enteramente la divina voluntad.
Así entrarás en los términos de la paz y descanso.
El
Alma.- 2. Señor, este tu breve sermón mucha perfección contiene en sí.
Corto es en palabras, pero lleno de sentido y de copioso fruto.
Que si lo pudiese yo fielmente
guardar no había de levantarse en mí la turbación tan fácilmente.
Porque cuantas veces me siento inquieto y agravado, hallo haberme apartado de esta doctrina.
Mas tú, que todo lo
puedes y buscas siempre el provecho del alma, dame gracia más abundante para que
pueda cumplir tu
enseñanza y hacer lo que importa para mi salvación.
Oración
Contra los malos
pensamientos
3. Señor,
"Dios mío, no te alejes de mí; Dios mío, atiende
a socorrerme" (Sal 70,12), pues se han levantado contra mí varios pensamientos y grandes temores que afligen mi alma.
¿Cómo saldré sin daño? ¿Cómo los desecharé?
"Yo
-dice Dios- iré delante de ti y humillaré
a los soberbios de la tierra. Abriré las puertas" de la
cárcel "y te revelaré los secretos de las cosas
escondidas" (Is 45,2).
Haz, Señor, como lo dices, y huyan de tu presencia todos los malos pensamientos.
Esta es mi esperanza y único
consuelo: acudir a ti en toda tribulación, confiar en ti, invocarte de
veras y esperar
pacientemente que me consueles.
Oración
Para
pedir la luz interior
4. Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de
la luz interior y quita de la morada de mi corazón toda tiniebla.
Refrena mis muchas
distracciones y quebranta las tentaciones que me hacen violencia. Pelea fuertemente por mí y ahuyenta las malas bestias, que son los apetitos
halagüeños, para "que se haga paz con tu
poder" (Sal 121,7), y resuene la abundancia de tu alabanza en el santo
palacio, esto es, en la conciencia limpia.
"Manda a los vientos y tempestades. Di al mar:
Sosiégate", y al cierzo: "No soples", y habrá
"gran bonanza" (Mc 4,39).
"Envía tu luz y tu verdad"
(Sal 42,3) para que resplandezcan sobre la tierra, porque
"tierra soy vana y vacía" (Gén 1,2) hasta que tú me alumbres.
Derrama de lo alto tu gracia; riega mi corazón con el rocío celestial; concédeme las aguas de la devoción para
regar la superficie de la
tierra porque produzca fruto bueno y perfecto.
Levanta el
corazón oprimido por el peso de los pecados, y
arrebata todo mi deseo a las cosas del cielo, para que, gustada
la suavidad de la felicidad celestial, me sea enfadoso pensar en lo
terreno.
Apártame y líbrame de la
fugaz consolación de las
criaturas, porque ninguna cosa creada basta para aquietar y consolar cumplidamente mi apetito.
Úneme a ti con el vínculo inseparable del
amor, porque tú solo bastas al que te ama, y sin ti todas las cosas son despreciables.
Capítulo
24
Que
se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas
Jesucristo.-
1. Hijo, no quieras ser curioso ni tener cuidados impertinentes.
"¿Qué te va" a ti de esto o de lo otro?
"Sígueme tú" (Jn 21,22).
¿Qué te importa que aquel sea tal o
cual, o que este viva o hable de este o del otro modo?
No
tienes que responder por otro, sino dar razón de ti mismo.
Pues, ¿por qué te entremetes?
Mira que yo conozco a
todos, y veo cuanto pasa debajo del sol, y sé de
qué manera está cada uno, qué piensa,
qué quiere y a qué fin dirige su intención.
Por eso se deben encomendar a mí todas las cosas; pero tú consérvate en santa
paz y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere.
Sobre él vendrá lo que
hiciere o dijere, porque no puede
engañarme.
No
te preocupe la sombra de un gran nombre, ni el tener
muchos amigos, ni el ser particularmente amado de los
hombres, porque estas cosas causan distracciones y grandes tinieblas en el corazón.
De buena gana te hablaría mi
palabra y te revelaría mis secretos, si tú esperases con diligencia mi
venida y me abrieses la puerta del corazón.
Está
apercibido y vela en oración y humíllate en todo.
Capítulo
25
En
qué consiste la paz firme del corazón
y el verdadero aprovechamiento
Jesucristo.-
1. Hijo, yo dije: "La paz os dejo, mi paz os doy; no la doy como la da el
mundo" (Jn 14,27).
Todos desean la
paz, mas no todos tienen cuidado de las cosas que pertenecen a la verdadera paz.
Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz la hallarás en la mucha paciencia.
Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz.
El
Alma.- 2. ¿Pues qué haré?
Jesucristo.- Mira en todas las cosas lo que haces y lo que dices, y dirige toda tu intención al fin de agradarme a mí solo, y no
desees ni busques nada fuera de mí.
Ni juzgues temerariamente de los hechos o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han
encomendado; con esto podrá ser que poco a poco te turbes.
Porque el no sentir alguna tribulación ni sufrir alguna
falta de corazón o de cuerpo no es de este siglo, sino propio del eterno descanso.
No juzgues, pues, haber hallado la verdadera
paz porque no sientas alguna pesadumbre; ni que ya es todo
bueno porque no tengas ningún adversario; ni que está la perfección en que todo te suceda según tú quieres.
Ni entonces te reputes por grande o
especialmente amado, cuando tengas gran devoción
o dulzura, porque en estas cosas no se conoce el verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el
aprovechamiento y perfección del hombre.
El
Alma.- 3. ¿Pues, en qué consiste, Señor?
Jesucristo.- En ofrecerte de todo tu corazón a la divina voluntad, no buscando tu interés en lo
poco ni en lo mucho, en lo temporal ni en lo eterno.
De manera que con rostro igual, des gracias a Dios en las cosas prósperas y adversas,
pesándolo todo con un mismo peso.
Si fueres tan fuerte y firme en la esperanza que, quitándote la consolación interior, aún esté dispuesto tu corazón para padecer mayores
trabajos, y no te justificares diciendo que no debieras padecer tales ni tantas cosas, sino que me tuvieres por justo y alabares por santo en todo lo que
yo ordenare, entonces andas en el recto y verdadero camino de la
paz y podrás tener esperanza cierta de ver nuevamente mi rostro con júbilo.
Y si llegares al perfecto menosprecio de ti mismo, sábete que entonces
gozarás de abundancia de paz, cuanto cabe en este destierro.
Capítulo
26
De
la excelencia del espíritu libre, la cual se alcanza
mejor
con la oración humilde que con la lectura
El
Alma.- 1. Señor, obra es de varón perfecto no
aflojar nunca el ánimo en el deseo de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa de un alma
libre que no pone desordenado afecto en criatura alguna.
2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que me
guardes de los cuidados de esta vida, para que no me
inquiete demasiado, para que no me deje llevar del deleite, de las muchas necesidades del
cuerpo y de todos los impedimentos del alma, para que no
sucumba enervado con tantas molestias.
No hablo de las cosas que la vanidad mundana
con tanto afecto desea, sino de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de tu
siervo con la común maldición de los
mortales, para que no pueda entrar en la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.
3. ¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo
carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan.
No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia.
Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar.
Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.
4. Porque muy embarazosas son para el espíritu fervoroso la comida, la bebida, el
vestido y todas las demás cosas necesarias para sustentar el cuerpo.
Concédeme usar de todo lo necesario
templadamente y que no me ocupe en ello con sobrado afecto.
No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo que más
deleita, porque de otro modo la carne se rebelaría contra el espíritu.
Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas, para que en nada me exceda.
Capítulo
27
Que
el amor propio nos estorba mucho el bien eterno
Jesucristo.-
1. Hijo, conviene que lo des todo por el todo, y no ser nada de ti mismo.
Sabe que
el amor de ti mismo te daña más que ninguna cosa del mundo.
Según fuere el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas.
Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna.
No codicies lo que no te conviene tener. No quieras tener
lo que te puede impedir y quitar la libertad interior.
Maravilla es que no te entregues a mí de lo
profundo del corazón, con todo lo que puedes tener o desear.
2. ¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos cuidados?
Está a mi
voluntad y no sentirás daño alguno.
Si buscas esto o
aquello y quisieres estar aquí o allí por tu propio
provecho y propia voluntad, nunca tendrás quietud ni estarás libre de
cuidados, porque en todas las cosas hallarás alguna falta, y en
todo lugar habrá quien te moleste.
3. Y así no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente
aprovecha, sino más bien la despreciada y desarraigada del corazón.
No entiendas eso solamente de las
rentas y de las riquezas, sino también de la ambición de la
honra y deseo de vanas alabanzas, todo lo cual pasa con el mundo.
Poco
defiende el lugar si falta el fervor del espíritu; ni durará mucho la paz buscada por de
fuera si falta el verdadero fundamento de la disposición del corazón; quiero decir, si no estuvieses en mí, puedes mudarte, pero no mejorarte.
Porque, en llegando y agradando la ocasión, hallarás lo mismo que huías, y más.
Oración
Para pedir la limpieza del
corazón y la sabiduría celestial
El
Alma.- 4. Confírmame, Señor, con la gracia del Espíritu Santo.
Dame
que la virtud se robustezca en mi interior y mi corazón
se desocupe de toda inútil solicitud y congoja, y
que no me lleven tras sí tan varios deseos por cualquier cosa vil o
preciosa, sino que las mire todas como pasajeras, y a mí mismo, como que he de pasar con ellas.
Porque
"nada hay permanente debajo del sol", adonde
"todo es vanidad y aflicción de espíritu"
(Qo 1,14). ¡Oh, cuán sabio es el que así piensa!
Dame, Señor, sabiduría
celestial para que aprenda a buscarte y hallarte sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todas, y entender lo demás como
es según el orden de tu sabiduría.
Dame prudencia para desviarme del
lisonjero y paciencia para sufrir al adversario.
Porque esta es muy gran
sabiduría: no moverse a todo viento de palabras, ni tampoco dar oídos a la
malamente halagadora sirena, pues así se anda con seguridad el camino
comenzado.
Capítulo
28
Contra
las lenguas de los maldicientes
Jesucristo.-
1. Hijo, no te enojes si algunos tuvieren mala opinión de ti y dijeren lo que no quisieras oír.
Tú debes sentir de ti peores
cosas y tenerte por el más flaco de todos.
Si andas dentro de ti, no
harás mucho caso de las palabras que vuelan.
No es poca prudencia callar en el tiempo adverso, y volverse a
mí de corazón,
y no turbarse por los juicios humanos.
2. No esté tu paz en la boca de los
hombres, pues si pensaren de ti bien o mal no serás por eso
otro hombre.
¿Dónde está la verdadera paz y la verdadera gloria?
¿Acaso no está en mí?
Y el que no desea contentar a los
hombres ni teme desagradarlos, gozará de mucha paz.
Del desordenado amor y vano
temor nace todo desasosiego del
corazón y toda distracción de los
sentidos.
Capítulo
29
Cómo
debemos rogar a Dios y bendecirle
en el tiempo de la tribulación
El
Alma.-
1. Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito, que quisiste que viniese sobre mí esta tentación y tribulación.
Yo no puedo
huirla, mas necesito acudir a ti para que me ayudes y me la conviertas en provecho.
Señor, ahora estoy
atribulado y no le va bien a mi corazón, sino que me atormenta mucho esta pasión.
¿Y
qué diré ahora, Padre amado? Rodeado estoy de angustias.
"¡Sálvame de esta hora!".
"Mas he llegado a este
trance para que seas tú glorificado" (Jn 12,27), cuando yo estuviere muy humillado y fuere librado por ti.
"Dígnate, Señor,
librarme" (Sal 39,14), porque yo, pobre, ¿qué puedo
hacer y adónde iré sin ti?
Dame paciencia, Señor,
en este trance.
Ayúdame, Dios mío, y no temeré, por más atribulado que me halle.
2. Y entre estas congojas, ¿qué diré ahora?
"Hágase", Señor,
"tu voluntad" (Mt 6,10). Bien he merecido yo ser atribulado y angustiado.
Aún me conviene
sufrir, y ¡ojalá sea con paciencia, hasta que pase la tempestad y haya bonanza!
Pues poderosa es tu mano omnipotente para quitar de mí esta tentación y amansar su furor, porque del todo no
sucumba, así como antes lo has hecho muchas veces
conmigo, Dios mío, misericordia mía.
Y cuanto más difícil
es para mí, tanto más fácil es para
ti "esta mudanza de la diestra del Altísimo"
(Sal 76,10).
Capítulo
30
Que
se ha de pedir el favor divino,
y de la confianza de recobrar la gracia
Jesucristo.-
1. Hijo, "Yo soy el Señor, que conforta en el día de la tribulación"
(Nah 1,7).
Ven a mí, cuando no te hallares bien.
Lo que
sobre todo impide la consolación celestial es que muy tarde vuelves a la oración.
Porque antes de orar con atención buscas muchas consolaciones, y te recreas en lo exterior.
De aquí viene que todo te aprovecha
poco hasta que conozcas que yo soy el que libro a los que esperan en mí; y fuera de mí no hay
auxilio eficaz, consejo provechoso ni remedio durable.
Mas,
cobrado ya el aliento después de la tempestad, esfuérzate
con la luz de mis misericordias, porque cerca estoy
-dice el Señor- para reparar todo lo perdido, no sólo cumplida, sino abundante y colmadamente.
2.
"¿Por ventura hay cosa difícil para mí?"
(Jér 32,37) ¿O seré yo como el que dice y no hace?
¿Dónde está tu fe? Ten firmeza y perseverancia.
Sé varón fuerte y magnánimo, y a su tiempo te llegará el consuelo.
Espérame,
espera. "Yo vendré y te curaré" (Mt
8,7).
Tentación es
lo que te atormenta y vano temor el que te espanta.
¿Qué aprovecha el cuidado de lo que está por venir, sino para tener tristeza sobre tristeza?
"Bástale a cada día su trabajo" (Mt 6,34).
Vana cosa es, y sin provecho, entristecerse o alegrarse de lo venidero, que quizá nunca acaecerá.
3. Pero es propio de la humana flaqueza engañarse con tales imaginaciones; y también es señal de poco ánimo dejarse burlar tan ligeramente del enemigo.
Pues
él no cuida que sea verdadero o falso aquello con que nos burla o engaña,
ni si derribará con el amor de lo presente o con el temor de lo futuro.
"No se turbe, pues, ni tema tu
corazón" (Jn 14,27).
Cree en mí y ten confianza en mi misericordia.
Cuando
tú piensas que estás lejos de mí, estoy
muchas veces más cerca de ti.
Cuando
tú piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces está cerca
mayor ganancia
de merecimiento.
No está todo perdido cuando alguna cosa te sucede contraria.
No debes juzgar como sientes
ahora ni embarazarte ni acongojarte con cualquier contrariedad que te venga, como si no hubiese esperanza de remedio.
4. No te tengas por desamparado del todo, aunque te envíe a
tiempo alguna tribulación o te prive del consuelo
deseado, porque de este modo se llega al reino de los cielos.
Y, sin duda, te conviene más a
ti y a los demás siervos míos ser ejercitados en
adversidades que si todo os sucediese a vuestro gusto.
Yo penetro los
pensamientos secretos, y conviene mucho para tu bien que algunas veces te deje
desabrido, para que no te ensoberbezcas en los sucesos prósperos ni quieras complacerte en ti mismo por lo que no eres.
Lo que yo te
di te lo puedo quitar y volvértelo cuando me agrade.
5. Cuando te lo diere, mío
es; cuando te lo quitare, no tomo cosa tuya, pues "mía es cualquier dádiva buena y todo don
perfecto" (Sant 1,17).
Si te enviare
pesadumbre o alguna contrariedad, ni te indignes ni desfallezca tu corazón.
Presto puedo
levantarte y mudar toda pena en gozo.
Justo
soy y muy digno de ser alabado cuando así me porto contigo.
6. Si bien lo entiendes, y lo miras a la luz de la verdad, nunca te debes
entristecer ni descaecer tanto por las
adversidades, sino antes holgarte más y darme gracias;
y tener por único gozo que afligiéndote con dolores, yo te
perdono.
"Así como me amó el Padre,
yo os amo" (Jn 15,9), dije a mis amados discípulos; los cuales no envié,
por cierto, a goces temporales, sino a grandes peleas; no a honras, sino a desprecios; no a ocio, sino a trabajos; no al descanso, sino a recoger grandes frutos de paciencia.
Acuérdate, hijo mío, de estas palabras.
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