El Santo Rosario
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Libro Tercero

Capítulo 31

Del desprecio de toda criatura para hallar al Creador

El Alma.- 1. Señor, necesaria me es aún mayor gracia, si tengo de llegar adonde nada ni criatura alguna me pueda estorbar.
Porque mientras alguna cosa me detiene, no puedo volar a ti libremente.
Deseaba volar libremente el que decía: "¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré?" (Sal 54,7).

¿Qué cosa hay más quieta que la pura intención? ¿Y quién más libre que el que nada desea en la tierra?

Por eso conviene levantarse sobre todo lo creado y olvidarse totalmente de sí mismo, y quedar fuera de sí para ver que tú, creador de todo, no tienes semejanza con las criaturas.

Y el que no se desocupare de lo creado, no podrá libremente entender en lo divino.

Pues por esto se hallan pocos contemplativos, porque son raros los que saben desasirse del todo de las criaturas y de lo perecedero.

2. Para eso es menester gran gracia, que levante el alma y la suba sobre sí misma.
Pero si no fuere el hombre levantado en espíritu, y libre de todo lo creado, y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene.

Mucho tiempo será niño y terreno el que estima alguna cosa por grande, sino sólo el único, inmenso y eterno Bien.

Y lo que Dios no es, nada es, y por nada se debe contar.
Hay gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y devoto y la ciencia del letrado y del estudioso clérigo.
Mucho más noble es la doctrina que emana de la influencia divina que la que se alcanza con trabajo por el ingenio humano.

3. Se hallan muchos que desean la contemplación, pero no procuran ejercitar las cosas que para ella se requieren.
Es grande impedimento quedarse en las cosas exteriores y sensibles, y descuidar la verdadera mortificación.

No sé que es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que parece somos llamados espirituales, cuando tanto trabajo y mayor solicitud ponemos en las cosas transitorias y viles, y con dificultad y muy tarde nos recogemos del todo a considerar nuestro interior.

4. ¡Oh dolor! Que al momento que nos hemos recogido un poco, salimos fuera y no escudriñamos nuestras obras con riguroso examen.
No miramos dónde tenemos nuestras aflicciones, ni lloramos cuán manchadas están todas nuestras cosas.
"Toda carne había corrompido su camino" (Gén 6,12), y por eso se siguió el gran diluvio.

Porque estando corrompido nuestro afecto interior, es necesario que la obra que de él dimana (señal de la privación de la virtud interior) también se corrompa.

Del corazón puro procede el fruto de la buena vida.

5. Se examina cuanto hace uno, pero no indagamos de cuánta virtud proceden sus acciones.
Se averigua si alguno es valiente, rico, hermoso, hábil o buen escritor, buen cantor, buen trabajador; pero poco se habla de cuán pobre sea de espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido.

La naturaleza mira las cosas exteriores del hombre; mas la gracia se ocupa en las interiores. Aquella muchas veces se engaña; esta espera en Dios para no engañarse.

Capítulo 32

De la abnegación de sí mismo y abdicación de todo apetito

Jesucristo.- 1. Hijo, no puedes poseer libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo.
En prisiones están todos los ricos y amadores de sí mismos, los codiciosos, curiosos y vagabundos, que buscan siempre las cosas de gusto, y no las de Jesucristo, sino que antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de durar.
Porque todo lo que no procede de Dios perecerá.
Imprime en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo, y lo hallarás todo; deja tu apetito, y hallarás sosiego.
Reflexiona bien esto; y cuando cumplieres, lo entenderás todo.

El Alma.- Señor, no es esta obra de un día, ni juego de niños; antes, en tan breve sentencia se encierra toda la perfección religiosa.

Jesucristo.- 2. Hijo, no debes volver atrás, ni decaer presto en oyendo el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas, o a lo menos, aspirar a ellas con el deseo.
¡Ojalá hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo, mas estuvieses dispuesto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he dado! Entonces me agradarías sobre manera, y toda tu vida correría gozosa y pacífica.
Aún tienes mucho que dejar, que si no lo renuncias enteramente, no alcanzarás lo que pides. "Para que seas rico, te aconsejo que compres de mí oro acendrado" (Ap 3,18), esto es, la sabiduría celestial, que huella todo lo terreno.

Pospón la sabiduría terrena y toda humana y propia complacencia.

3. Yo te dije que las cosas más viles al parecer humano se deben comprar con las preciosas y altas.
Porque muy vil y pequeña parece la verdadera sabiduría celestial, puesta casi en olvido entre los hombres. Ella no sabe grandezas de sí, ni quiere ser engrandecida en la tierra. Está en la boca de muchos, pero muy lejos de sus obras, siendo ella "una perla preciosísima, escondida para los más" (Mt 13,46).

Capítulo 33

De la inconstancia del corazón,
y que la intención final se ha de dirigir a Dios

Jesucristo.- 1. Hijo, no creas a tu deseo; pues el que ahora es, presto se te mudará en otro.
Mientras vivieres, estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras, porque ya te hallarás alegre, ya triste; ya sosegado, ya turbado; ya devoto, ya indevoto; ya diligente, ya perezoso; ahora pesado, ahora liviano.
Mas el sabio bien instruido en el espíritu, es superior a estas mudanzas; no mirando lo que experimenta dentro de sí ni de qué parte sopla el viento de la instabilidad, sino dirigiendo toda la intención de su espíritu al debido y deseado fin.
Porque así podrá permanecer siempre el mismo e ileso en tan varios casos, dirigiendo a mí sin cesar la mira de su sencilla intención.

2. Y cuanto más pura fuere, tanto más constante estará entre las diversas tempestades.
Pero en muchas cosas se obscurecen los ojos de la pura intención, porque se mira fácilmente a lo que se presenta como deleitable.
Porque rara vez se halla quien esté enteramente libre del lunar de su propio interés.
De este modo, los judíos en otro tiempo fueron a casa de Marta y María, en Betania, "no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro" (Jn 12,9).
Débense, pues, limpiar los ojos de la intención, para que sea sencilla y recta, y se enderece a mí por encima de todos los medios.

Capítulo 34

Que al que ama es Dios muy sabroso en todo y sobre todo

El Alma.- 1. ¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero yo y qué mayor dicha puedo apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero para quien ama a Dios, y no al mundo ni a lo que en él está.
¡Mi Dios y mi todo! Al que entiende, basta lo dicho; y repetirlo muchas veces es deleitable al que ama.
Porque estando tú presente, todo es agradable; mas estando ausente, todo fastidioso.
Tú haces el corazón tranquilo y das gran paz y alegría festiva.
Tú haces sentir bien de todo y que te alaben en todas las cosas. No puede cosa alguna deleitar mucho tiempo sin ti; pero si ha de agradar y gustarse de veras, conviene que tu gracia esté presente y tu sabiduría la sazone.

2. A quien tú eres sabroso, ¿qué no le sabrá bien?
Y a quien de ti no gusta, ¿qué le podrá agradar?
Mas los sabios del mundo, y los que lo son según la carne, no tienen idea de tu sabiduría; pues en aquéllos se encuentra mucha vanidad, y en éstos la muerte.
Pero los que te siguen, despreciando al mundo y mortificando su carne, estos son verdaderos sabios, porque pasan de la vanidad a la verdad y de la carne al espíritu.
A estos es Dios sabroso, y cuanto bien hallan en las criaturas todo lo refieren a gloria de su Creador.
Pero diferente, y muy diferente, es el sabor del Creador y de la criatura, de la eternidad y del tiempo, de la luz increada y de la luz creada.

3. ¡Oh luz perpetua, que trasciendes sobre toda luz creada! Envía desde lo alto un rayo resplandeciente que penetre todo lo secreto de mi corazón.
Purifica, alegra, clarifica y vivifica mi espíritu y sus potencias, para que se una contigo con exceso de júbilo.
¡Oh, cuándo vendrá esta dichosa y deseada hora, para que tú me hartes con tu presencia y me seas todo en todas las cosas!
Entretanto que esto no se me concediere, no tendré gozo cumplido.
Mas, ¡ay dolor!, que vive aún el hombre viejo en mí: no está del todo crucificado ni perfectamente muerto.
Aún codicia fuertemente contra el espíritu, mueve guerras interiores y no consiente que esté en quietud el reino del alma.

4. Mas tú, "que señoreas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus ondas, levántate y ayúdame" (Sal 88,10; 43,26).
"Destruye las gentes que buscan guerras" (Sal 67,32); quebrántalas con tu virtud.

Ruégote que "muestres tus maravillas" y que "sea glorificada tu diestra" (Jdt 9,11; Si 36,7), porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino en ti, Señor Dios mío.

Capítulo 35

Que en esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones

Jesucristo.- 1. Hijo, nunca estás seguro en esta vida, porque mientras vivieres tienes necesidad de armas espirituales.
Entre enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten.
Si, pues, no te vales del escudo de la paciencia, no estarás mucho tiempo sin herida.
Además de esto, si no pones tu corazón fijo en mí, con pura voluntad de sufrirlo todo por mí, no podrás pasar esta recia batalla ni alcanzar la palma de los bienaventurados.

Conviénete, pues, romper varonilmente con todo y pelear con mucho esfuerzo contra lo que viniere.
Porque "al vencedor se da el maná" (Ap 2,17) y al perezoso le aguarda mucha miseria.

2. Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna bienaventuranza?
No hagas el ánimo a mucho descanso, sino a mucha paciencia.
Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo; no en los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios sólo.

Por amor de Dios debes padecerlo todo de buena gana: trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones, confusiones, correcciones y menosprecios.
Estas cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo soldado de Cristo; estas fabrican la corona celestial.
Yo daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por la confusión pasajera.

3. ¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de tu paladar?
Mis santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y grandes desconsuelos.
Pero las sufrieron todas con paciencia, y confiaron más en Dios que en sí, porque sabían que "no son equivalentes todas las penas de esta vida para merecer la gloria venidera" (Rom 8,18).

¿Quieres hallar de pronto lo que muchos después de copiosas lágrimas y trabajos, con dificultad alcanzaron?
"Espera en el Señor, trabaja" y esfuérzate "varonilmente" (Sal 26,14); no desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios con gran constancia.

Yo te lo pagaré muy cumplidamente; yo "seré contigo en toda tribulación" (Sal 90,15).

Capítulo 36

Contra los vanos juicios de los hombres

Jesucristo.- 1. Hijo, pon tu corazón fijamente en Dios, y no temas los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa.
Bueno es y dichoso padecer de esta suerte; y esto no es duro al corazón humilde, que confía más en Dios que en sí mismo.
Los más hablan demasiadamente, y por eso se les debe dar poco crédito.
Y también satisfacer a todos no es posible.
Aunque san Pablo trabajó en contentar a todos en el Señor, y fue todo para todos, sin embargo, en nada tuvo el ser juzgado del mundo.
Mucho hizo por la salud y edificación de los otros, trabajando cuanto pudo y estaba de su parte; pero no se pudo librar de que le juzgasen y despreciasen alguna veces.
Por eso lo encomendó todo a Dios, que lo conoce todo, y con paciencia y humildad se defendía de las malas lenguas y de los que piensan vanidades y mentiras, y las dicen como se les antoja.
Y también respondió algunas veces, porque no se escandalizasen algunas almas débiles en verle callar.

2. ¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece.
Teme a Dios y no te espantarán los fieros de los hombres.
¿Qué te puede hacer el hombre con palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de Dios.
Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de queja.
Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu corona.
Sino mírame a mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y "dar a cada uno según sus obras" (Rom 2,6).

Capítulo 37

De la pura y total renuncia de sí mismo
para alcanzar la libertad del corazón

Jesucristo.- 1. Hijo, déjate a ti y me hallarás a mí.
Nada escojas, nada te apropies, y ganarás siempre.
Porque al punto que te renunciares sin volver a lo que dejaste, se te dará mayor gracia.

El Alma.- 2. Señor, ¿cuántas veces me renunciaré y en qué cosas me dejaré?
Jesucristo.- Siempre y cada hora, así en lo poco como en lo mucho. Nada exceptúo, sino que en todo te quiero hallar desnudo.
De otro modo, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad interior y exteriormente?
Cuanto más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás.

3. Algunos se renuncian, pero con alguna excepción; no confían en Dios del todo, y por eso trabajan en mirar por sí.
También algunos al principio lo ofrecen todo; pero después, combatidos de alguna tentación, se vuelven a lo que dejaron, y por eso no aprovechan en la virtud.
Estos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro, ni a la gracia de mi suave familiaridad, si no se renuncian del todo, haciendo cada día sacrificio de sí mismos, sin lo cual no se da ni se dará la unión con que se goza de mí.

4. Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate, y gozarás de gran paz interior.
Dalo todo por el todo; nada busques, nada exijas; está puramente y sin dudar en mí, y me poseerás.
Serás libre de corazón y no te envolverán las tinieblas.
Encamina todos tus esfuerzos, deseos y oraciones al fin de despojarte de todo apego, para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para ti y vivir para mí eternamente.
Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas y los cuidados superfluos.
Entonces también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado.

Capítulo 38

Del buen régimen en las cosas exteriores
y del recurso a Dios en los peligros

Jesucristo.- 1. Hijo, con diligencia debes mirar que en cualquier lugar y en toda ocupación exterior estés libre dentro de ti y señor de ti mismo, y que todas las cosas estén debajo de ti y no tú debajo de ellas, para que seas señor y director de tus obras, no siervo ni esclavo venal, sino más bien libre y verdadero israelita, que pasa a la suerte y libertad de los hijos de Dios.
Los cuales tienen bajo los pies las cosas presentes y contemplan las eternas.

Miran lo transitorio con el ojo izquierdo, y con el derecho lo celestial.
Y no les atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas; antes ellos las atraen más para servirse bien de ellas según están ordenadas por Dios e instituidas por el Supremo Artífice, que no hizo cosa en lo creado sin orden.

2. Si en cualquier acontecimiento estás firme y no juzgas de él según la apariencia exterior, ni miras con la vista del sentido lo que oyes y ves, antes luego por cualquier negocio entras en lo interior, como Moisés en el tabernáculo a pedir consejo al Señor, oirás algunas veces la respuesta divina y volverás instruido de muchas cosas presentes y venideras. Pues siempre recurrió Moisés al tabernáculo para determinar las dudas y dificultades, y tomó el auxilio de la oración para esquivar así los peligros y maldades de los hombres.
Así debes entrar en el secreto de tu corazón, pidiendo con eficacia el socorro divino.

Pues por eso se lee que Josué y los hijos de Israel fueron engañados por los gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor (Jos 9), sino que, creyendo fácilmente en las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados.

Capítulo 39

Que el hombre no sea importuno en los negocios

Jesucristo.- 1. Hijo, encomiéndame siempre tus negocios; y yo los dispondré bien y oportunamente.
Espera mi voluntad, y sentirás mi provecho.

El Alma.- 2. Señor, de muy buena gana te encomiendo todas las cosas, porque poco puede aprovechar mi cuidado.
¡Ojalá que no me ocupasen mucho los acontecimientos que me pueden venir, sino que me ofreciese sin tardanza a tu voluntad!

Jesucristo.- 3. Hijo, muchas veces el hombre negocia con ahínco lo que desea; mas cuando ya lo alcanza, comienza a pensar de otro modo, porque las aficiones no duran mucho cerca de una misma cosa, sino que nos llevan de una en otra.
Por lo cual no es poco dejarse a sí mismo, aun en las cosas pequeñas.

4. El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo; y el hombre negado a sí es muy libre y está seguro.
Pero el enemigo antiguo y adversario de todos los buenos no cesa de tentar; mas de día y de noche pone graves asechanzas para precipitar, si pudiere, al incauto en el lazo del engaño.

"Velad y orad -dice el Señor- para que no caigáis en la tentación" (Mt 26,41).

Capítulo 40

Que no tiene el hombre de sí bien alguno
ni cosa de qué alabarse

El Alma.- 1. Señor, "¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites?" (Sal 8,5).
¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia?
Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿O cómo justamente podré contender contigo si no hicieres lo que pido?
Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo estoy falto y camino siempre a la nada.
Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.

2. "Mas tú, Señor, eres siempre el mismo" (Sal 101,27), y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces cada día.
Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora porque tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que no se mude más mi semblante, sino que a ti solo se convierta y en ti descanse mi corazón.

3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea para alcanzar devoción, ya por la necesidad que tengo de buscarte, pues no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia y alegrarme con el don de la nueva consolación.

4. Gracias sean dadas a ti, de quien viene todo, siempre que me sucede algún bien.
Porque delante de ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco.
¿De dónde, pues, me puedo gloriar o por qué deseo ser estimado?
¿Por ventura de la nada? Pero esto es vanísimo.
Verdaderamente, la vanagloria es una mala pestilencia y grandísima vanidad, porque nos aparta de la verdadera gloria y nos despoja de la gracia celestial.
Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a ti; cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.

5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en ti y no en sí; gozarse en tu nombre y no en la propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por ti.
Sea alabado tu nombre, no el mío; engrandecidas sean tus obras, no las mías; bendito sea tu santo nombre, y no me sea atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres.
"Tú eres mi gloria" (Sal 3,3); tú, la alegría de mi corazón.

En ti me gloriaré y gozaré todos los días; "mas de mi parte no hay de qué, sino de mis flaquezas" (2Cor 12,5).

Busquen los judíos la gloria que se dan unos a otros; yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios (Jn 5,44; 8,50).

Porque toda la gloria humana, toda la honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria, es vanidad y necedad.

¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada; a ti solo sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!

Capítulo 41

Del desprecio de toda honra temporal

Jesucristo.- 1. Hijo, no te pese si vieres honrar y ensalzar a otros y tú ser despreciado y abatido.
Levanta tu corazón a mí en el cielo, y no te entristecerá el desprecio humano en la tierra.

El Alma.- 2. Señor, en ceguedad estamos, y la vanidad presto nos engaña.
Si bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna, por lo cual no tengo de qué quejarme justamente de ti.
Mas porque yo muchas veces pequé gravemente contra ti, con razón se arman contra mí todas las criaturas.
Justamente, pues, se me debe confusión y desprecio; y a ti alabanza, honor y gloria.
Y si no me dispusiere de modo que huelgue mucho ser de cualquiera criatura despreciado y abandonado, y ser tenido por nada, no podré estar interiormente pacificado y firme, ni recibir la luz espiritual, ni unirme a ti perfectamente.

Capítulo 42

Que no debemos poner nuestra paz en los hombres

Jesucristo.- 1. Hijo, si buscas la paz en el trato con alguno para tu entretenimiento y compañía, te hallarás inconstante y sin sosiego.
Pero si vas a buscar la Verdad que siempre vive y permanece, no te entristecerás por el amigo que se fuere o se muriere.
En mí ha de estar el amor del amigo, y por mí se debe amar cualquiera que en esta vida te parece bueno y mucho amas.
Sin mí no vale ni durará la amistad, ni es verdadero ni limpio el amor que yo no enlazo.
Tan muerto debes estar a semejantes aficiones de los amigos, que habías de desear (por lo que a ti te toca) vivir lejos de todo trato humano.
Tanto más se acerca el hombre a Dios cuanto más se desvía de todo gusto terreno.
Y tanto más alto sube a Dios cuanto más bajo desciende en sí y se tiene por más vil.

2. El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él, porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde.
Si te supieses perfectamente anonadar y desviar de todo amor creado, yo entonces te llenaría de abundantes gracias.
Cuando tú miras a las criaturas, pierdes de vista al Creador.
Aprende a vencerte en todo por el Creador, y entonces podrás llegar al conocimiento divino.

Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama o mira desordenadamente, nos estorba gozar del Sumo Bien y nos daña.

Capítulo 43

Contra la ciencia vana del mundo

Jesucristo.- 1. Hijo, no te muevan los dichos hermosos y agudos de los hombres, "porque no consiste el reino de Dios en palabras, sino en virtudes" (1Cor 4,20).
Atiende a mis palabras, que encienden los corazones, alumbran los entendimientos, provocan a compunción y traen muchas consolaciones.

Nunca leas cosa para mostrarte más letrado o sabio.
Esfuérzate en mortificar los vicios, porque más te aprovechará esto que saber muchas cuestiones dificultosas.

2. Cuando hubieras acabado de leer y saber muchas cosas, te conviene venir a un solo principio.
Yo soy el que enseño al hombre la ciencia y doy a los pequeños más claro entendimiento que cuanto hombre alguno puede enseñar.
Aquel a quien yo hablo, luego será sabio y aprovechará mucho en el espíritu.
¡Ay de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades y cuidan poco del camino de servirme a mí!
Tiempo vendrá cuando aparecerá el Maestro de los maestros, Cristo Señor de los ángeles, a oír las lecciones de todos, esto es, a examinar la conciencia de cada uno.
Y entonces "escudriñará a Jerusalén con candelas (Sab 1,12) y serán descubiertos los secretos de las tinieblas" (1Cor 4,5), y callarán los argumentos de las lenguas.

3. Yo soy el que levanto en un instante al alma humilde, para que entienda más razones de la verdad eterna que si hubiese estudiado diez años en las escuelas.
Yo enseño sin ruido de palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de honra, sin luchas de argumentos.
Yo soy el que enseño a despreciar lo terreno y a aborrecer lo presente, buscar lo eterno; huir las honras, sufrir los estorbos, poner la esperanza en mí, fuera de mí nada desear, y amarme ardientemente sobre todas las cosas.

4. Y así uno, amándome entrañablemente, aprendió cosas divinas y hablaba maravillas.
Más aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar sutilezas.
Pero a unos hablo cosas comunes, a otros especiales.
A unos me muestro dulcemente con señales y figuras, y a otros revelo misterios con mucha luz.
Una cosa dicen los libros, mas no enseñan igualmente a todos, porque yo soy doctor interior de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los pensamientos, promovedor de las acciones, repartiendo a cada uno según juzgo ser digno.

Capítulo 44

Que no se deben buscar las cosas exteriores

Jesucristo.- 1. Hijo, en muchas cosas te conviene ser ignorante, y estimarte como muerto sobre la tierra, y "a quien todo el mundo esté crucificado" (Gál 6,14).
A muchas cosas te conviene también hacerte sordo y pensar más lo que conviene para tu paz.

Más útil es apartar los ojos de lo que no te agrada, y dejar a cada uno en su parecer, que ocuparte en porfías.
Si estás bien con Dios y miras su juicio, fácilmente te darás por vencido.

El Alma.- 2. ¡Oh Señor, a qué hemos llegado! Lloramos los daños temporales; por una pequeña ganancia trabajamos y corremos, y el daño espiritual se pasa en olvido, y apenas tarde vuelve a la memoria.
Por lo que poco o nada vale, se mira mucho; y por lo que es muy necesario, se pasa con descuido; porque todo el hombre se va a lo exterior, y si presto no vuelve en sí, con gusto se está envuelto en ello.

Capítulo 45

Que no se debe creer a todos,
y que es fácil resbalar en las palabras

El Alma.- 1. "Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la ayuda del hombre" (Sal 59,12).
¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo pensaba?

Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en ti, ¡oh Dios!
Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos suceden.
Flacos somos y mudables; presto somos engañados, y nos mudamos.

2. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad?
Mas el que confía en ti, Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan fácilmente.
Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por ti, o consolado; porque no desamparas para siempre al que en ti espera.
Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo.
Tú, Señor, tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de ti no hay otro semejante.

3. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: "Mi alma está asegurada y fundada en Jesucristo"! (santa Águeda).
Si yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían las palabras injuriosas.
¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros?
Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente?
Pues, ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a otros?

Pero somos hombres, y hombres frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados ángeles.
Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a ti? Eres la Verdad, que no puede engañar ni ser engañada.

En cambio, "todo hombre es mentiroso" (Sal 115,2), frágil, mudable y resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que apenas se debe creer luego lo que a primera vista parece recto.

4. Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres (Mt 10,17), que "los enemigos del hombre son los de su casa" (Mt 10,36) y que no diésemos crédito al que nos dijese: "¡A Cristo míralo aquí o míralo allí!" (Mt 24,23).
He escarmentado en mí mismo. ¡Ojalá sea para mi mayor cautela y no para continuar con mi imprudencia!
Cuidado -me dice uno-, cuidado; reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se fue.
Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes cosas.

Pon en mi boca palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí las lenguas astutas.
De lo que no quiero sufrir, mucho me debo guardar.

5. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza; descubrirse a pocos, buscarte siempre a ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores salgan perfectas según el beneplácito de tu voluntad!
¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial huir las apariencias humanas y no codiciar las cosas de fuera que causan admiración, sino seguir con toda diligencia las que dan fervor y enmienda de vida!
¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo!
¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida frágil, que toda ha de llamarse malicia y tentación!

Capítulo 46

De la confianza que debemos tener en Dios cuando nos injurian

Jesucristo.- 1. Hijo, está firme y espera en mí. ¿Qué son las palabras sino palabras? Vuelan por el aire, mas no mellan una piedra.
Si estás culpado, determina enmendarte de buena gana.
Si no hallas en ti culpa, haz el ánimo de llevarlo con gusto por Dios.
Muy poco es el que sufras alguna vez siquiera malas palabras, ya que aún no puedes tolerar graves azotes.
¿Y por qué tan pequeñas cosas te llegan al corazón, sino porque aún eres carnal y miras a los hombres más de lo que conviene?

Porque temes ser despreciado, por esto no quieres ser reprendido de tus faltas y buscas las sombras de las excusas.

2. Considérate mejor y conocerás que todavía vive en ti el mundo y el deseo vano de agradar a los hombres.
Porque en huir de ser abatido y confundido por tus defectos se muestra claro que no eres verdadero humilde, ni estás del todo muerto al mundo, ni el mundo está a ti crucificado.
Mas oye mis palabras y no cuidarás de cuantas dijeren los hombres.
Dime: si se dijere contra ti todo cuanto maliciosamente se pudiere fingir, ¿qué te dañaría, si lo dejases pasar y no lo estimases más que una paja? Por ventura ¿te podría arrancar siquiera un cabello?

3. Mas el que no está dentro de su corazón ni me tiene a mí delante de sus ojos, presto se mueve por una palabra de menosprecio; pero el que confía en mí, y no desea atenerse a su propio parecer, vivirá sin temer a los hombres.
Porque yo soy el Juez y conozco todos los secretos; yo sé cómo pasan las cosas; yo conozco muy bien al que hace la injuria, y también al que la sufre.
De mí salió esta palabra; permitiéndolo yo acaeció esto, "para que se descubran los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,35).

Yo juzgaré al culpable y al inocente; pero quiero probar primero al uno y al otro con juicio secreto.

4. El testimonio de los hombres muchas veces engaña; mi juicio es verdadero, firme, y no puede torcer.
Muchas veces está escondido, y pocos lo penetran en todo; pero nunca yerra ni puede errar, aunque a los ojos de los necios no parezca recto.
A mí, pues, has de recurrir en cualquier juicio, y no confiar en el propio saber.
Porque el justo no se turbará por cosas que Dios envíe sobre él; y si alguna palabra fuere dicha contra él injustamente, no se inquietará por ello.
Ni se alegrará vanamente si otros le defendieron con razón.

Porque sabe que yo soy quien escudriño los corazones y entrañas, que no juzgo según el exterior y apariencia humana.
Antes, muchas veces, se halla a mis ojos culpable el que al juicio humano parece digno de alabanza.

El Alma.- 5. Señor Dios, justo Juez, fuerte y paciente, que conoces la flaqueza y maldad de los hombres, sé tú mi fortaleza y toda mi confianza, pues no me basta mi conciencia.
Tú sabes lo que yo no sé; por eso me debo humillar en cualquier reprensión y llevarla con mansedumbre.
Perdóname también, Señor piadoso, todas las veces que no lo hice así, y dame gracia de mayor sufrimiento para otra vez.
Porque mejor me está tu misericordia copiosa para alcanzar perdón que mi presunta inocencia para defender lo secreto de mi conciencia.

"Y aunque ella nada me acuse, no por esto me puedo tener por justo" (1Cor 4,4); porque, quitada la misericordia, "no será justificado en tu acatamiento ningún viviente" (Sal 142,2).

Capítulo 47

Que todas las cosas pesadas se deben sufrir por la vida eterna

Jesucristo.- 1. Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por mí, ni te abatan del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y consuele en todo lo que viniere.
Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida.
No trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores.
Espera un poquito y verás cuán presto se pasan los males.
Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo e inquietud.
Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo.

2. Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi viña, que yo seré tu galardón.
Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo adverso; digna es la vida eterna de todas estas y de mayores peleas.
Vendrá la paz un día que el Señor sabe, el cual no se compondrá de día y noche como en esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad infinita, paz firme y descanso seguro.
No dirás entonces: "¿Quién me librará de este cuerpo mortal?" (Rom 7,24). Ni clamarás: "¡Ay de mí que se ha dilatado mi destierro!" (Sal 119,5). Porque la muerte estará destruida y la salud será indeficiente; ninguna congoja habrá ya, sino bienaventurada alegría, compañía dulce y hermosa.

3. ¡Oh, si vieses las coronas eternas de los santos en el cielo y de cuánta gloria gozan ahora los que eran en este mundo despreciados y tenidos por indignos de vivir!
Por cierto, luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a todos que mandar a uno solo; y no codiciarías los días placenteros de esta vida, sino antes te alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima ganancia ser tenido por nada entre los hombres.

4. ¡Oh, si gustases estas cosas y penetrasen profundamente en tu corazón!, ¿cómo te atreverías a quejarte ni una sola vez?
¿Acaso no son de sufrir todas las cosas trabajosas por la vida eterna?

No es cosa de poco momento ganar o perder el reino de Dios.
Levanta, pues, tu rostro al cielo; mírame a mí, y conmigo a todos mis santos, los cuales tuvieron graves combates en este siglo; ahora se regocijan y están consolados y seguros; ahora descansan en paz y permanecerán conmigo sin fin en el reino de mi Padre.

Capítulo 48

Del día de la eternidad y de las angustias de esta vida

El Alma.- 1. ¡Oh bienaventurada mansión de la ciudad soberana! ¡Oh día clarísimo de la eternidad, que no lo obscurece la noche, sino que siempre lo alumbra la Suma Verdad; día siempre alegre, siempre seguro y siempre sin mudanza!
¡Oh, si ya amaneciese este día y se acabasen todas estas cosas temporales!
Alumbra, por cierto, a los santos con una perpetua claridad; mas no así a los que están en esta peregrinación, sino de lejos y como en figura.

2. Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre sea aquel día; los desterrados hijos de Eva gimen de ver que este sea tan amargo y lleno de tedio.
Los días de este mundo son pocos y malos (Gén 47,9) llenos de dolores y angustias, donde el hombre se ve manchado con muchos pecados, enredado en muchas pasiones, angustiado de muchos temores, ocupado con muchos cuidados, distraído con muchas curiosidades, complicado en muchas vanidades, envuelto en muchos errores, quebrantado con muchos trabajos, acosado de tentaciones, atormentado por la pobreza.

3. ¡Oh, cuándo se acabarán todos estos males! ¡Cuándo me veré libre de la miserable servidumbre de los vicios!
¡Cuándo me acordaré, Señor, de ti sólo! ¡Cuándo me alegraré cumplidamente en ti! ¡Cuándo estaré sin ningún impedimento, en verdadera libertad, y sin ninguna molestia de alma y cuerpo!
¡Cuándo tendré firme paz, paz imperturbable y segura, paz por dentro y por fuera, paz del todo permanente!
¡Oh buen Jesús! ¡Cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la gloria de tu reino! ¡Cuándo me serás todo en todas las cosas!
¡Cuándo estaré contigo en tu reino, el cual preparaste desde la eternidad para tus escogidos!
Me han dejado acá, pobre y desterrado, en tierra de enemigos, donde hay continuas peleas y grandes calamidades.

4. Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a ti suspira todo mi deseo. Todo el placer del mundo es para mí pesada carga.
Deseo gozarte íntimamente, mas no puedo conseguirlo.
Deseo entregarme a las cosas celestiales, pero me abaten las temporales y las pasiones no mortificadas.

Con el espíritu quiero elevarme sobre todas las cosas; pero la carne me violenta a estar debajo de ellas.
Así yo, hombre infeliz, peleo conmigo y me soy enfadoso a mí mismo viendo que el espíritu busca lo de arriba y la carne lo de abajo.

5. ¡Oh, cuánto padezco cuando, pensando en la oración cosas celestiales, luego se me ofrece un tropel de cosas carnales! "Dios mío, no te alejes de mí ni te desvíes con ira de tu siervo" (Sal 70,12; 26,14).
"Resplandezca un rayo de tu claridad y destruya estas tinieblas; envía tus saetas" (Sal 143,6) y contúrbense todas las asechanzas del enemigo.
Recoge todos mis sentidos en ti; hazme olvidar todas las cosas mundanas; otórgame desechar y apartar de mí aun las imágenes de los vicios.
Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna.
Ven, suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza.

6. Perdóname también y mírame con misericordia todas cuantas veces pienso en la oración alguna cosa fuera de ti, pues confieso ingenuamente que acostumbro a estar muy distraído.
De modo que muchas veces no estoy allí donde se halla mi cuerpo en pie o sentado, sino más bien allá donde me llevan mi pensamientos.
Allí estoy donde está mi pensamiento; allí está mi pensamiento a menudo donde está lo que amo.
Al punto se me ofrece lo que naturalmente deleita o agrada por la costumbre.

7. Por lo cual tú, que eres la Verdad, dijiste: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón" (Mt 6,21).
Si amo el cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo, alégrome con sus prosperidades y me entristezco con sus adversidades. Si amo la carne, muchas veces imagino cosas carnales. Si amo el espíritu, recréome en pensar cosas espirituales.
Porque de las cosas que amo, de esas hablo y oigo con gusto, y llevo conmigo a mi casa sus imágenes.
Pero bienaventurado aquel que por tu amor da repudio a todo lo creado, que hace fuerza a su natural y crucifica con el fervor del espíritu los apetitos carnales para que, serenada su conciencia, te ofrezca oración pura y sea digno de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas las cosas terrenas.

Capítulo 49

Del deseo de la vida eterna,
y cuántos bienes están prometidos a los que pelean

Jesucristo.- 1. Hijo, cuando sientes que de arriba te infunden algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanza, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración.
Da muchas gracias a la soberana Bondad, que así se digna favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con vigor, para que no te deslices por tu propio peso a las cosas terrenas.
Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino sólo por el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que te han de venir, y trabajes para llegarte a mí de todo corazón y servirme con ardiente voluntad.

2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin humo.
Así, los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales, mas aún no están libres de la tentación del afecto natural. Y por eso no obran puramente por la honra de Dios aún lo que con tan gran deseo me piden.
Tal suele ser tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad.
Pues no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.

3. Pide no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para mí aceptable y honroso; porque si rectamente juzgas, debes seguir y anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada.
Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemidos. Ya quisieras estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún es otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba.
Deseas gozar del Sumo Bien, mas no lo puedes alcanzar por ahora.
Yo soy; "espérame -dice el Señor- hasta que venga el reino de Dios" (Lc 22,18).

4. Has de ser probado aún en la tierra y ejercitado en muchas cosas.
Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida.
"Esfuérzate, pues, y sé valeroso" (Jos 1,6), así en hacer como en padecer cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de hombre nuevo y te vuelvas otro hombre.

Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres.
Lo que agrada a otros irá adelante; lo que a ti te contenta no se hará.
Lo que dicen otros será oído; lo que dices tú será reputado por nada.
Pedirán otros y recibirán; tú pedirás y no alcanzarás.
Otros serán grandes en boca de los hombres; de ti no se hablará.
A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil para todo.
Por esto se contristará alguna vez la naturaleza, y no harás poco si la sufrieres callando.

5. En estas y otras muchas cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo.
Apenas hay cosa en que más necesites morir a ti mismo que en ver y sufrir lo que repugna a tu voluntad, principalmente cuando parece sin razón y menos útil lo que te mandan hacer.
Y porque tú, siendo súbdito, no osas resistir a la ordenación de tu superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.

6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio, y no te serán pesados, sino muy gran consuelo de tu paciencia.
Pues por esta poca voluntad que ahora dejas de grado poseerás para siempre tu voluntad en el cielo, pues allí hallarás todo lo que quisieres y cuanto pudieres desear.
Allí tendrás en tu poder todo el bien sin miedo de perderlo.
Allí tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna extraña o propia.
Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te impedirá, nada se te opondrá, sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán todos tus deseos.
Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar, la silla del reino para siempre.
Allí se verá el fruto de la obediencia, se alegrará el trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada.

7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos y no cuides de mirar quién lo dijo o quién lo mandó.
Sino procura con gran cuidado que, ya sea superior o inferior, o igual el que algo te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno y cuides de cumplirlo con sincera voluntad.
Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto y aquel en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegres ni en esto ni en aquello, sino en el desprecio de ti mismo y en sola mi voluntad y honra.
Una cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado en ti.

Capítulo 50

Cómo el hombre desconsolado
se debe ofrecer en las manos de Dios

El Alma.- 1. Señor Dios, Padre santo, ahora y para siempre seas bendito, que como tú quieres así se ha hecho, y lo que haces es bueno. Alégrese tu siervo en ti, no en sí ni en otro alguno, porque tú sólo eres alegría verdadera; tú, esperanza mía y corona mía; tú, Señor, eres mi gozo y mi honra.
¿Qué tiene tu siervo sino lo que recibió de ti, aun sin merecerlo? Tuyo es todo lo que me has dado y has hecho conmigo.

"Pobre soy yo, y lleno de trabajos desde mi juventud" (Sal 77,16); y mi alma se entristece algunas veces hasta llorar; y otras veces se turba consigo por las pasiones que la acosan.

2. Deseo el gozo de la paz; pido la paz de tus hijos, que son apacentados por ti en la luz de la consolación.
Si me das paz, si derramas en mí tu santo gozo, estará el alma de tu siervo llena de alegría y devota en tu alabanza.
Pero si te apartares, como muchas veces lo haces, no podrá correr por el camino de tus mandamientos, sino que hincará las rodillas para herir su pecho, porque no le va como los días anteriores, "cuando resplandecía tu luz sobre su cabeza" (Job 29,3) y era defendida de las tentaciones impetuosas debajo de la sombra de tus alas.

3. Padre justo y siempre digno de alabanza: llegó la hora en que tu siervo sea probado.
Padre amable: justo es que tu siervo padezca algo por ti en esta hora.
Padre para siempre adorable: ha llegado la hora que habías previsto desde la eternidad, en la cual tu siervo esté abatido en lo exterior un corto tiempo, pero viva siempre interiormente contigo.
Despreciado sea y humillado un poco y desechado delante de los hombres; sea quebrantado con trabajos y enfermedades, para que nuevamente resucite contigo en la aurora de nueva luz y sea glorificado en los cielos.
¡Padre santo! Así lo ordenaste tú, así lo quisiste, y lo que mandaste se ha hecho.

4. Por cierto, gracia es esta que haces a tu amigo: que padezca y sea atribulado por tu amor en este mundo por cualquiera y cuantas veces lo permitieres.
Sin tu consejo y providencia, y sin causa, nada se hace en la tierra.
"Bueno es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones" (Sal 118,71), y destierre de mi corazón toda soberbia y presunción.

Provechoso es para mí que la "confusión haya cubierto mi rostro" (Sal 63,8), para que así te busque a ti y no a los hombres para consolarme.

También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que afliges así al justo como al impío, aunque no sin equidad y justicia.

5. Gracias te doy porque no dejaste sin castigo mis males, sino que me afligiste con amargos azotes, hiriéndome con dolores y enviándome angustias interiores y exteriores.
No hay debajo del cielo quien me consuele sino tú, Señor Dios mío, médico celestial de las almas, que "hieres y sanas, encierras en el sepulcro y sacas de él" (Job 13,2).
"Sea tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me enseñará" (Sal 17,36).

6. Padre amado, vesme aquí en tus manos; yo me inclino bajo la vara de tu corrección.
Hiere mis espaldas y mi cerviz, para que enderece mis torcidas inclinaciones a tu voluntad.
Hazme piadoso y humilde discípulo, como sueles hacerlo, para que ande siempre pendiente de tu voluntad.
Me entrego enteramente a ti con todas mis cosas, para que me corrijas. Más vale ser corregido aquí que en la otra vida.
Tú sabes todas y cada una de las cosas, y no se te esconde nada en la humana conciencia.
Antes que suceda, sabes lo venidero, y no hay necesidad que alguno te enseñe o avise de las cosas que se hacen en la tierra.
Tú sabes lo que conviene para mi adelantamiento, y cuánto me aprovecha la tribulación para limpiar el orín de los vicios.
Haz conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi vida pecaminosa, a ninguno mejor ni más claramente conocida que a ti solo.

7. Concédeme, Señor, saber lo que se debe saber; amar lo que se debe amar; alabar lo que a ti es más agradable; estimar lo que te parece precioso; aborrecer lo que a tus ojos es vil.
No permitas que "juzgue según la vista de los ojos" exteriores, ni que "sentencie según oigo" (Is 11,3) a los hombres ignorantes, sino que acierte a discernir con verdadero juicio entre lo visible y lo espiritual, y buscar siempre sobre todo la voluntad de tu divino beneplácito.

8. Muchas veces se engañan los hombres en sus juicios, y los mundanos también se engañan en amar solamente lo visible.
¿Qué tiene de mejor el hombre porque otro le tenga por grande?
El falaz engaña al falaz, el vano al vano, el ciego al ciego, el enfermo al enfermo, cuando lo ensalza; y verdaderamente, más le confunde cuando vanamente le alaba.
Porque "cuanto es cada uno en tus ojos, tanto es y no más", dice el humilde san Francisco.

Capítulo 51

Que debemos emplearnos en ejercicios humildes
cuando no podemos en los sublimes

Jesucristo.- 1. Hijo, no puedes permanecer siempre en el deseo fervoroso de las virtudes, ni perseverar en el más alto grado de la contemplación, sino que es necesario, por el vicio original, que desciendas alguna vez a cosas bajas, y a llevar la carga de esta vida corruptible, aunque te pese y fastidie.
Mientras lleves el cuerpo mortal, sentirás tedio y pesadumbre de corazón.
Es preciso, pues, mientras vives en carne, gemir muchas veces por el peso de la carne, porque no puedes ocuparte sin interrupción en los ejercicios espirituales y en la divina contemplación.

2. Entonces conviene que te emplees en ejercicios humildes y exteriores, consolándote con hacer buenas obras; y espera mi venida y la visita del cielo con firme confianza; sufre con paciencia tu destierro y la sequedad del espíritu, hasta que otra vez yo te visite y seas libre de toda congoja.
Porque te haré olvidar las penas, y que goces de gran serenidad interior.
Yo extenderé delante de ti los prados de las Escrituras para que, dilatado tu corazón, corras la carrera de mis mandamientos.
Entonces dirás: "No son comparables las penas de este tiempo con la gloria que se nos descubrirá" (Rom 8,18).

Capítulo 52

Que el hombre no se repute por digno de consuelo,
sino de castigo

El Alma.- 1. Señor, no soy digno de tu consolación ni de ninguna visita espiritual, y por eso justamente lo haces conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado.
Porque, aunque yo pudiese derramar un mar de lágrimas, aún no merecería tu consuelo.

Por eso no soy digno sino de ser afligido y castigado, porque te ofendí gravemente y muchas veces, y pequé mucho y de muchas maneras.

Así que, bien mirado, no soy digno de la menor consolación.
Mas tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan "para manifestar las riquezas de tu bondad en los vasos de tu misericordia" (Rom 9,13), aun sobre todo merecimiento, tienes por bien de consolar a tu siervo de un modo sobrehumano.

Porque tus consolaciones no son ilusorias como las humanas.

2. ¿Qué he hecho, Señor, para que tú me dieses ninguna consolación celestial?
Yo no me acuerdo haber hecho ningún bien, sino que he sido siempre inclinado a vicios, y muy perezoso para enmendarme.
Esto es verdad, y no puedo negarlo. Si dijese otra cosa, tú estarías contra mí y no habría quien me defendiese.
¿Qué he merecido por mis pecados sino el infierno y el fuego eterno? Conozco, en verdad, que soy digno de todo escarnio y menosprecio, y no merezco ser contado entre tus devotos. Y aunque me moleste el oírlo, acusaré mis pecados contra mí y en favor de la verdad, para que más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.

3. ¿Qué diré yo, pecador, y lleno de toda confusión?
No tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten misericordia de mí; perdóname.
"Déjame un poco para que llore mi dolor, antes que vaya a la tierra tenebrosa y cubierta de obscuridad de muerte" (Job 10,20).

¿Qué es lo que principalmente exiges del culpable y miserable pecador, sino que se convierta y se humille por sus pecados?
De la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza de ser perdonado, se reconcilia la conciencia turbada, repárase la gracia perdida, se defiende el hombre de la ira venidera y se juntan en santa paz Dios y el alma arrepentida.

4. El humilde arrepentimiento de los pecados es para ti, Señor, sacrificio muy acepto, que huele más suavemente en tu presencia que el incienso.
Este es también el perfume agradable que tú quisiste que se derramase sobre tus sagrados pies, porque nunca desechaste el corazón contrito y humillado.
Allí está el lugar del refugio para el que huye del enemigo; allí se enmienda y limpia lo que en otro lugar se erró y se manchó.

Capítulo 53

Que la gracia de Dios no se mezcla
con el gusto de las cosas terrenas

Jesucristo.- 1. Hijo, mi gracia es preciosa; no admite mezcla de cosas extrañas ni de consolaciones terrenas.
Conviene, pues, desviar todos los impedimentos de la gracia, si deseas que se te infunda.
Busca lugar secreto para ti; desea estar a solas contigo; deja las conversaciones, y ora devotamente a Dios, para que te dé compunción de corazón y pureza de conciencia.
Estima en nada todo el mundo; prefiere a todas las cosas exteriores el ocuparte en Dios. Porque no podrás ocuparte en mí y juntamente deleitarte en lo transitorio.
Conviene alejarse de conocidos y amigos, y tener el espíritu ajeno a todo placer temporal.
Así ruega el apóstol san Pedro que se abstengan todos los fieles cristianos, "portándose como extranjeros y peregrinos en este mundo" (1Pe 2,11).

2. ¡Oh, cuánta confianza tendrá en la muerte el que no tiene afición a cosa alguna en este mundo!
Pero tener así el corazón desprendido de todas las cosas no lo alcanza el alma todavía enferma, ni el hombre carnal conoce la libertad del hombre espiritual.
Mas si verdaderamente quiere ser espiritual, es preciso que renuncie a los extraños y a los allegados, y que de nadie se guarde más que de sí mismo.
Si te vences perfectamente, con más facilidad sujetarás lo demás.
La perfecta victoria es vencerse a sí mismo.
Porque el que se tiene sujeto a sí mismo de modo que la sensualidad obedezca la razón y la razón me obedezca a mí en todo, este es verdaderamente vencedor de sí y señor del mundo.

3. Si deseas subir a esta cumbre, conviene comenzar varonilmente y poner la segur a la raíz, para que arranques y destruyas la oculta desordenada inclinación que tienes a ti mismo y a todo bien propio y corporal.
De este amor desordenado que se tiene el hombre a sí mismo depende casi todo lo que se ha de vencer radicalmente; vencido y señoreado este mal, luego hay gran paz y sosiego.
Mas porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismos, y no salen enteramente de su propio amor, por eso se quedan enredados en sus afectos y no se pueden levantar sobre sí en espíritu.
Pero el que desea andar libre conmigo, es necesario que mortifique todas sus malas y desordenadas aficiones, y que no se pegue a criatura alguna con amor de concupiscencia.

Capítulo 54

De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia

Jesucristo.- 1. Hijo, mira con diligencia los movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque son muy contrarios y sutiles, de modo que con dificultad son conocidos sino por varones espirituales e interiormente alumbrados.
Todos desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna bondad; por eso muchos se engañan con color del bien.

2. La naturaleza es astuta, atrae a sí a muchos, los enreda y engaña, y siempre se pone a sí misma por fin.
Mas la gracia anda sin doblez, se desvía de toda apariencia de mal; no pretende engañar, y hace todas las cosas puramente por Dios, en quien descansa como en su fin.

3. La naturaleza no quiere ser mortificada de buena gana, ni estrechada, ni vencida, ni sometida de grado.
Mas la gracia estudia en la propia mortificación, resiste a la sensualidad, quiere estar sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su propia libertad, apetece vivir bajo la observancia, no codicia señorear a nadie, sino vivir y servir y estar debajo de la mano de Dios; y por Dios está pronta a obedecer con toda humildad a cualquiera criatura humana.

4. La naturaleza trabaja por su conveniencia, y tiene la mira en la utilidad que le pueda venir. Pero la gracia no considera lo que le es útil y conveniente, sino lo que aprovecha a muchos.
La naturaleza recibe con gusto la honra y la reverencia.
Mas la gracia atribuye fielmente solo a Dios toda honra y gloria.
La naturaleza teme la confusión y el desprecio.
Pero la gracia se alegra "en padecer injurias por el nombre de Jesús" (He 5,41).

La naturaleza ama el ocio y el descanso corporal.

Mas la gracia no puede estar ociosa; antes abraza de buena voluntad el trabajo.

5. La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece las viles y groseras.
Mas la gracia se deleita con cosas llanas y bajas, no desecha las ásperas ni rehúsa el vestir ropas viejas.
La naturaleza mira lo temporal, y se alegra de las ganancias terrenas, se entristece del daño y enójase con cualquier palabra injuriosa.
Pero la gracia mira lo eterno, no está pegada a lo temporal, ni se turba cuando lo pierde, ni se exaspera con las palabras ofensivas; porque puso su tesoro y gozo en el cielo, donde ninguna cosa perece.

6. La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da; ama sus cosas propias y particulares.
Mas la gracia es piadosa y común para todos, huye la singularidad, conténtase con poco, tiene por "mayor felicidad el dar que el recibir" (He 20,35).

La naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne, a la vanidad y a las distracciones.
Pero la gracia nos lleva a Dios y a las virtudes, renuncia las criaturas, huye el mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos vanos, avergüénzase de parecer en público.
La naturaleza toma de buena gana cualquier placer exterior en que deleite sus sentidos.
Pero la gracia, en sólo Dios se quiere consolar y deleitarse en el Sumo Bien sobre todo lo visible.

7. La naturaleza todo lo hace por su propia utilidad y conveniencia; nada puede hacer de balde, sino que espera alcanzar por el bien que hace otro tanto o más; o si no, alabanza o favor, y desea que sean sus obras y sus dádivas muy ponderadas.
Mas la gracia ninguna cosa temporal busca, ni quiere otro premio sino sólo Dios; de lo temporal no quiere más que cuanto le puede servir para conseguir lo eterno.

8. La naturaleza se complace en los muchos amigos y parientes, se gloría del noble nacimiento y distinguido linaje, halaga a los poderosos, lisonjea a los ricos, aplaude a los iguales.
Pero la gracia ama aun a los enemigos, y no se engríe por los muchos amigos, ni hace caso del propio nacimiento y linaje, si en él no hay mayor virtud. Favorece más al pobre que al rico; se acomoda más bien al inocente que al poderoso; se alegra con el veraz, no con el engañoso. Exhorta siempre a los buenos a que aspiren a gracias mejores y se semejen al Hijo de Dios por sus virtudes.

9. La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo. Pero la gracia lleva con buen rostro la pobreza.
La naturaleza todo lo dirige a sí misma, y por sí pelea y porfía.
Mas la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente mana; ningún bien se arroga ni se atribuye a sí misma. No porfía ni prefiere su modo de pensar al de los otros, sino que en todo sentir y opinión se sujeta a la sabiduría eterna y al divino examen.
La naturaleza apetece saber secretos y oír novedades; quiere aparecer en público y observar mucho por los sentidos; desea ser conocida y hacer cosas de donde le proceda alabanza y fama.
Pero la gracia no cuida de oír cosas nuevas y curiosas; porque todo esto nace de la corrupción antigua, y no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra.

10. Enseña, pues, a recoger los sentidos, a huir la vana complacencia y ostentación, esconder humildemente lo que tenga digno de admiración o alabanza, y buscar en todas las cosas y en toda ciencia fruto de utilidad y la alabanza y honra de Dios.
No quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; sino que Dios sea glorificado en sus dones, que los da todos con purísimo amor.
Esta gracia es una luz sobrenatural y un don especial de Dios, y propiamente la marca de los escogidos y la prenda de la salvación eterna, la cual levanta al hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de carnal lo hace espiritual.
Así que, cuanto más apremiada y vencida es la naturaleza, tanta mayor gracia se infunde; y cada día es reformado el hombre interior, según la imagen de Dios, con nuevas visitaciones.

Capítulo 55

De la corrupción de la naturaleza
y de la eficacia de la gracia divina

El alma.- 1. Señor, Dios mío, que me creaste a tu imagen y semejanza, concédeme aquesta gracia que declaraste ser tan grande y necesaria para la salvación, a fin de que yo pueda vencer mi perversa naturaleza, que me arrastra a los pecados y a la perdición.
Pues yo siento en mi carne "la ley del pecado", que "contradice a la ley de mi alma, y me lleva cautivo" (Rom 7,23) a obedecer en muchas cosas a la sensualidad, y no puedo resistir a sus pasiones si no me asiste tu santísima gracia, ardientemente infundida en mi corazón.

2. Necesaria es tu gracia, y grande gracia, para vencer la naturaleza, inclinada siempre a lo malo desde su juventud (Gén 8,21).
Porque caída en el primer hombre, Adán, y viciada por el pecado, pasa a todos los hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma naturaleza, que fue creada por ti buena y derecha, ya se cuenta por vicio y enfermedad de la naturaleza corrompida; porque el propio movimiento suyo, abandonado a s
í mismo, la induce al mal y a lo terreno.
Pues la poca fuerza que le ha quedado es como una centellita escondida en la ceniza. Esta es la razón natural, cercada de grandes tinieblas, pero capaz todavía de juzgar del bien y del mal, y de discernir lo verdadero de lo falso; aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que le parece bueno, ni usa de la perfecta luz de la verdad, ni tiene sanas sus aficiones.

3. De aquí viene, Dios mío, que yo, "según el hombre interior, me deleito en tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos" (Rom 7,12.22), juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Pero "con la carne sirvo a la ley del pecado" (Rom 7,25) cuando obedezco más a la sensualidad que a la razón. De aquí es también que "puedo querer el bien, pero no puedo ponerlo por obra" (Rom 7,18).
Así es también que propongo frecuentemente hacer muchas buenas obras; pero como falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con poca resistencia vuelvo atrás y desfallezco.

Por la misma causa sucede que conozco el camino de la perfección, y veo con bastante claridad cómo debo obrar; mas agravado por el peso de mi propia corrupción, no me levanto a cosas más perfectas.

4. ¡Oh, cuán necesaria me es, Señor, tu gracia, para comenzar el bien, continuarlo y perfeccionarlo!
Porque sin ella ninguna cosa puedo hacer; pero "en ti todo lo puedo, confortado por la gracia" (Flp 4,13).
¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los merecimientos propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales!

Ni las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni las fuerzas, ni el ingenio o la elocuencia, valen delante de ti, Señor, sin tu gracia.
Porque los dones naturales son comunes a buenos y a malos; mas la gracia o la caridad es don propio de los escogidos, y con ella se hacen dignos de la vida eterna.
Tan encumbrada es esta gracia, que ni el don de la profecía, ni el hacer milagros o algún otro saber, por sutil que sea, es estimado en algo sin ella.
Ni siquiera la fe, ni la esperanza, ni las otras virtudes son aceptas a ti, sin caridad ni gracia.

5. ¡Oh beatísima gracia, que al pobre de espíritu le haces rico en virtudes, y al rico de muchos bienes vuelves humilde de corazón!
Ven, desciende a mí, lléname luego de tu consolación, para que no desmaye mi alma de cansancio y sequedad de corazón.
Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos, pues "tu gracia me basta" (2Cor 12,9), aunque me falte todo lo que la naturaleza desea.

Si fuere tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré los males estando tu gracia conmigo.
Ella es mi fortaleza, ella me da consejo y favor. Más poderosa es que todos los enemigos, y más sabia que todos los sabios.

6. Ella enseña la verdad, da la ciencia, alumbra el corazón, consuela en las aflicciones, destierra la tristeza, quita el temor, alimenta la devoción, produce lágrimas afectuosas.
¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco y un tronco inútil y desechado?
"Asístame, pues, Señor, tu gracia, para estar siempre atento a emprender, continuar y perfeccionar buenas obras, por tu Hijo Jesucristo. Amén" (Domingo 16 después de Pentecostés).

Capítulo 56

Que debemos negarnos a nosotros mismos
y asemejarnos a Cristo por la cruz

Jesucristo.- 1. Hijo, cuanto puedes salir de ti, tanto puedes pasarte a mí.
Así como no desear nada exteriormente produce la paz interior, así el negarse interiormente causa la unión con Dios.
Quiero que aprendas la perfecta renuncia de ti mismo en mi voluntad, sin réplica ni queja.
Sígueme: "Yo soy camino, verdad y vida" (Jn 14,6).
Sin camino no se anda; sin verdad no se conoce; sin vida no se vive.

Yo soy el camino que debes seguir, la verdad que debes creer, la vida que debes esperar.
Yo soy camino inviolable, verdad infalible, vida interminable.
Yo soy camino muy derecho, verdad suma, vida verdadera, vida bienaventurada, vida increada.
Si permanecieres en mi camino, "conocerás la verdad, y la verdad te librará, y alcanzarás la vida eterna" (Jn 8,32).

"Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19,17).

Si quieres conocer la verdad, créeme a mí.

"Si quieres ser perfecto, vende todas las cosas" (Mt 19,21).
"Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo" (Mt 16,24).

Si quieres poseer la vida bienaventurada, desprecia la presente.
Si quieres ser ensalzado en el cielo, humíllate en el mundo.
Si quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo.
Porque sólo los siervos de la cruz hallan el camino de la bienaventuranza y de la luz verdadera.

El alma.- 2. Señor, Jesús, pues tu camino fue estrecho y despreciado del mundo, concédeme que te imite siendo despreciado del mundo.
Pues "no es mejor el siervo que su señor, ni el discípulo es mejor que el maestro" (Mt 10,24).

Ejercítese tu siervo en tu vida, pues en ella está mi salud y la santidad verdadera.
Cualquier cosa que fuera de ella oigo o leo, no me recrea ni satisface cumplidamente.

Jesucristo.- 3. Hijo, pues "sabes esto" y lo has "leído todo, si lo hicieres, serás bienaventurado" (Jn 13,17).
"El que abraza mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y yo lo amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21), y le haré sentar conmigo en el reino de mi Padre.

El alma.- 4. Señor, Jesús, como lo dijiste y prometiste, así se haga y pueda yo merecerlo; recibí de tu mano la cruz; yo la llevaré hasta la muerte así como tú me la pusiste.
Verdaderamente, la vida del buen religioso es cruz, pero guía al paraíso.
Ya hemos comenzado; no se debe volver atrás, ni conviene dejarla.

5. ¡Ea!, hermanos, vamos juntos; Jesús será con nosotros.
Por Jesús tomamos esta cruz, por Jesús perseveremos en ella.
Será nuestro auxiliador el que es nuestro capitán y fue nuestro ejemplo.

Mirad a nuestro Rey, que va delante de nosotros y peleará por nosotros.
Sigámosle varonilmente; nadie tema los terrores; estemos preparados "a morir con ánimo en la batalla, y no demos tal afrenta a nuestra gloria que huyamos" (1Mac 9,10) de la cruz.

Capítulo 57

Que no debe acobardarse demasiado
el que cae en algunas faltas

Jesucristo.- 1. Hijo, más me agradan la humildad y paciencia en la adversidad que el mucho consuelo y devoción en la prosperidad.
¿Por qué te entristece una pequeña cosa dicha contra ti?
Aunque más fuera, no debieras inquietarte.
Mas ahora déjala pasar, porque no es la primera, ni nueva, ni será la última si mucho vivieres.
Harto esforzado eres cuando ninguna cosa contraria te viene.
Aconsejas bien y sabes alentar a otros con palabras; pero cuando viene a tu puerta alguna repentina tribulación, luego te falta consejo y esfuerzo.
Mira tu gran fragilidad, que experimentas a cada paso en pequeñas ocasiones; mas todo este mal que te sucede es para tu aprovechamiento.

2. Apártalo como mejor supieres de tu corazón, y si llegó a tocarte, no permitas que te abata ni te enrede mucho tiempo.
Sufre a lo menos con paciencia, si no puedes con alegría.
Y si oyes algo contra tu gusto y te sientes irritado, refrénate y no dejes salir de tu boca alguna palabra desordenada que pueda escandalizar a los débiles.
Presto se aquietará el ímpetu excitado en tu corazón, y el dolor interior se dulcificará con la vuelta de la gracia.
Aún vivo yo -dice el Señor-, dispuesto para ayudarte y para consolarte más de lo acostumbrado, si confías en mí y me llamas con devoción.

3. Ten buen ánimo y apercíbete para trances mayores.
Aunque te veas muchas veces atribulado, o gravemente tentado, no por eso está ya todo perdido. Hombre eres y no dios; carne y no ángel.
¿Cómo podrás tú estar siempre en un mismo estado de virtud, cuando le faltó al ángel en el cielo y al primer hombre en el paraíso?
Yo soy el que levanta con entera salud a los que lloran, y traigo a mi divinidad los que conocen su flaqueza.

El alma.- 4. Señor, bendita sea tu palabra "dulce para mi boca más que la miel y el panal" (Sal 18,11).
¿Qué haría yo en tantas tribulaciones y angustias, si tú no me animases con tus santas palabras?
Con tal que al fin llegue yo al puerto de salvación, ¿qué se me da de cuanto hubiere padecido?
Dame buen fin; dame una dulce partida de este mundo.
Acuérdate de mí, Dios mío, y guíame por camino derecho a tu reino. Amén.

Capítulo 58

Que no se deben escudriñar las cosas altas
y los juicios ocultos de Dios

Jesucristo.- 1. Hijo, guárdate de disputar de materias altas y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado.
Estas cosas exceden a toda humana capacidad, y no basta razón ni disputa alguna para investigar el juicio divino.
Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del profeta: "Justo eres, Señor, y justo tu juicio" (Sal 118,75).

Y también: "Los juicios del Señor son verdaderos y justificados en sí mismos" (Sal 18,10).

Mis juicios han de ser temidos, no examinados; porque no se comprenden con entendimiento humano.

2. Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimientos de los santos, cuál sea más santo o mayor en el reino de los cielos.
Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho, y crean soberbia y vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando uno quiere preferir imprudentemente un santo y otro quiere a otro.
Querer saber e inquirir tales cosas ningún fruto trae, antes desagrada mucho a los santos, "porque yo no soy Dios de discordia, sino de paz" (1Cor 14,33), la cual consiste más en la verdadera humildad que en la propia estima.

3. Algunos con celo de amor se aficionan a unos santos más que a otros; pero más por afecto humano que divino.
Yo soy el que hice a todos los santos; yo les di la gracia; yo les he dado la gloria.

Yo sé los méritos de cada uno; "yo les previne con bendiciones de mi dulzura" (Sal 20,4).

Yo conocí mis amados antes de los siglos; "yo los escogí del mundo, y no ellos a mí" (Jn 15,19).

Yo los llamé por gracia y atraje por misericordia; yo los llevé por diversas tentaciones.
Yo les envié grandes consolaciones, les di la perseverancia y coroné su paciencia.

4. Yo conozco al primero y al último. Yo los abrazo a todos con amor inestimable.
Yo soy digno de ser alabado en todos mis santos y ensalzado sobre todas las cosas; yo debo ser honrado por cada uno de cuantos he engrandecido y predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo.
Por eso, quien despreciare a uno de mis pequeñuelos, no honra al grande, porque "yo hice al grande y al pequeño" (Sab 6,8).

Y el que quisiere deprimir alguno de los santos, a mí me deprime y a todos los demás del reino de los cielos.
Todos son una misma cosa por el vínculo de la caridad; todos tienen un mismo parecer y un mismo querer, y todos se aman recíprocamente.

5. Y, sobre todo, más me aman a mí que a sí mismos y a todos sus merecimientos.
Porque elevados sobre sí y libres de su propio amor, se pasan del todo al mío, y en él descansan con gozo inexplicable.
No hay cosa que los pueda apartar ni derribar, porque, llenos de la verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad.
Callen, pues, los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los santos, pues no saben amar sino los gozos particulares. Quitan y ponen según su inclinación, no como agrada a la eterna Verdad.

6. Hácelo en muchos la ignorancia; mayormente en los que entienden poco de espíritu y con dificultad saben amar a alguno con perfecto amor espiritual; y aún los lleva mucho el afecto natural y la amistad humana, con la cual se inclinan más a unos que a otros; y así como sienten de las cosas terrenas, así imaginan de las celestiales.
Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos y lo que saben los varones espirituales por la revelación divina.

7. Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de las cosas que exceden a tu alcance; trabaja más bien y procura que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios.
Y aunque uno supiese quién es más santo que otro, o el mayor en el reino del cielo, ¿de qué le servirá el saberlo si no se humillase delante de mí por este conocimiento y no se levantase a alabar más puramente mi nombre?
Mucho más agradable es a Dios el que piensa en la gravedad de sus propios pecados y en la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los santos, que el que porfía cuál será mayor o menor entre ellos.
Mejor es rogar a los santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón invocar su favor, que escudriñar sus secretos con inútil investigación.

8. Ellos están cumplidamente contentos si los hombres saben contentarse y refrenar la vanidad de sus lenguas.
No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se atribuyen a sí mismos, sino todo a mí; porque yo les di todo cuanto tienen con infinita caridad.
Llenos están de tanto amor a la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna parte de gloria les falta, ni les puede faltar cosa alguna de bienaventuranza.
Todos los santos, cuanto más altos están en la gloria, tanto más humildes son en sí mismos, y están más cercanos a mí, y son más amados de mí.

Por lo cual está escrito que "abatieron sus coronas delante de Dios, y se postraron rostro por tierra delante del Cordero, y adoraron al que vive por los siglos de los siglos" (Ap 4,10; 5,14).

9. Muchos preguntan "quién es el mayor en el reino de Dios" (Mt 18,1), que no saben si serán dignos de ser contados con los ínfimos.
Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque "todos se llamarán" y serán "hijos de Dios" (Rom 9,26).
Pues cuando preguntaron los discípulos quién fuese mayor en el reino de los cielos, tuvieron esta respuesta:
"Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos".
"Por eso, cualquiera que se humillare como niño, aquel será el mayor en el reino de los cielos" (Mt 18,3).

10. ¡Ay de aquellos que se desdeñan de humillarse de voluntad con los pequeñitos, porque la puerta humilde y angosta del reino celestial no les permitirá entrar!
"¡Ay también de los ricos que tienen aquí sus deleites" (Lc 6,24), porque cuando entraren los pobres en el reino de Dios, quedarán ellos fuera llorando!
Alegraos los humildes y regocijaos "los pobres, que vuestro es el reino de Dios" (Lc 6,20), con tal que andéis en el camino de la verdad.

Capítulo 59

Que toda la esperanza y confianza se debe poner sólo en Dios

El alma.- 1. Señor, ¿cuál es mi confianza en esta vida, o cuál mi mayor contento de cuantos hay debajo del cielo?
¿Por ventura no eres tú mi Dios y Señor, cuyas misericordias no tienen número?
¿Dónde me fue bien sin ti?, o cuándo me pudo ir mal estando tú presente?
Más quiero ser pobre por ti que rico sin ti.
Por mejor tengo peregrinar contigo en la tierra que sin ti poseer el cielo. Donde tú estás, allá está el cielo, y donde no, el infierno y la muerte.
A ti se dirige todo mi deseo, y por eso no cesaré de orar, gemir y clamar en pos de ti.
En fin, yo no puedo confiar del todo en alguno que me ayude oportunamente en mis necesidades, sino en ti solo, Dios mío.
Tú eres mi esperanza y mi confianza; tú mi consolador y el amigo más fiel en todo.

2. "Todos buscan su interés" (Flp 2,21); tú buscas solamente mi salud y mi aprovechamiento, y todo me lo conviertes en bien.
Aunque algunas veces me dejes en diversas tentaciones y adversidades, todo lo ordenas para mi provecho; que sueles de mil modos probar a tus escogidos.
En esta prueba no menos debes ser amado y alabado que si me colmases de consolaciones celestiales.

3. En ti, pues, Señor Dios, pongo toda mi esperanza y refugio; en tus manos dejo todas mis tribulaciones y angustias; porque fuera de ti todo lo hallo débil e inconstante.
Porque no me aprovecharán los muchos amigos, ni podrán ayudarme los defensores poderosos, ni los consejeros discretos darme respuesta conveniente, ni los libros doctos consolarme, ni cosa alguna preciosa librarme, ni algún lugar secreto y delicioso asegurarme, si tú mismo no me auxilias, ayudas, esfuerzas, consuelas, enseñas y guardas.

4. Porque todo lo que parece conducente para tener paz y felicidad es nada si tú estás ausente, ni da sino una sombra de felicidad.
Tú eres, pues, fin de todos los bienes, alteza de vida y abismo de sabiduría, y esperar en ti sobre todo es grandísima consolación para tus siervos.
A ti, Señor, levanto mis ojos; en ti confió, Dios mío, Padre de misericordias.
Bendice y santifica mi alma con bendición celestial, para que sea morada santa tuya y silla de tu gloria eterna, y no haya en este templo tuyo cosa que ofenda los ojos de tu Majestad soberana.
Mírame según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de tus misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado lejos en la región de la sombra de la muerte.
Defiende y conserva el alma de este tu siervecillo entre tantos peligros de la vida corruptible, y acompañándola tu gracia, guíala por el camino de la paz a la patria de la perpetua claridad. Amén.