Libro
Cuarto
DEL
SANTÍSIMO SACRAMENTO
Exhortación
devota a la sagrada comunión
Jesucristo.-
"Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, y yo os
aliviaré", dice el Señor (Mt 11,28).
"El pan que yo
daré es mi carne por la vida del
mundo" (Jn 6,52).
"Tomad y comed: este es mi
cuerpo, que será entregado por vosotros. Haced esto en memoria de
mí" (Lc 22,19; 1Cor 11,24).
"El que come mi carne y bebe mi
sangre está en
mí y yo en él" (Jn 6,57).
"Las palabras que os he dicho, espíritu y vida
son" (Jn 6,64).
Capítulo
1
Con
cuánta reverencia se ha de recibir a Jesucristo
El
Alma.-
1. Estas son tus palabras, ¡oh Cristo, Verdad eterna!, aunque no fueron dichas en un
tiempo ni escritas en un mismo lugar.
Y pues son
tuyas y verdaderas, debo yo recibirlas con gratitud y con fe.
Tuyas son,
pues tú las dijiste; y también son mías, pues las dijiste por mi
salud.
Muy de grado las recibo de tu boca, para que
más profundamente se graben en mi corazón.
Anímanme
palabras de tanta piedad, llenas de dulzura y de amor; mas
mis propios pecados me espantan, y mi mala conciencia me retrae de recibir tan altos misterios.
La dulzura de tus palabras me convida; mas la multitud de mis vicios me oprime.
2. Me mandas que me llegue a ti con gran
confianza si quiero tener parte contigo, y que reciba el manjar de la
inmortalidad si deseo alcanzar vida y gloria para siempre.
Dices:
"Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os
recrearé" (Mt 11,28).
¡Oh
dulce y amable palabra en los oídos del pecador! ¡Que
tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu
santísimo cuerpo!
Mas, ¿quién soy yo, Señor, para que presuma
llegar a
ti?
Veo que no cabes en los cielos de los
cielos, y
tú dices: "¡Venid a mí todos!".
3. ¿Qué quiere decir esta tan
piadosísima dignación y este tan amistoso convite?
¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar?
¿Cómo te hospedaré en mi
casa yo, que tantas veces ofendí tu benignísima presencia?
Los ángeles y arcángeles
tiemblan; los santos y justos temen, y tú dices: "!Venid a mí todos!".
Si
tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería?
Y si
tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?
4. Noé, varón justo, trabajó cien años en fabricar
un arca para guarecerse en ella con pocas personas; pues, ¿cómo podré yo en una hora prepararme para recibir con reverencia al que fabricó el mundo?
Moisés, tu gran siervo y tu amigo especial, hizo
un arca de madera incorruptible, y la guarneció de oro purísimo para poner en ella las
Tablas de la Ley; y yo, pobre criatura podrida, żosaré recibirte tan fácilmente a ti, hacedor de la
Ley y dador de la vida?
Salomón, el más sabio de los reyes de Israel, edificó en siete años un magnífico
templo en honor de tu nombre y celebró por ocho días la fiesta de su dedicación; ofreció mil hostias pacíficas y colocó solemnemente el
arca del Testamento, con músicas y regocijos, en el lugar que le estaba preparado.
Y yo, miserable y
el más pobre de los hombres, ¿cómo te introduciré en mi casa, que difícilmente estoy con devoción media hora?
¡Y ojalá que alguna vez gastase bien media hora!
5. ¡Oh Dios mío! ¿Qué no hicieron aquellos por agradarte?
Mas, ¡ay de mí! ¡Cuán poco es lo que yo hago! ¡Qué corto tiempo gasto en prepararme para la
comunión!
Rara vez estoy del todo recogido, y rarísima me veo libre de toda distracción.
Y en
verdad que en tu saludable y divina presencia no debiera ocurrirme pensamiento alguno poco decente, ni ocuparme criatura
alguna, porque no voy a hospedar a algún ángel, sino al Señor de los ángeles.
6. Además hay grandísima diferencia entre el
arca del Testamento con cuanto contenía y tu purísimo
cuerpo con sus inefables virtudes; entre aquellos sacrificios de la
Ley antigua, que figuraban los venideros, y el sacrificio de tu cuerpo, que es el cumplimiento de todos los sacrificios antiguos.
7. ¿Por qué, pues, no me inflamo más en tu venerable presencia? ¿Por qué no me dispongo con mayor cuidado para
recibir tu sacramento, al ver que aquellos antiguos santos patriarcas y profetas, reyes y príncipes, con todo su pueblo, mostraron tanta devoción al culto divino?
8. El devotísimo rey David bailó con toda su fuerza delante del arca de Dios, acordándose de los beneficios hechos en otro tiempo a
sus padres. Hizo diversos instrumentos músicos, compuso
salmos y ordenó que se cantasen con alegría; y aun él mismo los cantó frecuentemente
al arpa, inspirado de la gracia del Espíritu Santo; enseñó al pueblo de Israel a alabar a Dios de todo corazón y bendecirle y celebrarle cada día con voces acordes.
Pues si tanta era entonces la devoción y tanto se pensó en alabar a Dios delante del Arca del
testamento, ¿cuánta reverencia y devoción debo yo
ahora tener, y todo el pueblo cristiano, en presencia del
Sacramento y al recibir el santísimo cuerpo de Cristo?
9. Muchos corren a diversos lugares para visitar las reliquias de los
santos, y se maravillan de oír sus hechos; admiran los grandes edificios de los
templos y besan los sagrados huesos, guardados en oro y seda.
¡Y tú estás aquí presente delante de mí en el altar, Dios mío, Santo de los
santos,
Creador de los hombres y Señor de los ángeles!
Muchas veces los hombres hacen aquellas visitas por la novedad y por la curiosidad de ver cosas que no han visto; y así es que sacan muy poco fruto de enmienda, mayormente cuando andan con liviandad, de una parte a otra, sin contrición verdadera.
Mas aquí en el
Sacramento del altar estás todo presente, Cristo Jesús mío, Dios y hombre; aquí
se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces que
eres recibido digna y devotamente.
Y a esto no nos trae ninguna liviandad ni curiosidad o
sensualidad, sino la fe firme, la esperanza devota y la pura caridad.
10. ¡Oh Dios invisible,
Creador del mundo, cuán maravillosamente lo haces con nosotros!
¡Cuán suave y graciosamente
lo ordenas con tus escogidos, a los cuales te ofreces a ti mismo en este
Sacramento para que te reciban!
Esto, en verdad, excede sobre todo entendimiento; esto especialmente cautiva los corazones de los devotos y enciende su afecto.
Porque los verdaderos fieles
tuyos que se disponen para enmendar toda su vida, de este
Sacramento dignísimo reciben continuamente
abundante gracia de devoción y amor de la virtud.
11. ¡Oh admirable y escondida gracia de
este Sacramento, la cual conocen solamente los fieles de Cristo! Pero los infieles y los que sirven al
pecado no la pueden gustar.
En este
Sacramento se da la gracia espiritual, se repara en el alma la virtud
perdida y se recobra la hermosura afeada por el pecado.
Tanta es algunas veces esta gracia, que de la abundante devoción que
causa no solo el alma, sino el cuerpo flaco siente haber recibido
mayores fuerzas.
12. Pero es muy mucho de sentir y de llorar nuestra tibieza y negligencia, porque no nos movemos con mayor afecto a recibir a Cristo, en quien consiste toda la esperanza y el mérito de los que se han de salvar.
Porque
Él es nuestra santificación y redención;
Él nuestro consuelo en esta peregrinación y el gozo eterno de los
santos.
Y así, es muy digno de llorarse el poco caso que muchos hacen de este saludable
Sacramento, el cual alegra al cielo y conserva al universo mundo.
¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que tan poco atiende a tan inefable don, y por la mucha frecuencia ha venido a reparar menos en él!
13. Porque si este sacratísimo sacramento se celebrase en un solo lugar y se consagrase por un solo sacerdote en todo el mundo, ¿con cuánto deseo y afecto acudirían los hombres a
aquel lugar y a aquel sacerdote de Dios, para verlo celebrar los divinos misterios?
Mas ahora hay muchos
sacerdotes y se ofrece Cristo en muchos lugares, para que se muestre tanto mayor la gracia y amor de Dios al hombre, cuanto la sagrada
Comunión es más liberalmente difundida por el mundo.
Gracias a
ti, buen Jesús, pastor eterno que te dignaste recrearnos a nosotros, pobres y desterrados, con tu precioso cuerpo y sangre; y
convidarnos con palabras de tu propia boca a recibir estos misterios, diciendo:
"Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os
aliviaré" (Mt 11,28).
Capítulo
2
Que Dios muestra al hombre gran
bondad
y caridad en este sacramento
El
Alma.-
1. Señor, confiado en tu bondad y gran misericordia, vengo yo, enfermo, al médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al
Rey del cielo; siervo, al Señor; criatura, al Creador; desconsolado, a mi piadoso consolador.
Mas,
¿de dónde a mí tanto bien que tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me des a
ti mismo?
¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de
ti? Y tú, ¿cómo te dignas de venir al pecador?
Tú conoces a tu
siervo y sabes que ningún bien tiene por donde merezca que
tú le hagas este beneficio.
Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu
bondad, alabo tu piedad y te doy gracias por tu extremada caridad.
Pues así lo haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por ti mismo, para darme a conocer mejor tu
bondad, para que se me infunda mayor caridad y se recomiende más la humildad.
Y
pues así te agrada a ti, y así mandaste que se
hiciese, también me agrada a mí que tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad!
2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias, acompañadas de perpetua alabanza, te son debidas, por habernos dado tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar!
Mas, ¿qué pensaré en esta comunión,
al llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar
debidamente y, sin embargo, deseo recibir con devoción?
¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré sino humillarme profundamente delante de
ti y ensalzar tu infinita bondad sobre mí?
Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu
Majestad en el abismo de mi bajeza.
3. Tú eres el Santo de los
santos y yo el más
vil de los pecadores.
Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte.
Tú vienes a mí, tú quieres estar conmigo, tú me convidas a tu mesa.
Tú me quieres dar a comer el manjar
celestial y el pan de los ángeles, que no es otra cosa, por cierto, sino tú mismo,
"pan vivo que descendiste del cielo y das vida al
mundo" (Jn 6,33.51).
4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación y
cuántas gracias y alabanzas te son debidas por esto!
¡Oh, cuán saludable y provechoso designio tuviste en la institución de este
sacramento! ¡Cuán suave es y cuán agradable este
convite en que te das a ti mismo por manjar!
¡Oh,
cuán admirables son tus obras, Señor! ¡Cuán poderosa
tu virtud! ¡Cuán inefable tu verdad!
Pues tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que tú mandaste.
5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al entendimiento humano, que tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido entero debajo de las especies de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe.
Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste habitar entre nosotros por medio de este
sacramento.
Conserva mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y limpia conciencia pueda celebrar
frecuentemente y recibir para mi eterna salvación
tus misterios, que ordenaste y estableciste principalmente para honra tuya
y memoria continua.
6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y consuelo tan singular que te fue dejado en este valle de lágrimas.
Porque
cuantas veces te acuerdas de este misterio y recibes el
cuerpo de Cristo, tantas renuevas la obra de tu
redención y te haces participante de todos sus
merecimientos.
Porque la caridad de Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de su misericordia nunca mengua.
Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del
alma y meditar con atenta consideración este gran misterio de salud.
Así te debe parecer tan grande, tan nuevo y agradable cuando celebras u oyes
misa, como si fuese el mismo día en que Cristo, descendiendo en el vientre de la Virgen, se hizo hombre; o aquel en que, puesto en la
cruz, padeció y murió por la salud de los hombres.
Capítulo
3
Que es provechoso comulgar con
frecuencia
El Alma.-
1. A ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado y regocijarme en tu santo convite, que
"en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre"
(Sal 67,11).
En ti está cuanto puedo y debo desear; tú eres mi salud y redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria.
"Alegra", pues, hoy
"el alma de tu siervo, porque a ti, Señor" Jesús,
"he levantado mi espíritu" (Sal 85,4).
Deseo yo recibirte ahora con devoción y
reverencia; deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca, como Zaqueo, tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán.
Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.
2. Date, Señor, a mí, y me basta; porque sin ti ninguna consolación satisface.
Sin ti no puedo
existir, y sin tu visitación no puedo vivir.
Por eso me conviene llegarme muchas veces a
ti y recibirte para remedio de mi salud, porque no desmaye en el
camino si fuere privado de este manjar celestial.
Pues tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y curando diversas enfermedades, dijiste:
"No quiero consentir que se vayan ayunos a su casa, porque no desmayen en el
camino" (Mt 15,32).
Haz, pues, ahora conmigo de esta
suerte, pues te quedaste en el sacramento para consuelo de los fieles.
Tú eres suave alimento
de mi alma, y quien te comiere dignamente será participante y heredero de la gloria eterna.
Yo, que tantas veces caigo y peco, tan presto me entibio y desmayo, necesito verdaderamente renovarme, purificarme y
enfervorizarme por la frecuencia de oraciones y
confesiones y de la sagrada participación de tu
cuerpo, no sea que absteniéndome de comulgar por mucho tiempo, decaiga de mi santo propósito.
3.
"Porque las inclinaciones del hombre son hacia lo malo desde su
juventud" (Gén
8,21); y si no le socorre la medicina celestial, al punto va
de mal en
peor.
Así
que la santa comunión retrae de lo malo y conforta en lo bueno.
Y si ahora que comulgo o celebro soy tan negligente y tibio, ¿qué sucedería si no tomase tal medicina y si no buscase auxilio tan grande?
Y aunque no esté preparado cada día, ni bien dispuesto para celebrar, procuraré, sin embargo, recibir los divinos misterios en los tiempos convenientes, para hacerme participante de tanta gracia.
Porque el principal consuelo del alma fiel, mientras peregrina
lejos de ti, unida a un cuerpo mortal, es acordarse frecuentemente de su
Dios y recibir a su Amado con devoto corazón.
4. ¡Oh admirable dignación de tu clemencia para
nosotros, que tú, Señor Dios, Creador y vivificador de todos los espíritus, te dignas de venir a una pobrecilla alma, y satisfacer su hambre con toda tu divinidad y humanidad!
¡Oh feliz espíritu y dichosa alma la que merece recibir con devoción a su Dios y Señor y rebosar así de gozo espiritual!
¡Oh, qué Señor tan grande recibe, qué huésped tan amable aposenta, qué compañero tan agradable admite, qué amigo tan fiel elige, qué esposo abraza tan noble y tan
hermoso y más amable que todo cuanto se puede amar ni desear!
Callen en tu presencia, mi dulcísimo
Amado, el cielo y la tierra con todo su ornato, porque todo cuanto tienen de esplendor y de hermosura lo han recibido de tu
generosa bondad, y nunca pueden aproximarse a la gloria de tu nombre,
"cuya sabiduría es infinita" (Sal
141,5).
Capítulo
4
Que se conceden muchos bienes
a los que devotamente comulgan
El Alma.-
1. Señor, Dios mío, "prevén a tu siervo con las bendiciones de tu dulzura"
(Sal 20,4) para que merezca llegar digna y devotamente a tu sublime
sacramento.
Mueve mi corazón hacia
ti y sácame de este grave entorpecimiento; visítame con tu gracia saludable, para que pueda gustar en espíritu
tu suavidad, cuya plenitud se halla en este sacramento como en su fuente.
Alumbra también mis ojos, para que pueda mirar tan alto
misterio, y esfuérzame para creerlo con firmísima fe.
Porque obra tuya es, y no poder humano; sagrada institución tuya, y no invención de hombres.
Ninguno ciertamente es capaz por sí mismo de entender cosas tan
altas que aun a la sutileza angélica exceden.
Pues yo, pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y entender de tan alto secreto?
2. Señor, con sencillez de corazón, con fe firme y sincera, y por mandato tuyo, me acerco a ti con reverencia y
confianza, y creo verdaderamente que estás aquí presente en el sacramento como Dios y como hombre.
Pues quieres, Señor, que yo te
reciba y que me una contigo en caridad.
Por eso suplico a tu clemencia, y pido la gracia especial de que todo me deshaga en
ti y rebose de amor, y que no cuide ya de ninguna otra consolación.
Porque este altísimo y dignísimo
sacramento es la salud del alma y del cuerpo, medicina de toda enfermedad espiritual, con la cual se curan mis vicios, refrenándose
mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, dase mayor gracia, la virtud comenzada crece, confirmase la fe, esfuérzase la
esperanza y se enciende y dilata la caridad.
3. Porque muchos bienes has dado y das siempre en este
sacramento a tus amados, que devotamente comulgan, Dios mío, huésped de mi alma, reparador de la enfermedad
humana y dador de toda consolación interior.
Tú les infundes mucho consuelo contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio desprecio, y con una nueva gracia los recreas y alumbras
interiormente; y así, los que antes de la comunión estaban inquietos y sin devoción, después, recreados con este
manjar y bebida celestial, se hallan muy mejorados.
Y esto lo haces de gracia con tus
escogidos para que conozcan verdaderamente y experimenten a las claras cuánta flaqueza tienen
de sí mismos, y cuán grande bondad y gracia alcanzan de tu clemencia.
Porque siendo por sí mismos fríos, duros e indevotos, de ti reciben el estar fervorosos, devotos y alegres.
Pues, ¿quién, llegando humildemente a la fuente de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura?
¿O
quién está cerca de algún gran
fuego que no reciba algún calor?
Tú eres fuente llena, que siempre mana y rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga.
4. Por esto, si no me es dado sacar agua de la abundancia de la fuente,
ni beber hasta hartarme, pondré siquiera mis labios a la boca del caño celestial, para que, a lo menos, reciba de allí alguna
gotilla para templar mi sed y no secarme enteramente.
Y si no puedo ser todo
celestial y tan abrasado como los querubines y serafines, trabajaré, a lo menos, por hacerme
devoto y disponer mi corazón para adquirir siquiera una pequeña llama del divino incendio, mediante la humilde comunión de este
divino sacramento.
Pero todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo tú benigna y graciosamente por mí, pues tuviste por bien de llamar a
todos diciendo:
"Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os
recrearé" (Mt 11,28).
5. Yo, pues, trabajo con sudor de mi rostro, soy atormentado con dolor de mi corazón, estoy cargado de pecados, combatido de tentaciones, envuelto y oprimido de muchas pasiones, y no hay quien me valga, no hay quien me libre y
salve sino tú, Señor Dios, Salvador mío, a quien me encomiendo y todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna.
Recíbeme para honra y gloria de tu
nombre, pues me dispusiste tu cuerpo y sangre en manjar y bebida.
Concédeme, Señor Dios, Salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la frecuencia de este soberano misterio.
Capítulo
5
De la dignidad del sacramento y del estado sacerdotal
Jesucristo.-
1. Aunque tuvieses la pureza de los ángeles, y la santidad de san Juan Bautista, no serías digno de recibir ni manejar este sacramento.
Porque no cabe en merecimiento humano que el hombre consagre y tenga en sus manos el sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles.
Grande es este
misterio y grande es la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es concedido a los ángeles.
Pues sólo los sacerdotes,
rectamente ordenados en la Iglesia, tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo.
El sacerdote es ministro de Dios, cuyas palabras usa por su mandamiento y ordenación; mas Dios es allí el principal autor y obrador invisible, a cuya voluntad todo está
sujeto y a cuyo mandamiento todo obedece.
2.
Debes, pues, creer a Dios todopoderoso en este sublime sacramento más que a tus propios sentidos y a las señales visibles.
Y por eso debe el hombre llegar a este misterio con temor y reverencia.
Reflexiona sobre ti
mismo y mira que tal es el ministerio que te ha sido encomendado por la imposición de las manos del obispo.
Has sido hecho sacerdote y ordenado para celebrar; cuida, pues, de ofrecer a Dios este sacrificio con fe y devoción en el tiempo conveniente, y de mostrarte irreprensible.
No has aliviado tu carga; antes bien, estás atado con más estrecho vínculo
de observancia y obligado a mayor perfección de santidad.
El sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes, y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida.
Su
trato no ha de ser como el de los hombres comunes, sino como el de los ángeles en el
cielo o el de los varones perfectos en la tierra.
3. El sacerdote, vestido de las vestiduras sagradas, tiene el lugar de Cristo para rogar devota y humildemente a Dios por sí y por todo el pueblo.
Él tiene la señal de la cruz de Cristo delante de sí y en las espaldas, para que continuamente tenga memoria de su sacratísima pasión.
Delante de sí, en la
casulla trae la cruz, para que mire con diligencia las pisadas de Cristo, y
se esfuerce en seguirle con fervor.
En las espaldas está también señalado de la
cruz para que sufra con paciencia por Dios cualquiera injuria que otro le hiciere.
La cruz lleva delante, para que llore sus pecados, y detrás la lleva para llorar por compasión los ajenos, y para que sepa que es medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar ni ofrecer el santo sacrificio hasta que merezca alcanzar la gracia y misericordia divina.
Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles y edifica a la
Iglesia; ayuda a los vivos, da descanso a los difuntos y hácese participante de todos los bienes.
Capítulo
6
Pregúntase qué debe hacerse antes
de la comunión
El
Alma.- 1. Señor, cuando pienso en tu dignidad y mi vileza, tengo gran temblor y me hallo confuso.
Porque si no me llego a ti, huyo de la vida; y si indignamente me atrevo, incurro en tu ofensa.
Pues,
¿qué haré, Dios mío, ayudador mío, consejero mío en las necesidades?
Enséñame tú el camino derecho; propónme algún ejercicio
breve conveniente para la sagrada
comunión.
Porque es útil saber de qué modo deba yo preparar mi corazón devotamente y con reverencia para recibir saludablemente tu
sacramento o para celebrar tan grande y divino sacrificio.
Capítulo
7
Del examen de la propia conciencia
y del propósito de la enmienda
Jesucristo.-
1. Sobre todas las cosas es necesario que el sacerdote de Dios llegue a celebrar,
tratar y recibir este sacramento con grandísima humildad de corazón y con devota reverencia, con entera fe y con piadosa intención de la honra de Dios.
Examina diligentemente tu conciencia, y, según tus fuerzas, límpiala adórnala con verdadero dolor y humilde confesión, de manera que no tengas o sepas cosa grave que te remuerda y te impida llegar libremente al sacramento.
Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por las faltas diarias duélete y gime más particularmente.
Y si el tiempo lo permite, confiesa a Dios todas las miserias de tus pasiones en lo secreto de tu corazón.
2. Llora y duélete de que aún eres tan carnal y mundano, tan poco mortificado en las pasiones, tan lleno de movimientos de
concupiscencia.
Tan poco diligente en la guarda de los sentidos exteriores, tan envuelto muchas veces en vanas
imaginaciones.
Tan inclinado a las cosas exteriores, tan negligente
a las
interiores.
Tan fácil a la risa y a la disipación, tan duro para las lágrimas y la
compunción.
Tan dispuesto a la relajación y regalos de la carne, tan perezoso al rigor y al
fervor.
Tan curioso para oír novedades y ver cosas
hermosas, tan remiso en abrazar las humildes y
despreciadas.
Tan codicioso de
tener mucho, tan encogido en dar, tan avariento en
retener.
Tan inconsiderado en hablar, tan poco detenido en
callar.
Tan descompuesto en las costumbres, tan indiscreto en las
obras.
Tan desordenado en el comer, tan sordo a
la palabra de Dios.
Tan presto para holgarte, tan tardío para
trabajar.
Tan despierto para oír hablillas, y tan soñoliento para velar en
oración.
Tan impaciente por llegar al fin, y tan vago en la
atención.
Tan negligente en el rezo, tan tibio en la
misa, tan indevoto en la
comunión.
Tan a menudo distraído, tan raras veces enteramente
recogido.
Tan prontamente conmovido a la ira, tan fácil para disgustar a los
demás.
Tan propenso a juzgar, tan riguroso en
reprender.
Tan alegre en la prosperidad, tan abatido en la
adversidad.
Tan fecundo en
buenos propósitos, y tan estéril en ponerlos por obra.
3. Después de haber confesado y llorado estos y otros defectos con dolor y gran disgusto de tu propia fragilidad, propón firmemente de enmendar siempre tu
vida y mejorarla de allí adelante.
Enseguida, con absoluta y entera voluntad, ofrécete a ti mismo, para gloria de mi nombre, en el altar de tu corazón, como sacrificio perpetuo, encomendándome a mí con entera fe el cuidado de tu cuerpo y de tu
alma, para que de esta manera merezcas llegar dignamente a ofrecer
a Dios el santo sacrificio, y recibir saludablemente el sacramento de mi cuerpo.
4. Pues no hay ofrenda más
digna ni mayor satisfacción para borrar los
pecados que ofrecerse a sí mismo pura y enteramente a
Dios con el sacrificio del cuerpo de Cristo en la misa y comunión.
Si el hombre hiciere lo que está de su
parte y se arrepintiere verdaderamente, cuantas veces acudiere a mí por perdón y gracia:
"Vivo yo -dice el Señor-, que no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y
viva, que no me acordaré más de sus
pecados", sino que todos le serán perdonados (Ez
32,11; 18,22).
Capítulo
8
Del ofrecimiento de Cristo en la
cruz
y de la propia resignación
Jesucristo.-
1. Así como yo, con las manos extendidas en la cruz y todo el cuerpo desnudo,
me ofrecí voluntariamente a Dios Padre por tus pecados,
de modo que nada me quedó que no pasase en sacrificio para reconciliarte con
Dios.
Así debes tú también ofrecérteme cada día en la
misa en ofrenda pura y santa, cuanto más entrañablemente puedas, con toda la
voluntad y con todas tus fuerzas y deseos.
¿Qué otra cosa quiero de ti más que el que te entregues a mí sin reserva?
Cualquier cosa que me
das sin ti no gusto de ella, porque no quiero tu don, sino a ti.
2. Así como no te bastarían todas las cosas sin mí, así no puede agradarme a mí cuanto me ofrecieres sin ti.
Ofrécete a mí y date todo por
Dios y será muy acepto tu sacrificio.
Mira cómo
yo me ofrecí todo al Padre por ti, y también te di todo mi cuerpo y sangre en manjar, para ser todo tuyo, y que tú quedases todo mío.
Mas si tú estás pegado a ti
mismo y no te ofreces de buena gana a mi voluntad, no es cumplida
tu ofrenda, ni será entre nosotros entera la unión.
Por
tanto, a todas tus obras debe preceder el ofrecimiento voluntario de ti mismo en las manos de Dios, si quieres alcanzar libertad y gracia.
Porque por eso
tan pocos se hacen varones ilustrados y libres en lo interior, porque no saben del todo negarse a sí mismos.
Esta es mi firme sentencia:
"El que no renunciare todas las cosas, no puede ser
mi discípulo" (Lc 14,33). Por lo cual, si tú deseas serlo, ofréceteme con todos tus deseos.
Capítulo
9
Que debemos ofrecernos a Dios con
todas
nuestras cosas y rogarle por todos
El
alma.-
1. Señor, tuyo es todo lo que está en el cielo y en la tierra.
Yo deseo ofrecerme
a ti de mi voluntad y quedar tuyo para siempre.
Señor, con sencillez de corazón me ofrezco hoy a ti por siervo perpetuo, en obsequio y sacrificio de eterna alabanza.
Recíbeme con este santo sacrificio de tu precioso
cuerpo que te ofrezco hoy en presencia de los ángeles que están asistiendo invisiblemente, para que
lo recibas por mi salud y la de todo
tu pueblo.
2. Señor, yo te presento en el altar de tu misericordia todos mis pecados y delitos, cuantos he
cometido en tu presencia y de tus santos ángeles desde el día que comencé a pecar hasta hoy, para que
tú los abrases todos juntos y los quemes con el fuego de tu caridad, quites todas las manchas de ellos, limpies mi conciencia de todo
delito y me devuelvas tu gracia, que perdí por el
pecado; perdonándome enteramente, y admitiéndome misericordiosamente al ósculo de tu paz.
3. ¿Qué puedo yo hacer por mis
pecados sino confesarlos humildemente, llorándolos e implorando tu misericordia sin cesar?
Yo
la imploro, pues, en tu divino acatamiento; óyeme propicio, Dios mío.
Aborrezco mucho todos mis pecados, y no quiero
ya cometerlos más; antes, estoy y estaré arrepentido de ellos mientras
viviere, dispuesto para hacer penitencia y satisfacer según mis fuerzas.
¡Perdóname, oh
Dios mío, perdóname mis pecados por tu santo nombre! ¡Salva mi alma, que redimiste con tu preciosa
sangre!
Vesme aquí que me encomiendo a tu misericordia, me entrego en tus manos.
Haz conmigo según tu bondad, y no según mi malicia e iniquidad.
4. También te ofrezco, Señor, todos mis bienes, aunque muy pocos e imperfectos, para que tú los enmiendes y santifiques, para que los hagas agradables y aceptos a ti, y siempre los mejores; y a mí, hombrezuelo inútil y perezoso, me lleves a un santo y bienaventurado fin.
5. También te ofrezco todos los santos deseos de los
devotos y las necesidades de mis parientes y amigos, hermanos,
hermanas y de todos los que amo, y de cuantos me han hecho bien a mí y a otros por tu
amor.
Y de todos los que desearon y pidieron que yo
orase o dijese misa por ellos, y por todos los suyos, vivos y
difuntos.
Para que todos sientan el
favor de tu gracia, el auxilio de tu consolación, la protección en los peligros y
el alivio en los trabajos, para que, libres de todos los males, te den muy alegres y cordialísimas gracias.
6. También te ofrezco mis oraciones y el sacrificio de propiciación, especialmente por los que en algo me han enojado,
contristado o vituperado, o me han hecho algún daño o
agravio.
Y por todos los que yo enojé, turbé, agravié y escandalicé, por
palabra o por obra, por ignorancia o advertidamente, para que tú nos perdones a todos nuestros pecados y ofensas recíprocas.
Aparta, Señor, de nuestros corazones toda mala sospecha, toda ira, indignación y contienda, y cuanto pueda estorbar la
caridad y disminuir el amor del prójimo.
¡Misericordia,
misericordia, Señor! Da tu misericordia a los que la
pidan y tu gracia a los que la necesitan, y haz que vivamos de tal
modo que seamos dignos de gozar de tu gracia y aprovechemos para la vida eterna. Amén.
Capítulo
10
Que no se debe dejar fácilmente la
sagrada comunión
Jesucristo.-
1. Muy a menudo debes acudir a la fuente de la gracia y de la misericordia
divina, a la fuente de la bondad y de toda pureza, para que puedas sanar de tus pasiones y vicios, y merezcas hacerte más fuerte y más despierto contra todas las tentaciones y engaños del demonio.
El enemigo, sabiendo el grandísimo fruto y remedio que hay en la sagrada comunión, trabaja cuanto puede, sin perder medio
ni ocasión, por retraer y estorbar a los fieles y devotos.
2.
Porque luego que algunos piensan en prepararse para la sagrada comunión, padecen peores tentaciones de Satanás que antes.
Este espíritu maligno
"se mete entre los hijos de Dios", como se dice en el libro de
Job (1,7), para turbarlos con su acostumbrada malicia, o para hacerlos excesivamente tímidos y
perplejos, y de este modo entibiar su devoción o quitarles la fe con
sus acometidas, para que dejen tal vez del todo la comunión o se lleguen a ella con tibieza.
Mas no debemos cuidar de sus astucias y tentaciones, por más torpes y espantosas que sean, sino rechazar contra él mismo los fantasmas abominables que nos representa.
Despreciarse debe este desdichado y burlarse de él, y no dejar la sagrada comunión por
todas sus acometidas y por las turbaciones que levantare.
3. Muchas veces estorba también la demasiada ansia de tener devoción y cierta inquietud por confesarse bien. Haz en esto lo que te aconsejen los
sabios y deja el ansia y el escrúpulo, porque impide la gracia de Dios y destruye la devoción del alma.
No dejes la sagrada comunión por alguna pequeña tribulación o
pesadumbre, sino vete luego a confesar, y perdona de buena gana todas las ofensas que te han hecho.
Y si tú has ofendido a alguno,
pídele perdón con humildad, y Dios te perdonará también de buena voluntad.
4. ¿De
qué sirve retardar mucho la confesión o diferir la sagrada comunión?
Límpiate cuanto antes,
escupe luego el veneno, toma presto el remedio, y te hallarás mejor que si lo dilatares mucho tiempo.
Si hoy la dejas por alguna causa, mañana te puede acaecer otra
mayor, y así te apartarás mucho tiempo de la comunión, y después estarás menos dispuesto.
Lo más presto que pudieres, sacude tu pereza e inacción, porque nada se gana con angustiarse e inquietarse largo tiempo y apartarse del divino sacramento por obstáculos diarios.
Al contrario, daña mucho el dilatar demasiado la comunión, porque esto suele causar
grave entorpecimiento.
Pero,
¡oh dolor!, algunos tibios y disipados dilatan con gusto la confesión, y desean retardar la sagrada comunión por no verse obligados a guardar su alma con mayor cuidado.
5. ¡Oh, cuán poca caridad y flaca devoción tienen los que tan fácilmente dejan la sagrada comunión!
¡Cuán bienaventurado
es y cuán agradable a Dios el que vive tan bien y guarda su conciencia con tanta pureza, que
está dispuesto a comulgar cada día, y muy deseoso de hacerlo así si le
conviniese y no fuese notado!
El que se abstiene algunas veces por humildad o por alguna
causa legítima, es de alabar por la reverencia.
Mas si poco a poco le entrare la tibieza, debe despertarse a sí
mismo y hacer lo que está de su parte, y el Señor
ayudará su deseo por la buena voluntad, que es a la que especialmente atiende.
6.
Mas cuando estuviere legítimamente impedido, tenga siempre buena voluntad y devota intención de comulgar, y así no carecer del fruto del sacramento.
Porque cualquier devoto puede cada día y cada hora comulgar espiritualmente con fruto.
Mas en ciertos días y en el tiempo
mandado debe recibir sacramentalmente el cuerpo de su Redentor con afectuosa reverencia, y buscar más bien la gloria y honra de
Dios que su propia consolación.
Porque tantas veces místicamente
comulga y se alimenta invisiblemente cuantas se acuerda con devoción
del misterio de la encarnación y pasión de Cristo, y se enciende en su
amor.
El que no se prepara sino al acercarse la fiesta, o cuando le fuerza la costumbre, muchas veces se
hallará mal preparado.
7.
Bienaventurado el que se ofrece a Dios totalmente en sacrificio cuantas veces celebra
y comulga.
No
seas muy prolijo ni acelerado en celebrar, sino guarda el medio justo y ordinario de los demás con quienes vives.
No debes causar a los otros molestia ni enfado, sino ir por el camino ordinario de los mayores, y mirar más al aprovechamiento de los
otros que a tu propia devoción y afecto.
Capítulo
11
Que el cuerpo de Cristo y la
Sagrada Escritura
son muy necesarios al alma fiel
El
alma.-
1. ¡Oh dulcísimo Señor, Jesús! ¡Cuánta es la dulzura del alma
devota que se regala contigo en tu banquete, donde no se le presenta otro manjar que
tú, su único Amado, apetecible sobre todos
los deseos de su corazón!
Seria ciertamente muy dulce para mí derramar en tu presencia copia de lágrimas
afectuosas y regar con ellas tus pies como la piadosa Magdalena.
Mas, ¿dónde está ahora esta devoción? ¿
Dónde el copioso derramamiento de lágrimas devotas?
Por cierto, en tu
presencia y en la de tus santos ángeles todo mi corazón debiera encenderse y llorar de gozo.
Porque en el sacramento te tengo verdaderamente presente, aunque encubierto
debajo de otra especie.
2. Porque el mirarte en tu propia y divina claridad no podrían mis ojos resistirlo, ni el mundo entero subsistiría ante el resplandor de la gloria de tu
Majestad.
Tienes, pues, consideración a mi
debilidad cuando te ocultas bajo este sacramento.
Yo tengo verdaderamente y adoro al mismo a quien adoran los ángeles en el
cielo; mas yo sólo con la fe por ahora; ellos, claramente y sin velo.
Debo yo contentarme con la luz de una fe verdadera, y andar con ella hasta que amanezca el día de la claridad
eterna y desaparezcan las sombras de las figuras.
"Mas cuando llegue este perfecto
estado" (1Cor 13,10) cesará el uso de los
sacramentos, porque los bienaventurados en la gloria no necesitan de medicina sacramental.
Sino que están siempre absortos de gozo en
la presencia de Dios, contemplando cara a cara su gloria, y
transformados de claridad en claridad ante el abismo de la
divinidad, gustan el Verbo encarnado como fue en el
principio y permanece eternamente.
3. Acordándome de estas maravillas, cualquier contento, aunque sea espiritual, se me convierte en grave tedio, porque mientras no veo claramente a mi Señor en su gloria, en nada estimo cuanto en el mundo veo y oigo.
Tú,
¡oh Dios!, me eres testigo de que ninguna cosa me puede consolar, ni criatura alguna dar descanso, sino tú, Dios mío, a quien deseo contemplar eternamente.
Mas esto no es posible mientras vivo en carne mortal. Por eso debo tener mucha
paciencia y sujetarme a ti en todos mis deseos.
Porque también
tus santos, Señor, que ahora se regocijan contigo en el reino de los cielos, cuando vivían en este mundo, esperaban con gran fe y paciencia la venida de tu gloria. Lo que ellos creyeron, creo yo; lo que
ellos esperaron, espero; adonde llegaron ellos finalmente por tu gracia, tengo yo confianza de llegar.
Entre
tanto caminaré con fe, confortado con los ejemplos de los
santos.
También tendré los libros
santos para consolación y espejo de la vida, y, sobre todo esto, el
cuerpo santísimo tuyo por singular
remedio y refugio.
4. Pues conozco que tengo grandísima necesidad de dos
cosas sin las cuales no podría soportar esta vida miserable.
Detenido en la cárcel de este cuerpo, confieso serme necesarias dos cosas, que
son mantenimiento y luz.
Dísteme, pues, como a enfermo tu sagrado
cuerpo para alimento del alma y del cuerpo, y además me comunicaste
"tu divina palabra, para que sirviese de luz a mis
pasos" (Sal 118,105).
Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien; porque la palabra de Dios es la luz de mi alma, y tu sacramento
es pan de vida.
Estas se pueden llamar dos mesas colocadas a uno y
otro lado en el tesoro de la santa Iglesia.
Una es la mesa del sagrado altar, donde está el
sagrado pan; esto es, el precioso cuerpo de Cristo.
Otra es la de la
Ley divina, que contiene la doctrina sagrada, enseña la verdadera
fe y nos conduce con seguridad hasta lo más interior del velo donde
está el Santo de los
santos.
5.
Gracias te doy, Señor, Jesús, esplendor de la luz eterna, por la mesa de la santa doctrina que nos diste, por tus siervos los profetas, los apóstoles y los otros doctores.
Gracias te doy, Creador y Redentor de los hombres, de que, para manifestar a todo el mundo tu caridad, dispusiste una gran cena, en la cual diste a comer, no el cordero figurativo, sino tu santísimo
cuerpo y sangre, alegrando a todos los fieles y embriagándolos con el cáliz saludable en
este sagrado banquete, donde están todas las delicias del paraíso y donde los santos ángeles comen con nosotros, aunque
con más dichosa suavidad.
6. ¡Oh, cuán grande y
honorable es el oficio de los sacerdotes, a los cuales es concedido consagrar al Señor de la
Majestad con palabras sagradas, bendecirlo con sus labios, tenerlo en sus manos, recibirlo en su propia
boca y distribuirlo a los demás!
¡Oh, cuán limpias deben estar aquellas manos, cuán pura la boca, cuán santo el cuerpo, cuán inmaculado el corazón del sacerdote, donde tantas veces entra el Autor de la pureza!
De la boca del sacerdote no debe salir palabra que no sea santa, que no sea honesta y útil, pues tan continuamente recibe el santísimo sacramento.
Simples y castos
deben ser los ojos acostumbrados a mirar el cuerpo de
Cristo; puras y levantadas al cielo las manos que tocan al Creador del cielo y de la tierra.
A los sacerdotes especialmente se dice en la
Ley:
"Sed santos, porque yo, vuestro Dios y Señor, soy
santo" (Lev 19,2; 20,7).
7. ¡Oh Dios todopoderoso!
¡Ayúdenos tu gracia a los que hemos recibido el oficio sacerdotal, para que podamos servirte digna y devotamente con toda pureza y buena
conciencia!
Y si no podemos proceder con tanta inocencia de vida como debemos, otórganos llorar dignamente los pecados que hemos cometido, y de aquí adelante servirte con mayor fervor, con espíritu de
humildad y con buena y constante voluntad.
Capítulo
12
Que debe disponerse con gran
diligencia
el que ha de recibir a Cristo
Jesucristo.-
1. Yo soy amante de la pureza y dador de toda santidad.
Yo busco
el corazón puro, y allí es el lugar de mi descanso.
"Prepárame una sala grande y adornada, y celebraré contigo la
Pascua con mis
discípulos" (Lc 22,12). Si quieres que venga a ti y me quede contigo, arroja de ti la levadura
vieja y limpia la morada de tu corazón.
Desecha de ti todo el mundo, y todo el ruido de los vicios;
"siéntate como pájaro solitario en el tejado, y piensa en tus excesos con amargura de tu
alma" (Sal 101,8; Is 38,15).
Pues cualquier persona que
ama dispone a su amado el mejor y más hermoso
lugar; porque en esto se conoce el amor del que hospeda al amado.
2. Pero sábete que no puedes alcanzar esta preparación con el mérito de tus obras, aunque te preparases un año entero y no pensases en otra cosa.
Mas por sola mi piedad y gracia se te permite llegar a mi
mesa, como si un rico convidase e hiciese comer con él a un pobre mendigo, que no tuviese otra cosa para pagar este beneficio sino humildad y agradecimiento.
Haz lo que
esté de tu parte, y hazlo con mucha diligencia; no por
costumbre ni por necesidad, sino con temor, reverencia y amor recibe el cuerpo de Jesucristo, tu amado Dios y Señor, que se digna venir a ti.
Yo soy el que te
llamé y mandé que vinieses. Yo supliré lo que te falta; ven y recíbeme.
3. Cuando yo te concedo afectos de devoción, da gracias a tu Dios, no porque eres digno, sino porque tuve misericordia de ti.
Si no sientes devoción, y te hayas muy seco, persevera en la oración,
gime, llama y no ceses hasta que merezcas recibir una
migaja o una gota de gracia
saludable.
Tú me necesitas a mí; yo no necesito de ti.
Ni tú vienes a santificarme a mí, sino yo vengo a santificarte y mejorarte.
Tú vienes para que seas por mí santificado y unido conmigo, para que recibas nueva
gracia y te enfervorices de nuevo para la enmienda.
No desprecies esta gracia, mas bien prepara con toda diligencia tu corazón y recibe dentro de ti a tu
Amado.
4. Pero conviene que no
sólo procures la devoción antes de comulgar, sino que también la conserves con cuidado después de recibido el sacramento. Ni es menos necesario después el recogimiento y
vigilancia que lo es antes la devota preparación; porque el cuidado que después se
tiene es la mejor disposición para recibir nuevamente mayor gracia. Y al contrario, se indispone para ella el que luego se entrega con exceso a las complacencias exteriores.
Guárdate de hablar mucho, recógete
en algún lugar secreto y goza de tu Dios, pues tienes al que no te puede quitar todo el mundo.
Yo soy a quien te debes entregar sin reserva, de manera que ya no vivas en ti, sino en mí, sin cuidado alguno.
Capítulo
13
Que el alma devota debe desear con
todo
su corazón unirse a Cristo en el sacramento
El
alma.-
1. ¿Quien me dará, Señor, que te halle sólo para abrirte todo mi corazón y gozarte como mi alma desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura alguna me mueva
ni ocupe, sino que tú sólo me hables y yo a ti, como se hablan dos que mutuamente se aman, o como se regocijan dos amigos entre sí?
Esto
pido, esto deseo; unirme a ti enteramente, desviar mi corazón de todas las cosas
creadas, y aprender a gustar las celestiales y eternas por medio de la sagrada comunión y frecuente celebración.
¡Ay Dios
mío! ¿Cuándo estaré absorto y enteramente unido a ti,
y del todo olvidado de mí?
¡Tú en mí y yo en ti! Concédeme que así los dos
permanezcamos unidos.
2. En verdad, tú eres
"mi Amado, escogido entre millares" (Cant
5,10), con quien mi alma desea estar todos los días de su vida.
Tú eres verdaderamente el autor de mi paz; en ti
está la suma tranquilidad y el verdadero descanso; fuera de ti todo es trabajo, dolor y miseria infinita.
"Verdaderamente eres tú el Dios escondido (Is
45,15), que no te comunicas a los malos, sino que tu conversación es con los humildes y
sencillos" (Prov 3,32).
"¡Oh Señor, cuán suave es tu espíritu, pues para manifestar tu dulzura
con tus hijos te dignaste mantenerlos con el pan suavísimo
bajado del cielo!"
( Antíf.).
Verdaderamente
"no hay otra nación tan grande que tenga dioses que tanto se le acerquen, como
Tú, Dios nuestro, te acercas" (Dt 4,7) a todos tus fieles, a quienes te das para que te coman y disfruten, y así perciban
continuo consuelo, y levanten su corazón a los cielos.
3. Porque, ¿dónde hay gente alguna tan ilustre como el pueblo cristiano?
¿O
qué criatura hay debajo del cielo tan
amada como el alma devota a quien se comunica Dios para apacentarla con su
carne gloriosa?
¡Oh inefable gracia! ¡Oh maravillosa dignación!
¡Oh amor sin medida, singularmente reservado para el hombre!
Pues, ¿qué daré yo al Señor por esta gracia, por esta caridad tan grande?
No hay cosa más agradable que yo
pueda dar a mi Dios que mi corazón todo entero, para que
esté unido con Él íntimamente.
Entonces se alegrarán todas mis entrañas, cuando mi alma estuviere perfectamente unida a Dios.
Entonces me dirá: Si tú quieres estar conmigo, yo quiero estar contigo. Yo le responderé: Dígnate, Señor, quedarte conmigo, pues yo quiero de buena gana estar contigo.
Este es todo mi deseo: que mi corazón
esté contigo unido.
Capítulo
14
Del ansia con que algunos devotos
desean el cuerpo de Cristo
El
alma.- 1. ¡Oh Señor, "cuán grande es la abundancia de tu dulzura, que reservaste para los que te temen!"
(Sal 30,20). Cuando me acuerdo, Señor, de algunos devotos que se llegan a tu
sacramento con grandísima devoción y afecto, me confundo muchas
veces y me avergüenzo de mí mismo al ver que llego tan tibio y tan frío a tu
altar y a la mesa de la sagrada comunión; que me quedo tan
seco y sin dulzura de corazón; que no estoy todo encendido delante de
ti, Dios mío, ni tan vehementemente atraído y poseído de
amor como otros muchos devotos que por el gran deseo de
comulgar y por el amor sensible de su corazón, no pudieron detener las lágrimas;
sino que con la boca del corazón y del cuerpo anhelaban afectuosamente a
ti, Dios mío, fuente viva, no pudiendo templar ni hartar su hambre de otro modo, sino recibiendo tu cuerpo con indecible regocijo y ansia espiritual.
2. ¡Oh verdadera y ardiente fe la suya, prueba manifiesta de tu sagrada presencia en este
sacramento!
Estos son verdaderamente los que conocen a su Señor
"en el partir del pan" (Lc 24,35), pues su corazón arde en ellos tan
vivamente porque Jesús anda en su compañía.
Lejos está de
mí muchas veces semejante afecto y devoción, tan
vehemente amor y fervor.
Séme
propicio, buen Jesús, dulce y benigno, y concede a este tu pobre mendigo siquiera alguna vez sentir en la
sagrada comunión un poco de afecto entrañable de tu amor, para que mi fe se fortalezca, crezca la esperanza en tu bondad, y la caridad, una vez perfectamente encendida
con la experiencia del maná celestial, nunca desfallezca.
Pues
poderosa es tu misericordia para concederme gracia tan deseada, y visitarme clementísimamente con este espíritu de fervor el día que tuvieres por bien.
Y aunque no me hallo inflamado del gran deseo de tus especiales devotos, quiero, a lo menos, con tu gracia tener tan fervoroso
deseo, y pido y deseo ser participante de los que tan fervorosamente te aman, y ser contado en su santa compañía.
Capítulo
15
Que la gracia de la devoción se alcanza
con la humildad y abnegación de sí mismo
Jesucristo.-
1. Debes buscar con diligencia la gracia de la devoción, pedirla con insistencia, esperarla con paciencia y confianza, recibirla con gratitud, guardarla con humildad, obrar solícitamente con
ella y dejar a Dios el tiempo y el modo
de la soberana visita hasta que venga.
Te debes humillar en especial cuando sientes interiormente poca o ninguna devoción; mas no te abatas
demasiado ni te entristezcas desordenadamente.
Dios da muchas veces en un instante lo que negó largo tiempo.
También da algunas veces al fin de la oración lo que dilató desde el principio.
2. Si siempre se nos diese la gracia sin dilación y a medida de nuestro deseo, no podría abrazarla bien el hombre flaco.
Por eso la debes esperar con segura confianza y humilde paciencia; y cuando no te es concedida, o te fuere quitada secretamente, echa la culpa a ti mismo y a tus pecados.
Algunas veces es bien pequeña cosa la que impide y esconde la gracia, si es que debe llamar poco, y no mucho, lo que tanto bien estorba. Mas si aquello poco o mucho
apartares y perfectamente vencieres, tendrás lo que suplicaste.
3. Porque luego que te entregares a Dios de todo
corazón, y no buscares cosa alguna por tu propio
gusto o querer, sino que del todo te pusieres en sus manos, te hallarás recogido y sosegado; porque nada te
agradará ni te sabrá tan bien como el
beneplácito de la divina voluntad.
Cualquiera, pues, que
levantare su intención a Dios con sencillo corazón, y se despojare de todo amor u odio desordenado de cualquier cosa
creada, estará muy bien dispuesto para recibir la divina gracia, y se hará digno del don de la devoción.
Porque el Señor echa su bendición donde halla los vasos vacíos.
Y cuanto más perfectamente renunciare alguno las cosas bajas, y estuviere muerto a sí mismo por su propio desprecio, tanto más presto viene la gracia, más copiosamente
entra y más alto levanta el corazón ya libre.
4.
"Entonces verá, y abundará, y se maravillará, y se dilatará su
corazón" (Is 60,5), porque la mano del Señor está con él, y él se puso enteramente en sus manos para siempre.
"De esta manera será bendito el hombre" que busca a Dios con todo su corazón,
"y no ha recibido su alma en vano" (Sal 23,4).
Este, cuando recibe la
sagrada comunión, merece la singular gracia de la unión divina; porque no mira a su propia devoción y consuelo, sino, sobre todo,
a la gloria y honra de Dios.
Capítulo
16
Que debemos manifestar a Cristo
nuestras necesidades y pedirle su gracia
El
alma.-
1. ¡Oh dulcísimo y amantísimo Señor, a quien deseo recibir ahora devotamente!
¡Tú conoces mi flaqueza y la necesidad que padezco, en
cuántos males y vicios estoy caído, cuántas veces me veo agobiado, tentado, turbado y
mancillado!
A ti vengo por remedio, a ti acudo por consuelo y alivio.
Hablo a quien todo lo sabe, a quien son manifiestos todos los secretos de mi corazón, y a quien
sólo me puede consolar y ayudar perfectamente.
Tú sabes los bienes que más falta me
hacen y cuán pobre soy en virtudes.
2. Vesme aquí delante de ti, pobre y desnudo, pidiendo gracia e implorando misericordia.
Da de comer a este tu hambriento mendigo, enciende mi frialdad con el fuego de tu amor, alumbra mi ceguedad con la claridad de tu presencia.
Conviérteme todo lo terreno en amargura, todo lo pesado y contrario en paciencia, todo lo ínfimo y criado en menosprecio y olvido.
Levanta mi corazón a ti en el cielo, y no me dejes andar vagando por la tierra.
Tú
sólo me seas dulce desde ahora para siempre, pues tú
sólo eres mi manjar y bebida, mi amor, mi gozo, mi dulzura y todo mi bien.
3. ¡Oh, si me encendieses todo con tu
presencia y me abrasases y transformases en ti, para ser un espíritu contigo por la gracia de la unión interior y por la efusión de
tu abrasado amor!
No consientas que me separe de ti ayuno y
seco, sino obra conmigo piadosamente, como lo has echo muchas veces con tus
santos de un modo admirable.
¡Qué extraño sería
si todo yo estuviese hecho fuego por ti y desfalleciese
en mí, pues tú eres fuego que siempre arde y nunca cesa, amor que limpia los corazones y alumbra el entendimiento!
Capítulo
17
Del amor fervoroso y vehemente deseo de recibir a Cristo
El
alma.-
1. Con suma devoción y abrasado amor, con todo el afecto y fervor del corazón, deseo, Señor, recibirte
como te desearon en la comunión muchos santos y personas devotas,
las cuales te agradaron muchísimo con la santidad de su vida, y tuvieron devoción ardentísima.
¡Oh Dios mío, amor eterno, todo mi bien, felicidad interminable! Deseo recibirte con
deseo mucho más vehemente y con reverencia mucho más
digna que jamás tuvo ni pudo sentir ninguno de los
santos.
2. Y aunque yo sea indigno de tener aquellos sentimientos devotos, te ofrezco todo el afecto de mi corazón, como si yo
sólo tuviese todos aquellos inflamados deseos.
Y cuanto
puede el alma piadosa concebir y desear, todo te lo presento y
ofrezco con humildísima reverencia y con entrañable fervor.
Nada deseo reservar para mí, sino ofrecerme en sacrificio con todas mis cosas
voluntariamente y con el mayor afecto.
Señor, Dios mío, Creador y Redentor mío: con tal afecto, reverencia, honor y
alabanza; con tal agradecimiento, dignidad y amor; con tal fe, esperanza y
caridad, deseo recibirte hoy, como te recibió y
deseó tu santísima Madre, la gloriosa Virgen María, cuando al ángel que le anunció el misterio de la
encarnación respondió humilde y
devotamente: "He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu
palabra" (Lc 1,38).
3. Y como el bienaventurado
san Juan Bautista, tu precursor y el mayor de los santos, cuando aún estaba encerrado en el vientre de su
madre dio saltos de alegría en tu presencia, con gozo del Espíritu Santo; y después, viéndote, Jesús mío, conversar entre los hombres, con devoto y humildísimo afecto decía:
"El amigo del Esposo que está en su presencia y le oye, se regocija mucho al oír la voz del
Esposo" (Jn 3,29); así deseo yo estar inflamado de grandes y santos deseos, y presentarme a ti con todo el afecto de mi corazón.
Por eso te ofrezco y
presento los júbilos de todos los corazones devotos, los vivísimos afectos, los embelesos espirituales, las soberanas iluminaciones, las visiones
celestiales y todas las virtudes y alabanzas con que te han celebrado y pueden celebrar todas las criaturas en el cielo y en la
tierra; recíbelo todo por mí y por todos los encomendados a mis oraciones, para que seas por todos dignamente alabado y glorificado para siempre.
4. Recibe, Señor, Dios mío, mis deseos y ansias de darte infinita alabanza y bendición
inmensa; los cuales te son justísimamente debidos, según la multitud de tu inefable grandeza.
Esto te ofrezco ahora, y deseo ofrecerte cada día y cada momento; y convido y ruego con
fervorosa oración a todos los espíritus celestiales, y a todos tus fieles,
a que te alaben y te den gracias juntamente conmigo.
5. Alábente todos los pueblos, todas las tribus y lenguas, y engrandezcan tu santo y dulcísimo
Nombre con sumo regocijo e inflamada devoción.
Todos los que con reverencia y devoción
celebren tu altísimo sacramento, y con entera fe lo
reciben, merezcan hallar tu gracia y misericordia, y
rueguen a Dios humildemente por mí, pecador.
Y cuando hubieren gozado de la devoción y unión deseada, y se partieren de la
sagrada mesa celestial muy consolados y maravillosamente recreados, tengan por bien acordarse de este pobre.
Capítulo
18
Que el hombre no debe ser curioso escudriñador
de este sacramento, sino humilde imitador de Cristo,
sometiendo su sentir a la sagrada fe
Jesucristo.-
1. Guárdate de escudriñar inútil y curiosamente este profundísimo sacramento,
si no quieres verte anegado en un abismo de dudas.
"El que es escrudriñador de la
majestad será abrumado de su
gloria" (Prov 25,27). Más puede obrar Dios que lo que el hombre puede entender.
Pero
permitida es la devota y piadosa investigación de
la verdad, siempre dispuesta a ser enseñada, y
deseosa de caminar por las santas doctrinas de los
santos padres.
2. Bienaventurada la sencillez que, dejando los ásperos caminos de las cuestiones, va por la senda llana y segura de los mandamientos de Dios.
Muchos perdieron la devoción queriendo escudriñar las cosas sublimes.
Fe se te pide y vida
pura, no elevación de entendimiento ni profundidad de los misterios de Dios.
Si no entiendes y comprendes las cosas
que están debajo de ti, ¿cómo entenderás las que están sobre
ti?
Sujétate a
Dios y humilla tu juicio a la fe, y se te dará la luz de la
ciencia según te fuere útil y necesaria.
3. Algunos son gravemente tentados contra la fe en este sacramento; mas esto no se
ha de imputar a ellos, sino al enemigo.
No
hagas caso, no disputes con tus pensamientos, ni respondas a las dudas que el diablo te sugiere; sino cree en las palabras de Dios, cree a sus
santos y a sus profetas, y huirá de ti el malvado enemigo.
Muchas veces es muy conveniente al siervo de Dios el padecer estas tentaciones.
Pues no tienta el demonio a los infieles y pecadores, a quienes ya tiene
seguros, sino tienta y atormenta de diversas maneras a los fieles y devotos.
4. Acércate, pues, con
fe firme y sencilla, y con humilde reverencia llégate al sacramento; y todo lo que no puedes
entender encomiéndalo con seguridad a Dios
Todopoderoso.
Dios no te engaña; el que engaña es el que se cree a sí mismo demasiadamente.
Dios anda con los sencillos, se descubre a los humildes,
da entendimiento a los pequeños, alumbra a las almas
puras y esconde su gracia a los curiosos y soberbios.
La razón humana es
flaca y puede engañarse; mas la fe verdadera no puede ser engañarse.
5. Toda razón y discurso natural debe seguir a la
fe y no ir delante de ella ni debilitarla.
Porque la fe y el amor muestran aquí mucho su excelencia, y obran secretamente en este santísimo y sobreexcelentísimo sacramento.
Dios eterno, inmenso y de poder infinito, hace cosas grandes e inescrutables en el cielo y en la
tierra, y sus obras admirables se ocultan a toda investigación.
Si tales fuesen las obras de Dios, que fácilmente se pudiesen comprender por la razón humana, no se dirían inefables ni maravillosas.
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