El
enunciado del misterio
29. Enunciar el misterio,
y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente,
es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención.
Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado
episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado
en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes
que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método
propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales,
se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci)
considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu
en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica
misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos.
Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.
El enunciado
de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia
de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco
se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza
la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si
los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis,
se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos
la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio,
sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado recogimiento.
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