Abril 1. ¿No nos dice
el Espíritu Santo que, cuando el alma se acerca a Dios, debe prepararse para
la prueba? ¡Animo, pues! ¡Valor!, hija mía.
Lucha con fortaleza y tendrás el premio
reservado a las almas fuertes.
2. Hay que ser fuertes para llegar a
ser grandes: éste es nuestro deber. La vida
es una lucha de la que no podemos retirarnos; todo
lo contrario, es necesario triunfar.
3. ¡Ay de los que no son honrados! No sólo
pierden todo respeto humano sino que, además, no pueden
ocupar ningún cargo civil... Por eso,
seamos siempre honestos, desechando de
nuestra mente todo mal pensamiento; y
vivamos con el corazón orientado siempre hacia Dios,
que nos ha creado y nos
ha puesto en este mundo para conocerle,
amarle y servirle en esta vida y después
gozar de él eternamente en la otra.
4. Sé que el Señor permite al demonio
estos asaltos porque su misericordia
os hace agradables a sus ojos,
y quiere que os asemejéis
a él en las angustias del desierto, del
huerto y de la cruz; pero os tenéis que
defender alejándolo y despreciando en
el nombre de Dios y de la santa obediencia
sus malignas insinuaciones.
5. Fíjate bien: siempre que la tentación te desagrade,
no tienes por qué temer, pues, ¿por qué te desagrada
si no porque no querrías sentirla?
Estas tentaciones tan inoportunas
nos vienen de la malicia del demonio,
pero el desagrado y el sufrimiento que
sentimos por ellas vienen de la misericordia
de Dios, que, contra la voluntad
de nuestro enemigo, aparta de su malicia
la santa tribulación, y por medio de
ella purifica el oro que quiere incorporar a sus tesoros.
Digo más: tus tentaciones son del demonio y del infierno,
pero tus penas y sufrimientos son de Dios y del paraíso;
las madres son de Babilonia, pero
las hijas son de Jerusalén. Desprecia las
tentaciones y abraza las tribulaciones.
No, no, hija mía, deja que sople el
viento y no pienses que el sonido de las
hojas sea el rumor de las armas.
6. No os esforcéis por vencer vuestras
tentaciones porque este esfuerzo
las fortalecería; despreciadlas y
no os entretengáis en ellas. Imaginaos a
Jesucristo crucificado entre vuestros
brazos y sobre vuestro pecho y repetid
muchas veces besando su costado: ¡Esta
es mi esperanza, ésta es la fuente viva
de mi felicidad! ¡Yo os agarraré estrechamente
y no os dejaré hasta que me
coloquéis en un lugar seguro!
7. Pon fin a estas aprensiones sin
sentido. Recuerda que la culpa
no está en el sentimiento sino en el
consentir a tales sentimientos. Sólo la
voluntad que actúa libremente es capaz
del bien y del mal. Pero cuando la voluntad
gime bajo la prueba del tentador
y no quiere aquello que se le presenta,
allí no sólo no hay culpa sino que hay virtud.
8. Que no te asusten las tentaciones;
son la prueba a la que Dios somete
al alma cuando la ve con las fuerzas
necesarias para mantener el combate
y para ir tejiendo con sus propias
manos la corona de la gloria.
Hasta ahora tu
vida ha sido de niña;
ahora el Señor quiere tratarte como a adulta.
Y porque las pruebas de la vida
adulta son muy superiores a las de quien
todavía es un niño, por eso al comienzo
te encuentras desorganizada; pero la vida
del alma adquirirá la calma y tú recobrarás
la quietud. Ten paciencia por un poco más de tiempo;
todo será para tu bien.
9. Las tentaciones contra la fe y la
pureza son mercancía que ofrece
el enemigo; pero no hay que tenerle
miedo sino despreciarlo.
Mientras siga alborotando, es señal
de que todavía no se ha apoderado de la voluntad.
Tú no te desasosiegues por lo que estás
experimentando de parte de este ángel rebelde;
que tu voluntad se mantenga
siempre contraria a estas instigaciones,
y vive tranquila que ahí no hay
culpa sino complacencia de Dios y ganancia
para tu alma.
10. A él debes recurrir en los asaltos
del enemigo, en él debes poner tu esperanza,
y de él debes esperar todo bien.
No te detengas voluntariamente en
aquello que el enemigo te presenta.
Recuerda que vence el que huye; y tú, ante los primeros
movimientos de aversión hacia aquellas personas, debes
apartar el pensamiento y recurrir a Dios.
Dobla tu rodilla ante él y con grandísima humildad
repite esta breve súplica: "Ten misericordia de mí,
que soy una pobre enferma".
Después levántate y con santa indiferencia
continúa en tus asuntos.
11. Ten por cierto que cuanto más
crecen los asaltos del enemigo tanto más cerca del
alma está Dios. Piensa y compenétrate bien de esta verdad
cierta y reconfortante.
12. Anímate y no temas las obscuras
iras de Lucifer. Métete esto en
la cabeza para siempre: es una buena
señal que el enemigo alborote y ruja en
torno a tu voluntad, porque esto demuestra
que él no está dentro.
¡Animo!, mi queridísima hija.
Pronuncio esta palabra con gran sentimiento y, en Jesús,
te repito: ¡ánimo!; no hay
que temer mientras podamos decir con decisión,
aunque sea sin sentirlo: ¡Viva Jesús!
13. Ten por seguro que cuanto más
grata es un alma a Dios más tiene
que ser probada. Por eso, ¡valor! y ¡siempre
adelante!
14. Comprendo que las tentaciones más
que purificar el espíritu parece que
lo manchan; pero escuchemos cuál es el
lenguaje de los santos; y a este propósito,
os baste saber lo que, entre otros, dice San
Francisco de Sales: que las tentaciones son como el
jabón, que, extendido sobre la tela,
parece que la ensucia cuando en realidad la limpia.
15. Vuelvo a inculcaros una vez más
la confianza; nada puede temer
el alma que confía en su Señor y que
pone en él su esperanza. El enemigo
de nuestra salvación está siempre rondándonos
para arrancarnos de nuestro corazón el ancla que debe
conducirnos a la salvación, quiero afirmar la confianza
en Dios nuestro Padre; agarremos
con fuerza esta ancla y no permitamos
nunca que nos abandone ni un solo instante, de otro modo todo estaría perdido.
16. Oh, ¡qué felicidad en las luchas
del espíritu! Basta querer saber
combatir siempre, para salir vencedor
con toda seguridad.
17. Estáte atenta para no desanimarte nunca
al verte rodeada de debilidades espirituales. Si Dios
te deja caer en alguna debilidad, no es para
abandonarte, sino sólo para afianzarte
en la humildad y hacerte más atenta en el futuro.
18. Marchad con sencillez por el camino
del Señor y no atormentéis vuestro espíritu.
Tenéis que odiar vuestros defectos,
pero con un odio tranquilo y no con el
que inquieta y quita la paz.
19. La confesión, que es la purificación del alma,
hay que hacerla a más tardar cada ocho días; yo no me
puedo resignar a tener a las almas más de
ocho días alejadas de la confesión.
20. El demonio tiene una única puerta
para entrar en nuestro espíritu: la voluntad;
no existen puertas secretas. Nada es pecado
si no ha sido cometido por la voluntad. Cuando no entra en
juego la voluntad, no se da el pecado,
sino la debilidad humana.
21. El demonio es como un perro rabioso
atado a la cadena; no puede herir
a nadie más allá de lo que le permite la cadena.
Manténte, pues, lejos. Si te acercas demasiado,
te atrapará.
22. No abandonéis vuestra alma a la tentación,
dice el Espíritu Santo,
pues la alegría del corazón es la vida del
alma y un tesoro inagotable de santidad;
mientras que la tristeza es la muerte
lenta del alma y no es útil para nada.
23. Nuestro enemigo, provocador de
nuestros males, se hace fuerte
con los débiles; pero con aquél que le
hace frente con valentía resulta un cobarde.
24. Si
conseguimos vencer la tentación, ésta
produce el efecto que la lejía
en la ropa sucia.
25. Sufriría mil veces la muerte antes
que ofender al Señor deliberadamente.
26. No se debe volver ni con el pensamiento
ni en la confesión a los pecados ya acusados en confesiones
anteriores. Por nuestra contrición Jesús
los ha perdonado en el tribunal de la penitencia.
Allí él se ha encontrado ante
nosotros como un acreedor de frente a
un deudor insolvente. Con un gesto de
infinita generosidad ha rasgado, ha destruido,
las letras de cambio firmadas por
nosotros al pecar, y que no habríamos podido
pagar sin la ayuda de su clemencia divina.
Volver sobre aquellas culpas,
querer exhumarlas de nuevo con el solo
fin de obtener una vez más el perdón,
sólo por la duda de que no hayan sido
verdaderamente y generosamente perdonadas, ¿no habría
que considerarlo como
un acto de desconfianza hacia la bondad
de la que había dado prueba al destruir él mismo
todo título de la deuda
que contrajimos al pecar? Vuelve, si esto
puede ser motivo de consuelo para tu alma,
vuelve tu pensamiento a las
ofensas infligidas a la justicia, a la sabiduría,
a la infinita misericordia de Dios, pero sólo
para derramar sobre ellas las lágrimas
redentoras del arrepentimiento y del amor.
27. En el alboroto de las pasiones y
de las situaciones difíciles
nos sostenga en pie la grata esperanza de su
inagotable misericordia. Corramos confiadamente
al tribunal de la penitencia
donde él con anhelo de padre nos espera
en todo momento; y aún sabiendo que
somos insolventes, no dudemos del perdón
que se pronuncia solemnemente
sobre nuestros errores. ¡Pongamos sobre ellos,
como la ha puesto el Señor, una piedra sepulcral!
28. Las tinieblas que a veces obscurecen
el cielo de vuestras almas son luz: por ellas os creéis en la obscuridad y tenéis
la impresión de encontraros en medio de una zarza ardiente.
En efecto, cuando la zarza arde, el aire se llena de nubes y el espíritu desorientado
teme no ver ni comprender ya nada. Pero
entonces Dios habla y se hace presente al alma: que oye, entiende, ama y tiembla.
¡No esperéis, pues,
al Tabor para ver a Dios, cuando ya lo contemplasteis en el Sinaí.
29. Camina con alegría y con un corazón lo más
sincero y abierto que puedas; y cuando no puedas mantener
esta santa alegría, al menos no pierdas
nunca el valor y la confianza en Dios.
30. Todas las pruebas a las que el Señor
os somete y os someterá son señales
de su divino amor y alhajas para el alma.
Pasará, mis queridas hijas, el invierno y llegará
la interminable primavera, tanto más rica de
bellezas cuanto más duras fueron las tempestades.
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