Rosa
Blanca
A
los sacerdotes
1)
Ministros del Altísimo, predicadores de la verdad, clarines del Evangelio,
permitidme que os presente la rosa blanca de este librito para introducir
en vuestro corazón y en vuestra boca las verdades que en él
se exponen sencillamente y sin aparato.
En vuestro
corazón, para que vosotros mismos emprendáis la práctica santa
del Rosario y gustéis sus frutos.
En vuestra
boca para que prediquéis a los demás la excelencia de esta
santa práctica y los convirtáis por este medio. Guardaos, si
no lo lleváis a mal, de mirar esta práctica como insignificante
y de escasas consecuencias, como hace el vulgo y aun muchos sabios orgullosos;
es verdaderamente grande, sublime, divina. El cielo es quien os la ha dado
para convertir a los pecadores más endurecidos y los herejes más
obstinados. Dios ha vinculado a ella la gracia en esta vida y la gloria en la otra.
Los santos la han ejercitado y los Soberanos Pontífices la han autorizado.
¡Oh,
cuán feliz es el sacerdote y director de almas a quien el Espíritu
Santo ha revelado este secreto, desconocido de la mayor parte de los hombres
o sólo conocido superficialmente! Si logra su conocimiento práctico,
lo recitará todos los días y lo hará recitar a los otros.
Dios y su Santísima Madre derramarán copiosamente la gracia en su
alma para que sea instrumento de su gloria; y producirá más fruto
con su palabra, aunque sencilla, en un mes que los demás predicadores
en muchos años.
2) No nos
contentemos, pues, mis queridos compañeros, en aconsejarlo a los
demás: es necesario que lo practiquemos. Bien podremos estar convencidos
de la excelencia del Santo Rosario, mas si no lo practicamos, poco empeño
se tomará quien nos oiga en cumplir lo que aconsejamos, porque nadie da lo que
no tiene "Coepit Jesus facere et docere"
(1).
Imitemos a Jesucristo, que comenzó por hacer aquello que enseñaba.
Imitemos al
Apóstol, que no conocía ni predicaba más que a Jesucristo
crucificado: y eso es lo que haréis al predicar el Santo Rosario,
que, según más abajo veréis, no es sólo un compuesto
de padrenuestros y avemarías, sino un divino compendio de los misterios
de la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús y de María.
Si creyera
yo que la experiencia que Dios me ha dado de la eficacia de la predicación
del Santo Rosario para convertir a las almas os pudiera determinar a predicarlo,
a pesar de la moda contraria de los predicadores, os diría las conversiones
maravillosas que he visto venir con la predicación del Santo Rosario;
pero me contentaré con relatar en este compendio algunas historias antiguas
y bien probadas. Y solamente en servicio vuestro he insertado también
algunos textos latinos de buenos autores que prueban lo que explico al pueblo
en francés.
(1)
He 1,1.
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