Rosa
Encarnada
A
los pecadores
3) A vosotros,
pobres pecadores y pecadoras, un pecador mayor todavía os ofrece esta rosa
enrojecida con la Sangre de Jesucristo, para haceros florecer y para salvaros.
Los impíos y los pecadores impenientes claman todos los días:
"Coronemus nos rosis" (1):
Coronémonos de rosas. Cantemos también nosotros, coronémonos
con las rosas del Santo Rosario.
¡Ah, qué
diferentes son sus rosas de las nuestras! Son las rosas de ellos sus placeres
carnales, sus vanos honores y sus riquezas perecederas, que muy pronto
se marchitarán y perecerán; mas las nuestras (nuestros
padrenuestros y avemarías bien dichos, junto con nuestras obras de penitencia)
no se marchitarán ni pasarán jamás y su resplandor
brillará de aquí a cien mil años como al presente.
Las
pretendidas rosas de ellos no tienen sino la apariencia de tales,
en realidad no son otra cosa que espinas punzantes durante la vida por los
remordimientos de conciencia, que los atormentarán en la hora
de la muerte (con el arrepentimiento) y los quemarán durante toda
la eternidad, por la rabia y la desesperación.
Si nuestras rosas
tienen espinas, son espinas de Jesucristo que Él convierte en rosas. Si
punzan nuestras espinas, es sólo por algún tiempo; no punzan sino para curarnos
del pecado y salvarnos.
4)
Coronémonos a porfía de estas rosas del paraíso recitando
diariamente el Rosario; es decir tres Rosarios de cinco decenas cada uno o tres
ramos de flores o coronas: 1) para honrar las tres coronas de Jesús y
de María, la corona de gracia de Jesús en su
encarnación,
su corona de espinas en su pasión y su corona de gloria en el cielo,
y la triple corona que María recibió en el cielo de la
Santísima Trinidad; 2) para recibir de Jesús y de María
tres coronas, la primera de mérito durante la vida, la segunda de paz
a la hora de la muerte, y la tercera de gloria en el paraíso.
Si sois
fieles en rezarle devotamente hasta la muerte, a pesar de la enormidad
de vuestros pecados, creedme: "Percipietis coronam immarcescibilem"
(2),
recibiréis una corona de gloria que no se marchitará jamás.
Aun cuando os hallaseis en el borde del abismo, o tuvieseis ya un pie en el
infierno;
aunque hubieseis vendido vuestra alma al diablo, aun cuando fueseis unos herejes
endurecidos y obstinados como demonios, tarde o temprano os convertiréis
y os salvaréis, con tal que (lo repito y notad las palabras y los
términos de mi consejo) recéis devotamente todos los días
el Santo Rosario hasta la muerte, para conocer la verdad y obtener la
contrición y el perdón de vuestros pecados. Ya veréis
en esta obra muchas historias de grandes pecadores convertidos por virtud del
Santo Rosario. Leedlas para meditarlas.
Dios
solo.
(1)
Sab 2,8.
(2)
1 Pe 5,4.
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