Cuarta
Decena
Excelencia
del Santo Rosario demostrada por las
maravillas que Dios ha hecho en su favor
31a
Rosa
98)
Santo Domingo, al visitar a Doña Blanca, reina de Francia, que en los doce
años que llevaba de casada no había tenido hijos, y estaba
afligida sobremanera, le aconsejó que rezara el Rosario todos los días
para lograr del cielo la gracia de tener descendencia. Así lo hizo la reina,
y su petición fue oída el año 1213, en que nació
su primogénito, que fue llamado Felipe. Pero la muerte se lo arrebató,
y más que nunca acudió ella a la Santísima Virgen,
y distribuyó gran cantidad de Rosarios en la Corte y en varias ciudades del reino
para que Dios la colmase con una completa bendición. Y esto sucedió
el año 1215, en que vino al mundo San Luis, gloria de Francia y modelo de reyes
cristianos.
99)
Alfonso VIII, rey de Aragón y de Castilla, fue, a causa de sus pecados,
castigado por Dios de varias maneras, y se vio obligado a retirarse a una ciudad
de uno de sus aliados. Encontrándose Santo Domingo en la misma el día
de Navidad, predicó, según su costumbre, el Rosario y las gracias
que se obtienen de Dios por esta devoción, y dijo, entre otras cosas,
que los que lo rezan devotamente obtendrán la victoria sobre sus
enemigos y recobrarán todo lo perdido.
El rey
advirtió bien estas palabras y envió a
buscar a Santo Domingo y le preguntó si era cierto cuanto había predicado. El Santo respondió
que no había que dudar, y le prometió que si quería practicar
esta devoción y apuntarse en la Cofradía, vería los efectos.
Resolvióse el rey a rezar todos los días el Rosario, continuó
así durante un año, y el mismo día de Navidad, después
de rezarlo se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: "Alfonso,
hace un año que me sirves devotamente con el Rosario. Vengo a recompensarte.
Sabe que he obtenido de mi Hijo el perdón de todos tus pecados.
Aquí tienes esto Rosario. ¡Te lo regalo! Llévalo
siempre contigo y jamás podrán perjudicarte tus enemigos."
Desapareció, dejando al rey muy consolado; volvió él a su casa
llevando en la mano el Rosario, y viendo a la reina le contó lleno de
gozo el favor que acababa de recibir de la Santísima Virgen, le tocó
los ojos con el Rosario y recobró la vista, que había perdido.
Algún
tiempo después, habiendo el rey reunido algunas tropas, con ayuda de sus
aliados atacó osadamente a sus enemigos, les obligó a devolver
las tierras y a reparar los daños, los arrojó enteramente,
y fue tan afortunado en la guerra que de todas partes iban soldados para
combatir bajo su mando, porque las victorias parecían seguir por todas partes
sus batallas. No debe sorprendernos, porque no entraba jamás en batalla
sino después de haber rezado el Rosario de rodillas; había hecho
ingresar en la Cofradía a toda la corte y exhortaba a sus oficiales
y criados a ser devotos del Rosario. La reina se obligó igualmente
y los dos perseveraron en el servicio de la Santísima Virgen y vivieron
piadosamente.
32a
Rosa
100)
Santo Domingo tenía un primo, llamado Don Pero o Pedro, que llevaba
una vida muy disoluta. Habiendo oído que el Santo predicaba las maravillas
del Rosario y que muchos se convertían y cambiaban de vida por este
medio, dijo: "Había perdido la esperanza de mi salvación,
pero comienzo a tomar confianza, es preciso que yo oiga a ese hombre de Dios."
Asistió, pues, un día al sermón de Santo Domingo.
El Santo, al verle, redobló su ardor en atacar los vicios y rogó
a Dios, desde lo íntimo de su corazón, que abriese los ojos de
su primo para que conociera el estado miserable de su alma.
Don Pero
se asustó desde luego, pero no se resolvió a convertirse; volvió,
sin embargo, a la predicación del santo, y éste, viendo que este
corazón endurecido no se convertiría sin algo extraordinario,
gritó en alta voz: "Señor Jesús, haced ver a todo este
auditorio el estado en que se encuentra el que acaba de entrar en vuestra casa."
Entonces
todo el pueblo vio a Don Pero rodeado de una multitud de diablos en forma de bestias
horribles que le tenían atado con cadenas de hierro; huyeron todos,
unos por aquí, otros por allá, y fue para él espantoso
verse objeto del horror de todos. Santo Domingo hizo que todos se detuvieran,
y dijo a Don Pero: "Conoced, desgraciado, el deplorable estado en que os
encontráis; arrojaos a los pies de la Santísima Virgen.
Tomad este Rosario, rezadlo con devoción y arrepentimiento de vuestros pecados
y resolveos a cambiar de vida."
Se puso
de rodillas, rezó el Rosario y se sintió movido a confesarse,
lo que hizo con una gran contrición. El Santo le ordenó que rezase
todos los días el Santo Rosario, y él prometió hacerlo
y se inscribió en la Cofradía; su cara, que antes había
asustado a todos, al salir de la iglesia aparecía brillante como
la de un ángel. Perseveró en la devoción al Santo Rosario,
llevó una vida arreglada y murió dichosamente.
33a
Rosa
101)
Predicando Santo Domingo el Rosario cerca de Carcasona, le llevaron un hereje
albigense poseso; el Santo le exorcizó en presencia de una gran
muchedumbre; se cree que le escuchaban más de doce mil hombres. Los demonios
que poseían a este miserable estaban obligados a responder, a su pesar,
a las preguntas del Santo, que les hizo decir:
1)
Que eran quince mil los que había en el cuerpo de aquel miserable,
porque había atacado los quince misterios del Rosario.
2)
Que con el Rosario, que él predicaba, llevaba el terror y el espanto
a todo el infierno, y que era el hombre que más odiaban en todo el
mundo a causa de las almas que les quitaba con la devoción del Rosario.
3) Revelaron
otra porción de particularidades.
Santo Domingo
arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál
de los santos del cielo temían más y cuál debía
ser más amado y honrado por los hombres.
A esta
pregunta prorrumpieron en gritos tan espantosos que la mayor parte del auditorio
cayó en tierra sobrecogida de espanto. Entonces los espíritus
malignos, para no responder, lloraban y se lamentaban de un modo tan lastimero
y conmovedor que muchos de los asistentes, movidos por natural piedad,
lloraban también. Los demonios decían por boca del poseso con voz
lastimera: "¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te
prometemos no hacerte daño!
Tú
que tienes compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad
de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces
en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya
padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!"
102)
El Santo, sin inmutarse por las dolientes palabras de estos desgraciados
espíritus, les respondió que no cesaría de atormentarles
hasta que hubieran respondido a la pregunta. Dijeron los demonios que
contestarían, pero en secreto y al oído y no delante de todos.
Insistió el Santo, ordenándoles que hablasen muy alto. Los diablos
no quisieron decir palabra a pesar de la orden que les había dado.
Entonces el Santo, puesto de rodillas,
hizo a la Santísima Virgen esta oración: "O excellentissima Virgo Maria, per virtutem
psalterii et rosarii tui, compelle hos humani generis hostes questioni meae
satisfacere." "Oh excelentísima Virgen
María, por la virtud
de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano
que contesten a mi pregunta."
Hecha
esta oración, una llama ardiente sale de las orejas, la nariz y la boca
del poseso y hace temblar a todos, pero a nadie hace mal. Entonces los diablos
exclamaron: "Domingo, te rogamos, por la pasión de Jesucristo y por
los méritos de su santa Madre y los de todos los santos, que nos permitas
salir de este cuerpo sin decir nada, porque los ángeles cuando tú
quieras te lo revelarán. Nosotros somos embusteros. ¿Por qué
quieres creernos? No nos atormentes más, ten piedad de nosotros."
"Desgraciados
sois" dice Santo Domingo, y, arrodillándose, dirigió esta oración
a la Santísima Virgen: "O Mater sapientiae dignissima et de cujus salutatione quomodo illa fieri
debeat jam edoctus est populus; pro salute populi circumstantis rogo: Coge hosce tuos adversarios,
ut plenam et sinceram veritatem palam hic profiteantur" (1).
Apenas había terminado esta oración, cuando vio cerca de él
a la Santísima Virgen, rodeada de una multitud de ángeles,
que con una varilla de oro que tenía en la mano golpeaba al
endemoniado,
diciéndole: "Contesta a la pregunta de mi servidor Domingo."
Hay que advertir que el pueblo no veía ni oía a la Santísima
Virgen, sino solamente Santo Domingo.
103)
Entonces los demonios comenzaron a gritar, diciendo: "O inimica nostra,
o nostra damnatrix, o nostra inimica, o nostra damnatrix,
o confusio nostra, quare de coelo descendisti, ut nos hic ita torqueres?
Per te quae infernum evacuas et pro peccatoribus tanquam potens advocata exoras;
o Via coeli
certissima et securissima, cogimur sine mora et intermissione ulla, nobis quamvis invitis,
et contra nitentibus, totam rei proferre veritatem. Nunc declarandum nobis est simulque publicandum
ipsum medium et modus quo ipsimet confundamur, unde vae et maledictio in aeternum nostris tenebrarum
principibus.
Audite igitur vos, christiani. Haec christi Mater potentissima est in preservandis
suis servis quominus precipites ruant in baratrum nostrum inferni. Illa est quae
dissipat et enervat, ut sol, tenebras omnium machinarum et astutiarum nostrarum,
detegit omnes fallacias nostras et ad nihilum redegit omnes nostras tentationes.
Coactique fatemur neminem nobiscum damnari qui ejus sancto cultui et pio obsequio
devotus perseverat. Unicum ipsius suspirum, ab ipsa et per ipsam sanctissimae Trinitati oblatum,
superat et excedit omnium sanctorum preces, atque pium et sanctum eorum votum et desiderium,
magisque eum formidamus quam omnes paradisi sanctos; nec contra fideles ejus famulos quidquam
praevalere possumus.
Notum sit etiam vobis plurimos christianos in hora mortis ipsam invocantes
contra nostra jura salvari, et nisi Marietta illa obstitisset nostrosque conatus repressisset,
a longo jam tempore totam Ecclesiam exterminassemus, nam saepissime universos Ecclesiae
status et ordines a fide deficere fecissemus. Imo planius et plenius vi et necessitate compulsi,
adhuc vobis dicimus, nullum in exercitio Rosarii sive psalterii ejus perseverantem aeternos
inferni subire cruciatus. Ipsa enim devotis servis suis
veram impetrat contritionem qua fit ut peccata sua confiteantur, et eorum
indulgentiam a Deo consequantur."
104)
"¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra!
¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel?
¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores,
a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados -a
pesar nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión
y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes
de las tinieblas! ¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente,
y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol,
disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas,
rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones.
Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena
con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad
vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos.
La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos
contra sus fieles servidores.
Tened también
en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse,
según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah!
Si esta Marieta -así la llamaban en su furia- no se hubiera opuesto a nuestros
designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido
a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías!
Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión -obligados por la violencia
que nos hacen- que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará.
Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados,
para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos."
Entonces Santo Domingo
hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y a cada avemaría
que el santo y el pueblo rezaban -¡cosa sorprendente!- salían del cuerpo
de este desgraciado una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos.
Y cuando salieron todos los demonios y el hereje se vio completamente libre,
la Santísima Virgen dio, aunque invisiblemente, su bendición a todo el pueblo,
que con ello experimentó sensiblemente gran alegría. Este milagro fue
causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso se inscribieron
en la Cofradía del Santo Rosario.
34a
Rosa
105)
¿Quién podrá contar las victorias que
Simón,
conde de Montfort, ganó a los albigenses bajo la protección
de Nuestra Señora del Rosario?: fueron tan notables que jamás ha
visto el mundo cosa parecida. Con quinientos hombres desbarató un
ejército de diez mil herejes. Otra vez con treinta venció
a tres mil. Después, con mil infantes y ochocientos de caballería,
hizo pedazos el ejército del rey de Aragón, compuesto de cien
mil hombres, perdiendo solamente ocho soldados de infantería y uno
de caballería.
106)
¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen
a Alano de Lanvallay, caballero bretón que combatía por la fe
contra los albigenses! Un día que se hallaba rodeado por todas
partes de enemigos, la Santísima Virgen lanzó contra ellos
ciento cincuenta piedras y le libró de sus manos.
Otro
día en que había naufragado su navío y estaba ya próximo
a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento cincuenta colinas, por encima
de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria de los milagros que
había hecho en su favor la Santísima Virgen, como recompensa del Rosario
que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un
convento para religiosos
de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo religioso,
murió santamente en Orleans.
107) Otero, soldado bretón de Vaucouleurs, hizo huir
compañías enteras de herejes y de ladrones con su Rosario y con
la espada al brazo. Sus enemigos, después de vencidos, le aseguraron
haber visto resplandecer su espada, y una vez en su brazo un escudo
que tenía pintadas las imágenes de Jesucristo, la Santísima Virgen
y los santos, que le hacían invencible y le daban
fuerza para atacar.
En cierta
ocasión, con diez compañías venció a veinte mil herejes
sin perder ninguno de sus soldados, lo que impresionó de tal modo al
general del ejército enemigo, que fue a ver a Otero, abjuró
de sus herejías y declaró que le había visto cubierto
de armas de fuego durante el combate.
35a
Rosa
108)
El Beato Alano refiere que un Cardenal llamado Pedro, del título
de Santa María del Tíber, instruido por Santo Domingo, su
íntimo amigo, en la devoción del Santo Rosario, se interesó
por ella de tal modo que fue su panegirista y la inculcaba a todos cuantos podía.
El Cardenal fue enviado como legado a Tierra Santa entre los cristianos cruzados
que combatían a los sarracenos, e hizo tales prosélitos en el ejército
cristiano -practicando todos esta devoción para conseguir el auxilio del cielo-
en un combate, con sólo tres mil triunfaron sobre cien mil.
Ya hemos visto
que los demonios temen infinitamente al Rosario. Dice San Bernardo que
la salutación angélica les quebranta y hace estremecer a todo el infierno.
El Beato Alano asegura haber conocido varias personas que se habían entregado al diablo
en cuerpo y alma y que habían renunciado al bautismo y a Jesucristo y que,
después de abrazar la devoción del Santo Rosario, fueron libertadas
de su tiranía.
36a
Rosa
109)
En el año 1578 una mujer de Amberes se entregó al demonio,
firmando el acta de entrega con su sangre. Algún tiempo después
se arrepintió, y como sintiera gran deseo de reparar el mal que
había hecho, buscó un confesor prudente y caritativo
para conocer el medio de librarse del poder del diablo.
Encontró
efectivamente un sabio y virtuoso sacerdote que le aconsejó buscase
al Padre Enrique, director de la Cofradía del Santo Rosario del
convento de Santo Domingo, para que la inscribiese en la
Cofradía y la confesara;
y así se lo pidió, pero en vez del Padre encontró al
demonio bajo la forma de un religioso que la reprendió severamente
y le dijo que ninguna gracia podía esperar de Dios, ni había modo
de revocar lo que había firmado; lo cual la afligió mucho.
Pero no perdió por completo la esperanza en la misericordia del Señor,
volvió a buscar al Padre y encontró nuevamente al diablo, que la rechazó
como en la ocasión anterior; mas repitiendo por tercera vez el intento,
permitió el Señor que encontrase al Padre
Enrique, a quien buscaba,
el cual la recibió con caridad, exhortándola a confiar en la bondad
de Dios y hacer una buena confesión; la admitió en la
Cofradía
y le ordenó que con frecuencia rezase el Santo Rosario. Y un día,
durante la Misa que el Padre celebraba por la mencionada mujer, la Santísima
Virgen obligó al diablo a devolverle la cédula firmada; y quedó
así libertada por la autoridad de María y la devoción al Rosario.
37a
Rosa
110)
Un señor que tenía muchos hijos, metió
a una de las hijas en un monasterio que se encontraba a
la sazón completamente desarreglado, pues las religiosas sólo
respiraban vanidad y frivolidad. El confesor, hombre fervoroso y devoto
del Santo Rosario, deseando dirigir a esta joven religiosa a la práctica
de vida más perfecta, le ordenó rezar todos los días
el Rosario en honor de la Santísima Virgen, meditando la vida, pasión
y gloria de Jesucristo. Le agradó a ella mucho esta devoción
y poco a poco fue aborreciendo el desarreglo de sus hermanas y empezaron
a gustarle el silencio y la oración, a pesar del desprecio y burlas
de las otras religiosas, que interpretaban su fervor como gazmoñería.
Habiendo ido
por aquellos días a visitar el monasterio un santo Abad, tuvo una
extraña visión mientras oraba; le pareció ver una
religiosa en oración en su celda ante una Señora de admirable
hermosura, acompañada de un coro de ángeles, los cuales
con flechas encendidas arrojaban a la multitud de demonios que pretendía
entrar; y estos espíritus malignos huían a las celdas de las
demás religiosas, en figura de sucios animales, para excitarlas al pecado,
en el cual muchas de ellas consentían.
Conoció
el Abad por esta visión el mal espíritu de este monasterio,
creyó morir de pena, llamó a la joven religiosa y la exhortó
a la perseverancia. Reflexionando sobre la excelencia del Santo Rosario,
resolvió reformar a estas religiosas con tal devoción;
adquirió para ello hermosos Rosarios que regaló a todas
las religiosas persuadiéndolas de que lo rezasen todos los días
y prometiéndoles, si así lo hacían, no violentarlas
para que se reformasen. Recibieron complacidas los Rosarios y prometieron
rezarlo con esa condición. ¡Cosa admirable!: poco a poco dejaron
sus vanidades, se dieron al recogimiento y al silencio y en menos de un
año pidieron ellas mismas la reforma. El Rosario pudo en sus corazones
más de lo que hubiera conseguido el Abad con sus exhortaciones
y su autoridad.
38a
Rosa
111)
Una condesa española, instruida por Santo Domingo en la devoción
del Rosario, lo rezaba diariamente con maravilloso adelanto en la virtud.
Como aspiraba a la vida de perfección, pidió cierto día
a un Prelado y célebre predicador algunas prácticas de
perfección. Este Prelado le dijo que antes era preciso le declarase
el estado de su alma y sus ejercicios de piedad, y ella contestó
que el principal era el Rosario, que rezaba todos los días,
meditando los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos con gran fruto espiritual
para su alma. El Obispo, entusiasmado al oír explicar las raras
enseñanzas encerradas en los misterios, le dijo: "Hace veinte
años que soy doctor en teología, he leido muchas y excelentes
prácticas de devoción, pero no he conocido nada más
fructífero ni más conforme al cristianismo. Quiero imitaros;
predicaré el Rosario." Y así lo hizo, y con tal éxito,
que al poco tiempo pudo ver un gran cambio de costumbres en su diócesis:
muchas conversiones, restituciones y reconciliaciones; el libertinaje,
el lujo y el juego cesaron; comenzaron a florecer la paz en las familias,
la devoción y la caridad. Cambio tanto más admirable cuanto
que este Obispo había trabajado mucho para conseguirlo y hasta entonces
ineficazmente.
Para
inculcar mejor la devoción al Rosario, llevaba siempre uno muy hermoso,
y enseñándolo al auditorio decía: "Sabed,
hermanos míos, que el Rosario de la Santísima Virgen es
tan excelente que yo soy vuestro Obispo, doctor en teología y en ambos
derechos, me glorio de llevarlo siempre como el más ilustre signo
de mi episcopado y doctorado."
39a
Rosa
112)
El rector de una parroquia de Dinamarca contaba frecuentemente,
para mayor gloria de Dios y con gran gozo de su alma, que había
obtenido en su parroquia un resultado análogo al de este Obispo en su
diócesis.
"Había
predicado -decía- sin éxito alguno las materias más
urgentes y mas provechosas. No había fruto alguno. Al fin me resolví
a predicar el Santo Rosario y expliqué su excelencia y su práctica,
y puedo asegurar que, desde que mi pueblo gustó esta devoción,
he visto un cambio evidente en seis meses.
Tan cierto
es que esta divina oración tiene especial poder para mover los corazones
e inspirarles horror al pecado y amor a la virtud."
La
Santísima Virgen dijo un día al Beato Alano: "Así
como Dios ha escogido la salutación angélica para la
Encarnación de su Verbo y para la Redención de los hombres,
así quienes deseen reformar las costumbres de los pueblos
y regenerarlos en Jesucristo deben honrarme y dirigirme la misma salutación.
Yo soy -añadió- el camino por el cual vino Dios a los hombres,
y es necesario que después de Jesucristo obtengan
la gracia y las virtudes
por mi mediación."
113)
Yo, que esto escribo, he aprendido por experiencia propia la fuerza
de esta oración para convertir los corazones más endurecidos.
He encontrado algunos en los que las más terribles verdades predicadas
en una misión no habían hecho impresión alguna;
y en cambio, habiendo adquirido, por consejo mío, la costumbre
de rezar diariamente el Santo Rosario, se convirtieron y se dieron a Dios.
He podido observar
la enorme diferencia de costumbres entre pueblos y pueblos de las parroquias
donde di misiones pues mientras unos, por haber abandonado la práctica
del Rosario, habían vuelto a caer en las malas costumbres, otros,
por haberla conservado, conservaban también la gracia de Dios
y adelantaban todos los días en la vida cristiana.
40a
Rosa
114) El Beato
Alano de la Roche, el Padre Juan Dumont, el Padre Thomas, las crónicas
de Santo Domingo y otros autores, que fueron muchos de ellos testigos oculares,
refieren un gran número de conversiones milagrosas de pecadores y pecadoras
después de veinte, treinta o cuarenta años en el mayor desorden,
nada había podido convertirlos, y que se convirtieron por esta maravillosa
devoción. Por temor a extenderme demasiado, no las referiré.
Tampoco he de
referirme a las que yo mismo he visto; todas las omito
por diversas razones.
Caros lectores,
si practicáis y predicáis esta devoción, aprenderéis
por propia experiencia, y experimentaréis felizmente, el efecto maravilloso
de las promesas hechas por la Santísima Virgen a Santo Domingo,
al Beato Alano de la Roche y a cuantos hagan florecer esta devoción
que le es tan grata, que instruye a los pueblos en las virtudes de su Hijo
y en las suyas, inicia en la oración mental y conduce a la imitación
de Jesucristo, a la frecuencia de los sacramentos, a la práctica sólida
de las virtudes y toda clase de buenas obras; a ganar preciosas indulgencias
que los pueblos ignoran porque los predicadores de esta devoción
apenas han hablado de ellas, contentándose con hacer del Rosario
un sermón a la moderna, aunque sólo cause muchas veces
admiración y ninguna instrucción.
115)
En fin, me contento con deciros con el Beato Alano de la Roche que el Rosario
es manantial y depósito de toda clase de bienes:
1) P Peccatoribus
praestat poenitentiam;
2) S Sitientibus stillat satietatem;
3) A Alligatis
adducit absolutionem;
4) L Lugentibus largitur laetitiam;
5) T Tentatis tradit
tranquillitatem;
6) E Egenis expellit egestatem;
7) R Religiosis
reddit reformationem;
8) I Ignorantibus inducit intelligentiam;
9) V Vivis vincit
vastitatem;
10) M Mortuis mittit
misericordiam per modum
suffragii (2).
"Volo
-dijo
un día la Santísima Virgen al Beato Alano-
ut psaltae mei in vita et in morte,
et post mortem, habeant benedictionem, gratiae plenitudinem ac libertatem,
immunesque sint
a caecitate, obduratione, inopia ac servitute."
"Quiero
que los devotos de mi Rosario obtengan la gracia y bendición de mi Hijo durante su vida, en la hora
de la muerte y después de ella. Quiero que se vean libres de todas
las esclavitudes y sean reyes verdaderos, con la corona en la cabeza
y el cetro en la mano, y alcancen la gloria eterna. Amén."
(1)
Oh dignísima Madre de la Sabiduría, acerca de cuya salutación,
de qué forma debe rezarse, ya queda instruido este pueblo, te ruego para
la salud de los fieles aquí presentes que obligues a estos tus enemigos
a que abiertamente confiesen aquí la verdad completa y sincera.
(2)
Los
pecadores obtienen el perdón, Las almas sedientas
se sacian, Los que están atados ven sus lazos deshechos, Los que lloran hallan alegría, Los que
son tentados hallan tranquilidad, Los pobres son
socorridos, Los religiosos son reformados, Los ignorantes
son instruidos, Los vivos vencen la decadencia espiritual, Los muertos alcanzan la misericordia por vía de
sufragios.
|