Introducción
1. Jesucristo ha venido
al mundo por medio de la Santísima Virgen, y por medio de Ella
debe también reinar en el mundo.
2.
La vida de María ha sido una vida oculta y por eso el Espíritu Santo
y la Iglesia la llaman Alma mater... madre oculta y escondida. Su humildad
ha sido tan grande, que no ha habido en la tierra atractivo mayor y más
constante para Ella que el de ocultarse de sí misma y de toda criatura,
para no ser conocida sino sólo de Dios.
3.
Pidióle la Virgen sobre todas las cosas pobreza y humillación,
y Nuestro Señor tuvo a bien ocultar los inefables favores que le hizo en
su Concepción Purísima, en su nacimiento, en su vida,
en sus misterios, en su resurrección, en su Asunción, y quiso apartarla
de la vista de todas las criaturas. Sus mismos padres no la conocían;
y los Angeles, unos a otros se preguntaban a menudo: ¿Quién es ésta?
(Cant. 6,9; 3,6; 8,5) porque el Altísimo se lo ocultaba; o si algo les descubría, mucho más
era lo que les velaba acerca de las grandezas y glorias de la Virgen.
4.
El Eterno Padre consintió en que Ella no hiciese milagros durante su vida,
al menos milagros que llamasen la atención, por más que la hubiese
concedido poder para ello. Dios Hijo ha consentido en que María apenas
hablase durante su vida mortal, sin embargo de que le había concedido
inmensa sabiduría. Dios Espíritu Santo consintió en que
los Apóstoles y Evangelistas nos dijesen de Ella muy poco, y a lo más
lo que fuese necesario para hacer que Jesucristo fuese conocido, y eso que
se trataba de su purísima y fiel Esposa.
5.
María, pues, es la obra maestra del Todopoderoso, cuyo conocimiento y
posesión El se ha reservado para sí. María es la Madre admirable
del Hijo, que se ha complacido en humillarla y en ocultarla durante su vida
para favorecer su humildad, llamándola mujer, como a una extraña,
si bien en su corazón la estimase y la amase más que a todos
los ángeles y a todos los hombres juntos. María es la fuente sellada,
en la que sólo puede entrar el Espíritu Santo porque es su Esposa fiel;
María es el santuario y el descanso de la Santísima Trinidad, en
donde Dios se encuentra más magnífica y divinamente aposentado
que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar su morada entre los querubines
y serafines, y en la que a ninguna criatura le es permitido entrar sin un gran
privilegio.
6.
La divina María, lo digo con los Santos, es el paraíso terrestre
del nuevo Adán, en la que Jesús tomó carne por obra del Espíritu
Santo para obrar en él maravillas incomprensibles. Es el grande y maravilloso mundo
de Dios, en el que hay bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo,
en la que ha ocultado como en su seno a su Unigénito, y con él cuanto hay
de más excelente y de más precioso. ¡Oh, y qué de cosas grandes
y ocultas ha hecho ese Dios poderoso en esta criatura admirable!
Como Ella misma se ve obligada a decirlo a pesar de su profunda humildad: Hizo en
mí grandes cosas el Poderoso (Luc. 1,49). El mundo
no la conoce, porque es incapaz e indigno de conocerla.
7.
Los Santos han dicho cosas admirables de esta Santa Ciudad de Dios,
y nunca han estado más elocuentes ni más satisfechos que
cuando han hablado de Ella. Así, todos a una exclaman que la altura
de sus méritos, que la han elevado hasta el trono de la Divinidad, no
se puede percibir con la vista; que la anchura de su caridad, más extensa
que la tierra, no puede medirse; que la grandeza de su poder, que se extiende
hasta sobre el mismo Dios, no puede comprenderse, y, en fin, que lo profundo
de su humildad, como de todas sus virtudes y de todas sus gracias,
que son un abismo, no puede sondearse.
8.
¡Oh altura incomprensible! ¡Oh anchura inefable! ¡Oh grandeza desmedida! ¡Oh
abismo impenetrable! Todos los días, del uno al otro confín de la tierra,
en lo más alto de los cielos y en lo más profundo de los abismos, todo pregona,
todo publica a la admirable María. Los nueve coros de Angeles, los hombres de todas
edades, condiciones y religión, buenos y malos, hasta los demonios mismos,
se ven obligados a llamarla Bienaventurada, de buen o mal grado, por la fuerza de la verdad.
Todos los Angeles en los cielos la proclaman incesantemente, según San Buenaventura: Santa,
Santa, Santa María, Virgen madre de Dios, y la ofrecen millones de millones de veces todos
los días la salutación de los Angeles: Ave María; y se prosternan ante
Ella, y le piden por gracia que los honre con alguno de sus mandatos. San Miguel, a pesar de
ser el príncipe de toda la corte celestial, es el más celoso en rendirle y en hacer que se
le rinda todo género de honores, siempre esperando el tener la honra de ir, a su voz,
a socorrer a alguno de los servidores de María.
9.
Toda la tierra está llena de su gloria, particularmente entre los cristianos,
entre los que se la tiene por tutelar y protectora en varios reinos, provincias, diócesis
y ciudades. ¡Cuántas catedrales consagradas a Dios bajo su nombre! Ninguna
iglesia sin un altar en su honor; ninguna comarca ni cantón en donde no haya
alguna de sus imágenes milagrosas, y en donde se curan toda clase de males
y se consigue toda clase de bienes. Tantas cofradías y congregaciones en
su honor, tantas Ordenes religiosas bajo su nombre y amparo. Tantos congregantes
y hermanos de todas las cofradías. Tantos religiosos y religiosas que publican
sus alabanzas y que anuncian sus misericordias. No hay un niño que
al balbucear el Ave María no la alabe; no hay pecador que, por endurecido que sea,
no tenga en Ella alguna chispa de confianza, ni siquiera hay demonio en los infiernos que,
a pesar de temerla, no la respete.
10.
Después de eso, en verdad es preciso decir con los Santos: De Maria
nunquam satis... no se ha alabado, exaltado, honrado, amado y servido
bastante a María. Merece todavía más alabanzas,
respeto, amor y servicios.
11.
Y tenemos que decir con el Espíritu Santo: Toda la gloria de la Hija
del Rey está en el interior (Psal. 44,14); como si toda la gloria exterior que le dan
a porfía el cielo y la tierra no fuese nada en comparación de la
que interiormente recibe del Criador, y que no es conocida por las pequeñas
criaturas, que no pueden penetrar el secreto de los secretos del Rey.
12.
Después de eso, debemos exclamar con el Apóstol: Ni el ojo ha visto,
ni la oreja ha oído, ni el corazón del hombre ha
comprendido (1 Cor. 2,9) las bellezas, las grandezas y las excelencias de María,
el milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria.
Si queréis comprender a la Madre, dice un santo, comprended al Hijo,
pues es una Madre digna de Dios: Que aquí toda lengua enmudezca.
13.
Mi corazón ha dictado todo lo que acabo de escribir con un regocijo
particular, para demostrar que la divina María ha estado desconocida
hasta ahora, y que es una de las razones por las cuales Jesucristo no es conocido
como debe serlo. Si, pues, como es cierto, el reino de Jesucristo
ha de venir al mundo, no será sino consecuencia necesaria del conocimiento
del reino de la Santísima Virgen María, que le trajo al mundo
la vez primera y le hará resplandecer en la segunda venida.
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