Parte
Primera
DE
LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL
Excelencia
y necesidad
de la devoción a la Santísima Virgen
14.
Confieso con toda la Iglesia que no siendo María sino una pura criatura salida de las
manos del Altísimo, comparada con la Majestad
infinita es menos que un átomo, o más bien es
nada, puesto que sólo Dios es quien es, y por
consiguiente, confieso que este gran Señor, Ser
soberano y absoluto, ni ha tenido ni ahora tiene
necesidad alguna de la Santísima Virgen para
hacer su voluntad santísima y para manifestar
su gloria. Basta que Dios quiera, para que todo
se haga.
15. Digo, sin embargo, que
así y todo,
habiendo querido Dios empezar y concluir sus más grandes obras por la
Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no
cambiará
de conducta en el transcurso de los siglos, pues
es Dios y no varía en sus sentimientos ni en su
proceder.
16.
El Eterno Padre no ha dado su único Hijo al mundo sino por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los Patriarcas,
por más ruegos que le dirigieron los Profetas y
los Santos de la antigua ley durante cuatro mil años para poseer ese tesoro, no ha habido
más
que María que lo haya merecido y que haya obtenido gracia ante Dios en fuerza de sus
súplicas
y por la alteza de sus virtudes. El mundo era
indigno, dice San Agustín, de recibir al Hijo de
Dios directamente de las manos del Padre; se
lo ha dado a María para que el mundo lo recibiese por Ella. El Hijo de Dios se ha hecho
hombre para nuestra salvación, pero en María
y por María. El
Espíritu Santo ha formado a
Jesucristo en María, pero después de haberla
pedido su aquiescencia por uno de los primeros
ministros de su corte.
17.
El Eterno Padre ha comunicado a María
su fecundidad, en cuanto una pura criatura podía recibirla, a fin de darle poder para
engendrar a su Hijo y después a todos los miembros
de su cuerpo místico.
18.
Dios Hijo ha bajado a su
seno virginal, como el nuevo Adán al paraíso
terrestre, para tener en Ella sus complacencias y para obrar en Ella las grandes maravillas de
la gracia. Dios hecho hombre ha encontrado su
libertad en verse aprisionado en su seno; ha
hecho aparecer su poder en dejarse mandar por
esta Virgen bendita; ha hallado su gloria y la
de su Padre en ocultar sus esplendores a todas
las criaturas de la tierra para no revelarlos sino
a María; ha glorificado su independencia y su
majestad en depender de esta humilde Virgen
en su Concepción, en su Nacimiento, en su Presentación en el templo, en su vida oculta de
treinta años, hasta su muerte, en la que debía acompañarle, porque no quería menos que sacrificarse
con Ella y ser inmolado con su beneplácito al Padre Eterno, como en otro tiempo
Isaac, por la obediencia de Abraham, a la voluntad de Dios. Ella es quien le ha amamantado,
alimentado, cuidado, y podríamos añadir, sacrificado por nosotros.
¡Oh admirable e incomprensible
dependencia de un Dios! El Espíritu Santo, para demostrarnos todo su valor, no ha podido pasarla
en silencio en el Evangelio, por más que nos
haya ocultado casi todas las cosas admirables
que esta Sabiduría encarnada ha hecho en su
vida oculta. Jesucristo ha dado más gloria a
Dios, su Padre, por la sumisión que ha tenido a María durante treinta años, que la que le hubiera proporcionado convirtiendo al mundo entero
por obra de sus mayores maravillas. ¡Oh, cuán
altamente se glorifica a Dios desde el momento
en que para complacerlo se somete uno a María,
a imitación de Jesucristo, nuestro único modelo!
19. Si examinamos de cerca el resto de la
vida de Jesucristo, encontraremos que ha querido inaugurar sus milagros por María.
Santificó
a San Juan en el seno de su madre Santa Isabel
por la palabra de María, porque apenas habló la
Virgen, Juan fue santificado, y ese es el primero
y mayor milagro de la gracia. Bastó el humilde
ruego de María para que en las bodas de Caná
cambiase el agua en vino, y ese es su primer
milagro sobre la naturaleza. Ha principiado y
seguido sus milagros por María, y los continuará por María hasta la consumación de los siglos.
20.
El Espíritu Santo, que no produce otra
persona divina, se ha hecho fecundo por María, con quien se ha desposado. Con Ella, en Ella y
de Ella ha producido su obra maestra, que es
un Dios hecho hombre; produce todos los días
y producirá hasta el fin del mundo los predestinados, que son los miembros del cuerpo de
esa cabeza adorable; por eso cuanto más encuentra a María su cara e indisoluble
Esposa,
en una alma, tanto más deseoso y decidido se
muestra a producir a Jesucristo en esa alma, y
a esa alma en Jesucristo.
21. No se quiere por esto decir que la
Santísima Virgen da fecundidad al Espíritu Santo,
cual si de ella careciese, puesto que, siendo Dios, posee la fecundidad infinita; sino que el
Espíritu Santo, por la mediación de la Santísima Virgen, de la que tiene a bien valerse,
aunque no la necesite absolutamente, pone por obra
su fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a
Jesucristo y sus miembros; misterio de gracia
desconocido hasta de los cristianos más sabios
y espirituales.
22. Y la conducta que las tres Personas de
la Santísima Trinidad han observado en la Encarnación y en la primera venida de Jesucristo,
la siguen todos los días, de una manera invisible,
en la Santa Iglesia, y la observarán hasta la consumación de los siglos, aun en la
última venida
del Señor.
23. Dios Padre, que ha hecho un conjunto
de todas las aguas, que ha llamado mar, ha hecho un conjunto de todas sus gracias, que ha
llamado María. Este gran Dios tiene un tesoro
o un depósito muy rico, en el que ha encerrado
cuanto hay de hermoso, de radiante, de raro y
de precioso, hasta su mismo Hijo; y este inmenso
tesoro no es otra cosa sino María, que los
Santos llaman el tesoro del Señor, y de cuya
plenitud se enriquecen los hombres.
24.
Dios Hijo ha comunicado a su Madre
cuanto ha adquirido por su vida y su muerte,
sus méritos infinitos y sus virtudes admirables,
y la ha hecho tesorera de todo lo que su Padre
le ha dado en herencia; por Ella aplica sus méritos a sus miembros; por Ella comunica sus
virtudes y distribuye sus gracias; es su canal
misterioso, es su acueducto de oro por el que
hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.
25.
Dios Espíritu Santo ha comunicado a María, su fiel Esposa, sus dones inefables, y la
ha escogido como dispensadora de todo lo que
posee; de manera que Ella distribuye a quien
quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando
quiere, todos sus dones y sus gracias, y ningún
don celestial se hace a los hombres sin que pase
por sus manos virginales, pues tal ha sido la
voluntad de Dios, que ha querido que lo tengamos todo por María; así será enriquecida,
enaltecida y honrada por el Altísimo, la que se ha
empobrecido, humillado y ocultado hasta el fondo de la nada por su profunda humildad
durante toda su vida. He aquí los sentimientos de la
Iglesia y de los Santos Padres.
26. Si hablase con los
espíritus fuertes de
estos tiempos, todo lo que sencillamente manifiesto, lo probaría más extensamente por las
Santas Escrituras y por los Santos Padres, cuyos pasajes en latín citaría;
probaría todo esto
con razones que pueden verse citadas por el
Rdo. P. Poiré, de la Compañía de Jesús, en su
Triple corona de la Santísima Virgen; pero como hablo particularmente con los sencillos,
que siendo gentes de buena voluntad y que tienen más fe que la generalidad de los sabios,
creen con más sencillez y con más mérito, me
contento con declararles simplemente la verdad
sin detenerme a citarles los pasajes latinos que
no entienden. Prosigamos.
27. Perfeccionando la gracia a la naturaleza,
y perfeccionando la gloria a la gracia, es cierto
que Nuestro Señor, hasta en el cielo, es tan Hijo
de María como lo era en la tierra, y que, por
consiguiente, ha conservado la sumisión y la
obediencia más perfecta de todas las criaturas hacia la mejor de todas las madres.
Pero conviene no ver en esta dependencia la menor humillación o imperfección en Jesucristo,
pues encontrándose María muy por debajo de
su Hijo, que es Dios, no le manda como una
madre de la tierra mandaría a su hijo, que es
inferior a ella; María, transformada toda en
Dios por la gracia y por la gloria que transforma a todos los Santos en El, no pide, no quiere
ni hace cosa alguna que sea contraria a la eterna e inmutable voluntad de Dios.
Así, cuando
se lee en los escritos de los Santos Bernardo,
Buenaventura, Bernardino, etc., que en el cielo
y en la tierra, todo, incluso el mismo Dios, está
sometido a la Santísima Virgen, se entiende que
la autoridad que Dios ha tenido a bien confiarle
es tan grande, que parece que posee el mismo
poder que Dios, y que sus ruegos y peticiones
tienen tanto poder para con Dios, que siempre
pasan como mandatos de un Dios que nunca
desoye el ruego de su querida Madre, porque
siempre respeta y se conforma con su voluntad.
Si Moisés, por la fuerza de su ruego contuvo
la ira de Dios sobre los israelitas de un modo
tan poderoso, que no pudiendo el Altísimo y
misericordioso Señor desestimarlo, le dijo que
le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo
rebelde, ¿qué debemos pensar nosotros, con más motivo, de las súplicas de la humilde
María
y digna Madre de Dios, que tiene más influencia
para con su Majestad que las oraciones e intercesiones de los ángeles y de los Santos todos
del cielo y de la tierra? (Exodo 32,10).
28.
María manda en el cielo a los ángeles y
a los bienaventurados. Como recompensa de su
profunda humildad, Dios le ha dado el poder y
el encargo de llenar de Santos los tronos vacíos
de los ángeles apóstatas caídos por el orgullo.
Tal es la voluntad del Altísimo, que engrandece
a los humildes, que el cielo, la tierra y el infierno se sujetan de bueno o de mal grado a los
mandatos de la humilde María, a quien ha hecho Soberana del cielo y de la tierra, generala
de sus ejércitos, tesorera de su hacienda, dispensadora de sus gracias, obradora de sus
grandes maravillas, reparadora del género humano,
mediadora de los hombres, exterminadora de
los enemigos de Dios y fiel compañera de sus
grandezas y de sus triunfos.
29.
El Eterno Padre quiere tener siempre
hijos por María hasta la consumación de los
siglos, y le dice estas palabras: Residirás en Jacob (Eccli. 24,13), esto es,
harás tu domicilio
y residencia en mis hijos y predestinados, figurados por Jacob, y de ningún modo en los hijos del demonio y de los réprobos, figurados por
Esaú.
30.
De la misma manera que en el orden
natural es necesario que un hijo tenga padre y
madre, así en el orden de la gracia todas las verdaderas criaturas de Dios y predestinados
tienen a Dios por Padre y a María por Madre; y
quien no tenga a María por Madre, no tiene por
Padre a Dios. Por eso tanto los réprobos como
los herejes, los cismáticos, etcétera, que odian
o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen, no tienen a Dios como Padre por
más que de ello se jacten, porque no tienen a María por Madre; pues si la poseyesen
como
Madre, la amarían y honrarían de la misma manera que un buen hijo ama naturalmente y
honra a la madre que le ha dado la vida.
La
señal más infalible y más indudable para
distinguir un hereje, un hombre de mala doctrina, un réprobo, de un predestinado,
está en
que tanto el hereje como el réprobo, no tienen
sino menosprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor tratan de
amenguar por medio de sus palabras y ejemplos, ora abierta, ora ocultamente y a veces con
pretextos ingeniosos. Por eso ha dicho Dios Padre a María que no habitase en ellos, porque
son falsos como Esaú.
31.
Dios Hijo quiere formarse y, por decirlo así encarnarse todos los
días por medio de su amantísima Madre, en los miembros
místicos
de su cuerpo, que son los justos, y por eso dice
a María: Recibe a Israel por herencia (Eccli. 24,13).
Lo que es lo mismo que si dijera: Mi Padre me
ha dado por herencia todas las naciones de la
tierra, todos los hombres buenos y malos, predestinados o réprobos; a los unos los guiaré con
la vara de oro del amor; a los otros, con la vara
de hierro de la justicia; seré el padre y defensor
de los unos, el justo vengador de los otros y el
juez de todos; pero Vos, mi carísima María, no
tendréis como herencia y propiedad sino a los
predestinados, representados por Israel, y como
buena Madre suya, los criaréis y cuidaréis, y como soberana de los mismos, los guiaréis,
gobernaréis y defenderéis.
32. Un hombre y un hombre ha nacido en
Ella, dice el Espíritu Santo. Según la explicación de algunos Padres, el primer hombre
nacido de María es el Hombre-Dios, Jesucristo; el
segundo es un hombre puro, hijo de Dios y de María, por adopción. Si Jesucristo, el Jefe de
los hombres, ha nacido en Ella, los predestinados, que son los miembros de esa cabeza, deben
también nacer en Ella por una consecuencia
necesaria. Una misma madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la
cabeza: de otra manera sería un monstruo de
la naturaleza; del mismo modo en el orden de la
gracia, la cabeza y los miembros nacen de una
misma madre; y si un miembro del cuerpo místico de Jesucristo, es decir, un predestinado,
naciese de otra madre que no fuese María, que
ha producido la cabeza, no será ya un predestinado ni un miembro de Jesucristo, sino un
monstruo, en el orden de la gracia.
33.
Además, siendo ahora, como siempre, Jesucristo fruto bendito del vientre de la Virgen,
según el cielo y la tierra repiten mil y mil veces
todos los días, es indudable que Jesucristo es,
en particular, para todo aquel que vive unido con
El por medio de la gracia, tan verdaderamente
fruto y obra de María, como lo es para todo el
mundo en general.
De modo que, según esa doctrina, todo fiel que
viva en Jesucristo y para Jesucristo puede decirse a sí propio: Lo que yo poseo es efecto y fruto que
yo no tendría sin María; y a Ella se le pueden aplicar con más verdad que a San
Pablo estas palabras:
Yo doy a luz todos los días hijos de Dios, para que
Jesucristo mi Hijo se forme en ellos en la plenitud
de su edad (Gal. 4,19).
Excediéndose a sí mismo San Agustín,
afirma que para que todos los predestinados
se asemejen a la imagen del Hijo de Dios, están
en este mundo ocultos en el seno de la Santísima Virgen, en donde esta buena Madre los
guarda, alimenta, conserva y desarrolla hasta
tanto que los da a luz en la gloria, después de la
muerte, que es propiamente el día de su nacimiento, como la Iglesia llama a la muerte de
los justos. ¡Oh misterio de gracia ignorado
de los réprobos y poco sabido de los predestinados!
34. Dios
Espíritu Santo quiere formarse en
Ella y formar por Ella a los elegidos, y así, le
dice: Arraiga en mis elegidos (Eccli. 24,13).
Echad, querida mía y Esposa mía, las raíces de
todas vuestras virtudes en mis elegidos, a fin de
que crezcan de virtud en virtud y de gracia en
gracia.
He tenido tanta complacencia en Vos, cuando vivíais en la tierra, practicando las
más sublimes virtudes, que todavía deseo hallaros en la
tierra sin que ceséis de estar en el cielo. Reproducíos
para este efecto en mis elegidos; que
yo vea en ellos con complacencia las raices de
vuestra fe invencible, de vuestra humildad profunda, de vuestra mortificación universal, de
vuestra oración sublime, de vuestra caridad ardiente, de vuestra esperanza firme y de todas
vuestras virtudes. Sois eternamente mi Esposa
tan fiel, tan pura y tan fecunda como siempre:
que vuestra fe me dé fieles; que vuestra pureza
me dé vírgenes; que vuestra fecundidad me dé escogidos y predestinados, templos de mi gloria y
de mi gracia.
35.
Cuando María ha echado sus raíces en
un alma, produce en ella maravillas de gracia que sólo Ella puede producir, porque
sólo
Ella es la Virgen fecunda que nunca ha tenido
ni jamás tendrá igual en pureza y en fecundidad.
María ha producido, por el
Espíritu Santo, la
mayor obra que se haya producido o que pueda
producirse jamás, que es un Dios Hombre, y
consiguientemente Ella producirá las mayores
cosas que haya en los últimos tiempos. La formación y la educación de los grandes Santos
que habrá hacia el fin del mundo, le está reservada; porque sólo esta excelente y milagrosa
Virgen puede producir, en unión del Espíritu Santo, cosas grandes, extraordinarias, en la Iglesia
de Jesucristo.
36.
Cuando el Espíritu Santo su Esposo
la ha encontrado en un alma, vuela allí, entra
en ella de lleno, se comunica abundantemente con esa alma, y una de las grandes razones
por las cuales el Espíritu Santo no hace ahora
maravillas asombrosas en las almas, es porque
no encuentra en ellas una unión bastante grande con su fiel e indisoluble Esposa
María. Digo
indisoluble Esposa, porque después de este Amor
substancial del Padre y del Hijo se ha desposado con María para producir a Jesucristo, cabeza de los elegidos, y para producir a Jesucristo
en los elegidos, no la ha repudiado jamás, porque María siempre ha sido fecunda y
fidelísima
Esposa.
37. De lo que acabo de decir debe colegirse
evidentemente: 1.º
Que Maria ha recibido de
Dios un gran dominio sobre las almas de los
elegidos; pues sin ese dominio no puede hacer
su residencia en ellos, como Dios Padre se lo ha
ordenado; no puede formarlos en Jesucristo y
formar a Jesucristo en ellos; echar en el corazón de los Santos las raíces de sus virtudes y
ser la compañera inseparable del Espíritu Santo
por sus obras de gracia; digo que Ella no podría
realizar todas esas cosas a menos que no tenga
derecho y dominio en las almas por una gracia
singular del Altísimo, quien habiéndole dado poder sobre su Hijo único y natural, le ha dado
también poder sobre sus hijos adoptivos, no sólo en cuanto al cuerpo, lo que
sería poca cosa,
sino también en cuanto al alma.
38.
María es la Reina del cielo y de la tierra
por la gracia, como Jesús es Rey por naturaleza
y por conquista; pues como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el
corazón y en
el interior del hombre, según estas palabras: El reino de Dios está dentro de vosotros
(Luc.
17,21), del mismo modo el reino de la Santísima
Virgen está principalmente en el interior del
hombre, es decir, en las almas, y en las almas
es en donde principalmente está más glorificada
con su Hijo que en todas las criaturas visibles,
y podemos llamarla con los Santos, Reina de los
corazones.
39.
2.º Es preciso convenir en que siendo la Santísima Virgen necesaria a Dios, con una necesidad que se
llama hipotética, esto es, con una
necesidad que es consiguiente a los planes y voluntad de Dios, es mucho más necesaria a los
hombres para que éstos lleguen a conseguir su último fin. No debe, pues, confundirse la
devoción a la Santísima Virgen con las devociones
a los demás santos, como si no fuese más necesaria que las demás devociones, y se tratase
de una supererogación, y no de una necesidad.
40. El docto y piadoso
Suárez, de la Compañía de Jesús; el sabio y devoto Justo Lipsio,
doctor de Lovaina, y varios otros doctores, han
probado incontestablemente, fundándose en el
sentir de los Padres, entre otros de San Agustín,
de San Efrén, diácono de Edesa; de San Cirilo
de Jerusalén, de San Germán de Constantinopla,
de San Juan Damasceno, de San Anselmo, San
Bernardo, San Bernardino, Santo Tomás y San
Buenaventura, que la devoción a la Santísima
Virgen es necesaria para la salvación, y que es
una señal infalible de reprobación, como lo han
reconocido Ecolampadio y algunos otros herejes, el no tener estimación y amor a la
Santísima Virgen; y que por el contrario, es una señal
infalible de predestinación el serle entera y verdaderamente adicto o devoto.
41. Las figuras y las expresiones del antiguo
y del nuevo Testamento lo prueban, los sentimientos y los ejemplos de los santos lo confirman,
la razón y la experiencia lo enseñan y demuestran; los mismos demonios y sus secuaces,
impelidos por la fuerza de la verdad, se han
visto con frecuencia obligados a confesarlo a
pesar suyo. De todos los pasajes de los Santos
Padres y de los Doctores de que he hecho vasta colección para probar esta verdad,
sólo citaré
uno, para no ser demasiado extenso: Seros devoto, oh Santísima Virgen, dice San Juan Damasceno, es una arma de
salvación que Dios
da a los que quiere salvar.
42.
Y podría citar aquí varias historias que probarían lo mismo, entre otras: la que se
refiere en las Crónicas de San Francisco, de cuando vio en éxtasis una gran escalera que llegaba al
cielo, al fin de la cual estaba la Santísima Virgen y por la cual se le indicó que era preciso
subir para llegar al cielo; y la que se refiere
en las crónicas de Santo Domingo, cuando quince mil demonios apoderados del alma de un
desgraciado hereje, cerca de Carcasona, en donde este Santo predicaba el Rosario, se vieron
obligados, por el mandato que les hizo la Santísima Virgen, a confesar muchas verdades
grandes y consoladoras referentes al amor hacia la
Reina del cielo, con tanta fuerza y claridad,
que no puede leerse esta historia auténtica y
el panegírico que el diablo hizo a pesar suyo
de esta devoción, sin derramar lágrimas de alegría por poco devoto que uno sea de la
Santísima Virgen.
43. Si la
devoción a María es necesaria a
todos los hombres, simplemente para alcanzar
la salvación, es aún más necesaria a los que son
llamados a una perfección particular, y no creo
que una persona pueda adquirir una unión íntima con Nuestro Señor y una fidelidad perfecta
al Espíritu Santo, sin una unión grandísima con
la Santísima Virgen y una gran dependencia de
su socorro.
44.
Sólo María ha encontrado gracia ante
Dios sin auxilio de ninguna otra pura criatura. Sólo por Ella han obtenido gracia ante Dios
cuantos la han alcanzado, y solamente por Ella
la conseguirán cuantos en adelante la logren.
Estaba llena de gracia cuando la saludó el arcángel Gabriel, y fue superabundantemente
inundada de gracia por el Espíritu Santo cuando su sombra inefable la cubrió; y ha
aumentado de tal modo de día en día y de momento
en momento esta doble plenitud, que ha llegado
a un grado de gracia inmensa e inconcebible, de
manera que el Altísimo la ha hecho tesorera única de sus tesoros y la única dispensadora de
sus gracias, para ennoblecer, elevar y enriquecer
a quien Ella quiera en el estrecho camino del
cielo; para hacer pasar, a pesar de todo, a quien
Ella quiera por la angosta puerta de la vida, y
para dar el trono, el cetro y la corona de rey a
quien Ella quiera. Jesús es en todas partes y
siempre el fruto y el Hijo de María, y María es
en todas partes el árbol verdadero del fruto de
la vida y la verdadera Madre que lo produce.
45.
Solamente a María ha dado Dios las llaves de los tesoros del divino amor, y el poder
de entrar en los caminos más sublimes y más
secretos de la perfección, y de hacer entrar a
otros en ellos. Sólo María proporciona la entrada en el paraíso terrestre a los desgraciados
hijos de la infiel Eva para pasearse en ese paraíso agradablemente con Dios, abrigarse
seguramente en él contra toda clase de enemigos,
para alimentarse deliciosamente sin temer más
a la muerte, del fruto de los árboles de la vida
y de la ciencia, y para beber a torrentes las
aguas celestiales de la hermosa fuente que allí abundantemente rebosa.
Ella es en sí misma ese paraíso terrestre o
esa tierra virgen y bendita de que han sido expulsados los pecadores Adán y Eva. Ella no da
entrada en el paraíso de su corazón más que a
los que Ella quiere que se hagan santos.
46.
Todos los ricos del pueblo, para servirme de la expresión del
Espíritu Santo según la
explica San Bernardo, todos los ricos del pueblo
os rogarán de siglo en siglo y estarán pendientes de vuestro rostro, y particularmente al fin
del mundo; es decir, que los Santos más grandes, las almas más ricas en gracias y virtudes
serán los más asiduos en ser devotos de la Santísima Virgen y en
tenerla siempre presente, como su perfecto modelo para imitarla, y como
su poderosa ayuda para implorar su auxilio.
47. He dicho que eso
sucederá
especialmente al fin del mundo, y bien pronto, porque el
Altísimo con su Santísima Madre deben suscitar grandes santos que
excederán tanto
más en
santidad a la mayor parte de los demás Santos, cuanto sobresalen los cedros del
Líbano
entre los arbustos, como le ha sido revelado a
una alma santa cuya vida ha sido escrita por
un gran servidor de Dios, M. de Renty.
48.
Estas grandes almas, llenas de gracia y
de celo, serán escogidas para oponerse a los enemigos de Dios, que bramarán por todas partes,
y serán especialmente devotas de la Santísima
Virgen, esclarecidas por su luz, alimentadas con
su leche, conducidas por su espíritu, sostenidas
por su brazo y guardadas bajo su protección de
tal modo, que combatirán con una mano y edificarán con la otra.
Combatirán con una mano,
derribarán, aplastarán a los herejes con sus herejías, a los
cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus
idolatrías y a los pecadores con sus impiedades, y
con la otra mano edificarán el templo del verdadero Salomón y la mística ciudad de Dios,
es decir, honrarán a la Santísima Virgen, llamada por los Santos Padres el
templo de Salomón
y la ciudad de Dios. En fuerza de sus palabras y
de su ejemplo, conducirán a todo el mundo a
su verdadera devoción, lo cual les granjeará muchos enemigos, pero también muchas victorias
a ellos y mucha gloria para sólo Dios. Esto le fue revelado a San Vicente Ferrer, como él mismo lo
consignó claramente en una de sus obras.
El mismo
Espíritu Santo parece haber predicho esta verdad en el salmo
LVIII, con estas
palabras: Y sabrán que el Señor reinará en Jacob y sobre toda la tierra; ellos se
convertirán
aunque tarde, sufriendo el hambre, como perros
famélicos, y acudirán alrededor de la ciudad
para encontrar qué comer.
Esta ciudad que los hombres encontrarán al
fin del mundo para convertirse y para saciar el
hambre de justicia que tendrán, es la Santísima
Virgen, llamada por el Espíritu Santo casa y
ciudad de Dios.
49. Por
María comenzó la salvación del
mundo, y por María debe consumarse; María no
se manifestó casi en el primer advenimiento de
Jesucristo, a fin de que los hombres, aún poco
instruidos e ilustrados acerca de la persona
de su Hijo, no se separasen de El, adhiriéndose
demasiado fuerte y groseramente a Ella, lo que
aparentemente hubiera sucedido si María hubiese sido conocida, a causa de los admirables
encantos que el Altísimo había puesto incluso
en su exterior, lo cual es tan cierto, que San Dionisio Aeropagita nos ha dejado escrito que,
cuando la vio, la hubiera tomado por una divinidad por sus secretos atractivos y su incomparable belleza, si la
fe, en que estaba bien fundado, no le hubiese enseñado lo contrario. Pero en
el segundo advenimiento de Jesucristo, María
debe ser conocida y revelada por el Espíritu
Santo a fin de hacer por Ella que sea conocido, amado y servido Jesucristo. Las razones que
movieron al Espíritu Santo a ocultar a su Esposa durante su vida, y a no manifestarla sino
muy poco después de la predicación del Evangelio, no subsisten ya.
50.
Dios quiere, pues, descubrir y manifestar a María como la
más perfecta obra de sus
manos, en estos últimos tiempos:
1.º
Porque Ella se ha escondido en este
mundo y colocádose más bajo que el polvo por
su profunda humildad, habiendo alcanzado de
Dios, de sus Apóstoles y de sus Evangelistas el
no ser suficientemente conocida.
2.º Porque siendo la
más perfecta obra de
Dios, tanto acá abajo por la gracia, como en el
cielo por la gloria, quiere el mismo Dios que
sea glorificada y ensalzada en la tierra por los
hombres.
3.º
Como es la aurora que precede y descubre al Sol de justicia que es Jesucristo, debe ser
reconocida y manifestada, a fin de que lo sea
su divino Hijo.
4.º
Siendo el camino por donde primera vez
vino Jesucristo a nosotros, lo será también cuando venga por segunda vez, aunque no del mismo
modo.
5.º
Siendo el medio seguro y el camino recto e inmaculado para ir a Jesucristo y hallarlo
perfectamente, por Ella deben buscarle las almas que deban resplandecer en santidad. Quien
halle a María, alcanzará la vida, es decir, a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida,
mas no es posible encontrar a María si no se
la busca; no se la puede buscar si no se la conoce, porque no se busca ni se desea un objeto
desconocido; es menester, pues, que María sea más conocida que nunca para mayor
conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad.
6.º
María debe resplandecer más que nunca
en misericordia, en poder y en gracia, en estos últimos tiempos; en misericordia, para reducir
y acoger amorosamente a los pobres pecadores
y extraviados, que se convertirán y volverán a
la Iglesia Católica; en poder, contra los enemigos de Dios, los idólatras,
cismáticos,
mahometanos, judíos e incrédulos endurecidos, quienes
se revolverán terriblemente para seducir y hacer caer por promesas y amenazas a todos los
que sean contrarios, y, finalmente, debe resplandecer en gracia, para animar y sostener a los
soldados valientes y fieles servidores de Jesucristo, que combatirán por sus intereses.
7.º
María, en fin, debe ser terrible al demonio
y a sus secuaces como un ejército ordenado en batalla, principalmente en estas
últimas
edades; porque sabiendo Satanás que le queda
poco tiempo, y menos que nunca, para perder
almas, redoblará diariamente sus esfuerzos y
sus combates; suscitará inmediatamente nuevas
persecuciones, y tenderá terribles emboscadas
a los servidores fieles y a los verdaderos hijos
de María, a quienes vence más difícilmente que
a los demás.
51.
De estas últimas y crueles persecuciones
del demonio, que se aumentarán diariamente hasta el reino del Anticristo, debe
principalmente entenderse aquella primera y célebre
predicción y maldición de Dios, lanzada contra
la serpiente en el paraíso terrestre, que aquí es
oportuno explicar para gloria de la Santísima
Virgen, salvación de sus hijos y confusión de Satanás.
Enemistades pondré entre
ti y la mujer, y
entre tu linaje y su linaje; ella quebrantará tu
cabeza, y tú pondrás asechanzas a su calcañar (Gen. 3,14).
52.
Dios no ha hecho más que una enemistad, pero ésta es irreconciliable;
durará y crecerá hasta el fin del mundo, y es entre
María
su Santísima Madre, y el demonio; entre los
hijos y servidores de la Virgen, y los hijos y súbditos de Lucifer; de modo que el
más terrible
de los enemigos de Satán que Dios ha suscitado
es María, su Santísima Madre, a la que dio, desde el mismo paraíso terrestre, aunque
todavía
no estuviese más que en su idea, tanto aborrecimiento a este maldito enemigo de Dios, tanto
arte para descubrir la malicia de esta antigua serpiente,
tanta fuerza para vencer, abatir y
aplastar a este orgulloso monstruo, que la teme más que a todos los ángeles y a todos los
hombres, y en cierto sentido más que al mismo Dios.
No es que la ira, el odio y el poder de Dios
no sean infinitamente mayores que los de la Santísima Virgen, toda vez que las perfecciones
de María son limitadas, sino porque: 1.º, siendo Satanás muy orgulloso, sufre infinitamente
más
al ser vencido y castigado por una pequeña y
humilde esclava de Dios, y su humildad le humilla más que el poder divino; 2.º, porque Dios
ha dado a María tan gran poder contra los demonios, que tienen más miedo (como se han
visto ellos mismos obligados frecuentemente a
confesarlo, a pesar suyo, por boca de los poseídos por ellos) a uno solo de los suspiros de
María en favor de cualquier alma, que a las
oraciones de todos los Santos, y temen más a
una sola de sus amenazas contra ellos, que a
todos los demás tormentos.
53.
Lo que Lucifer perdió por el orgullo, María lo ha ganado por humildad; lo que Eva
hizo digno de condenación y perdición por desobediencia, María lo ha salvado por la
obediencia. Eva, obedeciendo a la serpiente, perdió
consigo a todos sus hijos y los entregó a Satanás; María, siendo perfectamente fiel a Dios, ha salvado a todos sus hijos y servidores con Ella y
los ha consagrado a la Majestad divina.
54. Dios no puso solamente una enemistad,
sino que puso enemistades entre María y Lucifer, y no sólo las puso entre María y Lucifer,
sino entre la raza de la Virgen y la raza del demonio; es decir, Dios ha formado enemistades,
antipatías y odios secretos entre los verdaderos
hijos y siervos de María y los hijos y esclavos
del diablo, de modo que no se aman ellos nada
unos a otros, ni tienen correspondencia interior
entre sí.
Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás,
los amigos del mundo (que es la misma cosa)
han perseguido siempre y perseguirán ahora más que nunca a los que pertenezcan a la
Santísima Virgen, como en otro tiempo persiguió Caín a su hermano Abel, y
Esaú a su hermano
Jacob, que son las figuras de los réprobos y los
predestinados; pero la humilde María alcanzará siempre victoria sobre el orgulloso
Satanás, y será ésta tan grande, que llegará a aplastarle la
cabeza, en que reside su orgullo; María descubrirá siempre la malicia de la infernal serpiente
y sus tramas infernales; desvanecerá sus diabólicos consejos y librará a sus fieles servidores,
hasta el fin de los tiempos, de sus crueles garras.
Empero, el poder de
María sobre todos los
demonios, resplandecerá particularmente en los últimos tiempos en que Satanás
pondrá asechanzas a su calcañar, es decir, a los humildes
esclavos y a los pobres hijos que María suscitará
para hacer guerra al infierno.
Pequeños y pobres serán los hijos de la Virgen
según el mundo, y abatidos, hollados y
oprimidos como el calcañar lo está respecto de los demás miembros del cuerpo; pero en cambio,
serán ricos en gracia de Dios, que María les
distribuirá abundantemente; grandes y realzados en santidad delante de Dios, superiores a
toda criatura por su celo fervoroso, y tan perfectamente asistidos del divino socorro, que con
la humildad de su pie, en unión de María, aplastarán la cabeza de la serpiente infernal y
harán
que Jesucristo triunfe.
55.
En fin, Dios quiere que su Santísima
Madre sea ahora más conocida, más amada, más
honrada que lo ha sido jamás. Y será así sin
duda si los predestinados entran en la gracia
y en la luz del Espíritu Santo, en la práctica interior y perfecta que yo les manifestaré luego;
entonces verán con aquella claridad compatible
con la fe esta hermosa estrella de la mar, y llegarán a buen puerto a pesar de las
tempestades y de los piratas que los persigan; conocerán las grandezas de esta Virgen Soberana y se
consagrarán completamente a su servicio como súbditos suyos y esclavos de su amor; saborearán sus dulzuras y sus bondades maternales, y
la amarán con la ternura de hijos muy amados; conocerán las misericordias de que
está llena
María y las necesidades para las que han menester su socorro, y
recurrirán a Ella en todo como a la mejor abogada y mediadora para con
Jesucristo; sabrán que María es el medio más
seguro, más fácil, más corto y el más perfecto
camino para ir a Jesucristo, y se entregarán a
Ella en cuerpo y alma, sin partición, para ser
suya del mismo modo que de Jesucristo.
56. Pero
¿a qué se podrá comparar a estos
servidores, esclavos e hijos de María? Serán
como brasas encendidas en medio de los ministros del Señor y pondrán el fuego del
amor
divino en todas partes, y como flechas en mano
poderosa, flechas agudas en la mano de la poderosa María para herir a los enemigos de
Dios (Ps. 126,4).
Serán hijos de
Leví, bien purificados por el
fuego de grandes tribulaciones, y bien unidos
a Dios, que llevarán el oro del amor en el corazón, el incienso de la oración en el
espíritu, y
la mirra de la mortificación en el cuerpo, y que por todas partes serán el buen olor
de Jesucristo para los pobres y para los pequeños, mientras que
serán mensajeros de muerte para los
grandes, para los ricos y para los orgullosos
del mundo (Malaq. 3,3; 2 Cor. 2,15-16).
57.
Serán nubes aterradoras y ligeras que volarán por los aires al
menor soplo del
Espíritu
Santo, y sin adherirse a nadie, ni espantarse de nadie, ni apenarse por nada,
esparcirán la
lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna; tronarán contra el pecado,
bramarán contra el
mundo, y ministros fieles de Dios, vencerán al
diablo y a sus súbditos, y herirán de parte a
parte, para la vida o para la muerte, con la espada de dos filos de la palabra de Dios a todos
aquellos a quien sean enviados de parte del Altísimo (Isai. 60,8; Eph. 6,17;
Hebr. 4,12).
58.
Serán verdaderos apóstoles de los últimos tiempos a quienes el
Señor de las virtudes dará la palabra y la fuerza para obrar
maravillas y ganar gloriosos despojos a sus enemigos;
dormirán sin oro ni plata, y lo que es más, sin
cuidado alguno ni miedo a nadie, y sin embargo, serán como las plateadas alas de la paloma para
ir con la pura intención de la gloria de Dios y
de la salvación de las almas a donde los llame
el Espíritu Santo, y no dejarán tras sí donde
hayan predicado más que el oro de la caridad,
que es el cumplimiento de toda la ley.
59.
En fin, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo, que, marchando sobre
las trazas de la pobreza, humildad, desprecio
del mundo y caridad, enseñarán el camino derecho de Dios y de la verdad, según el Santo
Evangelio, y no según las máximas del mundo,
sin apenarse por nada, sin hacer acepción de
personas, sin cuidarse de nadie, ni escuchar, ni
temer a ningún mortal, por poderoso que sea.
Tendrán en sus labios la espada de doble filo
de la palabra de Dios; llevarán sobre sus espaldas el estandarte ensangrentado de la Cruz, el
Crucifijo en la mano derecha, el rosario en la
izquierda, los nombres sagrados de Jesús y de María en el corazón y la modestia y
mortificación de Jesucristo en toda su conducta. Ved los
grandes hombres que vendrán; pero María estará allí por orden del Altísimo para extender su
imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. ¿Cuándo y cómo
sucederá esto?... Dios sólo lo sabe: a nosotros sólo nos toca callar,
orar, suspirar y esperar. Esperare confiadamente (Ps. 39,1).
Modo
de discernir la verdadera devoción a la Santísima
Virgen,
de la falsa y aparente
60. Habiendo expuesto
hasta
aquí algo acerca de la necesidad que tenemos de la
devoción a
la Santísima Virgen, menester es ahora decir en
qué consiste esta devoción. Pero antes conviene
consignar algunas verdades fundamentales que ilustrarán más y más cuanto conviene saber
acerca de esta materia.
PRIMERA
VERDAD
61.
Jesucristo Nuestro Señor, verdadero
Dios y verdadero hombre, debe ser el fin último
de nuestras devociones; a no ser así, serían
falsas y engañosas. Jesucristo es el alfa y el
omega, el comienzo y fin de todas las cosas (Apoc. 1,8; 21,6; 22,13).
No trabajamos, como dice el Apóstol, más
que por hacer perfecto a todo hombre en Jesucristo (Col. 2,9), porque sólo en El reside
toda
plenitud de la Divinidad y todas las demás plenitudes de gracia, de virtudes y de perfecciones;
porque sólo en El estamos bendecidos con toda bendición espiritual; porque El es el
único Maestro que debe enseñarnos, es nuestro único
Señor de quien debemos depender, nuestro único
Jefe a quien debemos pertenecer, nuestro único
Modelo a que debemos conformarnos, nuestro único Médico que nos debe sanar, nuestro
único
Pastor que debe alimentarnos, nuestro único Camino por donde debemos andar, nuestra
única Verdad que debemos creer, nuestra única Vida que debe vivificarnos, y nuestro
único
Todo en todas las cosas que debe bastarnos (Eph. 1,3; Mt. 23,10; Jn. 14,6).
No se ha pronunciado bajo el cielo otro nombre que el de Jesús por el cual debamos ser
salvos (Act. 4,12). Dios no ha puesto otro fundamento de nuestra salvación, de nuestra
perfección y de nuestra gloria, más que a Jesucristo; todo edificio que no
está construido sobre esta piedra firme, está levantado sobre
movediza arena, y más o menos tarde caerá infaliblemente.
Todo fiel que no esté unido a El,
como el sarmiento a la vid, caerá, se secará y no servirá más que para el fuego
(Jn. 15,5-6). Si
estamos en Jesucristo, y Jesucristo está en nosotros, no hemos de abrigar temor alguno de
condenación; ni los ángeles de los cielos, ni los
hombres de la tierra, ni los demonios de los infiernos, ni otra criatura alguna nos puede
dañar, porque nadie nos puede separar, si no queremos, de la caridad de Jesucristo
(Rom.
8,38);
con Jesucristo y en Jesucristo lo podemos todo:
podemos dar toda honra y gloria al Padre en
unidad del Espíritu Santo, hacernos perfectos y
ser para el prójimo buen olor de vida eterna.
62. Si, pues, nos entregamos a la hermosa
devoción hacia la Virgen Santísima, es sólo
para establecer más perfectamente el amor de
Jesucristo, y de hallar un medio fácil y seguro
de hallar a Jesucristo. Si la devoción a la Santísima Virgen separase de su Hijo,
sería preciso
desecharla como una ilusión del demonio; pero
precisamente hemos menester de María para lo
contrario, como ya lo he demostrado, y aún demostraré más adelante, pues esta
devoción nos
es necesaria para hallar a Jesucristo perfectamente, para amarle tiernamente y para
servirle fielmente.
63. Al llegar
aquí, vuélvome un momento hacia Vos, oh amable Jesús, para quejarme
amorosamente a Vuestra Majestad de que la
mayor parte de los cristianos, aun los más instruidos, ignoran el enlace necesario que existe
entre Vos y vuestra Santísima Madre. Vos estáis, Señor, siempre con María, y
María siempre está con Vos y no puede estar sin Vos: de otro
modo dejaría Ella de ser lo que es; de tal modo está Ella transformada en Vos por la gracia,
que no vive, no existe, sino que sólo Vos, mi Jesús, vivís y reináis en Ella con
más perfección que en todos los ángeles y bienaventurados.
¡Oh! si fuere conocida la gloria y el amor que
recibisteis, Señor, en esta admirable criatura,
se tendrían para con Vos y para con Ella sentimientos bien diferentes de los que se tienen.
María os está tan íntimamente unida, que más fácil
sería separar a la luz del sol, al calor del
fuego; digo mal, más facil sería separar de Vos
a todos los ángeles y santos, que a vuestra bienaventurada Madre; porque Ella os ama
más
ardientemente y os glorifica más perfectamente
que todas vuestras criaturas juntas.
64.
Después de esto, ¿no es, mi amable Dueño, una cosa sorprendente y lastimosa ver la
ignorancia y tinieblas de todos los hombres acá
abajo respecto de vuestra Santísima Madre? No
hablo tanto de los idólatras y paganos, que no
os conocen ni se cuidan de conoceros; no hablo
de los herejes y cismáticos, que después de separarse de Vos y de vuestra Iglesia, no
muestran empeño en ser devotos de la Virgen María:
hablo de los católicos, y aun de los que entre católicos, haciendo profesión de
enseñar a los demás las verdades de la fe, no os conocen, ni
conocen a vuestra Madre, sino de una manera
especulativa, seca, estéril e indiferente.
Doctores que no hablan sino rara vez de
vuestra Madre y de la devoción que se le debe
tener porque temen, así lo dicen ellos, que haya
en ello abuso y se os haga injuria al honrar a
vuestra Madre Santísima. Si ven u oyen a algún
devoto de la Virgen hablar con frecuencia de
la devoción a esta buena Madre de un modo
tierno, firme y persuasivo, como de un medio
exento de toda ilusión, de un camino corto y
sin peligros, de una vía inmaculada y sin imperfección, y de un secreto maravilloso para
hallaros y amaros perfectamente, claman contra
él y dan mil falsas razones para probarle que
no es menester que se hable tanto de la Virgen,
que hay grandes abusos en esta devoción, y que
es menester procurar destruirlos, y más bien
hablar de Vos que conducir a los pueblos a la devoción a María, a quien ya aman suficientemente.
Se les oye alguna vez hablar de la devoción
a vuestra Madre, no para establecerla y confirmarla, sino para destruir los abusos de ella,
mientras carecen de piedad y de tierna devoción
hacia Vos, porque no se la tienen a María. Miran el rosario, el escapulario y la corona como
devociones propias de espíritu débiles e ignorantes, sin las cuales se puede uno salvar; si en
sus manos cae algun devoto a la Virgen que recita su rosario, o tiene alguna práctica de
devoción a María, procuran bien pronto trocar su espíritu y su
corazón, y en lugar del rosario, le aconsejarán que recite los siete salmos; en
lugar de la devoción a la Santísima Virgen, le
aconsejarán la devoción a Jesucristo.
Amable
Jesús, ¿tienen vuestro espíritu estas
gentes? ¿Os es agradable ese modo de pensar? ¿Os agrada que no se haga esfuerzo alguno
para agradar a vuestra Madre por temor de
desagradaros? La devoción de vuestra Santa
Madre, ¿es impedimento de la vuestra? ¿Se
arroga Ella la honra que a Vos se os da? ¿Forma, acaso,
Ella un bando aparte? ¿Es una persona extraña que nada tiene que ver con Vos?
¿Es desagradaros el querer agradarla? ¿Es separarse o alejarse de vuestro
amor el entregarse a Ella para amarla?
65. Sin embargo, mi amable Maestro, la
mayor parte de los sabios no se alejarían más
de la devoción a vuestra Madre, y no mostrarían más indiferencia a Ella cuando
todo lo que
acabo de exponer fuera verdad. Guardadnos, Señor, guardadme de su sentimiento y de sus
prácticas, y hacedme partícipe de los sentimientos de reconocimiento, de
estimación, de respeto y de amor que tenéis para con vuestra
Santísima Madre, a fin de que yo os ame y glorifique tanto y cuanto
más os imite y de más cerca os siga.
66. Y como si nada hubiese
aún dicho hasta aquí en honor de vuestra Madre,
concededme la gracia de que pueda alabarla dignamente: Hazme digno de alabar a tu madre... Nadie
que ofenda a su Santa Madre presuma que ha
de recibir la misericordia de Dios.
67. Para alcanzar de vuestra misericordia
una verdadera devoción a la Virgen Santísima
y para inspirarla a toda la tierra, haced que os
ame ardientemente, y a este fin aceptad el ruego
que os dirijo en unión con San Agustín y vuestros verdaderos amigos:
"Vos sois
¡oh buen Jesús! el Cristo del Señor, mi Padre Santo, mi Dios lleno de
misericordia, mi Rey infinitamente grande; Vos sois
mi buen Pastor, mi único Maestro, mi más bondadoso ayudador, mi amado el más hermoso,
mi pan de vida, mi Sacerdote eterno; Vos sois
mi guía hacia la patria, mi verdadera luz, mi santísima dulzura, mi camino recto; Vos sois
mi sabiduría, brillante por su resplandor, mi
sencillez pura y sin mancha, mi paz y mi dulzura; Vos sois, en fin, toda mi custodia, mi
preciosa herencia, mi salvación eterna.
¡Oh Jesucristo, amable Maestro!
¿por qué
durante mi vida no he amado y deseado otra
cosa sino a Vos? Jesús, Dios mío, ¿dónde estaba
yo cuando no pensaba en Vos? ¡Ah! Al menos
que a partir desde ahora mismo mi corazón no
tenga deseos ni ardores más que para Jesús
mi Señor; que no se dilate sino para amarle
a El sólo. Deseos de mi alma, corred ya, os habéis demorado demasiado, apresuraos
a llegar
al fin a que aspiráis, buscad verdaderamente a
Aquel que buscáis. ¡Oh Jesús, anatema a quien
no os ame! ¡Que el que no os ame, se vea lleno
de amarguras! ¡Oh dulce Jesús, sed el amor, las
delicias y la admiración de todo corazón dignamente consagrado a vuestra gloria!
¡Dios de mi corazón y mi herencia, divino Jesús, que mi
corazón caiga en santa flaqueza, y seáis Vos mi
vida; que en mi alma se encienda un ardiente
fuego de vuestro amor, y sea el principio de un
incendio enteramente divino; que arda sin cesar en el altar de mi corazón, que abrase lo
más íntimo de mi ser; que consuma el fondo de mi
alma, que, en fin, en el día de mi muerte comparezca ante Vos todo consumido en vuestro
santo Amor. Así sea."
SEGUNDA
VERDAD
68.
Es preciso deducir, en vista de lo que
Jesucristo es para nosotros, que nosotros no
somos en manera alguna dueños de nosotros
mismos, como dice el Apóstol, sino que somos
completamente cosa suya, miembros suyos, esclavos que ha comprado infinitamente caros, a
precio de toda su sangre. Antes del bautismo
éramos del demonio, como sus esclavos; el
baustismo nos ha hecho verdaderos siervos de
Jesucristo, siervos que no debemos vivir, ni
trabajar, ni morir más que para trabajar por
este Dios-hombre, glorificarle en nuestro cuerpo
y hacerle reinar en nuestra alma, porque somos
su conquista, su pueblo adquirido y su herencia.
Por lo cual, el Espíritu Santo nos compara: 1.º, a
árboles plantados a la orilla de las aguas
de la gracia, en el campo de la Iglesia, y que
oportunamente deben dar su fruto; 2.º, a los
sarmientos de una viña, en que Jesucristo es
la vid que ha de dar buenos frutos; 3.º, a un
rebaño cuyo pastor es Jesucristo, rebaño que debe
multiplicarse y dar leche; 4.º, a una tierra fértil
de la que Dios es el labrador, y cuya semilla
se multiplica y produce treinta, sesenta, ciento
por uno. Jesucristo lanzó su maldición a la higuera infructuosa y condenó al servidor
inútil
porque no hizo producir su talento (Ps. 1,3; Jn.
15,1; Jn. 10,11; Mt. 13,3; Mt. 21,19; Mt. 25,27).
Todo esto nos prueba que Jesucristo quiere
recabar preciosos frutos de nuestras pobres
personas, a saber: conseguir buenas obras, que
pertenezcan a El únicamente. Creados en buenas
obras en Jesucristo (Ephes. 2,10). Palabras
que demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser el único fin de todas nuestras
buenas acciones, y que debemos servirle, no solamente como servidores mercenarios, sino
como esclavos de amor. Me explicaré más claramente.
69. Hay dos modos,
acá abajo, de
pertenecer a otro y depender de su autoridad; a saber:
el simple servicio y la esclavitud, que es lo que
constituye lo que llamamos un criado y un esclavo.
Por el servicio
común entre los cristianos,
un hombre se obliga a servir a otro durante
cierto tiempo, mediante un estipendio o retribución.
Por la esclavitud depende un hombre de otro
enteramente y por toda su vida, y debe el esclavo servir a su dueño sin opción a ninguna
recompensa, como una de sus bestias sobre que
tiene derecho de vida y muerte.
70. Hay tres clases de esclavitud: una
esclavitud de naturaleza, otra de temor y otra voluntaria. Bajo el primer concepto, todas las
criaturas son esclavas de Dios: Del Señor es la
tierra y su plenitud (Ps. 23,1). Lo son bajo
el segundo los demonios y los condenados; y bajo el tercero, los justos y los santos. La
esclavitud voluntaria es la más gloriosa a Dios,
que mira al corazón, que pide el corazón, y que
se llama el Dios del corazón o de la voluntad
amorosa, porque por esta esclavitud se elige a
Dios y su servicio por encima de todo lo demás,
aunque no estuviéramos naturalmente obligados
a ello (Prov. 23,26; Ps. 72,26).
71. Hay una total diferencia entre un
servidor y un esclavo:
Primero, en que un servidor
no da todo lo que es, todo lo que posee y todo
lo que puede adquirir por otro o por sí mismo,
mientras que el esclavo se da todo en absoluto,
con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna. Segundo, en que el servidor
exige retribución por los servicios que hace a
su dueño, y el esclavo no puede exigir nada por
asiduo, más industrioso y fuerte que sea para el
trabajo. Tercero, el servidor puede abandonar
a su amo cuando quiera, o al menos cuando expire el plazo de su servicio, y el esclavo no
posee ese derecho. Cuarto, el
dueño del servidor
no tiene sobre él ningún derecho de vida y de
muerte, de modo que si le matase como a una
de sus bestias de carga, cometería un homicidio injusto; pero el dueño del esclavo tiene (o
tenía, según las leyes antiguas) derecho de vida
o muerte sobre él, de modo que puede venderle
a quien quiera, o matarle, ni más ni menos que como podría hacerlo con su caballo.
Quinto, en
fin, el servidor no está más que temporalmente al servicio de su amo, y el esclavo para
siempre jamás.
72. No hay nada entre los hombres que nos
haga pertenecer más a otro que la esclavitud; no
hay asimismo nada entre los cristianos que nos
haga pertenecer tanto a Jesucristo y a su Santa Madre, como la esclavitud voluntaria,
según
el ejemplo del mismo Jesucristo, que tomó la
forma de esclavo (Philip. 2,7) por nuestro amor, y el de la Santísima Virgen, que se
llamó
sierva y esclava del Señor. El Apóstol se llama
por altísima honra Siervo de Cristo (Gal. 1,10).
Los cristianos son llamados muchas veces
en la Escritura Sagrada servi Christi; esta palabra servus, según lo advierte con mucha
verdad un gran doctor, significaba antes esclavo,
porque no se conocían servidores como los de
ahora, siendo los amos servidos por esclavos o
libertos; lo que el Catecismo del Santo Concilio
de Trento, a fin de no dejar duda ninguna de
que somos esclavos de Jesucristo, expresa con
un término que no admite equivocación, llamándonos manclpia Christi; esclavos de Jesucristo.
73. Fundado en esto,
digo que debemos
pertenecer a Jesucristo y servirle, no sólo como
servidores mercenarios, sino como esclavos de
amor, que, por efecto de una gran caridad, se
entregan a El y se empeñan a servirle en calidad
de esclavos por sólo el honor de pertenecerle.
Antes del bautismo éramos esclavos del demonio; el bautismo nos ha hecho esclavos de Jesucristo; es menester que los cristianos sean,
o esclavos del demonio, o esclavos de Jesucristo.
74. Lo que
digo en absoluto de Nuestro
Señor, lo repito proporcionalmente de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo para
compañera inseparable de su vida, de su muerte, de su gloria y de su poder en el cielo y en
la tierra, le ha dado por gracia, relativamente
a su majestad, los mismos derechos y privilegios que El posee por naturaleza: Todo lo que
conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia, dicen los Santos; de modo que,
según ellos, no teniendo ambos más que la misma voluntad y el mismo poder, tienen los
mismos súbditos, servidores y esclavos.
75.
Se puede, pues, siguiendo el parecer de
los Santos Padres y de los más grandes Doctores, llamarse y hacerse esclavo de la
Santísima
Virgen, a fin de ser de este modo más perfectamente esclavo de Jesucristo. La Virgen es el
medio de que Nuestro Señor se ha valido para
venir a nosotros; por lo mismo debe ser el medio de que nosotros debemos servirnos para ir
a El. María no es como las demás criaturas,
que si nos adherimos a ellas podrían más bien
separarnos de Dios que aproximarnos a Dios: la
inclinación más fuerte de María es unirnos a
Jesucristo, su Hijo, y la inclinación más fuerte
del Hijo es que se vaya a El por su Santísima
Madre; y obrar así es honrarle y agradarle, como es honrar y agradar a un rey si para hacerse
más perfectamente su súbdito y esclavo se hiciese uno súbdito y esclavo de la reina. Esta es
la razón por la que los Santos Padres, y con
ellos San Buenaventura, dicen que la Santa Virgen es el camino para ir a Nuestro
Señor: El
camino para llegar a Cristo es acercarse a Ella.
76.
Además, si, como he dicho, la Santísima Virgen es la Reina y Soberana del cielo y
de la tierra, he aquí que todo está sometido a
la Virgen en el dominio de Dios; he aquí que todo se someta a Dios por el dominio de la Virgen. Si esto dicen San Anselmo, San Bernardo,
San Bernardino y San Buenaventura, ¿no tiene
Ella tantos súbditos y esclavos como criaturas hay? ¿Y no es razonable que entre tantos esclavos de temor los
haya de amor, hombres que de
todo corazón hayan elegido a María por Reina
y Soberana en calidad de esclavos? ¿Pues qué? ¿los hombres y los demonios han de tener esclavos
voluntarios, y no los ha de tener María? Tendrá un rey a grande honra que la reina, su
compañera, tenga esclavos con derecho de vida
y de muerte sobre ellos, porque la honra y el
poder de él es la honra y el poder de ella; ¿y
puede creerse que Nuestro Señor, que, como el
mejor de todos los hijos, ha partido todo su
poder con su Santísima Madre, encuentre mal
que María tenga esclavos? ¿Cabe que tenga El
menos respeto y amor para con su Madre, que
Asuero le tenía para su Ester, y Salomón para
Bethsabé? ¿Quién osará decirlo ni siquiera pensarlo?
77. Pero,
¿adonde me lleva la pluma? ¿Por
qué detenerme en probar cosa tan visible? Si no
se quisiera aplicar la frase de esclavo de la Virgen Santa ¿qué importa? Que lo sea y
llámese
esclavo de Jesucristo, pues eso será serlo de la
Santa Virgen, toda vez que Jesús es el fruto y la
gloria de María. Precisamente eso es lo que se
hace por la devoción de que después hablaremos.
TERCERA
VERDAD
78.
Nuestras mejores acciones suelen comúnmente ser sucias y corrompidas por el mal
fondo que hay en nosotros. Cuando se pone
agua pura y limpia en una vasija que huele
mal, o vino en una cuba cuyo interior está maleado por otro vino que en ella hubo, el agua
clara y el buen vino se malean y toman fácilmente su mal olor. Asimismo, cuando Dios pone
en nuestra alma, maleada por el pecado original
y el actual, sus gracias y celestiales rocíos o el
vino delicioso de su amor, sus dones son ordinariamente maleados y corrompidos por la mala
levadura y el mal fondo que el pecado ha dejado en nosotros; nuestras acciones, aun las
virtudes más sublimes, se resienten de eso. Es, por
tanto, de la mayor importancia, a fin de alcanzar la perfección, que no se adquiere sino por la
unión con Jesucristo, vaciarnos de lo malo que
hay en nosotros; no siendo así, Nuestro Señor,
que es infinitamente puro y detesta infinitamente la menor suciedad en el alma, nos
rechazará
de ante sus ojos y no se unirá a nosotros.
79. Para despojarnos de nosotros mismos,
es menester:
1.º Conocer bien, por las luces del Espíritu
Santo, nuestro mal fondo, nuestra incapacidad
para todo bien útil a nuestra salvación, nuestra
debilidad en todo, nuestra inconstancia siempre, nuestra indignidad para toda gracia y
nuestra iniquidad en todas partes. El pecado de
nuestro primer padre nos ha maleado, agriado,
fermentado y corrompido, como la levadura agría, fermenta y corrompe la maga en que se
pone. Los pecados que actualmente cometemos,
sean mortales o veniales, por más que estén perdonados, han aumentado nuestra
concupiscencia, nuestra debilidad, nuestra inconstancia y
nuestra corrupción, y han dejado en nuestra
alma malas reliquias. Nuestros cuerpos
están
tan corrompidos, que el Espíritu Santo los llama cuerpos de pecado, concebidos en el pecado,
alimentados del pecado, capaces de todo pecado; cuerpos sujetos a mil y mil enfermedades,
que diariamente se corrompen y no engendran
más que miseria y corrupción.
Nuestra alma, unida a nuestro cuerpo, ha
llegado a ser tan carnal, que se la ha llamado
carne: toda carne ha corrompido su camino (Gen. 6,12). -No tenemos por herencia más
que orgullo y ceguera en el espíritu, endurecimiento en el corazón, debilidad e inconstancia
en el alma, la concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo. Somos
naturalmente más orgullosos que los pavos reales, más adheridos a la tierra que los reptiles,
más envidiosos que las serpientes, más glotones
que los animales inmundos, más coléricos que
los tigres, más perezosos que las tortugas, más
débiles que las cañas, más inconstantes que las
nubes. No tenemos en nuestro fondo más que la
nada y el pecado, y no merecemos de Dios más
que su ira y el infierno eterno.
80. Después de esto,
¿debemos
sorprendernos de que Nuestro Señor haya dicho que el
que quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo, y aborrecer su alma; que aquel que ame su
alma, la perderá, y que el que la aborrezca, la salvará? (Jn. 12,25). Esta
sabiduría infinita,
que no establece mandamientos sin razón, no
nos ordena aborrecernos sino porque somos dignos en alto grado de aborrecimiento; nada tan
digno de amor como Dios, nada tan digno de
aborrecimiento como nosotros mismos.
81.
2.º Para vaciarnos de nosotros mismos
es menester morir a nosotros mismos todos los días; es decir, es menester renunciar a las operaciones de las facultades de nuestra alma y de
los sentimientos de nuestro cuerpo; es menester
ver como si no se viese, oír como si no se oyese, servirse de las cosas de este mundo como
si no
se sirviese uno de ellas, lo cual llama San Pablo morir todos los días: Quotidie morior
(1 Cor. 15,31). Si al caer el grano de trigo en la
tierra no muere, permanece solo y no produce
fruto bueno (Jn. 12,24). Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones más
santas no nos conducen a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto alguno,
y serán inútiles nuestras devociones; todos
nuestros actos de justicia estarán mancillados
por el amor propio y la propia voluntad, lo que hará que Dios tenga por abominación los mayores sacrificios y las mejores acciones que podamos ejecutar, y a nuestra muerte nos
hallaremos con las manos vacías de virtudes y de méritos, y no tendremos una centella del amor
puro que sólo se comunica a las almas muertas a sí mismas, cuya vida se esconde con
Jesucristo en Dios.
82.
3.º Es menester escoger entre todas las
devociones a la Santísima Virgen, la que más
nos lleve a esta muerte propia, como que es la
mejor y más santificante, porque ni es oro todo
lo que reluce, ni miel todo lo dulce, ni lo más
factible y practicado por la mayoría es lo más
perfecto.
Como en el orden de la naturaleza hay operaciones que se hacen a poca costa y con
facilidad, asimismo en el de la gracia hay secretos
que se ejecutan en poco tiempo, con dulzura y
facilidad, operaciones sobrenaturales y divinas
que consisten en vaciarse de sí mismo y llenarse de Dios, y lograr así la perfección.
La
práctica que quiero enseñar es uno de los
secretos de la gracia, desconocido de la mayor
parte de los cristianos, conocido por pocos devotos, practicado y gustado por menos. Para
comenzar a descubrir esta práctica, he aquí una
cuarta verdad que es consecuencia de la tercera.
CUARTA
VERDAD
83.
Lo más perfecto, porque es lo más humilde, es no acercarnos a Dios por nosotros
mismos, sin tomar un mediador. Estando tan
corrompida nuestra naturaleza, como acabo de
demostrar, si nos apoyamos en nuestros trabajos, industrias y preparaciones para llegar a
Dios y agradarle, ciertamente serán impuros todos nuestros actos de justicia, o de poco peso
delante de Dios para empeñarle a que se una a
nosotros y nos escuche. Por esto no sin razón
nos ha dado Dios mediadores para con Su Majestad; ha visto nuestra indignidad e
incapacidad y ha tenido piedad de nosotros, y para proporcionarnos medios de que alcancemos sus
misericordias, nos ha provisto de intercesores poderosos cerca de su grandeza; de modo que
despreciar estos mediadores y aproximarse a Su
Majestad directamente sin ninguna recomendación, es faltar a la humildad, es faltar al
respeto debido a un Dios tan alto y tan santo, es
hacer menos caso de este Rey de los reyes que
se haría de un rey o príncipe de la tierra, a
quien nos guardaríamos de acercarnos sin acompañarnos de algún amigo que hablase por
nosotros.
84. Jesucristo Nuestro
Señor es nuestro
abogado y nuestro mediador cerca de Dios Padre;
por medio de El debemos orar con toda la
Iglesia triunfante y militante; por El tenemos
acceso cerca de Su Divina Majestad, y no debemos comparecer jamás delante de El sin ir apoyados y revestidos de sus méritos, como el
joven Jacob con las pieles de cabrito delante de
su padre Isaac para recibir su bendición.
85. Mas
¿no hemos menester de un mediador para con el mismo Mediador?
¿Es bastante
grande nuestra pureza para unirnos directamente a El y por nosotros mismos? ¿No es Dios
igual en todo a su Padre, y, por consiguiente,
el Santo de los Santos, tan digno de respeto
como su Padre? Si por su caridad infinita se ha
hecho nuestro Fiador y Mediador cerca de Dios
su Padre, para aplacarle y pagarle lo que nosotros le debemos, ¿debemos por esto tener
menos respeto y temor hacia Su Majestad y Santidad?
Digamos, pues, valientemente con San
Bernardo, que necesitamos de un mediador para
con el Mediador mismo, y que la divina María
es la más capaz de desempeñar este oficio de
caridad; por medio de Ella vino Jesucristo a la
tierra y por Ella debemos ir a su divino Hijo.
Si tememos ir directamente a Jesucristo nuestro Dios por temor de su infinita grandeza o
por nuestra bajeza y por nuestros pecados, imploremos confiadamente la ayuda e intercesión
de María nuestra Madre; Ella es buena, es tierna Madre; nada hay en Ella de austero ni
terrible, nada que no deba movernos a la esperanza
y al amor. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza. No es el sol que por la vivacidad de sus
rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra
debilidad, sino que es bella y dulce como la
luna, que recibe su luz del sol, y la templa para
hacerla conforme a la debilidad de nuestros
ojos. María es tan caritativa, que no rechaza a
ninguno de los que demandan su intercesión
por más pecadores que sean, porque, como dicen los Santos, no se ha oído decir, desde que
el mundo es mundo, que haya sido desechado
nadie que haya recurrido a la Virgen con confianza y perseverancia. Es tan poderosa, que
jamás ha sido desairada en sus peticiones; no
necesita más que presentarse a su Hijo en demanda de algo para que El la reciba y le otorgue lo pedido, pues siempre es amorosamente
vencido por las entrañas e instancias de su amadísima Madre.
86. Todo esto
está sacado de San
Bernardo y de San Buenaventura; de modo que, según
estos Santos Doctores, tenemos tres grados que
subir para llegar a Dios: el primero, el más próximo y el más conforme a nuestra capacidad, es María; el segundo es Jesucristo, y el
tercero es el Eterno Padre. Para llegar a Jesús es
preciso ir a María, que es nuestra Mediadora de
intercesión; para ir al Padre Eterno es menester
ir a Jesús, que es nuestro Mediador de redención. Este es el orden, pues, que perfectamente
se observa en la devoción que más adelante indicaré.
QUINTA
VERDAD
87.
Es muy difícil, atendida nuestra flaqueza y fragilidad, que conservemos
las gracias y
tesoros que hemos recibido de Dios. 1.º
Porque tenemos ese tesoro que vale más que el cielo y la tierra, en vasos
frágiles (2 Cor. 4,7);
en cuerpo corruptible, en una alma débil e inconstante que una nada turba y abate.
88.
2.º Porque los demonios, que
son los
ladrones finos, procuran sorprendernos de un
modo imprevisto para robarnos y despojarnos;
acechan día y noche el momento favorable; para
esto nos rodean incesantemente a fin de devorarnos y arrebatarnos en un momento, por un
pecado mortal, todo lo que en gracias y méritos hemos podido ganar en muchos años.
Su malicia, su experiencia, sus astucias y la
muchedumbre de demonios, deben hacernos
siempre temer esta desgracia, sabiendo como
sabemos que personas más llenas de gracias,
más ricas en virtudes, más fundadas en experiencia y más elevadas en santidad,
han sido
sorprendidas, robadas y despojadas desgraciadamente.
¡Ah! ¡Cuantos cedros del
Líbano y estrellas
del firmamento se han visto caer miserablemente y perder toda su alteza y claridad en poco
tiempo! ¿De qué ha procedido este extraño cambio? No fue falta de gracia, que a nadie falta,
sino que fue falta de humildad. Se han juzgado
más fuertes y más poderosos de lo que eran,
más capaces de guardar sus tesoros; se han fiado y apoyado en sí mismos, han
creído bastante segura su casa y bastante fuertes sus cofres
para guardar el precioso tesoro de la gracia, y
a consecuencia de esta confianza insensata que
en sí tenían, aunque les pareciera que se apoyaban sobre la gracia de Dios únicamente, el
Señor justamente ha permitido que hayan sido
robados, abandonándolos a sí mismos.
¡Ay! Si hubiesen conocido la admirable devoción a María, hubieran confiado su tesoro a la
Virgen poderosa y fiel, que se lo hubiera guardado como su bien propio, haciéndolo como un
deber de justicia.
89.
3.º Es
difícil perseverar en la gracia a
causa de la extraña corrupción del mundo. El
mundo está ahora tan corrompido, que apenas
se escapan los corazones fervorosos de quedar
mancillados, sino por el lodo, al menos por el
polvo del vicio, de modo que es una especie de
milagro que una persona permanezca firme en
medio de ese torrente impetuoso del mal sin
ser por él arrastrada, en medio de este mar
tempestuoso sin ser sumergida, o cogida por los
piratas y corsarios, y en medio de este aire pestífero sin contagiarse. Y la Virgen, la
única
criatura fiel en que la serpiente no haya tenido
parte, es quien hace este milagro para con los
que la sirven como buenos y devotos hijos.
90.
Establecidas estas cinco verdades, aún
es menester hacer más que nunca una buena
elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen; porque las hay falsas, y es muy
fácil
caer tomándolas como verdaderas. El demonio,
como un monedero falso y engañador fino y práctico, ha ilusionado tantas almas por medio
de una falsa devoción aun para con la Santísima Virgen, que diariamente se sirve de su
experiencia diabólica para engañar a otras, durmiéndolas en el
pecado so pretexto de algunas
oraciones mal dichas y de algunas prácticas exteriores que les inspira. Así como un falso acuñador
de moneda no falsifica generalmente más
que el oro y la plata, y rara vez los demás metales porque no valen la pena, del mismo modo
el espíritu maligno no falsea más que la devoción a Nuestro Señor y a María, porque éstas
son, entre las demás devociones, lo que el oro
y la plata son respecto de los demás metales.
91. Es, pues, importante conocer desde
luego: primero, las falsas devociones a la Virgen
Santísima para evitarlas; segundo, la verdadera
para abrazarla. En seguida, entre tantas prácticas diferentes, explicaré más por
menor en la
segunda parte de este escrito, cual es la más
perfecta, la más agradable a María, la más gloriosa a Dios y la más propia para nuestra
santificación, a fin de que nos aficionemos a ella.
De
las falsas devociones a la Santísima Virgen
92. Siete son las clases que encuentro de
falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen: 1.º, los devotos
críticos;
2.º, los
devotos escrupulosos; 3.º, los devotos exteriores; 4.º, los devotos presuntuosos;
5.º, los devotos
inconstantes; 6.º, los devotos hipócritas; 7.º, los
devotos interesados.
93. Los devotos
críticos
son
ordinariamente esos sabios orgullosos, espíritus fuertes y
jactanciosos que en el fondo tienen alguna, aunque muy poca, devoción a la Santísima Virgen,
pero que critican casi todas las prácticas de piedad que las gentes sencillas tributan sincera y piadosamente a esta buena Madre, tan
sólo
porque no se acomodan a su orgullo. Ponen en
duda todos los milagros e historias referidas
por autores dignos de fe, o sacadas de las crónicas de las Ordenes religiosas, historias que
atestiguan la misericordia y el poder de la Santísima Virgen; contemplan con cierta
compasión a las gentes sencillas y humildes que, arrodilladas delante de un altar o de una imagen
de la Virgen, y aun alguna vez en medio de una
calle, ruegan a Dios y a su Madre Santísima, y
las acusan de idolatría como si adorasen la madera o la piedra; en cuanto a sí mismos, dicen
que no gustan de estas devociones, ni son tan
pobres de espíritu que presten fe a tantos cuentos e historias como se divulgan acerca de la
Santísima Virgen.
Cuando se recuerdan las admirables alabanzas que los Santos Padres tributan a María,
responden que al hacerlas, o hablaban como oradores con exageración, o que se da a sus
palabras una falsa interpretación. Esta clase de
falsos devotos y gentes orgullosas y mundanas son
muy temibles, porque hacen un daño inapreciable a la devoción de la Santísima Virgen y
separan de Ella a los pueblos de una manera deplorable, so pretexto de destruir los abusos.
94.
Los devotos escrupulosos son aquellos
que temen deshonrar al Hijo honrando a la
Madre, rebajando a Aquél al elevar a Esta. No
pueden sufrir que se den a la Santísima Virgen
las justas alabanzas que le han tributado los
Santos Padres; no pueden tolerar sino con pena
que haya más gente delante de un altar de María que ante el Santísimo Sacramento, como si
lo uno fuese contrario a lo otro, o como si los
que oran a María no rogasen a Jesucristo por
medio de Ella. No quieren que se hable tanto
de esta augusta Soberana, ni que los fieles se
dirijan a Ella con tanta frecuencia.
He
aquí algunas perversas sentencias que les son comunes:
¿Qué aprovechan tantos rosarios,
tantas congregaciones y devociones exteriores a
la Virgen? ¡Cuánta ignorancia hay en esto! ¡Eso es convertir nuestra
Religión en una
mojiganga! Habladme de los que son devotos de
Jesucristo. Ese es el camino seguro. Es menester
recurrir a Jesucristo, El es nuestro único mediador; es menester predicar a Jesucristo, esto
es lo sólido de la devoción.
Lo que dicen es verdad en cierto sentido,
pero por la aplicación que de ello hacen, a fin
de impedir la devoción a la Santísima Virgen,
llega a ser muy peligroso y lazo sutil del maligno espíritu, so pretexto de un bien mayor,
porque jamás se honra más a Jesucristo que cuando más se honra a su Santísima Madre, toda
vez que no se honra a María sino con el objeto
de honrar más perfectamente a Jesucristo, y no
se va a Ella más que como medio o camino para
encontrar el fin a que se aspira, que es Jesucristo Nuestro Señor.
95. La Iglesia, como el
Espíritu Santo,
bendice a la Virgen primero, y a Jesucristo después: Benedicta tu in mulieribus, et benedictus
fructus ventris tui, Jesus. No quiere esto decir
que la Santísima Virgen sea más que Jesucristo
o igual a El, lo cual sería una herejía intolerable,
sino que para bendecir más perfectamente a
Jesucristo, es menester bendecir antes a María.
Digamos, pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima Virgen contra esos falsos
devotos escrupulosos: ¡Oh María! bendita sois
entre todas las mujeres, y bendito el fruto de
tu vientre, Jesús.
96. Los devotos exteriores
son las personas
que cifran toda su piedad para con María en prácticas externas; que no gustan más que de
la exterioridad de la devoción a la Santísima
Virgen, porque carecen de espíritu interior; que rezarán muchos rosarios, pero siempre a toda
prisa; oirán muchas Misas, pero sin atención; asistirán a las procesiones, pero sin devoción;
entrarán en todas las Cofradías, pero sin enmendar su vida, sin violentar sus pasiones, sin
imitar las virtudes de la Santísima Virgen.
No entienden sino la parte sensible de la devoción, ni gustan de su parte
sólida; si no
experimentan algo sensible en sus prácticas espirituales, creen que no hacen nada, se
desentienden y lo abandonan todo, o lo hacen a la carrera
y sin gusto.
El mundo está lleno de esta clase de devotos
exteriores, y no hay gente que murmure más que ellos de las personas de verdadera oración,
de las que, consagradas a la vida interior, creen
que lo interior es la parte esencial, sin menospreciar por esto la devoción exterior, que va
siempre junta con la verdadera y sólida devoción.
97. Los devotos presuntuosos
son los
pecadores abandonados a sus pasiones o los amantes del mundo que, con el nombre de cristianos
y devotos de la Santísima Virgen, esconden, o
el orgullo, o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o el hábito de jurar, o la
maledicencia, o la injusticia; devotos falsos que
se duermen pacíficamente en sus malos pasos,
sin hacerse violencia para corregirse; so pretexto de que son devotos de la Santísima
Virgen, se prometen que Dios les perdonará, que no
morirán sin confesión y que no se condenarán
porque rezan el rosario, ayunan los sábados,
pertenecen a tal o cual Cofradía, y van cargados de medallas y escapularios.
Cuando se les dice que su devoción no es
más que una ilusión del demonio y una presunción perniciosa capaz de causarles su eterna
perdición, no lo quieren creer; dicen que Dios
es muy bueno y misericordioso, que no nos ha
criado para condenarnos, que no hay hombre
que no peque, que no morirán sin confesión, que
basta un buen peccavi (¡Señor, pequé!) a la
hora de la muerte, que ellos son devotos de la
Virgen, que llevan el escapulario, que todos los días rezan en su honra, sin respeto humano ni
vanidad, siete Padrenuestros y siete Avemarías,
que rezan también alguna vez el rosario y el
Oficio de la Santa Virgen, que ayunan, etc., etc.
En confirmación de lo que dicen, y para mayor ceguedad, cuentan algunas historias que
han oído o leído en libros, verdaderos o falsos,
poco importa, historias que acreditan que personas muertas en pecado mortal y sin confesión
han resucitado para confesarse, o que su alma
ha sido milagrosamente detenida en el cuerpo
hasta después de la confesión, o que a la hora
de la muerte han alcanzado, por la misericordia
de la Santísima Virgen, la contrición y el perdón de los pecados, y, por consiguiente, se han
salvado, porque durante su vida habían rezado
algunas oraciones o ejecutado algunas prácticas
de devoción a la Virgen, y así, esperan ellos obtener la misma gracia.
98. Nada es tan condenable en el
Cristianismo como esta presunción diabólica, porque ¿es
posible que se diga en verdad que se ama y se
honra a la Virgen cuando por los pecados se
hiere, se crucifica y se ultraja despiadadamente
a Jesucristo su Hijo? Si María se obligase a
salvar a esta clase de gentes, su misericordia autorizaría el crimen, y ayudaría a crucificar, a
ultrajar a su divino Hijo, y ¿quién osará jamás
pensarlo?
99.
Abusar así de la devoción a la Santísima Virgen, que después de la devoción a
Nuestro Señor es la más santa y sólida, es cometer
un horrible sacrilegio, el mayor y el menos perdonable después del de la Comunión indigna.
Confieso que para ser verdaderamente
devoto a la Virgen no es absolutamente necesario ser
tan santo que se evite todo pecado, aunque esto sería de desear; pero sí es a lo menos menester
(nótese bien lo que voy a decir): 1.º, estar en
una resolución sincera de evitar, al menos, todo
pecado mortal que ultraje tanto a la Madre
como al Hijo; 2.º, violentarse para evitar el
pecado; 3.º, ingresar en las
cofradías, rezar la
Corona, el santo Rosario u otras oraciones, ayunar
los sábados, etc.
100.
Todo esto es admirablemente útil para
la conversión de los pecadores, aunque endurecidos, y si mi lector es de estos pecadores,
aunque tuviera un pie en el abismo, le aconsejo
practique algunas de estas devociones, si bien
a condición de hacer estas buenas obras con la
intención de obtener de Dios, por la intercesión
de la Santísima Virgen, la gracia de la contrición y del perdón de sus pecados, y la fortaleza
para vencer sus malos hábitos, y no con el fin
de permanecer pacíficamente en estado de pecado mortal contra los remordimientos de su
conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los
Santos y las máximas del Evangelio.
101.
Los devotos inconstantes son aquellos
que son devotos de la Virgen por intervalos y
por arranques, que tan pronto son fervientes
como tibios, que en un momento parecen dispuestos a hacerlo todo por su servicio, y poco
después no son ya los mismos. Los tales devotos abrazarán de pronto todas las devociones a
la Santísima Virgen, entrarán en todas las Congregaciones, pero no practicarán las reglas con
fidelidad; cambian como la luna, y María los
pone bajo sus pies, porque son variables e indignos de ser contados entre los servidores de
esta Virgen fiel, entre los que tienen por herencia la fidelidad y la constancia. Vale más no
cargarse de tantas oraciones y prácticas de devoción, y hacer poco con
amor y fidelidad a pesar
del mundo, del demonio y de la carne, que hacer
tanto y hacerlo tan mal y tan sin espíritu.
102. Hay
además otros falsos devotos de la
Santísima Virgen, que son los devotos hipócritas, los que cubren sus pecados y sus malos
hábitos bajo el manto de María, a fin de pasar
a los ojos de los hombres por lo que no son.
103. Hay, en fin, devotos interesados, que
recurren a la Virgen sólo para ganar algún pleito, para evitar algún peligro, para curarse de
una enfermedad o por alguna otra necesidad
de esta clase, sin la que no se hubieran acordado de ella. Unos y otros son falsos devotos,
inadmisibles ante Dios y su Santísima Madre.
104.
Guardémonos de ser del número de
los devotos críticos, que en nada creen y lo critican todo; de los devotos escrupulosos, que temen ser demasiado devotos de la Santísima
Virgen por respeto a Jesucristo; de los devotos exteriores, que cifran
toda su devoción en prácticas superficiales; de los devotos presuntuosos,
que, confiados en su falsa devoción a la Virgen, se encharcan en pecados; de los devotos
inconstantes, que por ligereza cambian sus prácticas de devoción o las dejan a cada instante o
a la menor tentación; de los devotos hipócritas,
que entran en las Cofradías y se visten la librea
de la Virgen Santísima a fin de pasar por buenos, y, en fin, de los devotos interesados, que no
recurren a la Virgen sino con el fin de librarse
de los males del cuerpo o de alcanzar bienes
temporales.
De
la verdadera devoción a la Santísima Virgen
105.
Después de haber descubierto y condenado las falsas devociones a la Santísima Virgen, es menester establecer en pocas palabras
la verdadera, que es: 1.º, interior; 2.º, tierna; 3.º, santa; 4.º, constante; 5.º, desinteresada.
106.
1.º La devoción a la Santísima Virgen
debe ser interior, es decir, debe partir del espíritu y del corazón; nace dicha devoción de la
estima que se hace de la Virgen, de la alta idea
que uno se ha formado de sus grandezas y del
amor que se la tiene.
107.
2.º Es tierna, es decir, llena de confianza en la Santísima Virgen,
como la de un niño para con su buena madre. Esta devoción es la
que hace que un alma recurra a Ella en todas
sus necesidades de cuerpo y espíritu con mucha sencillez, confianza y ternura; que implore
la ayuda de su buena Madre en todo tiempo, en todo lugar y en todas las cosas; en sus dudas, para ser ilustrada; en sus
extravíos, para ser
enderezada; en sus tentaciones, para ser sostenida; en sus debilidades, para ser fortalecida;
en sus caídas, para ser levantada; en sus abatimientos para ser animada; en sus
escrúpulos,
para ser librada de ellos; en las cruces, trabajos
y contrariedades de la vida, para ser consolada.
En fin, en todos los males de cuerpo y de espíritu, María es su recurso ordinario, sin
temor de importunar a esta buena Madre ni de
desagradar a Jesucristo.
108.
3.º La verdadera devoción a la Virgen
es santa, es decir, que conduce a un alma a evitar el pecado y a imitar las virtudes de la
Santísima Virgen, en particular la humildad profunda, la fe viva, la ciega obediencia, la
continua oración, su universal mortificación, la pureza incomparable, la caridad ardiente, la
heroica paciencia, la dulzura angelical y la divina sabiduría. Tales son las diez principales
virtudes de la Santísima Virgen.
109.
4.º La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante; afirma a un alma en
el bien y la lleva a no abandonar fácilmente las prácticas de devoción; la hace animosa para
oponerse al mundo, y a sus costumbres y sus máximas, a la carne con sus apetitos y sus pasiones, y al demonio en sus tentaciones; de
modo que una persona verdaderamente devota
de la Santísima Virgen no es mudable, melancólica, escrupulosa ni medrosa.
Lo cual no quiere decir que no caiga ni cambie alguna vez en sus buenos hábitos y en su
devoción; pero si cae, se levanta en seguida tendiendo la mano a su buena Madre; si pierde el
gusto y la devoción sensible, no por esto se apena, porque el justo y el devoto fiel de María vive
de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos de la naturaleza.
110.
5.º En fin, la verdadera devoción a la
Santísima Virgen es desinteresada; es decir, inspira a un alma que no se busque a
sí misma;
sino sólo a Dios en su Santísima Madre. Un verdadero devoto de María no ama a esta augusta
Reina por espíritu de lucro y de interés, ni por
su bien temporal ni espiritual, sino únicamente
porque merece ser servida, y Dios sólo en Ella;
no ama a María precisamente porque le haya
hecho algún bien o porque lo espera de Ella,
sino porque María es sumamente amable. Por
esto la ama y la sirve tan fielmente en los disgustos y sequedades como en las dulzuras y
fervores sensibles; lo mismo sobre el Calvario como en las bodas de
Caná. ¡Oh! ¡cuán agradable
y precioso es a los ojos de Dios y de su Santísima Madre un devoto tal de la Virgen que nada
busca en los servicios que la presta! Pero ¡qué
raro es al presente! Precisamente porque no sea
tan raro he emprendido este trabajo de traducir
al papel lo que he enseñado con fruto en público y en privado en mis misiones durante tantos
años.
111. He dicho ya muchas cosas de la
Santísima Virgen y, sin embargo, tengo más que
decir, y aún omitiré infinitamente más, ya por
ignorancia, ya por insuficiencia, ya por falta de
tiempo, según el designio que tengo de formar
un verdadero devoto de María y un verdadero discípulo de Jesucristo.
112.
¡Oh! ¡qué bien empleado estaría mi trabajo si, cayendo
este breve escrito entre las manos de un alma bien nacida, nacida de Dios y de
María, y no de la sangre, ni de la voluntad de la
carne, ni de la voluntad del hombre, le descubriese e inspirase por gracia del
Espíritu Santo
la excelencia y el precio de la verdadera y sólida
devoción a la Santísima Virgen, que deseo ahora manifestar! Si supiese yo que mi sangre
criminal podría servir para escribir en el corazón
de mis lectores las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y Soberana
Señora, de
quien soy el último de los hijos y esclavos, usaría de ella en lugar de tinta para trazar estos
caracteres, con la esperanza que abrigo de hallar almas buenas que, por su fidelidad a la
práctica que voy a enseñar, resarcirán a mi amada Madre y
Señora de las pérdidas causadas por
mi ingratitud y mis infidelidades.
113. Hoy más que nunca me siento animado
a creer y a esperar todo lo que tengo grabado
profundamente en el corazón y que hace tantos años pido a Dios, a saber: tarde o temprano la
Santísima Virgen tendrá más hijos, servidores
y esclavos de amor que nunca, y que por este
medio Jesucristo, mi querido Dueño, reine cual
nunca en los corazones.
114.
Preveo que surgirán bestias enemigas
que bramarán furiosas intentando destrozar con
sus diabólicos dientes este escrito pequeño, o al
menos sepultarlo en el silencio de un cofre a fin
de que no aparezca jamás, y también atacarán y perseguirán a los que lo lean y pongan en
práctica. Pero ¿qué importa? Tanto mejor. Esta
perspectiva me anima y hace esperar un gran
éxito, es decir, un gran escuadrón de bravos y
valientes soldados de Dios y de María, de uno
y otro sexo, para combatir al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos,
más que nunca peligrosos, que van a venir.
Quien lea entienda
(Mat. 24,15).
Quien pueda comprender, comprenda (Mat.
19,12).
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