Parte
Segunda
DE
LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN
De
la perfecta consagración a Jesús por María
115.
Hay muchas prácticas interiores de la
verdadera devoción a la Santísima Virgen; he aquí en resumen las principales:
1.ª
Honrarla como digna Madre de Dios con
culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los demás Santos, como
la obra más perfecta de la gracia y la primera
después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; 2.ª,
meditar sus virtudes, sus privilegios y sus acciones; 3.ª,
contemplar sus grandezas; 4.ª, rendirla actos de amor, de alabanza y
de reconocimiento; 5.ª,
invocarla de corazón; 6.ª,
ofrecerse y unirse a Ella; 7.ª,
obrar en todo
con la mira de agradarla; 8.ª,
comenzar, continuar y concluir todas las obras por Ella, en Ella,
con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para
Jesucristo, que es nuestro último fin. Más adelante
explicaremos esta práctica.
116. La verdadera devoción a la Santísima
Virgen tiene también muchas prácticas exteriores, de las cuales las principales son las
siguientes:
1.ª
Alistarse en sus Cofradías y Congregaciones; 2.ª,
entrar en las Ordenes religiosas instituidas bajo su nombre;
3.ª,
publicar sus alabanzas; 4.ª,
hacer en honra suya limosnas, ayunos
y mortificaciones espirituales o corporales; 5.ª,
llevar consigo su librea, a saber: el santo rosario, o la corona, el escapulario o la cadenilla;
6.ª,
rezar con atención, devota y modestamente
el santo rosario, compuesto de quince decenas
de Avemarías en honor de los quince principales Misterios de Jesucristo, o la corona de cinco
decenas o tercera parte del rosario, en honor de
los cinco Misterios gozosos, que son: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Nuestro
Señor Jesucristo, la Purificación y el Niño perdido y hallado en el
templo; o los cinco Misterios dolorosos: la agonía de Jesucristo en el
huerto de los Olivos, su flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario con la
cruz a cuestas, y la crucifixión; o los cinco Misterios gloriosos, a saber: la Resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo, su Ascensión, el Descendimiento o venida del Espíritu Santo, la
Asunción de la Santísima Virgen al cielo en
cuerpo y alma, y su Coronación por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se puede
también decir una corona de seis o siete decenas,
en honra de los años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la tierra; o la
pequeña
corona de la Santísima Virgen compuesta de
tres Padrenuestros y doce Avemarías en honor
de la corona de las doce estrellas o los doce
privilegios de la Virgen; o el Oficio de la Santísima Virgen, tan universalmente recibido y
rezado en la Iglesia; o el pequeño salterio que
San Buenaventura compuso en su honra, y en el
cual es tan tierno y tan devoto, que no se puede
rezar sin sentirse el alma enternecida; o catorce Padrenuestros y catorce Avemarías en honor
de sus catorce gozos; o algunas otras oraciones,
himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve
Regina, el Alma, el Ave Maris Stella, el Magnificat o algunas otras prácticas de devoción, de que
están llenos los libros piadosos; 7.ª,
cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales;
8.ª,
hacerle cierto número de genuflexiones o
reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces Ave,
Maria, Virgo fidelis (Dios te salve, María, Virgen fiel), para
alcanzar por su mediación la fidelidad a las gracias de Dios durante el día; y por la tarde, Ave,
Maria, Mater misericordiae (Dios te salve, María, Madre de misericordia), para pedir
perdón a
Dios por medio de Ella, de los pecados cometidos durante el día; 9.ª,
ser solícito en asistir a
sus Congregaciones, adornar sus altares, coronar y embellecer sus estatuas; 10.ª,
conducir o
hacer conducir sus imágenes en procesión, o
llevar una sobre sí mismo, como arma poderosa
contra el demonio; 11.ª,
hacer imágenes suyas,
o dedicarlas a su nombre, y colocarlas o en las
iglesias, o en los aposentos, o sobre las puertas
y entradas de los pueblos, de las iglesias y de
las casas; 12.ª,
consagrarse a Ella de una manera especial y solemne.
117. Hay gran
número de otras prácticas de
verdadera devoción a la Santísima Virgen, que
el Espíritu Santo ha inspirado a las almas santas y que son muy edificantes, las cuales se
podrán leer más detalladamente en el Paraíso
abierto a Filagia, compuesto por el Rdo. P. Pablo Barry, de la Compañía de Jesús, que ha
recogido en esa obra gran número de devociones
que los Santos han practicado en honor de la
Santísima Virgen, las cuales sirven admirablemente para la santificación de las almas
siempre que se hagan como es menester, es decir: 1.º, con buena y recta intención de agradar
sólo
a Dios, de unirse a Jesucristo, como último fin,
y de edificar al prójimo; 2.º,
con atención y sin
distracción voluntaria; 3.º,
con piedad, sin ligereza y sin negligencia; 4.º, con modestia y
compostura corporal, respetuosa y edificante.
118.
En fin, protesto altamente que después
de haber leído casi todos los libros que tratan
de la devoción a la Madre de Dios, y de haber
conversado familiarmente con las más sabias y
santas personas de estos últimos tiempos, no he
conocido ni sabido práctica alguna hacia la Santísima Virgen semejante a la que voy a exponer,
que exija de un alma más sacrificios para con
Dios, que la vacíe más de sí misma y de su amor
propio, que la conserve más fielmente en la
gracia, y la gracia en ella, que la una más perfecta y fácilmente a Jesucristo, y finalmente, que
sea más gloriosa a Dios, más apta para la santificación propia y más útil para el
prójimo.
119.
Como lo esencial de esta devoción consiste en el interior, no
será igualmente
comprendida por todos; algunos se quedarán en lo que
tiene de exterior, sin pasar más adelante, y éstos serán el mayor
número; otros, que
serán pocos, entrarán en lo más recóndito, pero no
subirán
más de un grado. ¿Quiénes subirán hasta el segundo? ¿Quién alcanzará el tercero? En fin, ¿quién
será el que permanezca en él habitualmente? Solamente aquél a quien el
Espíritu
Santo revele este secreto, el alma a quien el
mismo Espíritu conduzca a ese estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia,
de luz en luz, hasta llegar a la transformación
de sí mismo en Jesucristo y a la plenitud de su
perfección sobre la tierra y de su gloria en el
cielo.
En
qué consiste la perfecta consagración a Jesús por
María
120.
Toda vez que nuestra perfección consiste en estar conformes, unidos y consagrados
a Jesucristo, la más perfecta de todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma,
une y consagra más perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María
es entre todas las criaturas la más conforme a
Jesucristo, es consiguiente que entre todas las
devociones, la que consagra y conforma más un
alma a Nuestro Señor, es la devoción a la Santísima Virgen, su Santa Madre, y cuanto más
se consagre un alma a María, más se unirá con
Jesucristo, y, he aquí por qué la perfecta consagración a Jesucristo no es otra cosa que una perfecta y
entera consagración de sí mismo a la Santísima Virgen, y ésta es la devoción que yo
enseño; o con
otras palabras, una perfecta renovación de los votos y promesas del santo Bautismo.
121.
Consiste, pues, esta devoción en entregarse enteramente a la Santísima Virgen para
ser todo de Jesucristo por medio de María. Es
menester entregarle: 1.º,
nuestro cuerpo con todos sus sentidos y sus miembros; 2.º, nuestra
alma con todas sus potencias; 3.º, nuestros
bienes exteriores, o sea nuestra fortuna presente y
futura; 4.º,
nuestros bienes interiores y espirituales, o sea nuestros méritos, nuestras virtudes
y nuestras buenas obras pasadas, presentes y
futuras; en una palabra: todo lo que tenemos
en el orden de la naturaleza y en el orden de
la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en lo
porvenir en el orden de la naturaleza, de la
gracia y de la gloria, y esto sin reserva ninguna,
ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor buena obra, y además por toda la
eternidad, y sin pretender ni esperar ninguna otra
recompensa de nuestra ofrenda y de nuestros
servicios, que la honra de pertenecer a Jesucristo por María y en María, aun cuando esta
amable Senora no fuere, como lo es siempre, la
más liberal y reconocida de las criaturas.
122.
Es preciso notar aquí que en todas las
buenas obras que hacemos, hay dos cosas, a
saber: la satisfacción y el mérito, o sea el valor
satisfactorio o impetratorio, y el valor meritorio. El valor satisfactorio o impetratorio de una
buena obra, es una buena acción en tanto en
cuanto satisface la pena debida al pecado, o
que obtiene alguna nueva gracia; el valor meritorio, o el mérito, es una buena acción en
cuanto merece la gracia y la gloria eterna.
Así es que en esta consagración de nosotros
mismos a la Santísima Virgen le damos todo el
valor satisfactorio, impetratorio y meritorio, o
sea las satisfacciones y los méritos de todas
nuestras buenas obras; le damos nuestros méritos, nuestras gracias y nuestras virtudes, no
para comunicarlas a otros (porque nuestros
méritos, gracias y virtudes son, propiamente
hablando, incomunicables, y no ha habido más
que Jesucristo, que, haciéndose nuestro fiador
para con su Padre, nos haya podido comunicar
sus méritos), sino para que nos las conserve,
aumente y embellezca, como diremos más adelante; le damos nuestras satisfacciones para que
las comunique a quien más sea de su agrado, y
para la mayor gloria de Dios.
123. De todo esto se deduce, que:
1.º, por
esta devoción se da uno a Jesucristo de la manera más perfecta, por lo mismo que se da por
manos de María, y entrega el alma a María, y
todo lo que se le puede dar, y mucho más que
por las demás devociones, por las que se da, o
una parte del tiempo, o una parte de sus buenas
obras, o una parte de sus satisfacciones y mortificaciones. Por esta devoción todo se da y se
consagra, hasta el derecho de disponer de los
bienes interiores y de las satisfacciones que se
ganan por sus buenas obras diariamente, lo
que no se hace en ninguna Orden religiosa. En
las Ordenes religiosas se dan a Dios los bienes
de fortuna por el voto de pobreza, los bienes
del cuerpo por el voto de castidad, la propia voluntad por el voto de obediencia, y algunas
veces la libertad del cuerpo por el voto de clausura; más no se le da la libertad o el derecho que
se tiene de disponer del valor de las buenas
obras, y no se despoja, en cuanto es posible, de
lo que el cristiano tiene de más precioso y caro,
que son sus méritos y satisfacciones.
124.
2.º Una persona que así se consagra y
sacrifica voluntariamente a Jesucristo por María, no puede ya disponer del valor de ninguna
de sus buenas acciones, todo lo que sufre, todo
lo que piensa, dice y hace de bueno, pertenece
a María, a fin de que de ello disponga María según la voluntad de su Hijo y a su mayor gloria,
sin que esta dependencia perjudique, sin embargo, de ninguna manera a las obligaciones del
estado en que se esté actualmente, o en el que
se pueda estar en adelante, v. gr., a las obligaciones de un sacerdote que por su oficio
o de
otra manera debe aplicar el valor satisfactorio
e impetratorio de la Santa Misa a un particular,
porque no se hace esta ofrenda sino según el
orden de Dios y los deberes del propio estado.
125.
3.º Todo justo se consagrará a la Santísima Virgen y a Jesucristo: a la Santísima Virgen, como el medio más perfecto que Jesucristo
ha escogido para unirse a nosotros y unirnos
con El, y a Nuestro Señor, como a nuestro último fin, al que debemos todo lo que somos, como
a nuestro Redentor y nuestro Dios.
126. He dicho que esta devoción puede ser
llamada muy bien una perfecta renovación de
los votos o promesas del santo Bautismo, porque todo cristiano era antes del bautismo
esclavo del demonio, puesto que a él pertenecía; pero
en el bautismo ha renunciado, o por sí mismo, o
por medio de su padrino y su madrina, solemnemente a Satanás, a sus pompas y sus obras, y
ha tomado a Jesucristo por su dueño y soberano Señor para depender de El en calidad de
esclavo de amor.
Pues bien, esto es lo que se hace por la presente devoción: renuncia el cristiano
(como se
dice en la fórmula de consagración) al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se da
todo entero a Jesucristo por manos de María.
Y aún se hace algo más, toda vez que en el
bautismo se habla ordinariamente por boca de
otro, es decir, por el padrino y la madrina; no
se entrega uno a Jesucristo sino por medio de
procurador, pero en esta devoción se hace esa
entrega por sí mismo, voluntariamente y con
conocimiento de causa. En el santo Bautismo no
se da uno a Jesucristo por medio de María, al
menos expresamente, ni se hace entrega del valor de las buenas obras, quedando después del
bautismo enteramente libre para aplicarlo a
quien se quiera o para conservarlo para sí, pero
por esta devoción se da uno expresamente a
Nuestro Señor por las manos de María y se le
entrega el valor de las buenas obras.
127.
Los hombres, dice Santo Tomás, hacen
voto en el santo Bautismo de renunciar al demonio y a sus pompas, y este voto, dice San
Agustín, es el mayor y más indispensable. Es lo
mismo que también dicen los canonistas: El
principal voto es el que hacemos en el bautismo. Sin embargo, ¿quién cumple este voto tan
importante? ¿Quién observa fielmente las promesas del Santo Bautismo? ¿No hacen traición
casi todos los cristianos a la fe prometida a Jesucristo en el bautismo? De qué puede
resultar este desarreglo universal, sino del olvido en
que se vive de las promesas que se hicieron en
él, y de los compromisos contraídos, y de que
casi nadie ratifica por sí mismo el contrato de
alianza hecho con Dios por medio del padrino
y de la madrina?
128.
Tan es esto verdad, que el Concilio de
Sens, convocado por orden de Luis el Benigno
(Ludovico Pío), para poner remedio a los grandes desórdenes que asolaban el reino de Francia,
creyó que la principal causa de esta
corrupción de las costumbres provenía del olvido y de
la ignorancia en que se vivía de los compromisos del santo Bautismo, y no se
encontró mejor
medio de remediar tamaño mal, que excitar a
los cristianos a renovar las promesas bautismales.
129. El Catecismo del Concilio de Trento,
fiel intérprete de este santo Concilio, exhorta a
los párrocos a adoptar esta misma práctica, y a
exhortar frecuentemente a los pueblos a que se
consagren a Nuestro Señor Jesucristo, como esclavos a su Redentor y Señor. He
aquí sus palabras: Se conmina al párroco a ser fiel a
aquella práctica para que sepa que es justísimo para
nosotros adherirnos y consagrarnos perpetuamente al servicio total de nuestro Señor y
Redentor (Cat. Concilio Tridentino, part. 1, c. 3, §
4).
130.
Si, pues, los Concilios, los Padres y la
experiencia misma nos muestran que el mejor
remedio para los desarreglos de los cristianos
es hacerles recordar las obligaciones de su bautismo, y renovar los votos en él hechos,
¿no es
razonable que ahora lo hagamos de una manera perfecta, consagrándonos enteramente a
Nuestro Señor por su Santísima Madre? Digo de
una manera perfecta, porque para consagrarnos
a Jesucristo debemos servirnos del más perfecto
de todos los medios, que es la Santísima
Virgen.
131. No se puede objetar que esta
devoción
es nueva o indiferente; no es nueva, toda vez
que los Concilios, los Padres y muchos autores,
tanto antiguos como modernos, tratan de esta consagración a Nuestro Señor por la renovación
de los votos y promesas del santo Bautismo como una cosa de antiguo practicada, y que
aconsejan a todos los cristianos; no es indiferente,
puesto que la principal fuente de todos los desórdenes, y por consiguiente, de la
condenación de los cristianos, procede del olvido y de
la indiferencia respecto de esta práctica.
132.
Podría alguno decir que esta devoción
nos hace incapaces de socorrer las almas de
nuestros parientes, amigos y bienhechores, por
cuanto nos hace dar a Nuestro Señor, por manos de la Santísima Virgen, el valor de todas
nuestras buenas obras, oraciones, mortificaciones y limosnas. A esto se responde:
1.º Que no
es creíble que nuestros parientes, amigos y bienhechores se lastimen de que nosotros nos
hayamos sacrificado y consagrado sin interés al servicio de Nuestro
Señor y de su Santísima Madre. El suponerlo sería hacer una injuria a la
bondad y al poder de Jesús y de María, que
bien sabrán asistir a nuestros parientes, amigos
y bienhechores, ya de nuestra pequeña renta
espiritual, ya de otro modo. 2.º Que esta práctica no impide que se ruegue por los demás fieles vivos o difuntos, por
más que la aplicación
de nuestras buenas obras dependa de la voluntad de la Santísima Virgen; al contrario, eso nos
llevará a rogar con más confianza, del mismo
modo que una persona rica que hubiese dado todo su caudal a un gran príncipe, a fin de
honrarle más, suplicaría más confiadamente a este príncipe que diese limosna a alguno de sus
amigos que se le pidiese. Y aún sería agradar al príncipe el proporcionarle ocasión de atestiguar su reconocimiento hacia una persona que
se ha despojado de todo por el mayor brillo de
su soberano y que se ha empobrecido por honrarle. Debe decirse lo mismo de Nuestro
Señor
y de la Santísima Virgen: jamás se dejarán vencer de nadie, ni en reconocimiento, ni en generosidad.
133.
Aún se objetará también que si doy a
la Santísima Virgen todo el valor de mis acciones para aplicarlo a quien Ella quiera,
será
menester acaso que yo sufra por mucho tiempo en el Purgatorio. Esta objeción, que procede
del amor propio y de la ignorancia de la liberalidad de Dios y de su Santísima Madre, se
destruye por sí misma; un alma ferviente y generosa que
toma con más empeño los intereses
de Dios que los suyos propios, que da a Dios todo lo que tiene, sin reserva, hasta donde puede, que no aspira más que al reino de
Jesucristo por su Santísima Madre, y que por obtenerlo
se sacrifica enteramente y en todo, esta alma
generosa, repito, ¿será castigada en el otro mundo por haber sido más liberal y más desinteresada que las demás? Al contrario:
precisamente para con esta alma, como veremos a continuación,
serán Nuestro Señor y la Virgen Santísima liberalísimos en este mundo y en el otro,
en el orden de la naturaleza, de la gracia y de
la gloria.
134.
Ahora debemos ver, con la mayor brevedad posible, los motivos que deben hacernos
más recomendable esta devoción, los admirables
efectos que produce en las almas fieles, y cuáles
son las principales prácticas de ella.
Motivos
de esta perfecta consagración
135.
Primer motivo, que nos muestra la excelencia de esta consagración de
sí mismo a
Jesucristo por medio de María.
Si no es posible concebir empleo más
relevante en la tierra que el servicio de Dios; si el
menor servidor de Dios es más rico, más poderoso y más noble que todos los reyes y los
emperadores de la tierra, a menos que éstos sirvan fielmente a Dios,
¿cuáles no serán las
riquezas, el poder y la dignidad del fiel y perfecto cristiano que se sacrifica al servicio de Dios
enteramente y sin reserva en cuanto le es posible? Tal es un fiel y amoroso esclavo de Jesús
y de María que se ha entregado todo entero, sin
reservarse nada para sí, por medio de su Santa
Madre, al servicio de este Rey de reyes; todo
el oro de la tierra y las bellezas de los cielos no
valen nada en comparación suya.
136.
Las demás Congregaciones, Asociaciones y Cofradías erigidas en honor de Nuestro
Señor y de su Santísima Madre, que tan grandes bienes producen en el Cristianismo, no
obligan a darlo todo sin reserva; no prescriben a
sus asociados para cumplir sus obligaciones,
más que ciertas obras y prácticas, dejándoles
libres para todas las demás acciones y para todo
el resto de su tiempo; pero esta devoción hace
que el esclavo fiel dé sin reserva a Jesús y a
María todos sus pensamientos, palabras, acciones y padecimientos de toda la vida; de modo
que ya sea que vele o que duerma, ya sea que
beba o que coma, o que haga las acciones más
grandes o las más pequeñas, siempre se dirá en
verdad que lo que hace, aun sin pensar en ello,
es para Jesús y para María, en virtud de su
ofrenda absoluta, a menos que no se haya expresamente retractado. ¡Qué consuelo!
137.
No hay ninguna otra práctica por la
que se desprenda uno más fácilmente de este espíritu de amor propio que se desliza en las
mejores acciones imperceptiblemente, y nuestro
buen Jesús concede esta inmensa gracia en recompensa del acto heroico y desinteresado que
se ha llevado a efecto, entregándole, por medio
de su Santísima Madre, todo el valor de las buenas obras. Si da el céntuplo en este mundo a los
que por su amor dejan los bienes exteriores
temporales y perecederos, ¿qué céntuplo no dará al que le sacrifique también sus bienes interiores y espirituales?
138.
Jesús, nuestro gran amigo, se nos ha
dado sin reserva, en cuerpo y alma, con sus virtudes, gracias y méritos. Se dispuso totalmente
para mí, dice San Bernardo: Me ha ganado enteramente dándose enteramente a mí.
¿No es,
pues, acto de justicia y reconocimiento que nosotros le demos todo lo que podamos darle?
El ha sido primeramente liberal con nosotros: seámoslo nosotros con
El, en justa correspondencia,
y Jesucristo será para nosotros durante
nuestra vida, en nuestra muerte y por toda la eternidad más generoso aún. Será generoso con
los generosos, dice San Germán.
139.
Segundo motivo, que nos muestra que
es justo en sí mismo y ventajoso para los cristianos el consagrarse por entero a la Santísima
Virgen, para entregarse así con más perfección
a Jesucristo.
Este buen Señor no se ha
desdeñado de
encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como
un esclavo de amor, y de vivir sometido y obediente a Ella durante treinta años. En esto es
en lo que, repito, se pierde el espíritu humano
al reflexionar seriamente en esta conducta de la Sabiduría encarnada, que no ha querido, por
más que pudiera hacerlo, darse directamente a
los hombres, sino por medio de la Santísima Virgen; que no ha querido venir al mundo en la
edad de un hombre perfecto e independiente de
otro, sino como débil y pequeño niño, dependiente de los cuidados y de la asistencia de su
Santísima Madre.
Esta sabiduría infinita, que tenía un deseo
inmenso de glorificar a Dios, su Padre, y de salvar a los hombres, no ha hallado medio más
perfecto y más corto para hacerlo que someterse en todo a la Santísima Virgen, no
sólo durante los ocho, diez o quince primeros años de
su vida, como los demás niños, sino durante
treinta afios, y ha dado más gloria a Dios, su
Padre, en este espacio de tiempo de sumisión
y de dependencia de la Santísima Virgen, que
le hubiese dado empleando estos treinta años
en hacer prodigios, en predicar por toda la tierra,
en convertir a todos los hombres: que, si
hubiese creído lo otro más perfecto, lo hubiese
realizado. ¡Oh, cuán grandemente se glorifica a
Dios sometiéndose a María, a ejemplo de Jesús!
Teniendo a nuestra vista un modelo tan
visible y tan conocido de todo el mundo, ¿no seríamos unos insensatos en esperar
hallar un
medio más perfecto y más corto de glorificar a
Dios que el de someternos a María, a imitación
de su hijo?
140.
Recuérdese ahora, en prueba de la dependencia que debemos tener de la Santísima
Virgen, lo que más arriba he dicho al referir
el ejemplo que de esa dependencia nos da el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Padre no nos ha dado ni nos da a su Hijo
sino por medio de María, ni adquiere hijos
adoptivos sino por María, y no comunica sus
gracias sino por María; Dios-Hijo no ha sido
formado para todo el mundo en general sino
por Ella, ni se forma diariamente ni nace en
las almas sino por Ella, en unión del Espíritu
Santo, ni comunica sus méritos y sus virtudes
sino por Ella; el Espíritu Santo no ha formado
a Jesucristo sino por María, ni forma los miembros de su cuerpo místico sino por Ella, y no
dispone de sus dones y sus favores sino por su
medio. Tras de tantos y de tan poderosos ejemplos de la Santísima Trinidad, ¿podríamos, sin
una extrema ceguera, desviarnos de María, y no
consagrarnos a Ella, y no depender de Ella para
ir a Dios y para sacrificarnos a Dios?
141.
He aquí algunos textos de Padres que
he escogido para probar lo que acabo de decir:
Dos son los hijos de María: el hombre Dios
y el puro hombre; María es madre corporal del
uno, espiritual del otro (San Buenaventura y Orígenes).
Esta es la voluntad de Dios, que nos quiso
tener enteramente por María; y así cualquier
esperanza, cualquier gracia, cualquier salvación,
sabemos que dimana de Ella (San Bernardo).
Todos los
dones, virtudes y gracias del Espíritu Santo, cuántos
quiere, cuándo quiere y cómo quiere, según su voluntad, son administrados por sus manos (San Bernardino).
Porque eras indigno de que se te diese, se dio a María, para que por Ella recibieses
todo lo que tuvieses (San Bernardo).
142.
Viendo Dios que somos indignos de recibir sus gracias inmediatamente de su mano,
dice San Bernardo, las da a María para que nosotros adquiramos por Ella todo lo que quiere
darnos, y cifra también su gloria en recibir de
manos de María el reconocimiento, el respeto
y el amor de que le somos deudores por sus beneficios.
Es, pues, muy justo que imitemos esta conducta de Dios, para que, como dice el mismo
San Bernardo, la gracia retorne a su Autor por
el mismo canal que nos la ha transmitido. Esto
es lo que nuestra devoción verifica: se ofrece y
se consagra todo lo que uno es y todo lo que
posee a la Santísima Virgen, a fin de que Nuestro Señor reciba por su mediación la gloria y el
reconocimiento que se le debe; reconociéndose
indigno e incapaz de acercarse el cristiano a la
Majestad infinita por sí mismo, se vale para ello
de la intercesión de la Santísima Virgen.
143.
Además, es esta práctica de grandísima humildad,
virtud que Dios ama sobre todas
las demás virtudes. Un alma que se ensalza, rebaja a Dios; un alma que se humilla, ensalza
a Dios. Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes; si os abajáis creyéndoos
indignos de aparecer ante Dios y de acercaros a
El, El desciende y se abaja para venir a vos,
para complacerse en vos, y para elevaros a pesar vuestro; al contrario, cuando se acerca uno
atrevidamente a Dios, sin mediador alguno, Dios
se aleja y no es posible alcanzarle. iOh, cuánto
ama la humildad su corazón! A esta humildad empeña esta práctica de devoción, puesto que
nos enseña a no acercarnos jamás por nosotros
mismos a Nuestro Señor, por más dulce y misericordioso que sea, sirviéndonos siempre de
la intercesion de la Santísima Virgen, ya sea
para comparecer ante Dios, para hablarle, para
acercarse a El, ya sea para ofrecerle alguna cosa
o para unirse y consagrarse a El.
144.
Tercer motivo. La Santísima Virgen,
que es Madre de dulzura y de misericordia, y
que en amor, y liberalidad no se deja nunca
vencer por nadie, al ver que se da uno enteramente a Ella para honrarla y servirla,
despojándose de todo lo que hay de más caro en la tierra, se da también toda entera y de una manera
inefable a quien le hace entrega de todo: le
hace anegarse en el abismo de sus gracias, lo
adorna con sus méritos, lo apoya con su poder,
lo esclarece con su luz, lo rodea con su amor,
le comunica sus virtudes, su humildad, su fe,
su pureza, etc.; se hace su fiadora, su intercesora y todo para con Jesús. En fin, como tal
persona está consagrada a María, también María
se consagra toda a ella; de manera que se puede decir de tal perfecto servidor e hijo de
María, lo que San Juan Evangelista dice de sí mismo, que
había tomado a la Santísima Virgen en
lugar de todos los bienes (Jn. 19,27).
145.
Esto es lo que produce en su alma, si
se conserva fiel: un profundo menosprecio, una
gran desconfianza y detestación de sí mismo, y
una plena confianza y un perfecto abandono en
la Santísima Virgen, su Señora. No pone, como
antes, su apoyo en sus disposiciones, intenciones, méritos y buenas obras, porque habiéndose
sacrificado enteramente a Jesucristo por esta
buena Madre, no posee más que un tesoro en el
cual ha cifrado todos sus bienes sin haberse
reservado cosa alguna, y este tesoro es María. Lo cual es lo que le anima a aproximarse a
Nuestro Señor sin temor servil ni escrupuloso,
y a rogarle con mucha más confianza.
Lo que le hace entrar en los sentimientos del
devoto y sabio abad Ruperto, que haciendo alusión a la victoria que Jacob alcanzó sobre un
ángel, dirige a la Santísima Virgen estas palabras: ¡Oh María, mi Princesa y Madre
inmaculada de un Dios-Hombre, Jesucristo: yo deseo
luchar con este Hombre, a saber, con el Verbo
Divino, no armado con mis propios méritos,
sino con los vuestros (Rup., Prolog. in Cantic.). ¡Oh, cuán poderoso y fuerte es uno para con
Jesucristo cuando está armado con los méritos
y la intercesión de una digna Madre de Dios,
que, como dice San Agustín, ha vencido amorosamente al Todopoderoso!
146.
Como por esta práctica se entregan al
Señor por medio de su Santa Madre todas las
buenas obras, esta buena Señora las purifica, las
embellece y hace que su Hijo las acepte.
1.º
Las purifica de toda inmundicia de amor
propio y de ese apego imperceptible a las criaturas que se desliza insensiblemente en las
mejores acciones. Desde el momento que aquellas
obras se encuentren entre sus manos purísimas
y fecundas, estas manos, que jamás han estado
manchadas ni ociosas y que purifican cuanto tocan, despojan el don que se le hace de todo lo
que puede tener de corrompido e imperfecto.
147.
2.º Las embellece
adornándolas con sus
méritos y virtudes. Es como si un labrador,
deseoso de alcanzar la amistad y benevolencia
de un rey, se fuese a la reina y le presentase
una manzana, en la que consistía toda su renta,
a fin de que ella la presentase al rey, y aceptando la reina el pequeño regalo del labrador,
pusiese la tal manzana en un grande y hermoso
plato de oro y la presentase así al rey de parte
del labrador; de modo que ya entonces la manzana, que por si era indigna de ser presentada
al rey, se habría convertido en un regalo digno
de su majestad, en consideración a la bandeja
de oro en que estaba puesta y por la persona
que la presentaba.
148.
3.º María Santísima presenta estas
buenas obras a Jesucristo, porque no guarda para sí
nada de lo que se le ofrece; todo lo lleva a Jesucristo. Si se le da algo, se le da necesariamente
a Jesucristo; si se la alaba, si se la glorifica, inmediatamente Ella alaba y glorifica a Jesús.
Ahora, como en aquella ocasión en que Santa Isabel
la alabó, canta cuando se la ensalza y bendice:
Magnificat anima mea Dominum (Luc. 1,46).
149.
4.º
María hace que Jesús acepte estas
buenas obras, por pequeño y pobre que sea el
don e indigno del Santo de los santos y Rey de
los reyes.
Cuando presenta uno alguna cosa a Jesús por sí mismo y apoyado sobre la propia industria y
disposición, Jesús examina el presente, y muchas veces lo rechaza a causa de la mancha de
amor propio de que adolece, como en otro
tiempo rechazó los sacrificios de los judios por
estar llenos de su propia voluntad. Pero cuando
se le presenta algo por las manos puras y virginales de su amadísima Madre, lo
toma con sumo
gusto, no considerando tanto lo que se le da,
cuanto que se lo presenta su buena Madre; no
mirando la procedencia del don, sino que se lo
presenta su Madre. Así, María, que jamás ha
sido rechazada, antes bien, siempre bien recibida de su Hijo, hace que Su Majestad reciba con
agrado todo lo que, pequeño o grande, le presenta Ella; basta que María se lo presente, para
que Jesús lo reciba y le agrade. He aquí el gran
consejo que daba San Bernardo a cuantos conducía a la perfección:
"Cuando queráis ofrecer
alguna cosa a Dios, cuidad de ofrecérselo por
las gratísimas y dignísimas manos de María,
siempre que no queráis ser rechazados".
150.
¿No es esto lo que la misma naturaleza
inspira a los pequeños para con los grandes,
como lo hemos visto? ¿Por qué la gracia no
ha de conducirnos a hacer lo mismo para con
Dios, que está elevado infinitamente sobre nosotros y ante quien somos menos que
átomos,
teniendo además una Abogada tan poderosa, que
jamás ha sido rehusada; tan industriosa, que
sabe todos los secretos de ganar el corazón de
Dios; tan buena y caritativa, que a nadie rechaza por pequeño y por malo que sea?
Luego expondré, en la historia de Jacob y
Rebeca, la figura verdadera de lo que voy diciendo (183 y sigs.).
151.
Cuarto motivo. - Esta devoción, fielmente practicada, es un excelente medio para
que se enderece a la mayor gloria de Dios el
valor de nuestras buenas obras.
Casi nadie obra con referencia a este noble
fin, por más que a ello está obligado, ya sea por
ignorar dónde está esa mayor gloria, ya sea
por no quererla alcanzar. Pero comoquiera que
la Santísima Virgen, a quien se ha cedido el
valor y el mérito de las buenas obras, conoce
perfectamente dónde está la mayor gloria de
Dios, un perfecto servidor de esta buena Señora,
que está enteramente consagrado a Ella, puede
afirmar seguramente que el valor de todas sus
acciones, pensamientos y palabras se emplea
en la mayor gloria de Dios. ¿Es posible hallar
nada más consolador para un alma que ame al Señor con un amor puro y desinteresado, y que
se propone más la gloria y los intereses de Dios
que los suyos propios?
152.
Quinto motivo. - Esta devoción es un
camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar
a la unión con Dios que es la perfección cristiana.
1.º Es un camino
fácil, es un camino que
Jesús ha recorrido viniendo a nosotros, y en que
no se encuentra ningún tropiezo para llegar a
El.
Es verdad que es posible
llegar a la unión
con Dios por otros caminos, pero será pasando
por muchas más cruces y extraños desfallecimientos, y al través de muchas más dificultades,
penosísimas de vencer. Será menester pasar por
noches oscuras, por combates, por agonías terribles, por encima de montañas escarpadas, por
punzantes espinas y horrorosos desiertos. Pero
por el camino de María se marcha dulce y tranquilamente. En verdad también se encuentran
rudos combates que librar y dificultades que
vencer, pero esta buena Madre se coloca tan
cerca de todos los fieles servidores para alumbrarlos en sus tinieblas y en sus dudas, para
fortalecerlos en sus temores, para sostenerlos en
sus batallas y sus dificultades, que verdaderamente este camino virginal para hallar a
Jesucristo, es un camino de rosas comparado con los
demás caminos. Ha habido algunos Santos, bien
que en corto número, como San Efrén, San Juan
Damasceno, San Bernardo, San Bernardino, San
Buenaventura, San Francisco de Sales, etc., que han ido a Jesús por este camino dulce, porque
el Espíritu Santo, Esposo fiel de María, se lo
ha mostrado por una gracia singular; pero otros
Santos, que son en mayor número, no han entrado, sin embargo, o han entrado muy poco,
por más que hayan sido devotos de la Santa
Virgen, en este camino. Y por esto han pasado
por pruebas más rudas y más peligrosas.
153.
¿De qué viene, pues, me preguntarán
algunos devotos de María, que los servidores fieles de esta buena Madre tienen tantas
ocasiones de padecer, y que efectivamente sufren más
que los que no lo son tanto? Se les contradice,
se les persigue, se les calumnia, nada se sufre
en ellos, o bien marchan en tinieblas interiores
y por desiertos en que no cae la menor gota de rocío del cielo; ¿por qué sucede que los tales
devotos sean los más menospreciados, siendo así que esa devoción a la Santísima Virgen hace
tan fácil el camino?
154.
Respondo a esta dificultad, que siendo
los más fieles servidores de la Santísima Virgen
sus mayores favoritos, es verdad que reciben de
Ella las gracias y favores del cielo más grandes,
que son las cruces, pero sostengo que también son los servidores de María los que soportan estas cruces con más facilidad, mérito y gloria, y
que lo que detendría mil veces a otro o le haría
caer, no les detiene una sola vez, antes bien les
hace avanzar, porque esta buena Madre endulza
todas estas cruces que Ella les prepara con el azúcar de su dulzura maternal y con la unción
del puro amor.
155.
2.º
Esta devoción a la Santísima Virgen
es un camino corto para hallar a Jesucristo, ya
sea porque en él no hay extravíos, ya sea porque, como acabo de decir, por él se camina con
más gozo y facilidad y, por tanto, con más prontitud. Se avanza más en poco tiempo de
sumisión y de dependencia de María, que en años
enteros de propia voluntad y de apoyo sobre sí
mismo; porque el hombre obediente y sometido a la divina María cantará victorias
señaladas
sobre todos sus enemigos.
156.
¿Por qué creéis que Jesucristo vivió
tan poco sobre la tierra, y que los pocos años
que pasó en este mundo los pasó casi todos en
la sumisión y en la obediencia a su Madre? ¡Ah!
Es que, a pesar de haber llegado pronto a su
término, vivió largo tiempo y más que aquel cuyas pérdidas vino a reparar, por más que
Adán
viviera más de novecientos años. Jesucristo vivió
largo tiempo porque siempre estuvo sometido a
su Santísima Madre, por obedecer en Ella a
Dios su Eterno Padre; porque el que honra a
su Madre se parece a un hombre que atesora,
dice el Espíritu Santo; es decir, que el que honra a su Madre hasta someterse a Ella, a
obedecerla en todo, prontamente se hará rico: porque
acumula tesoros todos los días por el secreto de
esta piedra filosofal: Quien honra a la Madre es
como si atesorara (Ecclo. 3,5); porque en el
seno de María, que ha cercado y engendrado un
hombre perfecto, y que ha tenido la capacidad
de contener a Aquel que lodo el universo no es
capaz de comprender ni contener, en el seno de
María, repito, es en donde los jóvenes se hacen
ancianos consumados en luz, en santidad, en
experiencia y en sabiduría, y en pocos años llegan hasta la plenitud de la edad de Jesucristo
(Ps. 91,11; Ierem. 31,22).
157.
3.º
Esta devoción a la Santísima Virgen
es un camino perfecto para ir y unirse a Jesucristo, toda vez que la divina María es la más
perfecta y la más santa de las puras criaturas, y
que Jesucristo que vino perfectamente a nosotros, no tomó otro camino para su grande y
admirable viaje.
El Altísimo, el Incomprensible, el Inaccesible, El que es, ha querido venir a nosotros,
pequeños gusanos de la tierra que nada somos. ¿Cómo se ha obrado esto?
El
Altísimo ha
descendido perfecta y divinamente por María hasta
nosotros sin perder nada de su divinidad y de
su santidad, y por María deben los más pequeños subir perfecta y divinamente al
Altísimo
sin temor alguno. El lncomprensible se ha
dejado comprender y contener perfectamente por
María, sin perder nada de su inmensidad, y por
esta humilde Virgen debemos nosotros dejarnos
conducir hacia Dios perfectamente, sin reserva
alguna. El lnaccesible se ha acercado a nosotros,
se ha unido estrechamente, perfectamente y
aun personalmente a nuestra humanidad por
María, sin perder nada de Su Majestad; también
por María podemos acercarnos a Dios y unirnos a Su Majestad perfecta y
estrechamente
sin temor de ser rechazados. En fin, Aquel que
es, ha querido venir a lo que no es, y hacer que
lo que no es llegue a ser Dios en Aquel que es,
y lo ha hecho perfectamente entregándose y
sometiéndose enteramente a la humilde Virgen
María, sin cesar de ser en el tiempo Aquel que
es por toda la eternidad; asimismo, pues, por
María, aunque nada seamos, podemos hacernos
semejantes a Dios, por la gracia y la gloria, entregándonos a Ella tan perfecta y enteramente
que no seamos nada en nosotros mismos, y seamos todo en Ella, sin temor de extraviarnos.
158.
Aunque se me trazara un camino nuevo
para ir a Jesucristo, y supongamos que este camino estuviera enlosado con todos los méritos
de los bienaventurados, adornado con todas sus
virtudes heroicas, alumbrado y hermoseado con
todas las luces y bellezas de los ángeles, y que
todos los ángeles y santos estuvieran en él para
conducir, defender y sostener a aquellos y aquellas que quisieran andar por él; yo me atrevo a
afirmar de todas veras, y sé que digo la verdad,
que, antes que ir por este camino tan perfecto,
yo preferiría ir por el camino inmaculado de
María: vía o camino sin mancha ni suciedad, sin
pecado original ni actual, sin sombras ni tinieblas; y si mi amable Jesús con toda su gloria
viene otra vez al mundo (como es cierto que ha
de venir) para reinar en él, no escogerá otro
camino para su viaje más que el de la divina
María, por el cual tan segura y perfectamente ha
venido la vez primera. La diferencia que habrá
entre una y otra venida es que la primera fue
secreta y oculta y la segunda será gloriosa y
resplandeciente; pero las dos perfectas, porque
las dos quedarán realizadas por María. ¡Ah! He aquí un misterio que no se comprende
todavía:
Enmudezca aquí toda lengua.
159.
4.º
Esta devoción a la Santísima Virgen
es un camino seguro para ir a Jesucristo y adquirir la perfección uniéndose a El.
1.
Porque esta práctica que enseño, no es
nueva; es tan antigua, que no se pueden marcar
sus principios, como dice M. Boudon (muerto
en olor de santidad) en un libro que escribió
acerca de esta devoción; es cierto, sin embargo,
que hace más de setecientos años se encuentran
vestigios de ella en la Iglesia. San
Odilón, abad
de Cluny, que vivía por los años 1040, ha sido
uno de los primeros que la practicaron públicamente en Francia, como se consigna en su vida.
El Cardenal Pedro Damiano refiere que el
año 1036, el bienaventurado Marín, su hermano,
se hizo esclavo de la Santísima Virgen, en presencia de su director, de una manera muy
edificante, poniéndose una cuerda al cuello, tomando la disciplina y poniendo sobre el altar una
suma de dinero como señal de su rendimiento
y de la consagración a esta augusta Soberana.
Y continuó tan fielmente toda su vida la práctica de esta devoción, que
mereció a su muerte
ser visitado y consolado por la Señora, y recibir
de sus labios la promesa del Paraíso en recompensa de sus servicios. Cesáreo Bolando hace
mención de un ilustre caballero, Vautier de Birbac, que hacia el año 1500 hizo esta
consagración de sí mismo a la Santísima Virgen.
Esta
devoción ha sido practicada por muchos particulares hasta el siglo XVII, en que se hizo
pública.
160. El R. P.
Simón de Rojas, de la Orden
de la Santísima Trinidad, predicador del rey
Felipe III, puso en boga esta práctica de piedad
por toda España y Alemania, y a instancias de
Felipe III obtuvo de Gregorio XV grandes indulgencias para los que la abrazasen.
El Rdo. P. de los
Ríos, del Orden de San Agustín, se dedicó con su íntimo amigo el Beato
Rojas a extender esta devoción con sus escritos
y con su palabra en los mismos países. Compuso
un grueso volumen, titulado Hierarchia Mariana, en que trata con tanta piedad como
erudición de la antigüedad, excelencia y solidez de
esta consagración a María.
161.
Los Padres Teatinos, en el
último siglo,
la establecieron en la Sicilia y en la Saboya; el
P. Estanislao Falacio, de la Compañía de Jesús,
la hizo admirablemente conocer en Polonia. El
P. Ríos, en su arriba citado libro, refiere los
nombres de los príncipes, princesas, duquesas y
cardenales de diferentes reinos que abrazaron
esta práctica.
El P. Cornelio a
Lápide, tan recomendable
por su virtud como por su profunda ciencia,
habiéndole dado muchos teólogos encargo de
examinar esta devoción, después de haberlo hecho maduramente, la aprobó, haciendo de ella
grandes alabanzas dignas de su piedad, y muchos otros grandes personajes siguieron su
ejemplo. Los Padres de la
Compañía de Jesús,
siempre celosos en el servicio de la Santísima
Virgen, presentaron en nombre de los congregantes de Colonia un pequeño Tratado de la
Santa Esclavitud al duque Fernando de Baviera, que por entonces era Arzobispo de Colonia,
el cual le dio su aprobación y permitió reimprimirlo, exhortando a todos los párrocos y
religiosos de su diócesis a que propagasen cuanto les fuera posible esta piadosa
práctica.
162. El Cardenal de Berulle, cuya memoria
es bendecida en toda Francia, fue uno de los
más celosos en extenderla, a pesar de todas las
calumnias y persecuciones de los críticos y de
los libertinos, quienes le acusaron de novedad
y de superstición, y escribieron contra él un
libelo difamatorio, y sirviéronse (o más bien el
demonio se sirvió de ellos) de mil astucias para
impedir que se esparciese esa devoción en Francia. Pero este grande y santo hombre no
respondió a sus calumnias más que con la paciencia, y
a las objeciones contenidas en el libelo contestó
con un pequeño escrito, en que las refutó victoriosamente, mostrando que esta
práctica está
fundada en el ejemplo de Jesucristo, en las obligaciones que para con El tenemos, y sobre los
votos que hicimos en el santo Bautismo. Y así cerró la boca a sus adversarios, haciéndoles ver
que esta Consagración a la Santa Virgen, y a
Jesucristo por su medio, no es más que una
perfecta renovación de los votos y promesas del
Bautismo. Muchas más cosas, todas muy hermosas, que en sus obras se pueden leer, dijo
sobre esta devoción.
163. Léense en el libro de M. Boudon los
nombres de los diferentes Papas que han aprobado esta práctica de piedad, de los
teólogos
que la han examinado, las persecuciones que
contra ella se han suscitado y de las que ha
triunfado, y los millares de personas que la han
abrazado, sin que jamás la haya condenado ningún Papa, y no se la podría condenar sin
trastornar los fundamentos del Cristianismo. Consta, pues, en
conclusión, que esta devoción no es
nueva, y que si bien no es común, consiste esto
en que es demasiado preciosa para ser saboreada y practicada por todo el mundo.
164.
2.
Esta devoción es un medio seguro
para ir a Nuestro Señor, porque es propio de la
Santísima Virgen el conducirnos seguramente a
Jesucristo, como lo es de Jesucristo llevarnos
seguramente al Padre Eterno. Y no crean los
hombres espirituales equivocadamente que María les puede impedir el llegar a la
unión divina.
Porque, ¿sería posible que la que ha hallado
gracia delante de Dios para todo el mundo en general y para cada uno en particular, sea
estorbo a un alma para alcanzar la gracia de la unión con Jesucristo?
¿Sería posible que la que
ha sido toda llena de gracias, tan unida y transformada en Dios, que le plugo encarnarse en
Ella, impidiese que un alma se uniese perfectamente a Dios? Bien es verdad que la
vista de otras criaturas, aunque santas, podría,
quizás, en ciertos tiempos, retardar la unión divina, pero no María, como he dicho y diré
siempre sin cansarme. Una de las razones porque son tan pocas las almas que llegan a la
medida
de la plenitud de Cristo (Ephes. 4,13), es porque María, que ahora como siempre, es la
Madre de Cristo y la Esposa fecunda del Espíritu
Santo, no está bastante formada en los corazones. Quien desea tener el fruto maduro y bien
formado, debe tener el árbol que lo produce.
Quien desea tener el fruto de la vida, Jesucristo, debe tener el árbol de la vida, que es María.
Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa fiel e
inseparable, la divina María, que le da fertilidad y fecundidad, como lo hemos dicho ya en otro lugar.
165.
Persuadíos, pues, de que cuanto más
busquéis a María en vuestras oraciones y contemplaciones, en vuestras acciones y
sufrimientos, si no de una manera clara y explícita, al
menos con una mirada general e implícita, más
perfectamente hallaréis a Jesucristo, que está
siempre con María. Así, bien lejos de que María, toda absorta en Dios, venga a ser un
obstáculo a los perfectos para llegar a la unión
con Dios, no ha habido hasta ahora ni habrá
jamás criatura que nos ayude más eficazmente
a esta gran obra, ya sea por la gracia que nos
comunique a este efecto, por cuanto, como dice
un santo, nadie se llena del pensamiento de
Dios sino por Ella, ya sea por el cuidado que
María tendrá siempre de librarnos de las ilusiones y engaños del maligno espíritu.
166.
Allá donde está María deja de estar el espíritu maligno, y una de las infalibles
señales
de que es uno conducido por el buen espíritu, es
ser muy devoto de esta buena Madre, pensar y
hablar de Ella muy frecuentemente. Es pensamiento de san Germán, que añade que,
así como
la respiración es una señal cierta de que el
cuerpo no está muerto, el pensar frecuentemente, el invocar amorosamente a María es una
señal cierta de que el alma no está separada de
Dios por el pecado.
167.
Como María sola es quien ha matado
todas las herejías, como lo dice la Iglesia y el Espíritu Santo que la dirige:
Tú solo heriste de
muerte todas las herejías del mundo entero, por
más que los críticos murmuren, jamás un devoto fiel de María caerá en herejía o en una
ilusión formal; podrá errar materialmente, tomar la mentira por la verdad y el mal
espíritu
por bueno, aunque más dificilmente que otro
cualquiera, pero conocerá tarde o temprano su
falta y su error material, y cuando lo conozca
no insistirá de ningún modo en creer y sostener lo que había creido verdadero.
168.
Quien pretenda, pues, sin temor de ilusión, cosa muy ordinaria en persona de oración,
avanzar en el camino de la perfección, y hallar
segura y perfectamente a Jesucristo, abrace con
todo corazón con gran ánimo y buena voluntad
esta devoción a nuestra Señora que tal vez no
haya conocido hasta ahora. Entre en este camino más excelente que le era desconocido y yo
ahora le enseño (1 Cor. 12,31). Camino es este
abierto por Jesucristo, Sabiduría encarnada
nuestra única Cabeza; el que es miembro suyo,
al andar por este camino no se puede engañar.
Es un camino fácil, por virtud de la plenitud
de la gracia y de la unción del Espíritu Santo
que le lleva; jamás le cansa, ni retrocede en su
marcha por él. Es un camino corto que en poco
tiempo nos conduce a Jesucristo. Es un camino perfecto en que no hay lodo, polvo ni la
menor
inmundicia de pecado. Es, finalmente, un camino seguro que nos conduce a Jesucristo y a la
vida eterna de una manera recta y corta, sin
desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Entremos, pues, en este camino,
hasta que
lleguemos a la plenitud de la edad de Jesucristo.
169.
Sexto motivo. - Esta devoción da a las
personas que la practican fielmente una gran libertad interior, que es la libertad de los hijos
de Dios. Porque como por ella se hace uno esclavo de Jesucristo, y en este concepto se
consagra todo a El, este buen Señor, en compensación de la amorosa cautividad en que uno se
constituye: 1º, le quita del alma todo escrúpulo y todo temor servil que puedan angustiarle,
cautivarle y confundirle; 2º, la escuda el corazón con una firme confianza en Dios, haciéndole
mirar a Dios como su Padre; 3º, le inspira un amor tierno y filial.
170.
Sin detenerme a probar esta verdad
con razones, me contento con referir un dato
histórico que he leído en la vida de la Madre
lnés de Jesús, religiosa de la Orden de Santo
Domingo, del convento de Langeac, en Auvernia,
y que murió en olor de santidad en el mismo
lugar en 1634. Cuando aún no contaba más que
unos siete años, como sufriera grandes penas
de espíritu, oyó una voz que le dijo que si quería verse libre de todas sus penas y ser protegida
contra todos sus enemigos, se hiciese cuanto antes esclava de Jesús y de su Santísima
Madre. De vuelta a su casa, se apresuró a entregarse enteramente a Jesús por María en ese
concepto, por más que ignoraba antes lo que fuese
esta devoción, y habiendo encontrado una cadena de hierro, se la puso sobre los
riñones y la
llevó hasta la muerte. Después de haber hecho
esto, todas sus penas y escrúpulos cesaron, y se
sintió con grande paz y dilatación de corazón;
lo cual la empeñó a enseñar esta devoción a
muchas personas piadosas que en ella hicieron
grandes progresos, entre otros a M. Olier, fundador del Seminario de San Sulpicio, y a
muchos sacerdotes y eclesiásticos del mismo Seminario. Un
día la Santísima Virgen se le apareció
y le puso en el cuello una cadena de oro, en
testimonio del gozo que la había dado con hacerse esclava de su Hijo y suya, y Santa Cecilia,
que acompañaba a la Santísima Virgen, le dijo: "Dichosos los esclavos fieles de la Reina del cielo, porque ellos
gozarán de la verdadera
libertad: Servirte es libertad".
171.
Séptimo motivo. - Lo que puede empeñarnos más
todavía a abrazar esta devoción, son los grandes bienes que de ella ha de reportar nuestro prójimo. Porque por esta
práctica
se ejerce la caridad para con él de una manera
eminente, toda vez que se le da por manos de
María todo lo que se tiene de más caro, que es
el valor satisfactorio e impetratorio de todas
las buenas obras, sin exceptuar el menor pensamiento bueno, ni el más pequeño sufrimiento;
en virtud de ella se consiente que todo lo que
se ha adquirido y se adquiera hasta la muerte,
en punto de satisfacciones, se emplee, según la
voluntad de la Santa Virgen, en la conversión
de los pecadores o en librar las almas del Purgatorio. ¿No es esto amar al
prójimo
perfectamente? ¿No es esto ser verdadero discípulo de
Jesucristo, que se distingue por la caridad? ¿No
es este el medio de convertir a los pecadores sin
temor de incurrir en la vanidad, y de librar las
almas del Purgatorio sin hacer casi otra cosa
que lo que cada cual está obligado a hacer en
su estado?
172.
Para comprender la excelencia de este
motivo sería menester conocer cuán grande bien
es convertir a un pecador o librar un alma
del Purgatorio, que es bien infinito, mayor que
el crear el cielo y la tierra, por cuanto se da a un
alma la posesión de Dios. Aun cuando no se sacase mediante esta práctica más que un alma del
purgatorio en toda la vida, o no se convirtiese
más que a un solo pecador, ¿no sería esto sólo
bastante para empeñar a abrazarla a todo hombre verdaderamente caritativo?
Pero es menester notar que nuestras buenas
obras reciben al pasar por las manos de María
un aumento de pureza, y por lo mismo, de mérito y valor satisfactorio e impetratorio, y esta
es la razón porqué llegan a ser más capaces de
aliviar las almas del Purgatorio y de convertir a
los pecadores, que cuando no pasan por las manos virginales y liberales de María. Lo poco que
se da por medio de la Santísima Virgen, sin propia voluntad y por una caridad desinteresada,
llega a ser verdaderamente poderosísimo para
aplacar la cólera de Dios y atraer su misericordia, de tal modo, que una persona que sea muy
fiel a esta práctica, se encontrará, quizás a la hora de la muerte, con que
habrá por ese medio sacado muchísimas almas del Purgatorio y
convertido muchísimos pecadores, aunque no
haya practicado más que acciones ordinarias.
¡Qué gozo tendrá en ese caso el día del juicio!
¡Qué gloria en la eternidad!
173.
Octavo motivo. - En fin, lo que nos induce más poderosamente en cierto modo a esta
devoción a la Santísima Virgen, es el ser un medio admirable para perseverar en la virtud y ser
siempre fiel a Dios. Porque ¿en qué consiste que
la conversión de la mayor parte de los pecadores no suele ser durable? ¿De qué dimana que
se caiga tan fácilmente en el pecado? ¿Cuál es
el motivo de que la mayor parte de los justos,
en vez de adelantar de virtud en virtud y de adquirir nuevas gracias, pierdan muchas veces las
pocas virtudes y gracias que tenían?
Esta desgracia procede de que, estando tan
corrompido el hombre, y siendo por lo mismo
tan débil y tan inconstante, se fía, sin embargo,
de sí mismo, se apoya en sus propias fuerzas
y se cree capaz de guardar el tesoro de sus gracias, de sus virtudes y sus méritos.
Y como por
esta devoción el cristiano confía a la Virgen
todo lo que posee, y la hace depositaria universal de todos sus bienes de naturaleza y de
gracia, confía en su fidelidad, se apoya sobre
su poder y se funda sobre su misericordia y su
caridad, a fin de que Ella conserve y aumente
sus virtudes y méritos a pesar del demonio, del
mundo y de la carne, que hacen esfuerzos para arrebatárnoslos.
Como el buen hijo a su madre, y un servidor fiel a su dueño le dice el alma: Guardad el
depósito. Mi buena Madre y Señora amabilísima, reconozco que por vuestra
intercesión he
recibido hasta ahora más gracias de las que yo merecía, y la triste experiencia me
enseña que
llevo este tesoro en un vaso muy frágil, que soy
demasiado débil y miserable para conservarlo
por mí mismo. Soy pequeño y despreciable (Ps.
118,141) recibid, pues, os ruego, en depósito
todo lo que poseo, y conservádmelo con vuestra
fidelidad y vuestro poder. Si Vos me lo guardáis,
nada de él perderé; si Vos me sostenéis, no caeré; si Vos me protegéis, estaré a cubierto de
mis enemigos.
174.
Esto es lo que San Bernardo dice formalmente para inspirarnos esta
práctica:
"Si
María os sostiene, no caeréis; si María os protege, no temáis; si María os conduce, no os
fatigaréis; si María os es favorable, llegaréis hasta
el puerto de salvación".
San Buenaventura viene a decir lo mismo en
términos más claros: "La Santísima Virgen, dice, no está colocada solamente en la plenitud
de los Santos, sino que Ella es la que defiende
y guarda a los Santos en su plenitud, a fin de
evitar la disminución de sus virtudes; Ella impide que las virtudes de los justos se
amengüen,
que sus méritos perezcan, que sus gracias se
pierdan, que los demonios les hagan daño; en
fin, impide que Nuestro Señor los castigue cuando pecan".
175.
María es la Virgen fiel, la que por su
fidelidad a Dios repara las pérdidas que la infiel Eva causó por su infidelidad, la que alcanza
la fidelidad a Dios y la perseverancia a los que
a Ella se unen. Por esto San Juan Damasceno la
compara a un áncora firme que nos sostiene y
evita que naufraguemos en el mar agitado de
este mundo en que tantos perecen por no unirse a María. Unimos, dice, las almas a vuestras
esperanzas, como a un áncora firme. Los santos se han salvado porque han sido los más
unidos a Ella, y han servido a los demás para
perseverar en la virtud.
Dichosos, pues, mil veces dichosos los cristianos que ahora se unen fiel y enteramente a
María como a un ancla firme y segura. ¡Los embates de las olas de este mundo no
podrán
sumergirlos, ni harán que pierdan sus tesoros celestiales! iDichosos los que entran en esa nueva
arca de Noé! Las aguas del diluvio de los pecados, que anegaron todo el mundo, no les
dañarán, porque "los que se unen a mí para trabajar
en su salvación, no pecarán", dice la Divina Sabiduría
(Eccli. 24,30). Dichosos los hijos
infieles de la desdichada Eva que se entregan a
la Madre y Virgen fiel, la cual siempre permanece fiel y jamás se contradice (2
Tim. 2,13)
y siempre ama a los que la aman (Prov. 8,17),
no sólo con amor afectivo, sino con amor efectivo y eficaz, impidiéndoles, mediante una
gran abunciancia de gracias, retrocedan en la virtud o caigan
en el camino perdiendo la gracia de su Hijo.
176.
Esta bondadosa Madre recibe siempre,
por pura caridad, todo cuanto se le entrega en depósito y una vez que Ella lo ha recibido como
depositaria, se obliga en justicia, en virtud del contrato de depósito, a guardárnoslo, lo mismo
que una persona a quien hubiese yo confiado
en depósito mil escudos quedaría obligada a guardármelos, tanto que si por negligencia suya
se perdiesen, sería ella responsable de los mismos en verdadera justicia. Pero no, jamás esta
fiel Señora dejará que por su negligencia se
pierda lo que se le hubiere confiado: el cielo y
la tierra pasarán, antes que Ella sea negligente
e infiel con los que de Ella se fían.
177.
Pobres hijos de María, es extrema
vuestra debilidad, grande vuestra inconstancia,
muy corrompida vuestra naturaleza. Lo confieso: habéis sido sacados de la masa corrompida
de los hijos de Adán y Eva. Pero no os desaniméis por esto; antes bien, consolaos y alegraos;
oid el secreto que os descubro, secreto desconocido de casi todos los cristianos, aun de los
más devotos.
No dejéis vuestro oro y vuestra plata en los
cofres que han sido ya rotos por el espíritu maligno que os ha robado; son, además, muy
pequeños, y demasiado endebles y viejos para contener tan grande y tan precioso tesoro. No
pongáis el agua pura y clara de la fuente en vuestros vasos, que
están sucios e infestados por el
pecado. Si en ellos ya no está el pecado, queda todavía su mal olor, y el agua se corrompe. No
guardéis vuestros vinos exquisitos en toneles
viejos, que han estado llenos de malos vinos,
porque se echarían a perder y correrían peligro
de derramarse.
178.
Aunque me habéis entendido, almas
predestinadas, quiero todavía hablar con más
claridad. No confiéis el oro de vuestra caridad,
la plata de vuestra pureza, las aguas de las gracias celestiales ni los vinos de vuestros méritos
y virtudes a un saco agujereado, a un cofre viejo y roto, a un vaso infecto y contaminado,
como lo estáis vosotros; de lo contrario seréis
robados por los ladrones, esto es por los demonios, que día y noche acechan y
espían el
tiempo oportuno para ello; de lo contrario, todo lo
que Dios os da de más puro lo corromperéis
con el mal olor del amor de vosotros mismos,
de la confianza en vosotros y de la propia voluntad.
Guardad, verted en el seno y
Corazón de
María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes; El es un Vaso espiritual, un
Vaso de honor, un Vaso insigne de devoción.
Desde que se encerró en El el mismo Dios en
persona con todas sus perfecciones, este Vaso
se ha hecho todo espiritual, y se ha convertido
en mansión espiritual de las almas más espirituales; se ha hecho honorable y el trono de
honor de los mayores príncipes de la eternidad;
se ha hecho insigne en devoción, y la mansión
más insigne en dulzuras, en gracias y en virtudes; se ha hecho, finalmente, rico como una
casa de oro, fuerte como la torre de David y
pura como torre de marfil.
179. ¡Qué dichoso es el hombre que todo lo
ha entregado a María, que en todo y por todo se confía y se pierde en María! El es todo de María, y María es toda de él. Osadamente puede
decir con David: Se ha hecho para mí (Ps. 118,56). O con el discípulo amado: La tomé por todo mi bien
(Jn. 19,27). O con Jesucristo:
Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío (Jn.
17,10).
180.
Si algún crítico que esto lea creyese
que hablo aquí con exageración, ¡ay!, es que no
me entiende, ya porque es hombre carnal, que
no gusta para nada de las cosas del espíritu,
ya porque es del mundo, el cual no puede recibir el Espíritu Santo, o ya también porque es
orgulloso y crítico, que condena o desprecia
todo lo que no entiende. Pero las almas que no
han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la
carne, ni de la voluntad del hombre, sino de
Dios y de María, me comprenden y gustan, y
para ellas escribo esto (Jn. 14,17; 1,13).
181.
Sin embargo, para unos y para otros digo, volviendo al asunto que he interrumpido,
que siendo la divina María la más noble y la
más generosa de las puras criaturas, jamás se
deja vencer en amor y liberalidad, y, como dice
un santo devoto por un huevo te da un buey ("pour un oeuf, Elle donne un
boeuf"); es decir, por poco que se le dé, da Ella en retorno
mucho de lo que ha recibido de Dios; y, por
consiguiente, si un alma se da a Ella sin reserva, poniendo en Ella toda su confianza sin
presunción, trabajando cuanto esté de su parte
para adquirir las virtudes y domar sus pasiones, María se da también sin reserva a esta
alma.
182. Digan, pues, atrevidamente con San
Juan Damasceno, los fieles servidores de la
Santísima Virgen: Si confío en Vos, ¡oh Madre
de Dios!, seré salvo y defendido por Vos nada
temeré; con vuestro auxilio combatiré a mis
enemigos y los pondré en fuga, porque ser devoto vuestro es una prenda de salvación que
Dios da a los que quiere salvar.
183.
De todas las verdades que acabo de
consignar respecto de la Santísima Virgen y de
sus hijos y servidores, el Espíritu Santo nos
ofrece en el libro del Génesis una figura admirable en la historia de Jacob, quien
recibió la bendición de su padre Isaac por la diligencia e
industria de Rebeca, su madre. Vedla tal como
el Espíritu Santo la refiere; por mi parte añadiré luego algunas explicaciones.
184.
Habiendo vendido Esaú a Jacob su derecho de primogenitura, Rebeca, madre de
ambos hermanos, a quienes Isaac amaba tiernamente, le
aseguró esta prerrogativa muchos años después, en virtud de un acto de santa
destreza llena de misterio. Sintiéndose ya muy
viejo Isaac y deseando bendecir a sus hijos
antes de morir, llamó a su hijo Esaú, a quien
amaba, y le encargó que fuese a cazar alga que
comer para bendecirle en seguida. Rebeca puso
inmediatamente en conocimiento de Jacob lo
que pasaba, y le ordenó que fuese en busca de
dos cabritos del rebaño. Cuando los hubo entregado a su madre, ésta preparó para Isaac un
manjar que sabía le gustaba, vistió a Jacob con
las ropas de Esaú, que ella guardaba, y cubrió
sus manos y su cuello con la piel de los cabritos, a fin de que su padre, que estaba ciego,
pudiese, al oír las palabras de Jacob, creer, siquiera por el vello de las manos, que era Esaú.
Isaac, sorprendido con el timbre de aquella
voz que le hacía creer que era la de Jacob, le
hizo aproximarse, y al tocar el pelo de las pieles con que se había cubierto las manos, dijo
que verdaderamente la voz era la de Jacob, pero
que las manos eran las de Esaú. Después que comió y sintió, al besar a Jacob, el olor de sus
perfumados vestidos, le bendijo y le deseó el rocío del cielo y la fecundidad de la tierra; le
hizo señor de sus hermanos, y dio fin a su bendición con estas palabras:
"Aquel que te maldijere, sea maldito, y el que te bendiga, sea colmado de
bendiciones".
No bien
acabó de hablar Isaac, cuando entra
Esaú trayendo para comer lo que había cazado,
para que su padre le bendijese en seguida. El
santo Patriarca se sorprende con increíble
asombro, cuando comprendió lo que acababa
de pasar; más lejos de retractar lo que había
hecho, al contrario, lo confirmó, porque distinguía sensiblemente el dedo de Dios en este
proceder. Esaú entonces lanza bramidos, como nota
la Sagrada Escritura; acusa de engañador a su
hermano, y pregunta a su padre si no tenía más
que una bendición; en lo cual era, como advierten los Santos Padres, la imagen de los que,
hallando fácil aliar a Dios con el mundo, quieren
gozar a la vez los consuelos del cielo y los goces de la tierra. Isaac, enternecido con los
gritos de Esaú, lo bendijo, al fin, pero con bendición de la tierra,
sujetándolo a su hermano, lo
cual hizo concebir a Esaú un odio tan envenedado contra Jacob, que no esperaba más que la
muerte de su padre para matarle; y Jacob no
hubiera podido evitar la muerte si su amada
madre Rebeca no hubiese acudido a su seguridad con la solicitud y los buenos consejos que
le dio, y que él aprovechó.
185.
Antes de explicar esta historia, que tan
hermosa es, menester es advertir que, según los
Santos Padres y los intérpretes de la Sagrada
Escritura, Jacob es la figura de Jesucristo y de
los predestinados, y Esaú, la de los réprobos;
y para juzgar así basta examinar las acciones y
la conducta del uno y del otro.
1.º
Esaú, el primogénito, era fuerte y robusto, gran cazador, de cuerpo diestro y
hábil
para manejar el arco. 2.º
No estaba casi nunca
en casa, y poniendo su confianza sólo en su
fuerza y en su destreza, no trabajaba sino fuera
de su hogar. 3.º
Esaú no trabajaba por agradar
a su madre Rebeca. 4.º
Era tan glotón y gustaba tanto los placeres del gusto, que
vendió su
derecho de primogenitura por un plato de lentejas. 5.º
Estaba, como Caín, lleno de envidia
contra su hermano Jacob, y lo persiguió a
muerte.
186.
He aquí la conducta que guardan siempre los réprobos:
1.º
Fían en sus fuerzas e industria en los negocios temporales;
son fuertes, hábiles y perspicaces para las cosas de la tierra,
pero muy necios, débiles e ignorantes para las
del cielo: Fuertes en las cosas terrenas, flojos
en las celestiales. Por esto:
187.
2.º No paran nada o paran poco en la
casa, en su propio hogar, es decir, en el interior
de su alma, que es la casa interior que Dios ha
dado a cada hombre para que habite allí consigo mismo, a ejemplo de Dios, que vive siempre
en sí mismo. Los réprobos no aman el retiro, ni
las cosas espirituales, ni la devoción interior, y
califican de pequeños, de beatos y de salvajes a
los hombres interiores y retirados del mundo,
que trabajan más interior que exteriormente.
188.
3.º
Los réprobos no se cuidan nada de
la devoción a la Santísima Virgen, Madre de los
predestinados; es verdad que no la aborrecen
formalmente: algunas veces la alaban, dicen
que la aman, hasta practican algunas devociones en honra suya, pero no pueden sufrir que
se la ame tiernamente, porque no tienen para
con Ella las ternuras de Jacob. Desaprueban las prácticas de devoción, a las que los buenos
hijos y servidores de María suelen ser tan fieles.
Pretenden que con no aborrecer formalmente a
la Virgen y no menospreciar abiertamente su
devoción, es bastante, y creen que con esto han
alcanzado su gracia, y se figuran que son devotos de María porque recitan y murmuran
algunas oraciones en su honra, sin ternura para con
Ella ni enmienda en sus pecados.
189.
4.º
Los réprobos venden su derecho de
primogenitura, es decir, los placeres del Paraíso,
por un plato de lentejas, es decir, por los placeres de la tierra. Beben, comen y se divierten,
juegan, bailan, sin tomar a pecho, como Esaú,
el hacerse dignos de la bendición del Padre celestial. En pocas palabras, no piensan sino en
la tierra, no aman más que la tierra, no hablan
ni tratan más que de la tierra y de los placeres
vendiendo por un momento de goce, por un
vano humo de honra y por un pedazo de tierra
dura, amarilla o blanca, la gracia bautismal, su
vestido de inocencia y la herencia celestial.
190.
5.º
En fin, los réprobos aborrecen y persiguen sin cesar a los predestinados, franca u
ocultamente; no pudiendo soportarlos, los desprecian, los critican, los contradicen, los
injurian, los traen en lenguas; los engañan, los empobrecen, los desechan, los reducen a polvo, al
paso que ellos agrandan su fortuna, gozan, viven cómodamente, se enriquecen, se engrandecen y
se regalan a sus anchas.
191.
En cuanto a Jacob, el menor de la familia:
1.º Era de una contextura débil, dulce y
apacible, y generalmente permanecía en casa
para granjearse el cariño de Rebeca, a la que amaba tiernamente; si salía alguna vez, no era
por su propia voluntad ni por confianza en su
habilidad, sino por obedecer a su madre.
192.
2.º
Amaba y honraba a su madre, y por
esto se quedaba en casa; evitaba todo lo que podía desagradarla, y hacía cuanto
creía que la
agradaba, todo lo cual aumentaba en Rebeca el amor que tenía a su hijo.
193.
3.º En todo estaba sometido a su
querida madre; la obedecía en todo y por todo, pronta y amorosamente y sin quejarse; a la
menor señal de su voluntad, el pequeño Jacob corría
y trabajaba; creía todo lo que ella le decía, por
ejemplo, cuando le dijo que fuese a buscar dos
cabritos y los trajese para disponerlos para las
comidas de su padre Isaac, Jacob no le replicó
que tenía bastante con uno, sino que sin razonar hizo lo que ella le ordenó.
194.
4.º
Tenía una gran confianza en su amada madre; como no confiaba en su propio saber,
se atenía solamente a la solicitud y a la protección maternal; reclamaba su socorro en todas
sus necesidades y la consultaba en todas sus
dudas; por ejemplo, cuando le preguntó si en
vez de la bendición no recibiría la maldición de
su padre, la creyó y confió en ella apenas le
dijo que ella tomaba sobre sí esta maldición.
195.
5.º
En fin, imitaba según su alcance las
virtudes que veía en su madre, y parece que una
de las razones por la que permanecía tranquilo
en la casa, era la de imitar a su querida madre;
que era virtuosa, y así se separaba de las malas compañías que corrompen las costumbres. Por
eso se hizo digno de recibir la doble bendición
de su querido padre.
196.
Ved también la conducta que usan
siempre los predestinados:
1.º Permanecen siempre en casa con su
madre, es decir, aman el retiro, se aplican a la oración, siguiendo el ejemplo y estando en la
compañía de su Madre, la Virgen, cuya gloria toda está en el interior, y que durante toda su vida
amó tanto el retiro y la oración. Verdad es que
alguna vez salen al mundo; pero es por obedecer la voluntad de Dios y la de su amada Madre,
y para cumplir los deberes de su estado. Por
más que exteriormente hagan algunas cosas
grandes en apariencia, estiman aún mucho más
las que hacen dentro de sí, en compañía de la
Santísima Virgen; porque así trabajan en la
grande obra de su perfección, en comparación
de la cual las demás obras no son más que juegos de niños. Por esto mientras que alguna vez
sus hermanos y hermanas trabajan por fuera
con mucho empeño, habilidad y éxito, con la
alabanza y la aprobación del mundo, ellos conocen por la luz del Espíritu Santo que hay
mucha más gloria, bien y gozo en permanecer escondidos en el retiro con Jesucristo su modelo,
en una entera y perfecta sumisión a María, que
en hacer por sí mismos maravillas en el mundo, como tantos Esaús y tantos réprobos: En su
casa, gloria y tesoros (Ps. 111,8): la gloria para
Dios y las riquezas para el hombre, se encuentran en la casa de María.
¡Oh,
cuán amables son vuestros tabernáculos, Señor y Dios
mío! El pajarillo ha hallado
una casa para alojarse, y la tórtola un nido para
poner sus pequeñuelos. ¡Oh, qué dichoso es el
que habita en la casa de María, en la que Vos
hicisteis el primero vuestra mansión! En esta
morada de predestinados es donde el cristiano
recibe su socorro de Vos sólo, y donde habéis
Vos dispuesto las subidas y progresos en todas
las virtudes para llegar a la perfección en este
valle de lagrimas. Cuán queridas tus tiendas, Señor de los valores
(Ps. 33,2).
197.
2.º
Los predestinados aman tiernamente y honran a la Santísima Virgen como a su
buena Madre y Señora. La aman, no sólo con los
labios, sino en verdad; la honran, no sólo exteriormente, sino en el fondo de su
corazón;
evitan, como Jacob, todo lo que le puede desagradar, y practican con fervor todo lo que creen
que puede granjearles su benevolencia. Le llevan y le entregan no dos cabritos, como Jacob
a Rebeca, sino su cuerpo y alma, con todo lo
que de ellos depende, lo cual está figurado por
los dos cabritos de Jacob, ¿con qué fin?
1.º Para que Ella los reciba como cosa que
le pertenece. 2.º Para que los mate y los haga
morir al pecado y a sí mismos, desollándolos y despojándolos de su propia piel y de su
amor
propio, para, por este medio, agradar a Jesús,
su Hijo, el cual no quiere para amigos y discípulos suyos más que a los que
están muertos a
ellos mismos. 3.º Para que Ella los aderece al
gusto del Padre celestial y a su mayor gloria,
la cual Ella conoce mejor que ninguna criatura. 4.º Para que, por sus cuidados y por sus intercesiones, este cuerpo y esta alma, bien
purificados de toda mancha, bien muertos, bien despojados y bien aderezados, sean un manjar
delicado, digno de la boca y de la bendición del Padre celestial. Y
¿no es esto acaso lo que harán
las personas predestinadas, que gustarán y practicarán la perfecta consagración a Jesús por las
manos de María, que les enseñamos, para testificar a Jesús y a María un amor efectivo e
intrépido?
Los réprobos dicen
muchas veces que aman
a Jesús y que aman y honran a María; pero no
lo demuestran con sus ofrendas ni llegan a sacrificar el cuerpo con sus sentidos y el alma con
sus pasiones, como los predestinados.
198.
3.º
Estos viven sumisos y obedientes
a la Santísima Virgen, como a su cariñosa Madre, a ejemplo de Jesucristo, quien de 33
años
que ha vivido sobre la tierra empleó 30 en glorificar a Dios su Padre mediante una perfecta y
entera sumisión a su Santísima Madre.
Los predestinados obedecen a María siguiendo exactamente sus consejos, como el
pequeño
Jacob los de Rebeca, que le dice: Hijo mío,
atiende a mis consejos (Gen. 27,8), sigue mis
consejos; o como los sirvientes de las bodas de Caná, a quienes la Santísima Virgen dijo: Haced
todo lo que mi Hijo os diga (Jn. 2,5).
Jacob por haber obedecido a su madre, recibió
la bendición como por milagro, aunque naturalmente no la debiese recibir; los sirvientes de
las bodas de Caná, por haber seguido el consejo
de la Santísima Virgen, fueron honrados con el
primer milagro de Jesucristo, que convirtió el
agua en vino a ruego de su Santísima Madre.
Asimismo, todos los que hasta el fin de los siglos reciban la bendición del Padre celestial y
sean honrados con los milagros de Dios, no recibirán estas gracias sino en
consecuencia de
su perfecta obediencia a María; los Esaús, al
contrario, pierden su bendición por falta de sumisión a la Santísima Virgen.
199.
4.º
Los predestinados tienen una gran
confianza en la bondad y el poder de María, su
Madre; reclaman sin cesar su socorro, la miran
como su estrella polar para arribar a buen puerto, le descubren sus penas y sus necesidades
con mucha expansión de corazón, apelan a su
misericordia y su dulzura para obtener el perdón de sus pecados mediante su
intercesión, o
para gustar sus dulzuras maternales en sus penas y en sus sequedades; se arrojan y se
esconden de una manera admirable en su seno maternal y virginal, para estar
allí embebidos en el
puro amor, para ser purificados de las menores
manchas y para hallar plenamente a Jesús, que allí reside en su más glorioso trono. iOh, qué
felicidad! No creas, dice el abad Guerrico, que
suponga más felicidad habitar en el seno de
Abraham que en el seno de María, puesto que en
éste puso el Señor su trono.
Los réprobos, al contrario, poniendo toda su
confianza en sí mismos, comen como el hijo
prodigo sólo lo que comen los puercos, no se
alimentan sino de la tierra como los sapos, no
aman sino como los mundanos las cosas visibles y exteriores, no gustan las dulzuras del
seno de María, no sienten el seguro apoyo y confianza
que los predestinados sienten para con la
Virgen, su bondadosa Madre. Quieren miserablemente saciar sus ansias con cosas de fuera,
como dice San Gregorio, porque no quieren gustar de la dulzura que está preparada toda en el
interior de sí mismos y en el interior de Jesús
y María.
200.
5.º
En fin, los predestinados siguen los
caminos de la Virgen, es decir, la visitan, y por
esto son verdaderamente dichosos y devotos, y llevan la señal de su predestinación como se lo
dice Ella: Dichosos aquellos que practican (Prov. 8,32) mis virtudes y que caminan sobre
las huellas de mi vida, con el socorro de la gracia divina. Son dichosos en este mundo durante
su vida por la abundancia de gracias y de dulzuras que de mi plenitud les comunico, y con más
abundancia que a los que no me imitan tan de
cerca; son dichosos en su muerte, que es dulce
y tranquila, y a la que asisto ordinariamente
para conducirlos yo misma a los gozos de la
eternidad; en fin, ellos serán felices para siempre, porque ninguno de mis buenos servidores
que han imitado mis virtudes en la vida se ha
perdido jamás. Los réprobos, al contrario,
son
desgraciados durante su vida, en su muerte y
en toda su eternidad, porque no imitan a la
Virgen en sus virtudes, contentándose con inscribirse alguna vez en sus Congregaciones, con
recitar alguna oración en su honra o con hacer
alguna otra devoción exterior.
¡Oh Santísima Virgen, mi bondadosa Madre:
cuán felices son, repito, con los transportes de
mi corazón, cuán felices los que, no dejándose
seducir por una falsa devoción hacia Vos, siguen
fielmente por vuestros caminos, observando vuestros consejos y vuestras órdenes! Pero
¡qué desgraciados son los que, abusando de
vuestra devoción, no guardan los mandamientos
de vuestro Hijo! Son malditos quienes de tus
mandatos se desvían (Psalm. 119,21).
201.
Ved ahora los actos de caridad que la
Virgen, como la mejor de todas las madres, hace para con sus fieles servidores, que se han
entregado a Ella del modo que he dicho, y según la figura de Jacob.
1.º
Ella los ama
Amo a los que me aman
(Prov. 13,17). Ella
los ama: 1.º, porque es su Madre verdadera, y
una madre ama siempre a su hijo, fruto de sus entrañas; 2.º, los ama por reconocimiento, porque efectivamente ellos la aman como a su
buena Madre; 3.º, los ama porque, estando predestinados, los ama Dios. Jacob
amó, Esaú odió (Rom. 9,13); 4.º, los ama porque están enteramente consagrados a Ella, y son su
posesión y
su herencia. Heredar en Israel (Eccli. 24,13).
202.
Los ama tiernamente, y más tiernamente que todas las madres juntas. Poned, si os es
posible, todo el amor natural que las madres de
todo el mundo tienen hacia sus hijos en el corazón de una sola madre para con su hijo
único:
esta madre amará ciertamente mucho a su hijo;
sin embargo, la verdad es que María ama aún
más tiernamente a sus hijos que esa madre puede jamás amar al suyo.
No los ama solamente con afección, sino con
eficacia: su amor para con ellos es efectivo y
afectivo, como el de Rebeca para con Jacob, y
aun mucho más. Véase lo que esta buena Madre, de quien Rebeca era no más que figura,
hace por obtener para sus hijos la bendición del
Padre celestial.
203.
1.º
Busca, como Rebeca, las ocasiones
favorables para hacerles bien, para engrandecerlos y para enriquecerlos.
Como ve claramente en Dios todos los bienes y los males, las buenas y malas fortunas,
las bendiciones y maldiciones de Dios, dispone
las cosas de lejos para librar de toda clase de
males a sus servidores y colmarlos de toda clase de bienes, de modo que si hay alguna buena
fortuna que alcanzar de Dios por la fidelidad de
una criatura en algún alto empleo, es seguro
que María procurará esta buena fortuna para
cualquiera de sus queridos hijos y servidores,
y le dará gracia para poseerla con fidelidad. Ella
gestiona nuestros negocios, dice un santo.
204.
2.º Les da buenos consejos, como
Rebeca a Jacob: Hijo mío, sigue mis consejos
(Gen. 27,8). Y entre otros consejos, les inspira
que le lleven dos cabritos; es decir, su cuerpo
y su alma, y que se los consagren, para aderezar con ellos un manjar que sea agradable a
Dios, y que cumplan todo lo que Jesucristo, su
Hijo, ha enseñado con sus palabras y ejemplos.
Y si no les da por sí misma estos consejos, lo
hace por ministerio de los ángeles, los cuales jamás se honran tanto ni experimentan mayor
placer que cuando obedecen a algunas de sus órdenes, bajando a la tierra y socorriendo a algún servidor suyo.
205.
3.º
Y ¿qué es lo que hace esta bondadosa Madre
cuando se le ha llevado y consagrado el cuerpo y el alma y todo cuanto de
ellos depende sin excepción de cosa alguna? Lo
que hizo en otro tiempo Rebeca con los cabritos que le llevó Jacob: 1.º,
los mata, haciéndolos
morir a la vida del viejo Adán; 2.º los desuella
y despoja de su piel natural, de sus inclinaciones naturales, de su amor propio y propia
voluntad y de todo apego a las criaturas; 3.º, los
purifica de sus manchas, suciedades y pecados;
4.º, los adereza al gusto de Dios y a su mayor
gloria. Y como sólo María es la que conoce perfectamente este gusto divino y esta mayor
gloria del Altísimo, sólo Ella es la que, sin engañarse, puede acomodar y aderezar nuestro
cuerpo y nuestra alma a este gusto infinitamente
exquisito y a esta gloria infinitamente oculta.
206.
4.º
Esta tierna Madre, después de recibir la ofrenda perfecta, que le hemos hecho de
nosotros mismos y de nuestros propios méritos
y satisfacciones, por la devoción de que he hablado, y después de habernos despojado de
nuestros antiguos vestidos, nos engalana y nos hace
dignos de presentarnos delante de nuestro Padre celestial: 1.º, nos reviste con los vestidos
limpios, nuevos, preciosos y perfumados de
Esaú el primogénito; es decir, de Jesucristo, su
Hijo, que Ella guarda en su casa, esto es, que
Ella tiene en su poder, ya que es la tesorera y
la dispensadora universal y eterna de las virtudes y de los méritos de su Hijo, Jesucristo, que
Ella da y comunica a quien Ella quiere, como
Ella quiere y tanto cuanto Ella quiere, según
vimos arriba; 2.º, Ella cubre el
cuello y las manos de sus servidores con las pieles
de los cabritos muertos y desollados; es decir, los adorna con los méritos y el valor de sus
propias acciones. Ella mata y mortifica, en efecto, todo lo que hay de impuro e imperfecto en
sus personas; pero no pierde ni disipa todo lo
bueno que la gracia ha obrado allí, sino que lo
guarda y aumenta, para hacer con ello el ornato y la fuerza de su cuello y de sus manos, es
decir, para fortificarnos a fin de que puedan
resistir el yugo del Señor, que se lleva en el
cuello, y de que realicen grandes cosas para la
gloria de Dios y la salvación de sus pobres hermanos; 3.º, Ella confiere nuevo perfume y nueva
gracia a estos vestidos y adornos, comunicándoles sus propios vestidos, es decir, sus méritos
y virtudes, que Ella les ha legado en su testamento, al morir, como dice una santa religiosa
del último siglo, muerta en olor de santidad, y
que lo supo por revelación. De modo que todos sus domésticos,
sus fieles servidores y esclavos están doblemente cubiertos con los vestidos de su Hijo y con
los suyos propios (Prov. 31,21); por eso ellos
nada tienen que temer del frío de Jesucristo, blanco como la nieve, al contrario de los réprobos, los cuales, completamente desnudos y despojados de los méritos de Jesucristo y de la
Santísima Virgen, no lo podrán soportar.
207.
5.º
En fin, les alcanza la bendición del
Padre celestial, por más que, no siendo los primogénitos, sino solo hijos segundos y
adoptivos, no debieran naturalmente recibirla. Con estos vestidos nuevos,
preciosísimos y olorosísimos, y con su alma bien preparada, se acercan
al lecho de reposo de su Padre celestial. Este
buen Padre, oye y distingue su voz, que es la
del pecador, toca sus manos cubiertas de pieles,
siente el buen olor de sus vestidos, come con
gusto lo que María, su Madre, le ha preparado,
reconociendo en ellos los méritos y el buen olor
de su Hijo y de su Santísima Madre, y 1.º, les da
su doble bendición, bendición del rocío del cielo, es decir, de la gracia divina, que es la semilla
de la gloria: Nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo
(Eph. 1,3); bendición de la fertilidad de la tierra
(Gen. 27,28), es decir, les da este Padre bueno su pan
de cada día y bastante abundancia de bienes de
este mundo; 2.º, los hace señores de sus demás
hermanos los réprobos, y por más que esta primacía no se vea siempre en este mundo, que
pasa en un instante, y en que frecuentemente
dominan los réprobos: Hablarán únicamente y
se jactarán los pecadores (Psalm. 93,4)... Vi
al impío sumamente ensalzado y empinado (Psalm. 36,35); no por eso deja de ser verdadera, y
aparecerá manifiestamente en el otro
mundo, por toda la eternidad, en la que los justos,
como dice el Espíritu Santo, dominarán y mandarán a las naciones
(Sap. 3,8). Su Majestad,
no contento con bendecirlos en sus personas y
en sus bienes, bendice también a todos aquellos que los bendigan y maldice a todos
los que los maldigan y persiguen.
2.º
Ella los mantiene
208.
El segundo acto de caridad que la Virgen ejerce para con sus fieles servidores es que
les proporciona todo cuanto atañe a su cuerpo
y a su alma. Les da vestidos dobles, como acabamos de ver; les da de comer los platos más
exquisitos de la mesa de Dios; les da a comer el
pan de vida que Ella ha formado. Hijos míos
queridos, les dice bajo el nombre de la Sabiduría, llenaos de mis generaciones
(Eccl. 24,26),
es decir, de Jesús, el fruto de vida que he puesto en el mundo para vosotros. Venid, les dice en
otra parte, comed mi pan, que es Jesús, bebed
el vino de su amor, que yo he mezclado para
vosotros (Prov. 9,5). Como María es la tesorera
y la dispensadora de los dones y de las gracias
del Altísimo, da una buena porción, y la mejor,
para alimentar y conservar a sus hijos y servidores; los nutre con el pan vivo, y los embriaga
con el vino que engendra vírgenes (Zach. 9,17);
y encuentran tan suave el yugo de Jesucristo, que
apenas sienten su peso; porque el yugo se pudrirá a causa de la unción espiritual
(Is. 10,27).
3.º
Ella los guía y dirige
209.
El tercer bien que la Santísima Virgen
hace a sus devotos, es conducirlos y dirigirlos según la voluntad de su Hijo. Rebeca
conducía
a Jacob y le daba avisos de cuando en cuando,
ya para atraer sobre él la bendición de su padre, ya para evitarle el odio y la persecución de
su hermano Esaú. María, que es la estrella del
mar, conduce a todos sus buenos servidores a
buen puerto; les muestra los caminos de la vida
eterna, y hace que eviten los pasos peligrosos;
los guía con su mano por los senderos de la
justicia; los sostiene cuando están a punto de
caer; los levanta cuando han caído; los reprende
como madre cariñosa cuando faltan, y aun los
castiga alguna vez amorosamente. Si un hijo
obedece a María, ¿podrá extraviarse en los caminos de la eternidad? Si la seguís, dice San
Bernardo, no os extraviaréis. No temáis que un
verdadero hijo de María sea engañado por el
espíritu maligno y caiga en herejía formal. Donde está María de conductora, no
están ni el
espíritu maligno con sus ilusiones, ni los herejes con sus sutilezas: Teniéndola no te
engañas.
4.º
Los defiende y protege
210.
El cuarto buen oficio que la Santísima
Virgen hace con sus hijos y fieles servidores, es
defenderlos y protegerlos contra sus enemigos:
Rebeca, con sus cuidados y su industria, libró
a Jacob de todos los peligros en que se vio, y
particularmente de la muerte que su hermano
Esaú le hubiera ciertamente dado por el odio
y la envidia que le tenía, como en otro tiempo Caín a su hermano Abel; María, la buena Madre
de los predestinados, los esconde bajo las alas
de su protección, como una gallina a sus polluelos, les habla, se abaja a ellos y condesciende
con todas sus debilidades para asegurarlos contra el gavilán y el buitre; se coloca entorno de
ellos, los acompaña como un ejército ordenado
en batalla. ¿Puede temer de sus enemigos un
hombre rodeado de un ejército bien ordenado
de cien mil hombres? Un servidor fiel de María,
escudado con su protección y su imperial potestad, tiene menos todavía que temer.
Esta buena Madre y poderosa Príncesa de
los cielos enviaría millares de ángeles en socorro de uno de sus hijos, para que no se pudiera
alguna vez decir que un fiel servidor de María,
que puso su confianza en Ella, había sucumbido
a la malicia, al número y a la fuerza de sus enemigos.
5.º
Intercede por ellos
211.
En fin, el mayor bien que la amable
María procura a sus fieles devotos es el interceder por ellos para con su Hijo, y aplacarle con
sus ruegos. Los une a El y los conserva con un
lazo muy apretado.
Rebeca hizo que Jacob se acercase
al lecho de
su padre, y el buen viejo lo tocó, lo abrazó
y aun lo besó con gozo, y contento como estaba y satisfecho de la comida que le
había
llevado, y gozoso de haber sentido los exquisitos perfumes de sus vestidos,
exclamó: he aquí el olor
de mi hijo, que es como el olor de un campo
lleno, que el Señor ha bendecido. Este campo lleno, cuyo olor embriaga el corazón del padre, no es otro más que el olor de las virtudes
y de los méritos de María, que es un campo
fértil en gracias, en que Dios su Padre ha sembrado, como grano de trigo de los elegidos, a
su Hijo único. ¡Y qué bien recibido es por
Jesucristo, Padre sempiterno, el hijo perfumado
con el olor gratísimo de María! ¡Y qué pronto
queda perfectamente unido a El, como por extenso lo hemos demostrado antes!
212.
Además, después que la Santísima Virgen ha colmado de sus favores a sus hijos y
fieles servidores y les ha alcanzado la bendición del
Padre celestial y la unión con Jesucristo, los
conserva en Jesucristo, y a Jesucristo en ellos;
los guarda y vela siempre sobre ellos, temiendo
no pierdan la gracia de Dios y caigan en los lazos de sus enemigos, y les hace perseverar
hasta el fin, como ya lo hemos visto. Tal es la
explicación de esta grande y antigua figura de la
predestinación y de la reprobación, tan desconocida y tan llena de misterios.
|