El Santo Rosario
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Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

De la perfecta consagración a Jesús por María

115. Hay muchas prácticas interiores de la verdadera devoción a la Santísima Virgen; he aquí en resumen las principales:
1.ª Honrarla como digna Madre de Dios con culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los demás Santos, como la obra más perfecta de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; 2.ª, meditar sus virtudes, sus privilegios y sus acciones; 3.ª, contemplar sus grandezas; 4.ª, rendirla actos de amor, de alabanza y de reconocimiento; 5.ª, invocarla de corazón; 6.ª, ofrecerse y unirse a Ella; 7.ª, obrar en todo con la mira de agradarla; 8.ª, comenzar, continuar y concluir todas las obras por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, que es nuestro último fin. Más adelante explicaremos esta práctica.

116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también muchas prácticas exteriores, de las cuales las principales son las siguientes:
1.ª Alistarse en sus Cofradías y Congregaciones; 2.ª, entrar en las Ordenes religiosas instituidas bajo su nombre; 3.ª, publicar sus alabanzas; 4.ª, hacer en honra suya limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales o corporales; 5.ª, llevar consigo su librea, a saber: el santo rosario, o la corona, el escapulario o la cadenilla; 6.ª, rezar con atención, devota y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas de Avemarías en honor de los quince principales Misterios de Jesucristo, o la corona de cinco decenas o tercera parte del rosario, en honor de los cinco Misterios gozosos, que son: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, la Purificación y el Niño perdido y hallado en el templo; o los cinco Misterios dolorosos: la agonía de Jesucristo en el huerto de los Olivos, su flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario con la cruz a cuestas, y la crucifixión; o los cinco Misterios gloriosos, a saber: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, su Ascensión, el Descendimiento o venida del Espíritu Santo, la Asunción de la Santísima Virgen al cielo en cuerpo y alma, y su Coronación por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se puede también decir una corona de seis o siete decenas, en honra de los años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la tierra; o la pequeña corona de la Santísima Virgen compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías en honor de la corona de las doce estrellas o los doce privilegios de la Virgen; o el Oficio de la Santísima Virgen, tan universalmente recibido y rezado en la Iglesia; o el pequeño salterio que San Buenaventura compuso en su honra, y en el cual es tan tierno y tan devoto, que no se puede rezar sin sentirse el alma enternecida; o catorce Padrenuestros y catorce Avemarías en honor de sus catorce gozos; o algunas otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve Regina, el Alma, el Ave Maris Stella, el Magnificat o algunas otras prácticas de devoción, de que están llenos los libros piadosos; 7.ª, cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales; 8.ª, hacerle cierto número de genuflexiones o reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces Ave, Maria, Virgo fidelis (Dios te salve, María, Virgen fiel), para alcanzar por su mediación la fidelidad a las gracias de Dios durante el día; y por la tarde, Ave, Maria, Mater misericordiae (Dios te salve, María, Madre de misericordia), para pedir perdón a Dios por medio de Ella, de los pecados cometidos durante el día; 9.ª, ser solícito en asistir a sus Congregaciones, adornar sus altares, coronar y embellecer sus estatuas; 10.ª, conducir o hacer conducir sus imágenes en procesión, o llevar una sobre sí mismo, como arma poderosa contra el demonio; 11.ª, hacer imágenes suyas, o dedicarlas a su nombre, y colocarlas o en las iglesias, o en los aposentos, o sobre las puertas y entradas de los pueblos, de las iglesias y de las casas; 12.ª, consagrarse a Ella de una manera especial y solemne.

117. Hay gran número de otras prácticas de verdadera devoción a la Santísima Virgen, que el Espíritu Santo ha inspirado a las almas santas y que son muy edificantes, las cuales se podrán leer más detalladamente en el Paraíso abierto a Filagia, compuesto por el Rdo. P. Pablo Barry, de la Compañía de Jesús, que ha recogido en esa obra gran número de devociones que los Santos han practicado en honor de la Santísima Virgen, las cuales sirven admirablemente para la santificación de las almas siempre que se hagan como es menester, es decir: 1.º, con buena y recta intención de agradar sólo a Dios, de unirse a Jesucristo, como último fin, y de edificar al prójimo; 2.º, con atención y sin distracción voluntaria; 3.º, con piedad, sin ligereza y sin negligencia; 4.º, con modestia y compostura corporal, respetuosa y edificante.

118. En fin, protesto altamente que después de haber leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Madre de Dios, y de haber conversado familiarmente con las más sabias y santas personas de estos últimos tiempos, no he conocido ni sabido práctica alguna hacia la Santísima Virgen semejante a la que voy a exponer, que exija de un alma más sacrificios para con Dios, que la vacíe más de sí misma y de su amor propio, que la conserve más fielmente en la gracia, y la gracia en ella, que la una más perfecta y fácilmente a Jesucristo, y finalmente, que sea más gloriosa a Dios, más apta para la santificación propia y más útil para el prójimo.

119. Como lo esencial de esta devoción consiste en el interior, no será igualmente comprendida por todos; algunos se quedarán en lo que tiene de exterior, sin pasar más adelante, y éstos serán el mayor número; otros, que serán pocos, entrarán en lo más recóndito, pero no subirán más de un grado. ¿Quiénes subirán hasta el segundo? ¿Quién alcanzará el tercero? En fin, ¿quién será el que permanezca en él habitualmente? Solamente aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, el alma a quien el mismo Espíritu conduzca a ese estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta llegar a la transformación de sí mismo en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo.

En qué consiste la perfecta consagración a Jesús por María

120. Toda vez que nuestra perfección consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que entre todas las devociones, la que consagra y conforma más un alma a Nuestro Señor, es la devoción a la Santísima Virgen, su Santa Madre, y cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo, y, he aquí por qué la perfecta consagración a Jesucristo no es otra cosa que una perfecta y entera consagración de sí mismo a la Santísima Virgen, y ésta es la devoción que yo enseño; o con otras palabras, una perfecta renovación de los votos y promesas del santo Bautismo.

121. Consiste, pues, esta devoción en entregarse enteramente a la Santísima Virgen para ser todo de Jesucristo por medio de María. Es menester entregarle: 1.º, nuestro cuerpo con todos sus sentidos y sus miembros; 2.º, nuestra alma con todas sus potencias; 3.º, nuestros bienes exteriores, o sea nuestra fortuna presente y futura; 4.º, nuestros bienes interiores y espirituales, o sea nuestros méritos, nuestras virtudes y nuestras buenas obras pasadas, presentes y futuras; en una palabra: todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y en el orden de la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en lo porvenir en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, y esto sin reserva ninguna, ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor buena obra, y además por toda la eternidad, y sin pretender ni esperar ninguna otra recompensa de nuestra ofrenda y de nuestros servicios, que la honra de pertenecer a Jesucristo por María y en María, aun cuando esta amable Senora no fuere, como lo es siempre, la más liberal y reconocida de las criaturas.

122. Es preciso notar aquí que en todas las buenas obras que hacemos, hay dos cosas, a saber: la satisfacción y el mérito, o sea el valor satisfactorio o impetratorio, y el valor meritorio. El valor satisfactorio o impetratorio de una buena obra, es una buena acción en tanto en cuanto satisface la pena debida al pecado, o que obtiene alguna nueva gracia; el valor meritorio, o el mérito, es una buena acción en cuanto merece la gracia y la gloria eterna.
Así es que en esta consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen le damos todo el valor satisfactorio, impetratorio y meritorio, o sea las satisfacciones y los méritos de todas nuestras buenas obras; le damos nuestros méritos, nuestras gracias y nuestras virtudes, no para comunicarlas a otros (porque nuestros méritos, gracias y virtudes son, propiamente hablando, incomunicables, y no ha habido más que Jesucristo, que, haciéndose nuestro fiador para con su Padre, nos haya podido comunicar sus méritos), sino para que nos las conserve, aumente y embellezca, como diremos más adelante; le damos nuestras satisfacciones para que las comunique a quien más sea de su agrado, y para la mayor gloria de Dios.

123. De todo esto se deduce, que: 1.º, por esta devoción se da uno a Jesucristo de la manera más perfecta, por lo mismo que se da por manos de María, y entrega el alma a María, y todo lo que se le puede dar, y mucho más que por las demás devociones, por las que se da, o una parte del tiempo, o una parte de sus buenas obras, o una parte de sus satisfacciones y mortificaciones. Por esta devoción todo se da y se consagra, hasta el derecho de disponer de los bienes interiores y de las satisfacciones que se ganan por sus buenas obras diariamente, lo que no se hace en ninguna Orden religiosa. En las Ordenes religiosas se dan a Dios los bienes de fortuna por el voto de pobreza, los bienes del cuerpo por el voto de castidad, la propia voluntad por el voto de obediencia, y algunas veces la libertad del cuerpo por el voto de clausura; más no se le da la libertad o el derecho que se tiene de disponer del valor de las buenas obras, y no se despoja, en cuanto es posible, de lo que el cristiano tiene de más precioso y caro, que son sus méritos y satisfacciones.

124. 2.º Una persona que así se consagra y sacrifica voluntariamente a Jesucristo por María, no puede ya disponer del valor de ninguna de sus buenas acciones, todo lo que sufre, todo lo que piensa, dice y hace de bueno, pertenece a María, a fin de que de ello disponga María según la voluntad de su Hijo y a su mayor gloria, sin que esta dependencia perjudique, sin embargo, de ninguna manera a las obligaciones del estado en que se esté actualmente, o en el que se pueda estar en adelante, v. gr., a las obligaciones de un sacerdote que por su oficio o de otra manera debe aplicar el valor satisfactorio e impetratorio de la Santa Misa a un particular, porque no se hace esta ofrenda sino según el orden de Dios y los deberes del propio estado.

125. 3.º Todo justo se consagrará a la Santísima Virgen y a Jesucristo: a la Santísima Virgen, como el medio más perfecto que Jesucristo ha escogido para unirse a nosotros y unirnos con El, y a Nuestro Señor, como a nuestro último fin, al que debemos todo lo que somos, como a nuestro Redentor y nuestro Dios.

126. He dicho que esta devoción puede ser llamada muy bien una perfecta renovación de los votos o promesas del santo Bautismo, porque todo cristiano era antes del bautismo esclavo del demonio, puesto que a él pertenecía; pero en el bautismo ha renunciado, o por sí mismo, o por medio de su padrino y su madrina, solemnemente a Satanás, a sus pompas y sus obras, y ha tomado a Jesucristo por su dueño y soberano Señor para depender de El en calidad de esclavo de amor.
Pues bien, esto es lo que se hace por la presente devoción: renuncia el cristiano (como se dice en la fórmula de consagración) al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se da todo entero a Jesucristo por manos de María. Y aún se hace algo más, toda vez que en el bautismo se habla ordinariamente por boca de otro, es decir, por el padrino y la madrina; no se entrega uno a Jesucristo sino por medio de procurador, pero en esta devoción se hace esa entrega por sí mismo, voluntariamente y con conocimiento de causa. En el santo Bautismo no se da uno a Jesucristo por medio de María, al menos expresamente, ni se hace entrega del valor de las buenas obras, quedando después del bautismo enteramente libre para aplicarlo a quien se quiera o para conservarlo para sí, pero por esta devoción se da uno expresamente a Nuestro Señor por las manos de María y se le entrega el valor de las buenas obras.

127. Los hombres, dice Santo Tomás, hacen voto en el santo Bautismo de renunciar al demonio y a sus pompas, y este voto, dice San Agustín, es el mayor y más indispensable. Es lo mismo que también dicen los canonistas: El principal voto es el que hacemos en el bautismo. Sin embargo, ¿quién cumple este voto tan importante? ¿Quién observa fielmente las promesas del Santo Bautismo? ¿No hacen traición casi todos los cristianos a la fe prometida a Jesucristo en el bautismo? De qué puede resultar este desarreglo universal, sino del olvido en que se vive de las promesas que se hicieron en él, y de los compromisos contraídos, y de que casi nadie ratifica por sí mismo el contrato de alianza hecho con Dios por medio del padrino y de la madrina?

128. Tan es esto verdad, que el Concilio de Sens, convocado por orden de Luis el Benigno (Ludovico Pío), para poner remedio a los grandes desórdenes que asolaban el reino de Francia, creyó que la principal causa de esta corrupción de las costumbres provenía del olvido y de la ignorancia en que se vivía de los compromisos del santo Bautismo, y no se encontró mejor medio de remediar tamaño mal, que excitar a los cristianos a renovar las promesas bautismales.

129. El Catecismo del Concilio de Trento, fiel intérprete de este santo Concilio, exhorta a los párrocos a adoptar esta misma práctica, y a exhortar frecuentemente a los pueblos a que se consagren a Nuestro Señor Jesucristo, como esclavos a su Redentor y Señor. He aquí sus palabras: Se conmina al párroco a ser fiel a aquella práctica para que sepa que es justísimo para nosotros adherirnos y consagrarnos perpetuamente al servicio total de nuestro Señor y Redentor (Cat. Concilio Tridentino, part. 1, c. 3, § 4).

130. Si, pues, los Concilios, los Padres y la experiencia misma nos muestran que el mejor remedio para los desarreglos de los cristianos es hacerles recordar las obligaciones de su bautismo, y renovar los votos en él hechos, ¿no es razonable que ahora lo hagamos de una manera perfecta, consagrándonos enteramente a Nuestro Señor por su Santísima Madre? Digo de una manera perfecta, porque para consagrarnos a Jesucristo debemos servirnos del más perfecto de todos los medios, que es la Santísima Virgen.

131. No se puede objetar que esta devoción es nueva o indiferente; no es nueva, toda vez que los Concilios, los Padres y muchos autores, tanto antiguos como modernos, tratan de esta consagración a Nuestro Señor por la renovación de los votos y promesas del santo Bautismo como una cosa de antiguo practicada, y que aconsejan a todos los cristianos; no es indiferente, puesto que la principal fuente de todos los desórdenes, y por consiguiente, de la condenación de los cristianos, procede del olvido y de la indiferencia respecto de esta práctica.

132. Podría alguno decir que esta devoción nos hace incapaces de socorrer las almas de nuestros parientes, amigos y bienhechores, por cuanto nos hace dar a Nuestro Señor, por manos de la Santísima Virgen, el valor de todas nuestras buenas obras, oraciones, mortificaciones y limosnas. A esto se responde: 1.º Que no es creíble que nuestros parientes, amigos y bienhechores se lastimen de que nosotros nos hayamos sacrificado y consagrado sin interés al servicio de Nuestro Señor y de su Santísima Madre. El suponerlo sería hacer una injuria a la bondad y al poder de Jesús y de María, que bien sabrán asistir a nuestros parientes, amigos y bienhechores, ya de nuestra pequeña renta espiritual, ya de otro modo. 2.º Que esta práctica no impide que se ruegue por los demás fieles vivos o difuntos, por más que la aplicación de nuestras buenas obras dependa de la voluntad de la Santísima Virgen; al contrario, eso nos llevará a rogar con más confianza, del mismo modo que una persona rica que hubiese dado todo su caudal a un gran príncipe, a fin de honrarle más, suplicaría más confiadamente a este príncipe que diese limosna a alguno de sus amigos que se le pidiese. Y aún sería agradar al príncipe el proporcionarle ocasión de atestiguar su reconocimiento hacia una persona que se ha despojado de todo por el mayor brillo de su soberano y que se ha empobrecido por honrarle. Debe decirse lo mismo de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen: jamás se dejarán vencer de nadie, ni en reconocimiento, ni en generosidad.

133. Aún se objetará también que si doy a la Santísima Virgen todo el valor de mis acciones para aplicarlo a quien Ella quiera, será menester acaso que yo sufra por mucho tiempo en el Purgatorio. Esta objeción, que procede del amor propio y de la ignorancia de la liberalidad de Dios y de su Santísima Madre, se destruye por sí misma; un alma ferviente y generosa que toma con más empeño los intereses de Dios que los suyos propios, que da a Dios todo lo que tiene, sin reserva, hasta donde puede, que no aspira más que al reino de Jesucristo por su Santísima Madre, y que por obtenerlo se sacrifica enteramente y en todo, esta alma generosa, repito, ¿será castigada en el otro mundo por haber sido más liberal y más desinteresada que las demás? Al contrario: precisamente para con esta alma, como veremos a continuación, serán Nuestro Señor y la Virgen Santísima liberalísimos en este mundo y en el otro, en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria.

134. Ahora debemos ver, con la mayor brevedad posible, los motivos que deben hacernos más recomendable esta devoción, los admirables efectos que produce en las almas fieles, y cuáles son las principales prácticas de ella.

Motivos de esta perfecta consagración

135. Primer motivo, que nos muestra la excelencia de esta consagración de sí mismo a Jesucristo por medio de María.
Si no es posible concebir empleo más relevante en la tierra que el servicio de Dios; si el menor servidor de Dios es más rico, más poderoso y más noble que todos los reyes y los emperadores de la tierra, a menos que éstos sirvan fielmente a Dios, ¿cuáles no serán las riquezas, el poder y la dignidad del fiel y perfecto cristiano que se sacrifica al servicio de Dios enteramente y sin reserva en cuanto le es posible? Tal es un fiel y amoroso esclavo de Jesús y de María que se ha entregado todo entero, sin reservarse nada para sí, por medio de su Santa Madre, al servicio de este Rey de reyes; todo el oro de la tierra y las bellezas de los cielos no valen nada en comparación suya.

136. Las demás Congregaciones, Asociaciones y Cofradías erigidas en honor de Nuestro Señor y de su Santísima Madre, que tan grandes bienes producen en el Cristianismo, no obligan a darlo todo sin reserva; no prescriben a sus asociados para cumplir sus obligaciones, más que ciertas obras y prácticas, dejándoles libres para todas las demás acciones y para todo el resto de su tiempo; pero esta devoción hace que el esclavo fiel dé sin reserva a Jesús y a María todos sus pensamientos, palabras, acciones y padecimientos de toda la vida; de modo que ya sea que vele o que duerma, ya sea que beba o que coma, o que haga las acciones más grandes o las más pequeñas, siempre se dirá en verdad que lo que hace, aun sin pensar en ello, es para Jesús y para María, en virtud de su ofrenda absoluta, a menos que no se haya expresamente retractado. ¡Qué consuelo!

137. No hay ninguna otra práctica por la que se desprenda uno más fácilmente de este espíritu de amor propio que se desliza en las mejores acciones imperceptiblemente, y nuestro buen Jesús concede esta inmensa gracia en recompensa del acto heroico y desinteresado que se ha llevado a efecto, entregándole, por medio de su Santísima Madre, todo el valor de las buenas obras. Si da el céntuplo en este mundo a los que por su amor dejan los bienes exteriores temporales y perecederos, ¿qué céntuplo no dará al que le sacrifique también sus bienes interiores y espirituales?

138. Jesús, nuestro gran amigo, se nos ha dado sin reserva, en cuerpo y alma, con sus virtudes, gracias y méritos. Se dispuso totalmente para mí, dice San Bernardo: Me ha ganado enteramente dándose enteramente a mí. ¿No es, pues, acto de justicia y reconocimiento que nosotros le demos todo lo que podamos darle? El ha sido primeramente liberal con nosotros: seámoslo nosotros con El, en justa correspondencia, y Jesucristo será para nosotros durante nuestra vida, en nuestra muerte y por toda la eternidad más generoso aún. Será generoso con los generosos, dice San Germán.

139. Segundo motivo, que nos muestra que es justo en sí mismo y ventajoso para los cristianos el consagrarse por entero a la Santísima Virgen, para entregarse así con más perfección a Jesucristo.
Este buen Señor no se ha desdeñado de encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como un esclavo de amor, y de vivir sometido y obediente a Ella durante treinta años. En esto es en lo que, repito, se pierde el espíritu humano al reflexionar seriamente en esta conducta de la Sabiduría encarnada, que no ha querido, por más que pudiera hacerlo, darse directamente a los hombres, sino por medio de la Santísima Virgen; que no ha querido venir al mundo en la edad de un hombre perfecto e independiente de otro, sino como débil y pequeño niño, dependiente de los cuidados y de la asistencia de su Santísima Madre.
Esta sabiduría infinita, que tenía un deseo inmenso de glorificar a Dios, su Padre, y de salvar a los hombres, no ha hallado medio más perfecto y más corto para hacerlo que someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo durante los ocho, diez o quince primeros años de su vida, como los demás niños, sino durante treinta afios, y ha dado más gloria a Dios, su Padre, en este espacio de tiempo de sumisión y de dependencia de la Santísima Virgen, que le hubiese dado empleando estos treinta años en hacer prodigios, en predicar por toda la tierra, en convertir a todos los hombres: que, si hubiese creído lo otro más perfecto, lo hubiese realizado. ¡Oh, cuán grandemente se glorifica a Dios sometiéndose a María, a ejemplo de Jesús!
Teniendo a nuestra vista un modelo tan visible y tan conocido de todo el mundo, ¿no seríamos unos insensatos en esperar hallar un medio más perfecto y más corto de glorificar a Dios que el de someternos a María, a imitación de su hijo?

140. Recuérdese ahora, en prueba de la dependencia que debemos tener de la Santísima Virgen, lo que más arriba he dicho al referir el ejemplo que de esa dependencia nos da el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Padre no nos ha dado ni nos da a su Hijo sino por medio de María, ni adquiere hijos adoptivos sino por María, y no comunica sus gracias sino por María; Dios-Hijo no ha sido formado para todo el mundo en general sino por Ella, ni se forma diariamente ni nace en las almas sino por Ella, en unión del Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y sus virtudes sino por Ella; el Espíritu Santo no ha formado a Jesucristo sino por María, ni forma los miembros de su cuerpo místico sino por Ella, y no dispone de sus dones y sus favores sino por su medio. Tras de tantos y de tan poderosos ejemplos de la Santísima Trinidad, ¿podríamos, sin una extrema ceguera, desviarnos de María, y no consagrarnos a Ella, y no depender de Ella para ir a Dios y para sacrificarnos a Dios?

141. He aquí algunos textos de Padres que he escogido para probar lo que acabo de decir:
Dos son los hijos de María: el hombre Dios y el puro hombre; María es madre corporal del uno, espiritual del otro (San Buenaventura y Orígenes).
Esta es la voluntad de Dios, que nos quiso tener enteramente por María; y así cualquier esperanza, cualquier gracia, cualquier salvación, sabemos que dimana de Ella (San Bernardo).
Todos los dones, virtudes y gracias del Espíritu Santo, cuántos quiere, cuándo quiere y cómo quiere, según su voluntad, son administrados por sus manos (San Bernardino).
Porque eras indigno de que se te diese, se dio a María, para que por Ella recibieses todo lo que tuvieses (San Bernardo).

142. Viendo Dios que somos indignos de recibir sus gracias inmediatamente de su mano, dice San Bernardo, las da a María para que nosotros adquiramos por Ella todo lo que quiere darnos, y cifra también su gloria en recibir de manos de María el reconocimiento, el respeto y el amor de que le somos deudores por sus beneficios.
Es, pues, muy justo que imitemos esta conducta de Dios, para que, como dice el mismo San Bernardo, la gracia retorne a su Autor por el mismo canal que nos la ha transmitido. Esto es lo que nuestra devoción verifica: se ofrece y se consagra todo lo que uno es y todo lo que posee a la Santísima Virgen, a fin de que Nuestro Señor reciba por su mediación la gloria y el reconocimiento que se le debe; reconociéndose indigno e incapaz de acercarse el cristiano a la Majestad infinita por sí mismo, se vale para ello de la intercesión de la Santísima Virgen.

143. Además, es esta práctica de grandísima humildad, virtud que Dios ama sobre todas las demás virtudes. Un alma que se ensalza, rebaja a Dios; un alma que se humilla, ensalza a Dios. Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes; si os abajáis creyéndoos indignos de aparecer ante Dios y de acercaros a El, El desciende y se abaja para venir a vos, para complacerse en vos, y para elevaros a pesar vuestro; al contrario, cuando se acerca uno atrevidamente a Dios, sin mediador alguno, Dios se aleja y no es posible alcanzarle. iOh, cuánto ama la humildad su corazón! A esta humildad empeña esta práctica de devoción, puesto que nos enseña a no acercarnos jamás por nosotros mismos a Nuestro Señor, por más dulce y misericordioso que sea, sirviéndonos siempre de la intercesion de la Santísima Virgen, ya sea para comparecer ante Dios, para hablarle, para acercarse a El, ya sea para ofrecerle alguna cosa o para unirse y consagrarse a El.

144. Tercer motivo. La Santísima Virgen, que es Madre de dulzura y de misericordia, y que en amor, y liberalidad no se deja nunca vencer por nadie, al ver que se da uno enteramente a Ella para honrarla y servirla, despojándose de todo lo que hay de más caro en la tierra, se da también toda entera y de una manera inefable a quien le hace entrega de todo: le hace anegarse en el abismo de sus gracias, lo adorna con sus méritos, lo apoya con su poder, lo esclarece con su luz, lo rodea con su amor, le comunica sus virtudes, su humildad, su fe, su pureza, etc.; se hace su fiadora, su intercesora y todo para con Jesús. En fin, como tal persona está consagrada a María, también María se consagra toda a ella; de manera que se puede decir de tal perfecto servidor e hijo de María, lo que San Juan Evangelista dice de sí mismo, que había tomado a la Santísima Virgen en lugar de todos los bienes (Jn. 19,27).

145. Esto es lo que produce en su alma, si se conserva fiel: un profundo menosprecio, una gran desconfianza y detestación de sí mismo, y una plena confianza y un perfecto abandono en la Santísima Virgen, su Señora. No pone, como antes, su apoyo en sus disposiciones, intenciones, méritos y buenas obras, porque habiéndose sacrificado enteramente a Jesucristo por esta buena Madre, no posee más que un tesoro en el cual ha cifrado todos sus bienes sin haberse reservado cosa alguna, y este tesoro es María. Lo cual es lo que le anima a aproximarse a Nuestro Señor sin temor servil ni escrupuloso, y a rogarle con mucha más confianza.
Lo que le hace entrar en los sentimientos del devoto y sabio abad Ruperto, que haciendo alusión a la victoria que Jacob alcanzó sobre un ángel, dirige a la Santísima Virgen estas palabras: ¡Oh María, mi Princesa y Madre inmaculada de un Dios-Hombre, Jesucristo: yo deseo luchar con este Hombre, a saber, con el Verbo Divino, no armado con mis propios méritos, sino con los vuestros (Rup., Prolog. in Cantic.). ¡Oh, cuán poderoso y fuerte es uno para con Jesucristo cuando está armado con los méritos y la intercesión de una digna Madre de Dios, que, como dice San Agustín, ha vencido amorosamente al Todopoderoso!

146. Como por esta práctica se entregan al Señor por medio de su Santa Madre todas las buenas obras, esta buena Señora las purifica, las embellece y hace que su Hijo las acepte.
1.º Las purifica de toda inmundicia de amor propio y de ese apego imperceptible a las criaturas que se desliza insensiblemente en las mejores acciones. Desde el momento que aquellas obras se encuentren entre sus manos purísimas y fecundas, estas manos, que jamás han estado manchadas ni ociosas y que purifican cuanto tocan, despojan el don que se le hace de todo lo que puede tener de corrompido e imperfecto.

147. 2.º Las embellece adornándolas con sus méritos y virtudes. Es como si un labrador, deseoso de alcanzar la amistad y benevolencia de un rey, se fuese a la reina y le presentase una manzana, en la que consistía toda su renta, a fin de que ella la presentase al rey, y aceptando la reina el pequeño regalo del labrador, pusiese la tal manzana en un grande y hermoso plato de oro y la presentase así al rey de parte del labrador; de modo que ya entonces la manzana, que por si era indigna de ser presentada al rey, se habría convertido en un regalo digno de su majestad, en consideración a la bandeja de oro en que estaba puesta y por la persona que la presentaba.

148. 3.º María Santísima presenta estas buenas obras a Jesucristo, porque no guarda para sí nada de lo que se le ofrece; todo lo lleva a Jesucristo. Si se le da algo, se le da necesariamente a Jesucristo; si se la alaba, si se la glorifica, inmediatamente Ella alaba y glorifica a Jesús. Ahora, como en aquella ocasión en que Santa Isabel la alabó, canta cuando se la ensalza y bendice: Magnificat anima mea Dominum (Luc. 1,46).

149. 4.º María hace que Jesús acepte estas buenas obras, por pequeño y pobre que sea el don e indigno del Santo de los santos y Rey de los reyes.
Cuando presenta uno alguna cosa a Jesús por sí mismo y apoyado sobre la propia industria y disposición, Jesús examina el presente, y muchas veces lo rechaza a causa de la mancha de amor propio de que adolece, como en otro tiempo rechazó los sacrificios de los judios por estar llenos de su propia voluntad. Pero cuando se le presenta algo por las manos puras y virginales de su amadísima Madre, lo toma con sumo gusto, no considerando tanto lo que se le da, cuanto que se lo presenta su buena Madre; no mirando la procedencia del don, sino que se lo presenta su Madre. Así, María, que jamás ha sido rechazada, antes bien, siempre bien recibida de su Hijo, hace que Su Majestad reciba con agrado todo lo que, pequeño o grande, le presenta Ella; basta que María se lo presente, para que Jesús lo reciba y le agrade. He aquí el gran consejo que daba San Bernardo a cuantos conducía a la perfección: "Cuando queráis ofrecer alguna cosa a Dios, cuidad de ofrecérselo por las gratísimas y dignísimas manos de María, siempre que no queráis ser rechazados".

150. ¿No es esto lo que la misma naturaleza inspira a los pequeños para con los grandes, como lo hemos visto? ¿Por qué la gracia no ha de conducirnos a hacer lo mismo para con Dios, que está elevado infinitamente sobre nosotros y ante quien somos menos que átomos, teniendo además una Abogada tan poderosa, que jamás ha sido rehusada; tan industriosa, que sabe todos los secretos de ganar el corazón de Dios; tan buena y caritativa, que a nadie rechaza por pequeño y por malo que sea?
Luego expondré, en la historia de Jacob y Rebeca, la figura verdadera de lo que voy diciendo (183 y sigs.).

151. Cuarto motivo. - Esta devoción, fielmente practicada, es un excelente medio para que se enderece a la mayor gloria de Dios el valor de nuestras buenas obras.
Casi nadie obra con referencia a este noble fin, por más que a ello está obligado, ya sea por ignorar dónde está esa mayor gloria, ya sea por no quererla alcanzar. Pero comoquiera que la Santísima Virgen, a quien se ha cedido el valor y el mérito de las buenas obras, conoce perfectamente dónde está la mayor gloria de Dios, un perfecto servidor de esta buena Señora, que está enteramente consagrado a Ella, puede afirmar seguramente que el valor de todas sus acciones, pensamientos y palabras se emplea en la mayor gloria de Dios. ¿Es posible hallar nada más consolador para un alma que ame al Señor con un amor puro y desinteresado, y que se propone más la gloria y los intereses de Dios que los suyos propios?

152. Quinto motivo. - Esta devoción es un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios que es la perfección cristiana.
1.º Es un camino fácil, es un camino que Jesús ha recorrido viniendo a nosotros, y en que no se encuentra ningún tropiezo para llegar a El.
Es verdad que es posible llegar a la unión con Dios por otros caminos, pero será pasando por muchas más cruces y extraños desfallecimientos, y al través de muchas más dificultades, penosísimas de vencer. Será menester pasar por noches oscuras, por combates, por agonías terribles, por encima de montañas escarpadas, por punzantes espinas y horrorosos desiertos. Pero por el camino de María se marcha dulce y tranquilamente. En verdad también se encuentran rudos combates que librar y dificultades que vencer, pero esta buena Madre se coloca tan cerca de todos los fieles servidores para alumbrarlos en sus tinieblas y en sus dudas, para fortalecerlos en sus temores, para sostenerlos en sus batallas y sus dificultades, que verdaderamente este camino virginal para hallar a Jesucristo, es un camino de rosas comparado con los demás caminos. Ha habido algunos Santos, bien que en corto número, como San Efrén, San Juan Damasceno, San Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, San Francisco de Sales, etc., que han ido a Jesús por este camino dulce, porque el Espíritu Santo, Esposo fiel de María, se lo ha mostrado por una gracia singular; pero otros Santos, que son en mayor número, no han entrado, sin embargo, o han entrado muy poco, por más que hayan sido devotos de la Santa Virgen, en este camino. Y por esto han pasado por pruebas más rudas y más peligrosas.

153. ¿De qué viene, pues, me preguntarán algunos devotos de María, que los servidores fieles de esta buena Madre tienen tantas ocasiones de padecer, y que efectivamente sufren más que los que no lo son tanto? Se les contradice, se les persigue, se les calumnia, nada se sufre en ellos, o bien marchan en tinieblas interiores y por desiertos en que no cae la menor gota de rocío del cielo; ¿por qué sucede que los tales devotos sean los más menospreciados, siendo así que esa devoción a la Santísima Virgen hace tan fácil el camino?

154. Respondo a esta dificultad, que siendo los más fieles servidores de la Santísima Virgen sus mayores favoritos, es verdad que reciben de Ella las gracias y favores del cielo más grandes, que son las cruces, pero sostengo que también son los servidores de María los que soportan estas cruces con más facilidad, mérito y gloria, y que lo que detendría mil veces a otro o le haría caer, no les detiene una sola vez, antes bien les hace avanzar, porque esta buena Madre endulza todas estas cruces que Ella les prepara con el azúcar de su dulzura maternal y con la unción del puro amor.

155. 2.º Esta devoción a la Santísima Virgen es un camino corto para hallar a Jesucristo, ya sea porque en él no hay extravíos, ya sea porque, como acabo de decir, por él se camina con más gozo y facilidad y, por tanto, con más prontitud. Se avanza más en poco tiempo de sumisión y de dependencia de María, que en años enteros de propia voluntad y de apoyo sobre sí mismo; porque el hombre obediente y sometido a la divina María cantará victorias señaladas sobre todos sus enemigos.

156. ¿Por qué creéis que Jesucristo vivió tan poco sobre la tierra, y que los pocos años que pasó en este mundo los pasó casi todos en la sumisión y en la obediencia a su Madre? ¡Ah! Es que, a pesar de haber llegado pronto a su término, vivió largo tiempo y más que aquel cuyas pérdidas vino a reparar, por más que Adán viviera más de novecientos años. Jesucristo vivió largo tiempo porque siempre estuvo sometido a su Santísima Madre, por obedecer en Ella a Dios su Eterno Padre; porque el que honra a su Madre se parece a un hombre que atesora, dice el Espíritu Santo; es decir, que el que honra a su Madre hasta someterse a Ella, a obedecerla en todo, prontamente se hará rico: porque acumula tesoros todos los días por el secreto de esta piedra filosofal: Quien honra a la Madre es como si atesorara (Ecclo. 3,5); porque en el seno de María, que ha cercado y engendrado un hombre perfecto, y que ha tenido la capacidad de contener a Aquel que lodo el universo no es capaz de comprender ni contener, en el seno de María, repito, es en donde los jóvenes se hacen ancianos consumados en luz, en santidad, en experiencia y en sabiduría, y en pocos años llegan hasta la plenitud de la edad de Jesucristo (Ps. 91,11; Ierem. 31,22).

157. 3.º Esta devoción a la Santísima Virgen es un camino perfecto para ir y unirse a Jesucristo, toda vez que la divina María es la más perfecta y la más santa de las puras criaturas, y que Jesucristo que vino perfectamente a nosotros, no tomó otro camino para su grande y admirable viaje.
El Altísimo, el Incomprensible, el Inaccesible, El que es, ha querido venir a nosotros, pequeños gusanos de la tierra que nada somos. ¿Cómo se ha obrado esto? El Altísimo ha descendido perfecta y divinamente por María hasta nosotros sin perder nada de su divinidad y de su santidad, y por María deben los más pequeños subir perfecta y divinamente al Altísimo sin temor alguno. El lncomprensible se ha dejado comprender y contener perfectamente por María, sin perder nada de su inmensidad, y por esta humilde Virgen debemos nosotros dejarnos conducir hacia Dios perfectamente, sin reserva alguna. El lnaccesible se ha acercado a nosotros, se ha unido estrechamente, perfectamente y aun personalmente a nuestra humanidad por María, sin perder nada de Su Majestad; también por María podemos acercarnos a Dios y unirnos a Su Majestad perfecta y estrechamente sin temor de ser rechazados. En fin, Aquel que es, ha querido venir a lo que no es, y hacer que lo que no es llegue a ser Dios en Aquel que es, y lo ha hecho perfectamente entregándose y sometiéndose enteramente a la humilde Virgen María, sin cesar de ser en el tiempo Aquel que es por toda la eternidad; asimismo, pues, por María, aunque nada seamos, podemos hacernos semejantes a Dios, por la gracia y la gloria, entregándonos a Ella tan perfecta y enteramente que no seamos nada en nosotros mismos, y seamos todo en Ella, sin temor de extraviarnos.

158. Aunque se me trazara un camino nuevo para ir a Jesucristo, y supongamos que este camino estuviera enlosado con todos los méritos de los bienaventurados, adornado con todas sus virtudes heroicas, alumbrado y hermoseado con todas las luces y bellezas de los ángeles, y que todos los ángeles y santos estuvieran en él para conducir, defender y sostener a aquellos y aquellas que quisieran andar por él; yo me atrevo a afirmar de todas veras, y sé que digo la verdad, que, antes que ir por este camino tan perfecto, yo preferiría ir por el camino inmaculado de María: vía o camino sin mancha ni suciedad, sin pecado original ni actual, sin sombras ni tinieblas; y si mi amable Jesús con toda su gloria viene otra vez al mundo (como es cierto que ha de venir) para reinar en él, no escogerá otro camino para su viaje más que el de la divina María, por el cual tan segura y perfectamente ha venido la vez primera. La diferencia que habrá entre una y otra venida es que la primera fue secreta y oculta y la segunda será gloriosa y resplandeciente; pero las dos perfectas, porque las dos quedarán realizadas por María. ¡Ah! He aquí un misterio que no se comprende todavía: Enmudezca aquí toda lengua.

159. 4.º Esta devoción a la Santísima Virgen es un camino seguro para ir a Jesucristo y adquirir la perfección uniéndose a El.
1. Porque esta práctica que enseño, no es nueva; es tan antigua, que no se pueden marcar sus principios, como dice M. Boudon (muerto en olor de santidad) en un libro que escribió acerca de esta devoción; es cierto, sin embargo, que hace más de setecientos años se encuentran vestigios de ella en la Iglesia. San Odilón, abad de Cluny, que vivía por los años 1040, ha sido uno de los primeros que la practicaron públicamente en Francia, como se consigna en su vida.
El Cardenal Pedro Damiano refiere que el año 1036, el bienaventurado Marín, su hermano, se hizo esclavo de la Santísima Virgen, en presencia de su director, de una manera muy edificante, poniéndose una cuerda al cuello, tomando la disciplina y poniendo sobre el altar una suma de dinero como señal de su rendimiento y de la consagración a esta augusta Soberana. Y continuó tan fielmente toda su vida la práctica de esta devoción, que mereció a su muerte ser visitado y consolado por la Señora, y recibir de sus labios la promesa del Paraíso en recompensa de sus servicios. Cesáreo Bolando hace mención de un ilustre caballero, Vautier de Birbac, que hacia el año 1500 hizo esta consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta devoción ha sido practicada por muchos particulares hasta el siglo XVII, en que se hizo pública.

160. El R. P. Simón de Rojas, de la Orden de la Santísima Trinidad, predicador del rey Felipe III, puso en boga esta práctica de piedad por toda España y Alemania, y a instancias de Felipe III obtuvo de Gregorio XV grandes indulgencias para los que la abrazasen.
El Rdo. P. de los Ríos, del Orden de San Agustín, se dedicó con su íntimo amigo el Beato Rojas a extender esta devoción con sus escritos y con su palabra en los mismos países. Compuso un grueso volumen, titulado Hierarchia Mariana, en que trata con tanta piedad como erudición de la antigüedad, excelencia y solidez de esta consagración a María.

161. Los Padres Teatinos, en el último siglo, la establecieron en la Sicilia y en la Saboya; el P. Estanislao Falacio, de la Compañía de Jesús, la hizo admirablemente conocer en Polonia. El P. Ríos, en su arriba citado libro, refiere los nombres de los príncipes, princesas, duquesas y cardenales de diferentes reinos que abrazaron esta práctica.
El P. Cornelio a Lápide, tan recomendable por su virtud como por su profunda ciencia, habiéndole dado muchos teólogos encargo de examinar esta devoción, después de haberlo hecho maduramente, la aprobó, haciendo de ella grandes alabanzas dignas de su piedad, y muchos otros grandes personajes siguieron su ejemplo. Los Padres de la Compañía de Jesús, siempre celosos en el servicio de la Santísima Virgen, presentaron en nombre de los congregantes de Colonia un pequeño Tratado de la Santa Esclavitud al duque Fernando de Baviera, que por entonces era Arzobispo de Colonia, el cual le dio su aprobación y permitió reimprimirlo, exhortando a todos los párrocos y religiosos de su diócesis a que propagasen cuanto les fuera posible esta piadosa práctica.

162. El Cardenal de Berulle, cuya memoria es bendecida en toda Francia, fue uno de los más celosos en extenderla, a pesar de todas las calumnias y persecuciones de los críticos y de los libertinos, quienes le acusaron de novedad y de superstición, y escribieron contra él un libelo difamatorio, y sirviéronse (o más bien el demonio se sirvió de ellos) de mil astucias para impedir que se esparciese esa devoción en Francia. Pero este grande y santo hombre no respondió a sus calumnias más que con la paciencia, y a las objeciones contenidas en el libelo contestó con un pequeño escrito, en que las refutó victoriosamente, mostrando que esta práctica está fundada en el ejemplo de Jesucristo, en las obligaciones que para con El tenemos, y sobre los votos que hicimos en el santo Bautismo. Y así cerró la boca a sus adversarios, haciéndoles ver que esta Consagración a la Santa Virgen, y a Jesucristo por su medio, no es más que una perfecta renovación de los votos y promesas del Bautismo. Muchas más cosas, todas muy hermosas, que en sus obras se pueden leer, dijo sobre esta devoción.

163. Léense en el libro de M. Boudon los nombres de los diferentes Papas que han aprobado esta práctica de piedad, de los teólogos que la han examinado, las persecuciones que contra ella se han suscitado y de las que ha triunfado, y los millares de personas que la han abrazado, sin que jamás la haya condenado ningún Papa, y no se la podría condenar sin trastornar los fundamentos del Cristianismo. Consta, pues, en conclusión, que esta devoción no es nueva, y que si bien no es común, consiste esto en que es demasiado preciosa para ser saboreada y practicada por todo el mundo.

164. 2. Esta devoción es un medio seguro para ir a Nuestro Señor, porque es propio de la Santísima Virgen el conducirnos seguramente a Jesucristo, como lo es de Jesucristo llevarnos seguramente al Padre Eterno. Y no crean los hombres espirituales equivocadamente que María les puede impedir el llegar a la unión divina. Porque, ¿sería posible que la que ha hallado gracia delante de Dios para todo el mundo en general y para cada uno en particular, sea estorbo a un alma para alcanzar la gracia de la unión con Jesucristo? ¿Sería posible que la que ha sido toda llena de gracias, tan unida y transformada en Dios, que le plugo encarnarse en Ella, impidiese que un alma se uniese perfectamente a Dios? Bien es verdad que la vista de otras criaturas, aunque santas, podría, quizás, en ciertos tiempos, retardar la unión divina, pero no María, como he dicho y diré siempre sin cansarme. Una de las razones porque son tan pocas las almas que llegan a la medida de la plenitud de Cristo (Ephes. 4,13), es porque María, que ahora como siempre, es la Madre de Cristo y la Esposa fecunda del Espíritu Santo, no está bastante formada en los corazones. Quien desea tener el fruto maduro y bien formado, debe tener el árbol que lo produce. Quien desea tener el fruto de la vida, Jesucristo, debe tener el árbol de la vida, que es María. Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa fiel e inseparable, la divina María, que le da fertilidad y fecundidad, como lo hemos dicho ya en otro lugar.

165. Persuadíos, pues, de que cuanto más busquéis a María en vuestras oraciones y contemplaciones, en vuestras acciones y sufrimientos, si no de una manera clara y explícita, al menos con una mirada general e implícita, más perfectamente hallaréis a Jesucristo, que está siempre con María. Así, bien lejos de que María, toda absorta en Dios, venga a ser un obstáculo a los perfectos para llegar a la unión con Dios, no ha habido hasta ahora ni habrá jamás criatura que nos ayude más eficazmente a esta gran obra, ya sea por la gracia que nos comunique a este efecto, por cuanto, como dice un santo, nadie se llena del pensamiento de Dios sino por Ella, ya sea por el cuidado que María tendrá siempre de librarnos de las ilusiones y engaños del maligno espíritu.

166. Allá donde está María deja de estar el espíritu maligno, y una de las infalibles señales de que es uno conducido por el buen espíritu, es ser muy devoto de esta buena Madre, pensar y hablar de Ella muy frecuentemente. Es pensamiento de san Germán, que añade que, así como la respiración es una señal cierta de que el cuerpo no está muerto, el pensar frecuentemente, el invocar amorosamente a María es una señal cierta de que el alma no está separada de Dios por el pecado.

167. Como María sola es quien ha matado todas las herejías, como lo dice la Iglesia y el Espíritu Santo que la dirige: Tú solo heriste de muerte todas las herejías del mundo entero, por más que los críticos murmuren, jamás un devoto fiel de María caerá en herejía o en una ilusión formal; podrá errar materialmente, tomar la mentira por la verdad y el mal espíritu por bueno, aunque más dificilmente que otro cualquiera, pero conocerá tarde o temprano su falta y su error material, y cuando lo conozca no insistirá de ningún modo en creer y sostener lo que había creido verdadero.

168. Quien pretenda, pues, sin temor de ilusión, cosa muy ordinaria en persona de oración, avanzar en el camino de la perfección, y hallar segura y perfectamente a Jesucristo, abrace con todo corazón con gran ánimo y buena voluntad esta devoción a nuestra Señora que tal vez no haya conocido hasta ahora. Entre en este camino más excelente que le era desconocido y yo ahora le enseño (1 Cor. 12,31). Camino es este abierto por Jesucristo, Sabiduría encarnada nuestra única Cabeza; el que es miembro suyo, al andar por este camino no se puede engañar.
Es un camino fácil, por virtud de la plenitud de la gracia y de la unción del Espíritu Santo que le lleva; jamás le cansa, ni retrocede en su marcha por él. Es un camino corto que en poco tiempo nos conduce a Jesucristo. Es un camino perfecto en que no hay lodo, polvo ni la menor inmundicia de pecado. Es, finalmente, un camino seguro que nos conduce a Jesucristo y a la vida eterna de una manera recta y corta, sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Entremos, pues, en este camino, hasta que lleguemos a la plenitud de la edad de Jesucristo.

169. Sexto motivo. - Esta devoción da a las personas que la practican fielmente una gran libertad interior, que es la libertad de los hijos de Dios. Porque como por ella se hace uno esclavo de Jesucristo, y en este concepto se consagra todo a El, este buen Señor, en compensación de la amorosa cautividad en que uno se constituye: 1º, le quita del alma todo escrúpulo y todo temor servil que puedan angustiarle, cautivarle y confundirle; 2º, la escuda el corazón con una firme confianza en Dios, haciéndole mirar a Dios como su Padre; 3º, le inspira un amor tierno y filial.

170. Sin detenerme a probar esta verdad con razones, me contento con referir un dato histórico que he leído en la vida de la Madre lnés de Jesús, religiosa de la Orden de Santo Domingo, del convento de Langeac, en Auvernia, y que murió en olor de santidad en el mismo lugar en 1634. Cuando aún no contaba más que unos siete años, como sufriera grandes penas de espíritu, oyó una voz que le dijo que si quería verse libre de todas sus penas y ser protegida contra todos sus enemigos, se hiciese cuanto antes esclava de Jesús y de su Santísima Madre. De vuelta a su casa, se apresuró a entregarse enteramente a Jesús por María en ese concepto, por más que ignoraba antes lo que fuese esta devoción, y habiendo encontrado una cadena de hierro, se la puso sobre los riñones y la llevó hasta la muerte. Después de haber hecho esto, todas sus penas y escrúpulos cesaron, y se sintió con grande paz y dilatación de corazón; lo cual la empeñó a enseñar esta devoción a muchas personas piadosas que en ella hicieron grandes progresos, entre otros a M. Olier, fundador del Seminario de San Sulpicio, y a muchos sacerdotes y eclesiásticos del mismo Seminario. Un día la Santísima Virgen se le apareció y le puso en el cuello una cadena de oro, en testimonio del gozo que la había dado con hacerse esclava de su Hijo y suya, y Santa Cecilia, que acompañaba a la Santísima Virgen, le dijo: "Dichosos los esclavos fieles de la Reina del cielo, porque ellos gozarán de la verdadera libertad: Servirte es libertad".

171. Séptimo motivo. - Lo que puede empeñarnos más todavía a abrazar esta devoción, son los grandes bienes que de ella ha de reportar nuestro prójimo. Porque por esta práctica se ejerce la caridad para con él de una manera eminente, toda vez que se le da por manos de María todo lo que se tiene de más caro, que es el valor satisfactorio e impetratorio de todas las buenas obras, sin exceptuar el menor pensamiento bueno, ni el más pequeño sufrimiento; en virtud de ella se consiente que todo lo que se ha adquirido y se adquiera hasta la muerte, en punto de satisfacciones, se emplee, según la voluntad de la Santa Virgen, en la conversión de los pecadores o en librar las almas del Purgatorio. ¿No es esto amar al prójimo perfectamente? ¿No es esto ser verdadero discípulo de Jesucristo, que se distingue por la caridad? ¿No es este el medio de convertir a los pecadores sin temor de incurrir en la vanidad, y de librar las almas del Purgatorio sin hacer casi otra cosa que lo que cada cual está obligado a hacer en su estado?

172. Para comprender la excelencia de este motivo sería menester conocer cuán grande bien es convertir a un pecador o librar un alma del Purgatorio, que es bien infinito, mayor que el crear el cielo y la tierra, por cuanto se da a un alma la posesión de Dios. Aun cuando no se sacase mediante esta práctica más que un alma del purgatorio en toda la vida, o no se convirtiese más que a un solo pecador, ¿no sería esto sólo bastante para empeñar a abrazarla a todo hombre verdaderamente caritativo?
Pero es menester notar que nuestras buenas obras reciben al pasar por las manos de María un aumento de pureza, y por lo mismo, de mérito y valor satisfactorio e impetratorio, y esta es la razón porqué llegan a ser más capaces de aliviar las almas del Purgatorio y de convertir a los pecadores, que cuando no pasan por las manos virginales y liberales de María. Lo poco que se da por medio de la Santísima Virgen, sin propia voluntad y por una caridad desinteresada, llega a ser verdaderamente poderosísimo para aplacar la cólera de Dios y atraer su misericordia, de tal modo, que una persona que sea muy fiel a esta práctica, se encontrará, quizás a la hora de la muerte, con que habrá por ese medio sacado muchísimas almas del Purgatorio y convertido muchísimos pecadores, aunque no haya practicado más que acciones ordinarias. ¡Qué gozo tendrá en ese caso el día del juicio! ¡Qué gloria en la eternidad!

173. Octavo motivo. - En fin, lo que nos induce más poderosamente en cierto modo a esta devoción a la Santísima Virgen, es el ser un medio admirable para perseverar en la virtud y ser siempre fiel a Dios. Porque ¿en qué consiste que la conversión de la mayor parte de los pecadores no suele ser durable? ¿De qué dimana que se caiga tan fácilmente en el pecado? ¿Cuál es el motivo de que la mayor parte de los justos, en vez de adelantar de virtud en virtud y de adquirir nuevas gracias, pierdan muchas veces las pocas virtudes y gracias que tenían?
Esta desgracia procede de que, estando tan corrompido el hombre, y siendo por lo mismo tan débil y tan inconstante, se fía, sin embargo, de sí mismo, se apoya en sus propias fuerzas y se cree capaz de guardar el tesoro de sus gracias, de sus virtudes y sus méritos. Y como por esta devoción el cristiano confía a la Virgen todo lo que posee, y la hace depositaria universal de todos sus bienes de naturaleza y de gracia, confía en su fidelidad, se apoya sobre su poder y se funda sobre su misericordia y su caridad, a fin de que Ella conserve y aumente sus virtudes y méritos a pesar del demonio, del mundo y de la carne, que hacen esfuerzos para arrebatárnoslos.
Como el buen hijo a su madre, y un servidor fiel a su dueño le dice el alma: Guardad el depósito. Mi buena Madre y Señora amabilísima, reconozco que por vuestra intercesión he recibido hasta ahora más gracias de las que yo merecía, y la triste experiencia me enseña que llevo este tesoro en un vaso muy frágil, que soy demasiado débil y miserable para conservarlo por mí mismo. Soy pequeño y despreciable (Ps. 118,141) recibid, pues, os ruego, en depósito todo lo que poseo, y conservádmelo con vuestra fidelidad y vuestro poder. Si Vos me lo guardáis, nada de él perderé; si Vos me sostenéis, no caeré; si Vos me protegéis, estaré a cubierto de mis enemigos.

174. Esto es lo que San Bernardo dice formalmente para inspirarnos esta práctica: "Si María os sostiene, no caeréis; si María os protege, no temáis; si María os conduce, no os fatigaréis; si María os es favorable, llegaréis hasta el puerto de salvación".
San Buenaventura viene a decir lo mismo en términos más claros: "La Santísima Virgen, dice, no está colocada solamente en la plenitud de los Santos, sino que Ella es la que defiende y guarda a los Santos en su plenitud, a fin de evitar la disminución de sus virtudes; Ella impide que las virtudes de los justos se amengüen, que sus méritos perezcan, que sus gracias se pierdan, que los demonios les hagan daño; en fin, impide que Nuestro Señor los castigue cuando pecan".

175. María es la Virgen fiel, la que por su fidelidad a Dios repara las pérdidas que la infiel Eva causó por su infidelidad, la que alcanza la fidelidad a Dios y la perseverancia a los que a Ella se unen. Por esto San Juan Damasceno la compara a un áncora firme que nos sostiene y evita que naufraguemos en el mar agitado de este mundo en que tantos perecen por no unirse a María. Unimos, dice, las almas a vuestras esperanzas, como a un áncora firme. Los santos se han salvado porque han sido los más unidos a Ella, y han servido a los demás para perseverar en la virtud.
Dichosos, pues, mil veces dichosos los cristianos que ahora se unen fiel y enteramente a María como a un ancla firme y segura. ¡Los embates de las olas de este mundo no podrán sumergirlos, ni harán que pierdan sus tesoros celestiales! iDichosos los que entran en esa nueva arca de Noé! Las aguas del diluvio de los pecados, que anegaron todo el mundo, no les dañarán, porque "los que se unen a mí para trabajar en su salvación, no pecarán", dice la Divina Sabiduría (Eccli. 24,30). Dichosos los hijos infieles de la desdichada Eva que se entregan a la Madre y Virgen fiel, la cual siempre permanece fiel y jamás se contradice (2 Tim. 2,13) y siempre ama a los que la aman (Prov. 8,17), no sólo con amor afectivo, sino con amor efectivo y eficaz, impidiéndoles, mediante una gran abunciancia de gracias, retrocedan en la virtud o caigan en el camino perdiendo la gracia de su Hijo.

176. Esta bondadosa Madre recibe siempre, por pura caridad, todo cuanto se le entrega en depósito y una vez que Ella lo ha recibido como depositaria, se obliga en justicia, en virtud del contrato de depósito, a guardárnoslo, lo mismo que una persona a quien hubiese yo confiado en depósito mil escudos quedaría obligada a guardármelos, tanto que si por negligencia suya se perdiesen, sería ella responsable de los mismos en verdadera justicia. Pero no, jamás esta fiel Señora dejará que por su negligencia se pierda lo que se le hubiere confiado: el cielo y la tierra pasarán, antes que Ella sea negligente e infiel con los que de Ella se fían.

177. Pobres hijos de María, es extrema vuestra debilidad, grande vuestra inconstancia, muy corrompida vuestra naturaleza. Lo confieso: habéis sido sacados de la masa corrompida de los hijos de Adán y Eva. Pero no os desaniméis por esto; antes bien, consolaos y alegraos; oid el secreto que os descubro, secreto desconocido de casi todos los cristianos, aun de los más devotos.
No dejéis vuestro oro y vuestra plata en los cofres que han sido ya rotos por el espíritu maligno que os ha robado; son, además, muy pequeños, y demasiado endebles y viejos para contener tan grande y tan precioso tesoro. No pongáis el agua pura y clara de la fuente en vuestros vasos, que están sucios e infestados por el pecado. Si en ellos ya no está el pecado, queda todavía su mal olor, y el agua se corrompe. No guardéis vuestros vinos exquisitos en toneles viejos, que han estado llenos de malos vinos, porque se echarían a perder y correrían peligro de derramarse.

178. Aunque me habéis entendido, almas predestinadas, quiero todavía hablar con más claridad. No confiéis el oro de vuestra caridad, la plata de vuestra pureza, las aguas de las gracias celestiales ni los vinos de vuestros méritos y virtudes a un saco agujereado, a un cofre viejo y roto, a un vaso infecto y contaminado, como lo estáis vosotros; de lo contrario seréis robados por los ladrones, esto es por los demonios, que día y noche acechan y espían el tiempo oportuno para ello; de lo contrario, todo lo que Dios os da de más puro lo corromperéis con el mal olor del amor de vosotros mismos, de la confianza en vosotros y de la propia voluntad.
Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes; El es un Vaso espiritual, un Vaso de honor, un Vaso insigne de devoción. Desde que se encerró en El el mismo Dios en persona con todas sus perfecciones, este Vaso se ha hecho todo espiritual, y se ha convertido en mansión espiritual de las almas más espirituales; se ha hecho honorable y el trono de honor de los mayores príncipes de la eternidad; se ha hecho insigne en devoción, y la mansión más insigne en dulzuras, en gracias y en virtudes; se ha hecho, finalmente, rico como una casa de oro, fuerte como la torre de David y pura como torre de marfil.

179. ¡Qué dichoso es el hombre que todo lo ha entregado a María, que en todo y por todo se confía y se pierde en María! El es todo de María, y María es toda de él. Osadamente puede decir con David: Se ha hecho para mí (Ps. 118,56). O con el discípulo amado: La tomé por todo mi bien (Jn. 19,27). O con Jesucristo: Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío (Jn. 17,10).

180. Si algún crítico que esto lea creyese que hablo aquí con exageración, ¡ay!, es que no me entiende, ya porque es hombre carnal, que no gusta para nada de las cosas del espíritu, ya porque es del mundo, el cual no puede recibir el Espíritu Santo, o ya también porque es orgulloso y crítico, que condena o desprecia todo lo que no entiende. Pero las almas que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios y de María, me comprenden y gustan, y para ellas escribo esto (Jn. 14,17; 1,13).

181. Sin embargo, para unos y para otros digo, volviendo al asunto que he interrumpido, que siendo la divina María la más noble y la más generosa de las puras criaturas, jamás se deja vencer en amor y liberalidad, y, como dice un santo devoto por un huevo te da un buey ("pour un oeuf, Elle donne un boeuf"); es decir, por poco que se le dé, da Ella en retorno mucho de lo que ha recibido de Dios; y, por consiguiente, si un alma se da a Ella sin reserva, poniendo en Ella toda su confianza sin presunción, trabajando cuanto esté de su parte para adquirir las virtudes y domar sus pasiones, María se da también sin reserva a esta alma.

182. Digan, pues, atrevidamente con San Juan Damasceno, los fieles servidores de la Santísima Virgen: Si confío en Vos, ¡oh Madre de Dios!, seré salvo y defendido por Vos nada temeré; con vuestro auxilio combatiré a mis enemigos y los pondré en fuga, porque ser devoto vuestro es una prenda de salvación que Dios da a los que quiere salvar.

183. De todas las verdades que acabo de consignar respecto de la Santísima Virgen y de sus hijos y servidores, el Espíritu Santo nos ofrece en el libro del Génesis una figura admirable en la historia de Jacob, quien recibió la bendición de su padre Isaac por la diligencia e industria de Rebeca, su madre. Vedla tal como el Espíritu Santo la refiere; por mi parte añadiré luego algunas explicaciones.

184. Habiendo vendido Esaú a Jacob su derecho de primogenitura, Rebeca, madre de ambos hermanos, a quienes Isaac amaba tiernamente, le aseguró esta prerrogativa muchos años después, en virtud de un acto de santa destreza llena de misterio. Sintiéndose ya muy viejo Isaac y deseando bendecir a sus hijos antes de morir, llamó a su hijo Esaú, a quien amaba, y le encargó que fuese a cazar alga que comer para bendecirle en seguida. Rebeca puso inmediatamente en conocimiento de Jacob lo que pasaba, y le ordenó que fuese en busca de dos cabritos del rebaño. Cuando los hubo entregado a su madre, ésta preparó para Isaac un manjar que sabía le gustaba, vistió a Jacob con las ropas de Esaú, que ella guardaba, y cubrió sus manos y su cuello con la piel de los cabritos, a fin de que su padre, que estaba ciego, pudiese, al oír las palabras de Jacob, creer, siquiera por el vello de las manos, que era Esaú.
Isaac, sorprendido con el timbre de aquella voz que le hacía creer que era la de Jacob, le hizo aproximarse, y al tocar el pelo de las pieles con que se había cubierto las manos, dijo que verdaderamente la voz era la de Jacob, pero que las manos eran las de Esaú. Después que comió y sintió, al besar a Jacob, el olor de sus perfumados vestidos, le bendijo y le deseó el rocío del cielo y la fecundidad de la tierra; le hizo señor de sus hermanos, y dio fin a su bendición con estas palabras: "Aquel que te maldijere, sea maldito, y el que te bendiga, sea colmado de bendiciones".
No bien acabó de hablar Isaac, cuando entra Esaú trayendo para comer lo que había cazado, para que su padre le bendijese en seguida. El santo Patriarca se sorprende con increíble asombro, cuando comprendió lo que acababa de pasar; más lejos de retractar lo que había hecho, al contrario, lo confirmó, porque distinguía sensiblemente el dedo de Dios en este proceder. Esaú entonces lanza bramidos, como nota la Sagrada Escritura; acusa de engañador a su hermano, y pregunta a su padre si no tenía más que una bendición; en lo cual era, como advierten los Santos Padres, la imagen de los que, hallando fácil aliar a Dios con el mundo, quieren gozar a la vez los consuelos del cielo y los goces de la tierra. Isaac, enternecido con los gritos de Esaú, lo bendijo, al fin, pero con bendición de la tierra, sujetándolo a su hermano, lo cual hizo concebir a Esaú un odio tan envenedado contra Jacob, que no esperaba más que la muerte de su padre para matarle; y Jacob no hubiera podido evitar la muerte si su amada madre Rebeca no hubiese acudido a su seguridad con la solicitud y los buenos consejos que le dio, y que él aprovechó.

185. Antes de explicar esta historia, que tan hermosa es, menester es advertir que, según los Santos Padres y los intérpretes de la Sagrada Escritura, Jacob es la figura de Jesucristo y de los predestinados, y Esaú, la de los réprobos; y para juzgar así basta examinar las acciones y la conducta del uno y del otro.
1.º Esaú, el primogénito, era fuerte y robusto, gran cazador, de cuerpo diestro y hábil para manejar el arco. 2.º No estaba casi nunca en casa, y poniendo su confianza sólo en su fuerza y en su destreza, no trabajaba sino fuera de su hogar. 3.º Esaú no trabajaba por agradar a su madre Rebeca. 4.º Era tan glotón y gustaba tanto los placeres del gusto, que vendió su derecho de primogenitura por un plato de lentejas. 5.º Estaba, como Caín, lleno de envidia contra su hermano Jacob, y lo persiguió a muerte.

186. He aquí la conducta que guardan siempre los réprobos: 1.º Fían en sus fuerzas e industria en los negocios temporales; son fuertes, hábiles y perspicaces para las cosas de la tierra, pero muy necios, débiles e ignorantes para las del cielo: Fuertes en las cosas terrenas, flojos en las celestiales. Por esto:

187. 2.º No paran nada o paran poco en la casa, en su propio hogar, es decir, en el interior de su alma, que es la casa interior que Dios ha dado a cada hombre para que habite allí consigo mismo, a ejemplo de Dios, que vive siempre en sí mismo. Los réprobos no aman el retiro, ni las cosas espirituales, ni la devoción interior, y califican de pequeños, de beatos y de salvajes a los hombres interiores y retirados del mundo, que trabajan más interior que exteriormente.

188. 3.º Los réprobos no se cuidan nada de la devoción a la Santísima Virgen, Madre de los predestinados; es verdad que no la aborrecen formalmente: algunas veces la alaban, dicen que la aman, hasta practican algunas devociones en honra suya, pero no pueden sufrir que se la ame tiernamente, porque no tienen para con Ella las ternuras de Jacob. Desaprueban las prácticas de devoción, a las que los buenos hijos y servidores de María suelen ser tan fieles. Pretenden que con no aborrecer formalmente a la Virgen y no menospreciar abiertamente su devoción, es bastante, y creen que con esto han alcanzado su gracia, y se figuran que son devotos de María porque recitan y murmuran algunas oraciones en su honra, sin ternura para con Ella ni enmienda en sus pecados.

189. 4.º Los réprobos venden su derecho de primogenitura, es decir, los placeres del Paraíso, por un plato de lentejas, es decir, por los placeres de la tierra. Beben, comen y se divierten, juegan, bailan, sin tomar a pecho, como Esaú, el hacerse dignos de la bendición del Padre celestial. En pocas palabras, no piensan sino en la tierra, no aman más que la tierra, no hablan ni tratan más que de la tierra y de los placeres vendiendo por un momento de goce, por un vano humo de honra y por un pedazo de tierra dura, amarilla o blanca, la gracia bautismal, su vestido de inocencia y la herencia celestial.

190. 5.º En fin, los réprobos aborrecen y persiguen sin cesar a los predestinados, franca u ocultamente; no pudiendo soportarlos, los desprecian, los critican, los contradicen, los injurian, los traen en lenguas; los engañan, los empobrecen, los desechan, los reducen a polvo, al paso que ellos agrandan su fortuna, gozan, viven cómodamente, se enriquecen, se engrandecen y se regalan a sus anchas.

191. En cuanto a Jacob, el menor de la familia:
1.º Era de una contextura débil, dulce y apacible, y generalmente permanecía en casa para granjearse el cariño de Rebeca, a la que amaba tiernamente; si salía alguna vez, no era por su propia voluntad ni por confianza en su habilidad, sino por obedecer a su madre.

192. 2.º Amaba y honraba a su madre, y por esto se quedaba en casa; evitaba todo lo que podía desagradarla, y hacía cuanto creía que la agradaba, todo lo cual aumentaba en Rebeca el amor que tenía a su hijo.

193. 3.º En todo estaba sometido a su querida madre; la obedecía en todo y por todo, pronta y amorosamente y sin quejarse; a la menor señal de su voluntad, el pequeño Jacob corría y trabajaba; creía todo lo que ella le decía, por ejemplo, cuando le dijo que fuese a buscar dos cabritos y los trajese para disponerlos para las comidas de su padre Isaac, Jacob no le replicó que tenía bastante con uno, sino que sin razonar hizo lo que ella le ordenó.

194. 4.º Tenía una gran confianza en su amada madre; como no confiaba en su propio saber, se atenía solamente a la solicitud y a la protección maternal; reclamaba su socorro en todas sus necesidades y la consultaba en todas sus dudas; por ejemplo, cuando le preguntó si en vez de la bendición no recibiría la maldición de su padre, la creyó y confió en ella apenas le dijo que ella tomaba sobre sí esta maldición.

195. 5.º En fin, imitaba según su alcance las virtudes que veía en su madre, y parece que una de las razones por la que permanecía tranquilo en la casa, era la de imitar a su querida madre; que era virtuosa, y así se separaba de las malas compañías que corrompen las costumbres. Por eso se hizo digno de recibir la doble bendición de su querido padre.

196. Ved también la conducta que usan siempre los predestinados:
1.º Permanecen siempre en casa con su madre, es decir, aman el retiro, se aplican a la oración, siguiendo el ejemplo y estando en la compañía de su Madre, la Virgen, cuya gloria toda está en el interior, y que durante toda su vida amó tanto el retiro y la oración. Verdad es que alguna vez salen al mundo; pero es por obedecer la voluntad de Dios y la de su amada Madre, y para cumplir los deberes de su estado. Por más que exteriormente hagan algunas cosas grandes en apariencia, estiman aún mucho más las que hacen dentro de sí, en compañía de la Santísima Virgen; porque así trabajan en la grande obra de su perfección, en comparación de la cual las demás obras no son más que juegos de niños. Por esto mientras que alguna vez sus hermanos y hermanas trabajan por fuera con mucho empeño, habilidad y éxito, con la alabanza y la aprobación del mundo, ellos conocen por la luz del Espíritu Santo que hay mucha más gloria, bien y gozo en permanecer escondidos en el retiro con Jesucristo su modelo, en una entera y perfecta sumisión a María, que en hacer por sí mismos maravillas en el mundo, como tantos Esaús y tantos réprobos: En su casa, gloria y tesoros (Ps. 111,8): la gloria para Dios y las riquezas para el hombre, se encuentran en la casa de María.
¡Oh, cuán amables son vuestros tabernáculos, Señor y Dios mío! El pajarillo ha hallado una casa para alojarse, y la tórtola un nido para poner sus pequeñuelos. ¡Oh, qué dichoso es el que habita en la casa de María, en la que Vos hicisteis el primero vuestra mansión! En esta morada de predestinados es donde el cristiano recibe su socorro de Vos sólo, y donde habéis Vos dispuesto las subidas y progresos en todas las virtudes para llegar a la perfección en este valle de lagrimas. Cuán queridas tus tiendas, Señor de los valores (Ps. 33,2).

197. 2.º Los predestinados aman tiernamente y honran a la Santísima Virgen como a su buena Madre y Señora. La aman, no sólo con los labios, sino en verdad; la honran, no sólo exteriormente, sino en el fondo de su corazón; evitan, como Jacob, todo lo que le puede desagradar, y practican con fervor todo lo que creen que puede granjearles su benevolencia. Le llevan y le entregan no dos cabritos, como Jacob a Rebeca, sino su cuerpo y alma, con todo lo que de ellos depende, lo cual está figurado por los dos cabritos de Jacob, ¿con qué fin?
1.º Para que Ella los reciba como cosa que le pertenece. 2.º Para que los mate y los haga morir al pecado y a sí mismos, desollándolos y despojándolos de su propia piel y de su amor propio, para, por este medio, agradar a Jesús, su Hijo, el cual no quiere para amigos y discípulos suyos más que a los que están muertos a ellos mismos. 3.º Para que Ella los aderece al gusto del Padre celestial y a su mayor gloria, la cual Ella conoce mejor que ninguna criatura. 4.º Para que, por sus cuidados y por sus intercesiones, este cuerpo y esta alma, bien purificados de toda mancha, bien muertos, bien despojados y bien aderezados, sean un manjar delicado, digno de la boca y de la bendición del Padre celestial. Y ¿no es esto acaso lo que harán las personas predestinadas, que gustarán y practicarán la perfecta consagración a Jesús por las manos de María, que les enseñamos, para testificar a Jesús y a María un amor efectivo e intrépido?
Los réprobos dicen muchas veces que aman a Jesús y que aman y honran a María; pero no lo demuestran con sus ofrendas ni llegan a sacrificar el cuerpo con sus sentidos y el alma con sus pasiones, como los predestinados.

198. 3.º Estos viven sumisos y obedientes a la Santísima Virgen, como a su cariñosa Madre, a ejemplo de Jesucristo, quien de 33 años que ha vivido sobre la tierra empleó 30 en glorificar a Dios su Padre mediante una perfecta y entera sumisión a su Santísima Madre.
Los predestinados obedecen a María siguiendo exactamente sus consejos, como el pequeño Jacob los de Rebeca, que le dice: Hijo mío, atiende a mis consejos (Gen. 27,8), sigue mis consejos; o como los sirvientes de las bodas de Caná, a quienes la Santísima Virgen dijo: Haced todo lo que mi Hijo os diga (Jn. 2,5). Jacob por haber obedecido a su madre, recibió la bendición como por milagro, aunque naturalmente no la debiese recibir; los sirvientes de las bodas de Caná, por haber seguido el consejo de la Santísima Virgen, fueron honrados con el primer milagro de Jesucristo, que convirtió el agua en vino a ruego de su Santísima Madre. Asimismo, todos los que hasta el fin de los siglos reciban la bendición del Padre celestial y sean honrados con los milagros de Dios, no recibirán estas gracias sino en consecuencia de su perfecta obediencia a María; los Esaús, al contrario, pierden su bendición por falta de sumisión a la Santísima Virgen.

199. 4.º Los predestinados tienen una gran confianza en la bondad y el poder de María, su Madre; reclaman sin cesar su socorro, la miran como su estrella polar para arribar a buen puerto, le descubren sus penas y sus necesidades con mucha expansión de corazón, apelan a su misericordia y su dulzura para obtener el perdón de sus pecados mediante su intercesión, o para gustar sus dulzuras maternales en sus penas y en sus sequedades; se arrojan y se esconden de una manera admirable en su seno maternal y virginal, para estar allí embebidos en el puro amor, para ser purificados de las menores manchas y para hallar plenamente a Jesús, que allí reside en su más glorioso trono. iOh, qué felicidad! No creas, dice el abad Guerrico, que suponga más felicidad habitar en el seno de Abraham que en el seno de María, puesto que en éste puso el Señor su trono.
Los réprobos, al contrario, poniendo toda su confianza en sí mismos, comen como el hijo prodigo sólo lo que comen los puercos, no se alimentan sino de la tierra como los sapos, no aman sino como los mundanos las cosas visibles y exteriores, no gustan las dulzuras del seno de María, no sienten el seguro apoyo y confianza que los predestinados sienten para con la Virgen, su bondadosa Madre. Quieren miserablemente saciar sus ansias con cosas de fuera, como dice San Gregorio, porque no quieren gustar de la dulzura que está preparada toda en el interior de sí mismos y en el interior de Jesús y María.

200. 5.º En fin, los predestinados siguen los caminos de la Virgen, es decir, la visitan, y por esto son verdaderamente dichosos y devotos, y llevan la señal de su predestinación como se lo dice Ella: Dichosos aquellos que practican (Prov. 8,32) mis virtudes y que caminan sobre las huellas de mi vida, con el socorro de la gracia divina. Son dichosos en este mundo durante su vida por la abundancia de gracias y de dulzuras que de mi plenitud les comunico, y con más abundancia que a los que no me imitan tan de cerca; son dichosos en su muerte, que es dulce y tranquila, y a la que asisto ordinariamente para conducirlos yo misma a los gozos de la eternidad; en fin, ellos serán felices para siempre, porque ninguno de mis buenos servidores que han imitado mis virtudes en la vida se ha perdido jamás. Los réprobos, al contrario, son desgraciados durante su vida, en su muerte y en toda su eternidad, porque no imitan a la Virgen en sus virtudes, contentándose con inscribirse alguna vez en sus Congregaciones, con recitar alguna oración en su honra o con hacer alguna otra devoción exterior.
¡Oh Santísima Virgen, mi bondadosa Madre: cuán felices son, repito, con los transportes de mi corazón, cuán felices los que, no dejándose seducir por una falsa devoción hacia Vos, siguen fielmente por vuestros caminos, observando vuestros consejos y vuestras órdenes! Pero ¡qué desgraciados son los que, abusando de vuestra devoción, no guardan los mandamientos de vuestro Hijo! Son malditos quienes de tus mandatos se desvían (Psalm. 119,21).

201. Ved ahora los actos de caridad que la Virgen, como la mejor de todas las madres, hace para con sus fieles servidores, que se han entregado a Ella del modo que he dicho, y según la figura de Jacob.

1.º Ella los ama

Amo a los que me aman (Prov. 13,17). Ella los ama: 1.º, porque es su Madre verdadera, y una madre ama siempre a su hijo, fruto de sus entrañas; 2.º, los ama por reconocimiento, porque efectivamente ellos la aman como a su buena Madre; 3.º, los ama porque, estando predestinados, los ama Dios. Jacob amó, Esaú odió (Rom. 9,13); 4.º, los ama porque están enteramente consagrados a Ella, y son su posesión y su herencia. Heredar en Israel (Eccli. 24,13).

202. Los ama tiernamente, y más tiernamente que todas las madres juntas. Poned, si os es posible, todo el amor natural que las madres de todo el mundo tienen hacia sus hijos en el corazón de una sola madre para con su hijo único: esta madre amará ciertamente mucho a su hijo; sin embargo, la verdad es que María ama aún más tiernamente a sus hijos que esa madre puede jamás amar al suyo.
No los ama solamente con afección, sino con eficacia: su amor para con ellos es efectivo y afectivo, como el de Rebeca para con Jacob, y aun mucho más. Véase lo que esta buena Madre, de quien Rebeca era no más que figura, hace por obtener para sus hijos la bendición del Padre celestial.

203. 1.º Busca, como Rebeca, las ocasiones favorables para hacerles bien, para engrandecerlos y para enriquecerlos.
Como ve claramente en Dios todos los bienes y los males, las buenas y malas fortunas, las bendiciones y maldiciones de Dios, dispone las cosas de lejos para librar de toda clase de males a sus servidores y colmarlos de toda clase de bienes, de modo que si hay alguna buena fortuna que alcanzar de Dios por la fidelidad de una criatura en algún alto empleo, es seguro que María procurará esta buena fortuna para cualquiera de sus queridos hijos y servidores, y le dará gracia para poseerla con fidelidad. Ella gestiona nuestros negocios, dice un santo.

204. 2.º Les da buenos consejos, como Rebeca a Jacob: Hijo mío, sigue mis consejos (Gen. 27,8). Y entre otros consejos, les inspira que le lleven dos cabritos; es decir, su cuerpo y su alma, y que se los consagren, para aderezar con ellos un manjar que sea agradable a Dios, y que cumplan todo lo que Jesucristo, su Hijo, ha enseñado con sus palabras y ejemplos. Y si no les da por sí misma estos consejos, lo hace por ministerio de los ángeles, los cuales jamás se honran tanto ni experimentan mayor placer que cuando obedecen a algunas de sus órdenes, bajando a la tierra y socorriendo a algún servidor suyo.

205. 3.º Y ¿qué es lo que hace esta bondadosa Madre cuando se le ha llevado y consagrado el cuerpo y el alma y todo cuanto de ellos depende sin excepción de cosa alguna? Lo que hizo en otro tiempo Rebeca con los cabritos que le llevó Jacob: 1.º, los mata, haciéndolos morir a la vida del viejo Adán; 2.º los desuella y despoja de su piel natural, de sus inclinaciones naturales, de su amor propio y propia voluntad y de todo apego a las criaturas; 3.º, los purifica de sus manchas, suciedades y pecados; 4.º, los adereza al gusto de Dios y a su mayor gloria. Y como sólo María es la que conoce perfectamente este gusto divino y esta mayor gloria del Altísimo, sólo Ella es la que, sin engañarse, puede acomodar y aderezar nuestro cuerpo y nuestra alma a este gusto infinitamente exquisito y a esta gloria infinitamente oculta.

206. 4.º Esta tierna Madre, después de recibir la ofrenda perfecta, que le hemos hecho de nosotros mismos y de nuestros propios méritos y satisfacciones, por la devoción de que he hablado, y después de habernos despojado de nuestros antiguos vestidos, nos engalana y nos hace dignos de presentarnos delante de nuestro Padre celestial: 1.º, nos reviste con los vestidos limpios, nuevos, preciosos y perfumados de Esaú el primogénito; es decir, de Jesucristo, su Hijo, que Ella guarda en su casa, esto es, que Ella tiene en su poder, ya que es la tesorera y la dispensadora universal y eterna de las virtudes y de los méritos de su Hijo, Jesucristo, que Ella da y comunica a quien Ella quiere, como Ella quiere y tanto cuanto Ella quiere, según vimos arriba; 2.º, Ella cubre el cuello y las manos de sus servidores con las pieles de los cabritos muertos y desollados; es decir, los adorna con los méritos y el valor de sus propias acciones. Ella mata y mortifica, en efecto, todo lo que hay de impuro e imperfecto en sus personas; pero no pierde ni disipa todo lo bueno que la gracia ha obrado allí, sino que lo guarda y aumenta, para hacer con ello el ornato y la fuerza de su cuello y de sus manos, es decir, para fortificarnos a fin de que puedan resistir el yugo del Señor, que se lleva en el cuello, y de que realicen grandes cosas para la gloria de Dios y la salvación de sus pobres hermanos; 3.º, Ella confiere nuevo perfume y nueva gracia a estos vestidos y adornos, comunicándoles sus propios vestidos, es decir, sus méritos y virtudes, que Ella les ha legado en su testamento, al morir, como dice una santa religiosa del último siglo, muerta en olor de santidad, y que lo supo por revelación. De modo que todos sus domésticos, sus fieles servidores y esclavos están doblemente cubiertos con los vestidos de su Hijo y con los suyos propios (Prov. 31,21); por eso ellos nada tienen que temer del frío de Jesucristo, blanco como la nieve, al contrario de los réprobos, los cuales, completamente desnudos y despojados de los méritos de Jesucristo y de la Santísima Virgen, no lo podrán soportar.

207. 5.º En fin, les alcanza la bendición del Padre celestial, por más que, no siendo los primogénitos, sino solo hijos segundos y adoptivos, no debieran naturalmente recibirla. Con estos vestidos nuevos, preciosísimos y olorosísimos, y con su alma bien preparada, se acercan al lecho de reposo de su Padre celestial. Este buen Padre, oye y distingue su voz, que es la del pecador, toca sus manos cubiertas de pieles, siente el buen olor de sus vestidos, come con gusto lo que María, su Madre, le ha preparado, reconociendo en ellos los méritos y el buen olor de su Hijo y de su Santísima Madre, y 1.º, les da su doble bendición, bendición del rocío del cielo, es decir, de la gracia divina, que es la semilla de la gloria: Nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo (Eph. 1,3); bendición de la fertilidad de la tierra (Gen. 27,28), es decir, les da este Padre bueno su pan de cada día y bastante abundancia de bienes de este mundo; 2.º, los hace señores de sus demás hermanos los réprobos, y por más que esta primacía no se vea siempre en este mundo, que pasa en un instante, y en que frecuentemente dominan los réprobos: Hablarán únicamente y se jactarán los pecadores (Psalm. 93,4)... Vi al impío sumamente ensalzado y empinado (Psalm. 36,35); no por eso deja de ser verdadera, y aparecerá manifiestamente en el otro mundo, por toda la eternidad, en la que los justos, como dice el Espíritu Santo, dominarán y mandarán a las naciones (Sap. 3,8). Su Majestad, no contento con bendecirlos en sus personas y en sus bienes, bendice también a todos aquellos que los bendigan y maldice a todos los que los maldigan y persiguen.

2.º Ella los mantiene

208. El segundo acto de caridad que la Virgen ejerce para con sus fieles servidores es que les proporciona todo cuanto atañe a su cuerpo y a su alma. Les da vestidos dobles, como acabamos de ver; les da de comer los platos más exquisitos de la mesa de Dios; les da a comer el pan de vida que Ella ha formado. Hijos míos queridos, les dice bajo el nombre de la Sabiduría, llenaos de mis generaciones (Eccl. 24,26), es decir, de Jesús, el fruto de vida que he puesto en el mundo para vosotros. Venid, les dice en otra parte, comed mi pan, que es Jesús, bebed el vino de su amor, que yo he mezclado para vosotros (Prov. 9,5). Como María es la tesorera y la dispensadora de los dones y de las gracias del Altísimo, da una buena porción, y la mejor, para alimentar y conservar a sus hijos y servidores; los nutre con el pan vivo, y los embriaga con el vino que engendra vírgenes (Zach. 9,17); y encuentran tan suave el yugo de Jesucristo, que apenas sienten su peso; porque el yugo se pudrirá a causa de la unción espiritual (Is. 10,27).

3.º Ella los guía y dirige

209. El tercer bien que la Santísima Virgen hace a sus devotos, es conducirlos y dirigirlos según la voluntad de su Hijo. Rebeca conducía a Jacob y le daba avisos de cuando en cuando, ya para atraer sobre él la bendición de su padre, ya para evitarle el odio y la persecución de su hermano Esaú. María, que es la estrella del mar, conduce a todos sus buenos servidores a buen puerto; les muestra los caminos de la vida eterna, y hace que eviten los pasos peligrosos; los guía con su mano por los senderos de la justicia; los sostiene cuando están a punto de caer; los levanta cuando han caído; los reprende como madre cariñosa cuando faltan, y aun los castiga alguna vez amorosamente. Si un hijo obedece a María, ¿podrá extraviarse en los caminos de la eternidad? Si la seguís, dice San Bernardo, no os extraviaréis. No temáis que un verdadero hijo de María sea engañado por el espíritu maligno y caiga en herejía formal. Donde está María de conductora, no están ni el espíritu maligno con sus ilusiones, ni los herejes con sus sutilezas: Teniéndola no te engañas.

4.º Los defiende y protege

210. El cuarto buen oficio que la Santísima Virgen hace con sus hijos y fieles servidores, es defenderlos y protegerlos contra sus enemigos: Rebeca, con sus cuidados y su industria, libró a Jacob de todos los peligros en que se vio, y particularmente de la muerte que su hermano Esaú le hubiera ciertamente dado por el odio y la envidia que le tenía, como en otro tiempo Caín a su hermano Abel; María, la buena Madre de los predestinados, los esconde bajo las alas de su protección, como una gallina a sus polluelos, les habla, se abaja a ellos y condesciende con todas sus debilidades para asegurarlos contra el gavilán y el buitre; se coloca entorno de ellos, los acompaña como un ejército ordenado en batalla. ¿Puede temer de sus enemigos un hombre rodeado de un ejército bien ordenado de cien mil hombres? Un servidor fiel de María, escudado con su protección y su imperial potestad, tiene menos todavía que temer.
Esta buena Madre y poderosa Príncesa de los cielos enviaría millares de ángeles en socorro de uno de sus hijos, para que no se pudiera alguna vez decir que un fiel servidor de María, que puso su confianza en Ella, había sucumbido a la malicia, al número y a la fuerza de sus enemigos.

5.º Intercede por ellos

211. En fin, el mayor bien que la amable María procura a sus fieles devotos es el interceder por ellos para con su Hijo, y aplacarle con sus ruegos. Los une a El y los conserva con un lazo muy apretado.
Rebeca hizo que Jacob se acercase al lecho de su padre, y el buen viejo lo tocó, lo abrazó y aun lo besó con gozo, y contento como estaba y satisfecho de la comida que le había llevado, y gozoso de haber sentido los exquisitos perfumes de sus vestidos, exclamó: he aquí el olor de mi hijo, que es como el olor de un campo lleno, que el Señor ha bendecido. Este campo lleno, cuyo olor embriaga el corazón del padre, no es otro más que el olor de las virtudes y de los méritos de María, que es un campo fértil en gracias, en que Dios su Padre ha sembrado, como grano de trigo de los elegidos, a su Hijo único. ¡Y qué bien recibido es por Jesucristo, Padre sempiterno, el hijo perfumado con el olor gratísimo de María! ¡Y qué pronto queda perfectamente unido a El, como por extenso lo hemos demostrado antes!

212. Además, después que la Santísima Virgen ha colmado de sus favores a sus hijos y fieles servidores y les ha alcanzado la bendición del Padre celestial y la unión con Jesucristo, los conserva en Jesucristo, y a Jesucristo en ellos; los guarda y vela siempre sobre ellos, temiendo no pierdan la gracia de Dios y caigan en los lazos de sus enemigos, y les hace perseverar hasta el fin, como ya lo hemos visto. Tal es la explicación de esta grande y antigua figura de la predestinación y de la reprobación, tan desconocida y tan llena de misterios.