Parte
Segunda
Efectos
maravillosos que esta devoción produce
en un alma que es fiel a ella
213.
Persuadíos de que si sois fiel a las prácticas interiores y exteriores de esta devoción, que os voy a marcar a continuación:
1.º
El Espíritu Santo os dará por María, su
amada Esposa, luz para conocer lo malo de
vuestro fondo, vuestra corrupción y vuestra incapacidad para todo bien, si Dios no es su
principio, como autor de la naturaleza y de la gracia, y por consecuencia de este conocimiento os
despreciaréis y no pensaréis en vos sino con
horror. Os consideraréis como un reptil que lo
mancha todo con su baba, o como un áspid
que lo inficiona todo con su veneno, o como una
maliciosa serpiente que sólo procura engañar.
En fin, la humilde María os hará partícipe de
su profunda humildad, la que os hará, despreciándoos, que no despreciéis a nadie y deseéis
que os menosprecien.
214.
2.º
La Santísima Virgen os dará parte
de su fe, que fue sobre la tierra más grande que
la fe de todos los Patriarcas, de los Profetas, de
los Apóstoles y de todos los Santos. Ahora que está reinando en los cielos, no tiene ya esta
fe,
porque lo ve todo claramente en Dios por la luz
de la gloria; pero, no obstante, con el agrado
del Altísimo la conserva en cierto sentido en el
cielo, la conserva para guardarla en la Iglesia
militante a sus fieles siervos y devotos.
Cuanto más ganéis la benevolencia de esta
augusta Princesa y Virgen fiel, más fe verdadera
tendréis en toda vuestra conducta; una fe pura,
que hará que no os inquietéis de lo sensible y
de lo extraordinario; una fe viva y animada por
la caridad que hará que no obréis sino por motivos de puro amor; una fe firme e
inquebrantable como una roca, que os mantendrá firmes y
constantes en medio de las tempestades y las
tormentas; una fe activa y penetrante que, como
un divino salvoconducto, proporcionará entrada
en todos los misterios de Jesucristo, en los fines últimos del hombre, y en el
corazón de Dios
mismo; una fe animosa que os animará e inducirá a emprender y llevar a cabo, sin titubear,
grandes cosas por la gloria de Dios, y para la
salud de las almas; en fin, una fe que será vuestra lumbrera ardiente, vuestra vida divina,
vuestro tesoro escondido y rico de la divina sabiduría, y vuestra
poderosísima arma, de la que
os serviréis para iluminar a los que están en las
tinieblas y en la sombra de la muerte, para
abrasar los tibios y a los que tienen necesidad
del oro abrasado de la caridad, para dar vida a
los que están muertos por el pecado, para conmover
y convertir por vuestras dulces y poderosas palabras los corazones de mármol y
arrancar los cedros del Líbano, y en fin, para resistir
al demonio y a todos los enemigos de la salvación.
215.
3.º
Esta Madre del Amor Hermoso quitará de vuestro corazón
todo escrúpulo, todo temor servii y desarreglado; lo
abrirá y ensanchará para que corráis por el camino de los mandamientos de su Hijo con la santa libertad de los
hijos de Dios, y para introducir en el alma el
puro amor cuyo tesoro tiene Ella. De modo que
no os conduciréis, como hasta ahora, para con
el Dios de caridad con temor, sino con el amor
más desinteresado. Le miraréis como a vuestro
buen Padre, a quien procuraréis agradar siempre, con quien conversaréis confiadamente
como un hijo con su tierno padre. Si por desgracia llegáis a ofenderle, os humillaréis inmediatamente delante de El; le pediréis perdón
humildemente, le tenderéis la mano con sencillez, os
levantaréis amorosamente, sin temblor ni inquietud, y seguiréis marchando hacia El
animosamente.
216.
4.º La Santísima Virgen os
llenará de
una gran confianza en Dios y en Ella misma:
1.º, porque ya no os acercaréis a Jesucristo por
vos mismo, sino por medio de esta buena Madre; 2.º, porque habiéndole dado todos vuestros
méritos, gracias y satisfacciones para que disponga de ellos a su gusto, Ella os
comunicará
sus virtudes, y os vestirá con sus méritos, de
suerte que podréis decir a Dios con confianza:
He aquí a María, vuestra sierva, hágase en mí según vuestra palabra; 3.º, porque habiéndoos
dado a Ella enteramente en cuerpo y alma, María, cuya liberalidad es incomparable, no se
dejará vencer en generosidad, y se os dará, en
cambio, de una manera maravillosa pero verdadera, de modo que podréis decirle
resueltamente: "Yo soy tuyo, Santísima Virgen, sálvame"
(Ps. 118,94); o como lo he dicho ya con el discípulo amado:
"Os he tomado, Santísima
Virgen, en lugar de todos mis bienes". Aún podréis
decir con San Buenaventura: "Mi amada dueña
y salvadora, yo trabajaré confiadamente, y nada
temeré, porque Vos sois mi fortaleza, mi alabanza en el Señor... Soy todo vuestro, y
todo lo mío
os pertenece. ¡Oh gloriosa Virgen, bendita sobre todas las cosas creadas: te pondré sobre mi
corazón como un sello, porque tu amor es fuerte como la muerte!" Podréis decir a Dios con los
sentimientos del Profeta: "Señor, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis
ojos. No he andado en grandezas ni en cosas maravillosas sobre mí. Sí, no tenía yo sentimientos humildes, y por el contrario,
engreí mi
alma. Como el niño destetado junto a su madre, así sea el galardón en mi alma"
(Ps. 130,1-2). Ella
es, dice un santo, el tesoro del Señor.
Lo que aún aumentará más vuestra confianza en María, es que habiéndole dado en depósito
todo cuanto tenéis de bueno para comunicarlo
o guardarlo, tendréis menos confianza en vos
mismo y mucha de esta bienaventurada Madre
Virgen, que es vuestro tesoro. ¡Oh, qué confianza y qué consuelo para un alma el poder decir
que el tesoro de Dios, en que el Eterno Padre
ha puesto todo lo más precioso, es también
suyo!
217.
5.º
El alma de la Santísima Virgen se
os comunicará para glorificar al Señor; su espíritu entrará en el lugar del vuestro, para
regocijarse en Dios, su Salvador, siempre que seáis
fiel a las prácticas de esta devoción.
¡Ah! ¿Cuándo llegará aquel dichoso tiempo,
dice un santo varón de nuestros días, en que todo estará lleno de María? ¡Ah!
¿Cuándo llegará esa feliz época en que la Virgen Santísima
será la señora y soberana de todos los corazones
para someterlos plenamente al imperio de su
grande y único Jesús? ¿Cuándo las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el
aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en
este lugar de miseria, en que, encontrando el Espíritu Santo a su amada Esposa como
reproducida en las almas fieles, vendrá sobre ellas abundantemente y las
colmará de sus dones, y
particularmente del don de la sabiduría, para obrar
maravillas de la gracia; ¿cuándo llegará ese
tiempo feliz y ese siglo de María, en que las
almas, absorbiéndose en el abismo de su interior, lleguen a ser copias vivientes de María
para amar y glorificar a Jesucristo? Este tiempo no llegará más que cuando se conozca la
devoción que yo enseño: Venga a nosotros el
reinado de María, para que venga, Señor, tu
reinado.
218.
6.º
Si cultivamos bien a María, que es
el árbol de la vida en nuestra alma, siguiendo
con fidelidad la práctica de esta devoción, Ella dará su fruto en su tiempo, y este fruto suyo
es Jesucristo. Veo a tantos devotos y devotas
que buscan a Jesucristo, los unos por un camino y una práctica, los otros por otra, y frecuentemente,
después de haber trabajado mucho
durante la noche, pueden decir: A pesar de
haber trabajado toda la noche no hemos cogido (Lc. 5,5). Y se les puede decir: Habéis
trabajado mucho y habéis aprovechado poco; Jesucristo es
todavía muy débil en vosotros. Pero
por el camino inmaculado de María y por medio de esta práctica divina que enseño, se
trabaja durante el día, se trabaja en un lugar
santo, se trabaja poco. En María no hay noche,
porque en Ella no hay pecado, ni aun la menor
sombra de él. María es lugar santo y el Santo
de los Santos, en donde los santos han sido formados y moldeados.
219.
Observad bien, os lo suplico, que digo
que los santos han sido moldeados en María.
Hay una gran diferencia entre construir una figura en relieve a golpe de martillo y de cincel,
y hacerla por medio de molde; los escultores y
estatuarios trabajan mucho en construir figuras
del primer modo, y emplean mucho tiempo,
pero de la segunda manera trabajan poco y hacen mucho en corto tiempo. San Agustín llama
a la Virgen forma Dei, el molde de Dios: Por
esto te llamo molde de Dios, dignamente lo fuiste; el molde propio para formar y modelar
santos. El que es echado en este molde divino, bien
pronto es formado y modelado en Jesucristo, y
Jesucristo en él; a poca costa y en poco tiempo llegará a ser semejante a Dios, toda vez que ha
sido echado en el mismo molde en que se formó un Dios hecho hombre.
220. Paréceme que bien puedo comparar a
estos directores y personas devotas que quieren
formar en sí o en otros a Jesucristo, por otras prácticas diferentes de éstas, a los escultores
que, poniendo su confianza en su habilidad, en
su industria y en su arte, dan infinidad de golpes de martillo y de cincel sobre una piedra
dura o un pedazo de madera tosca, para hacer
con ella la imagen de Jesucristo, y sucede que
no logran sacarla al natural, ya por falta de bastante conocimiento de la persona de Jesucristo,
ya por haber dado mal algún golpe que estropea
la obra.
Pero a los que abrazan el secreto que les
presento, los comparo fundadamente a los fundidores y modeladores que, habiendo
encontrado el hermoso molde de María en que Jesús fue
natural y divinamente formado, sin fiarse de su
propia industria, sino únicamente de la bondad
del modelo, se arrojan y se absorben en María
para llegar a ser el retrato al natural de Jesucristo.
221. ¡Oh hermosa y verdadera
comparación! ¿Quién la comprenderá? Deseo que la
comprendan mis queridos lectores; pero tengan
presente que no se arroja en el molde más que
lo que esta fundido y líquido; es decir, que es
menester fundir y destruir en nosotros al viejo Adán, para llegar a ser el nuevo en María.
222.
7.º Por medio de esta
práctica, fidelísimamente observada, daréis a Jesucristo
más
gloria en un mes, que de ninguna otra manera, por más difícil que sea, en muchísimos
años. He aquí las razones en que me fundo para decirlo:
a)
Porque ejecutando nuestras acciones por
medio de la Virgen, como enseña esta práctica,
os despojáis de vuestros propios intereses y
operaciones, aunque sean terrenas y humildes,
para aplicaros, por decirlo así, las suyas, aunque os sean desconocidas, y de este modo
entráis en participación de la sublimidad de sus
intenciones, que han sido tan puras, que más
gloria ha dado María a Dios por la más insignificante de sus acciones, por ejemplo, hilando en
la rueca, o haciendo un punto de aguja, que San
Lorenzo sobre las parrillas, por su cruel martirio, y más que todos los santos por sus
acciones más nobles y heroicas. Durante su mansión
en la tierra, la Virgen adquirió un cúmulo tan
inefable de gracias y de méritos, que más fácilmente se contarían las estrellas del firmamento,
las gotas de agua de la mar y las arenas de las
playas que los méritos y gracias de María Santísima. Ella ha procurado más gloria a Dios que
le han dado y le darán todos los Angeles y Santos. iQué prodigio el vuestro, María! No sabéis
hacer sino prodigios de gracia en las almas que
desean perderse en Vos.
223.
b)
Porque un alma fiel, por esta práctica, comoquiera que no tiene en nada cuanto
piensa o hace por sí misma, y no coloca su
apoyo ni su complacencia más que en las disposiciones de María, para acercarse a
Jesucristo y hasta para hablarle, ejercita mucho más la
humildad que las almas que obran por sí mismas; las cuales aunque imperceptiblemente, se
apoyan y se complacen en sus disposiciones; y,
por consiguiente, glorifica más altamente a
Dios, pues Este nunca es tan perfectamente glorificado como cuando lo es por los humildes
y sencillos de corazón.
224.
c)
Porque deseando la Santísima Virgen,
por su inmensa caridad, recibir en sus manos virginales el regalo de nuestras acciones,
les da una belleza y un esplendor admirables,
las ofrece a Jesucristo sin temor de ser rechazada, y Nuestro Señor se glorifica más en
ello
que si se lo ofreciésemos con nuestras manos
criminales.
225.
d)
En fin, porque no pensaréis jamás
en María sin que María, por vosotros, piense en
Dios; no alabaréis ni honraréis jamás a María,
sin que María alabe y honre a Dios. María es
toda relativa a Dios, y me atrevo a llamarla la "relación de Dios", pues sólo existe con respecto a El, o el eco de Dios, ya que no dice ni
repite otra cosa más que Dios. Si dices María
Ella dice Dios. Santa Isabel alabó a María y la
llamó bienaventurada por haber creído, y María, el eco fiel de Dios, exclamó:
"Mi alma
glorifica al Señor". Lo que en esta ocasión hizo
María, lo hace todos los días; cuando la alabamos, la amamos, la honramos o nos damos a
Ella, alabamos a Dios, amamos a Dios, honramos a Dios, nos damos a Dios por María y en
María.
Prácticas
particulares de esta devoción
PRÁCTICAS
EXTERIORES
226.
Aunque lo esencial de esta devoción
consiste en lo interior, no deja de tener muchas prácticas exteriores que conviene no despreciar:
Conviene hacer esto y no omitir aquello (Mat. 23,23); ya porque las prácticas exteriores bien hechas ayudan a las interiores; ya porque
recuerdan al hombre, que siempre se guía por los sentidos, lo que ha hecho o debe
hacer; ya porque
son a propósito para edificar al prójimo que las
ve, cosa que no hacen las prácticas interiores.
Que ningún mundano ni crítico venga, a objetar
que la devoción está en el corazón, que es menester evitar lo que es exterior, que, porque en
ello
puede haber alguna vanidad, es menester esconder la devoción. A los tales respondo con el
Señor: que los hombres vean nuestras buenas
obras, a fin de que glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos; que no se deben, como dice
San Gregorio, practicar estas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y
alcanzar alguna alabanza, la cual sería vanidad,
pero que alguna vez conviene que se practiquen
ante los hombres con la mirada de agradar a Dios
y de darle en ello gloria, sin hacer caso ni de los desprecios ni de las alabanzas de los hombres.
Sólo en compendio notaré algunas
prácticas
exteriores; y no las llamo así porque se hacen
sin sentimiento interior, sino porque tienen una
parte exterior, y además para distinguirlas de las
que son puramente interiores.
227.
Primera práctica. Aquellas personas
que quieran entrar en esta devoción particular, que
no ha sido erigida en cofradía, aunque sería mucho
de desear, después de haber, como he dicho en
la primera parte de esta preparación al reinado
de Jesucristo, empleado doce días, por lo menos,
en vaciarse del espíritu del mundo, contrario al
de Jesucristo, emplearán tres semanas en penetrarse del espíritu de Jesucristo por medio de la
Virgen, a cuyo efecto pueden observar este orden:
228.
Durante la primera semana dedicarán
todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el
conocimiento de sí mismos y la contrición de sus
pecados, y todo lo harán con espíritu de humildad. Podrán meditar lo que he dicho
sobre nuestro mal fondo y no se considerarán en
los seis días de esta semana, más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes,
animales inmundos; o bien meditarán estas tres palabras de San Bernardo: Piensa lo que fuiste,
semen pútrido; lo que eres, vaso de estiércol; lo
que serás, cebo de gusanos. Rogarán a Nuestro Señor y al Espíritu Santo que les ilumine por
estas palabras: Señor, que yo vea; Señor, que me conozca; Ven
Espíritu Santo, y recitarán todos los días el Ave, Maris Stella, y las
letanías de la Santísima Virgen o del Espíritu Santo.
Recurrirán a la Santísima Virgen, pidiéndole
esta gracia, que debe ser el fundamento de las
otras, y para ello dirán todos los días el Ave, Maris Stella y las letanías.
229.
Durante la segunda semana se dedicarán en todas las oraciones y obras del
día a
conocer a la Santísima Virgen, cuyo conocimiento pedirán al Espíritu Santo, leyendo y meditando
lo que sobre esto hemos dicho. Recitarán
como en la primera semana las letanías del Espíritu Santo y el Ave, Maris Stella, y además el
Rosario, o al menos una corona con esta intención.
230.
Emplearán la tercera semana en conocer a Jesucristo, a cuyo fin
podrán leer y
meditar lo que de eso hemos dicho, y recitar la
oración de San Agustín, que se lee en la primera parte de este Tratado. Con el mismo santo
podrán decir y repetir al día: que os conozca
yo, Señor; o bien: Señor, que vea yo quién sois. Recitarán como en las semanas precedentes las
letanías y el Ave, Maris Stella, y añadirán todos los días las
letanías del Santo Nombre de
Jesús.
231. Al fin de las tres semanas se
confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo en calidad de esclavos de amor,
por medio de María, y después de la Comunión,
la cual procurarán hacer según el método que
más adelante expresaré, recitarán la fórmula de
su consagración, la que convendrá que escriban
o hagan escribir, si no está impresa, y la firmen
el mismo día que la hagan.
232. Bueno
será que en ese día paguen
algún tributo a Jesucristo y a la Virgen, ya por
vía de penitencia de su infidelidad a los votos
del Bautismo, ya para protestar de su completa
dependencia del dominio de Jesús y de María.
Este tributo será según la devoción y la capacidad de cada cual, como un ayuno, una
mortificación, una limosna; aun cuando no diesen más
que un alfiler, es bastante para Jesús, que sólo
atiende a la buena voluntad.
233.
Todos los años al menos, el mismo día, renovarán la misma consagración, observando
las mismas prácticas durante tres semanas. Asimismo
podrán todos los meses, y aun todos los días, renovar todo lo que
han hecho con estas
pocas palabras: Tuus totus ego sum, et omnia mea tua sunt: Soy todo vuestro, y todo lo que
tengo os pertenece, ioh mi amable Jesús! por
María vuestra Santísima Madre.
234.
Segunda práctica. Recitarán todos
los días de su vida, sin molestia alguna, la pequeña corona de la Virgen, compuesta de tres
Padrenuestros y doce Avemarías, en honra de
las doce prerrogativas y grandezas de la Santísima Virgen. Esta práctica es muy antigua y
tiene su fundamento en la Escritura Santa. San
Juan vio una mujer coronada de doce estrellas,
vestida del sol y teniendo la luna bajo sus pies.
Esta mujer, según los intérpretes, es la Santísima Virgen.
235.
Hay muchas maneras de recitar bien
esta pequeña corona, que sería largo enumerar.
El Espíritu Santo se las enseñará a los que sean
fieles a esta devoción. Sin embargo, para recitar esta corona con la mayor sencillez, conviene
desde luego decir: Dignaos escuchar mis alabanzas, ¡oh Virgen Santísima!; dadme fuerzas
contra vuestros enemigos; en seguida se recitará
el Credo, después un Padrenuestro, y luego cuatro Avemarías y un Gloria Patri, y se repite el
Padrenuestro, cuatro Avemarías y un Gloria Patri,
y así lo demás. Al fin se dice: Bajo tu amparo,
etc.
236.
Tercera práctica. Es muy laudable,
muy glorioso y muy útil a aquellos y aquellas
que de esta manera se han hecho esclavos de
Jesús en María, que lleven como señal de su
esclavitud de amor, cadenillas de hierro bendecidas con una bendición propia que pondré
después. Estas señales exteriores, en verdad no
son esenciales, y una persona puede muy bien
prescindir de ellas a pesar de haber abrazado
esta devoción; sin embargo, no puedo menos de
alabar grandemente a aquellos y aquellas que,
después de haber sacudido las cadenas vergonzosas de la esclavitud del diablo, con que el
pecado original y quizá los pecados actuales los
hayan atado, se han sometido voluntariamente
a la gloriosa esclavitud de Jesucristo y se glorían con San Pablo de estar encadenados por
Jesucristo, con cadenas mil veces más gloriosas
y preciosas, aunque de hierro y sin brillo, que
todos los collares de oro de los emperadores.
237.
Aunque en otro tiempo nada había
más infame que la cruz; ahora este madero es
lo más glorioso del cristianismo. Lo mismo decimos de los hierros de la esclavitud. Nada
había entre los antiguos más ignominioso, ni lo
hay ahora entre los paganos; pero entre los
cristianos nada hay más ilustre que estas cadenas de Jesucristo, porque ellas nos desatan y
preservan de las prisiones infames del pecado
y del demonio; porque nos ponen en libertad y
nos ligan a Jesús y María, no con violencia y por
fuerza, como los presidiarios, sino como hijos
por caridad y amor: Los atraeré a mí, dice el Señor por boca de un profeta, con cadenas de
caridad (Os. 11,4). Estas cadenas, por consiguiente, son fuertes como la muerte (Cant. 8,6),
y en algún modo más fuertes aún, en aquellos
que sean fieles en llevar hasta la muerte estas señales gloriosas, pues aunque la muerte
destruya el cuerpo reduciéndolo a podredumbre, no
destruirá los lazos de esta esclavitud, que, por
ser de hierro, no se corrompen fácilmente, y en
la resurrección de los cuerpos, en el gran juicio
del último día, estas cadenas que todavía rodearán sus huesos, constituirán parte de su gloria,
y se convertirán en cadenas de luz y de gloria. ¡Dichosos, pues, mil veces los esclavos ilustres
de Jesús en María, que llevan sus cadenas hasta
el sepulcro!
238.
He aquí las razones por las cuales se
llevan estas cadenas:
Primera, para que el cristiano se acuerde de
los votos y promesas del Bautismo, de la renovación perfecta que él hizo de ellos por esta
devoción y de la estrecha obligación que tiene de
permanecer fiel a ellos. Dado que el hombre, habituado a guiarse más bien por los sentidos que
por la pura fe, se olvida fácilmente de sus obligaciones respecto de Dios, si no tiene alguna
cosa exterior que se las traiga a la memoria,
estas cadenillas sirven maravillosamente al cristiano para hacerle recordar las cadenas del
pecado y de la esclavitud del demonio, de las cuales el santo Bautismo lo ha librado, y la dependencia que ha prometido a Jesús en el santo
Bautismo y la ratificación que de ella ha hecho
por la renovación de sus votos; y una de las
razones porque tan pocos cristianos piensan en
los votos del Bautismo y viven con tanto libertinaje como si nada hubieran prometido a Dios,
cual si fueran paganos, es el que no llevan ninguna
señal exterior que les haga recordar todo
esto.
239.
Segunda, para mostrar que no nos
avergonzamos de la esclavitud y servidumbre
de Jesucristo, y que renunciamos a la esclavitud funesta del mundo, del pecado y del
demonio.
Tercera, para librarnos y preservarnos de las
cadenas del pecado y del infierno. Porque es
preciso que llevemos o las cadenas de la iniquidad, o las cadenas de la caridad y de la
salud.
240.
¡Ah, carísimo hermano mío!, rompamos las cadenas de los pecados y de los
pecadores, del mundo y de los mundanos, del diablo y de sus secuaces, y lancemos lejos de
nosotros su funesto yugo (Ps. 2,3). Metamos los
pies, por servirme de los términos del Espíritu
Santo, en estos cepos gloriosos y el cuello en
estos collares (Eccli. 6,24).
Sometamos nuestros hombros y llevemos la Sabiduría que es Jesucristo, y no nos causen
fastidio sus cadenas. Notarás que el Espíritu
Santo, antes de decir estas palabras, prepara
para ello el alma, a fin de que no rechace su
importante consejo. He aquí sus palabras: Escucha, hijo mío, y recibe un consejo de
sabiduría y no rechaces mi consejo (Eccl. 6,23).
241.
No lleves a mal, queridísimo amigo,
que me junte yo con el Espíritu Santo para darte el mismo consejo: Sus cadenas son ligaduras
de salud (Eccli. 6,31). Como Jesucristo en la
cruz debe atraerlo todo hacia Sí, de grado o por
fuerza, atraerá a los réprobos con las cadenas
de sus pecados para encadenarlos, a manera de
presidiarios y de demonios, a su ira eterna y a
su justicia vengadora; pero atraerá particularmente en estos últimos tiempos, a los
predestinados con las cadenas de la caridad: Todo lo
atraeré a mí (Jn. 12,32): Los atraeré con cadenas de amor
(Os. 11,4).
242.
Estos esclavos de amor de Jesucristo o
encadenados de Jesucristo, pueden llevar sus
cadenas al cuello, o en sus brazos, o en la cintura, o en los pies. El P. Vicente Caraffa,
séptimo general de la Compañía de Jesús, que murió
en olor de santidad el año 1643, llevaba como señal de servidumbre, un aro de hierro a los
pies, y decía que su dolor consistía en no poder arrastrar públicamente la cadena. La M.
Inés de Jesús, de la cual ya he hablado, llevaba
una cadena de hierro alrededor de su cintura.
Otros la han llevado al cuello, como penitencia
de los collares de perlas que llevaron en el mundo... Algunos la han llevado en sus brazos, para
acordarse en los trabajos de sus manos que
eran esclavos de Jesucristo.
243.
Cuarta práctica. Profesarán devoción
singular al gran misterio de la Encarnación del
Verbo, el 25 de marzo, que es el misterio propio de esta devoción que ha sido inspirada por
el Espíritu Santo:
1.º
Para honrar e imitar la dependencia inefable que Dios Hijo ha querido tener respecto
de María, para la gloria de Dios su Padre y
para nuestra salvación, la cual dependencia se
muestra particularmente en este misterio en
que Jesús aparece cautivo y esclavo en el seno
de la divina María, en donde depende totalmente de Ella para todas las cosas.
2.º Para dar gracias a Dios por los favores
incomparables que ha concedido a María y particularmente el de haberla escogido por su
dignísima Madre, elección que ha sido hecha en
este misterio. Tales son los dos principales fines
de la esclavitud de Jesús en María.
244.
Advertid que ordinariamente digo: el
esclavo de Jesús en María, la esclavitud de Jesús en María. Puedes decir, en verdad, como
muchos lo han hecho, el esclavo de María, la esclavitud de la Santísima Virgen, pero creo
mejor que se diga: el esclavo de Jesús en María,
como lo aconsejaba M. Tronson, superior general del Seminario de San Sulpicio, varón notable
por su rara prudencia y su piedad consumada.
He aquí las razones:
245.
1.ª
Como vivimos en un siglo orgulloso,
en que hay un gran número de sabios hinchados, espíritus fuertes y críticos que encuentran
defectuosas las prácticas de piedad mejor fundadas y más sólidas, vale más, para no darles
ocasión de crítica sin necesidad, decir la esclavitud de Jesús en María, y llamarse el
esclavo de
Jesucristo, que el esclavo de María, tomando la
denominación de esta devoción más bien de su
fin último, que es Jesucristo, que del camino y
medio para llegar a este fin, que es María, por
más que una y otra se pueden, a la verdad, usar
sin escrúpulo, como yo lo hago; así como un hombre que va de Orleans a Tours por el camino de Amboise, puede muy bien decir que va
a Amboise y que va a Tours; con la diferencia,
sin embargo, de que Amboise no es otra cosa
que el camino recto para ir a Tours y que Tours sólo es su fin último y el término de su viaje.
246.
2.ª
Como el principal misterio que en
esta devoción se celebra y se honra es el misterio de la Encarnación, en el cual no se puede
ver a Jesucristo sino en María y encarnado en
su seno, es más a propósito decir la esclavitud
de Jesús en María, de Jesús que mora y reina
en María, según aquella hermosa plegaria de
tan grandes almas: Oh Jesús que vivís en María,
venid y vivid en nosotros en vuestro espíritu
de santidad, etc.
247.
3.ª
Este modo de hablar muestra más
la unión que hay entre Jesús y María, que están
tan estrechamente unidos, que el uno está todo
en el otro: Jesús está todo en María, y María
toda en Jesús, o más bien, María no es, sino que
Jesús es sólo y todo en María, y más fácil sería
separar la luz del sol que a María de Jesús; de
modo que a Nuestro Señor se le puede llamar
Jesús de María, y a la Santísima Virgen, María
de Jesús.
248. Como el tiempo no me permite
detenerme aquí para explicar las excelencias y las
grandezas del misterio de Jesús viviendo y reinando en María, o de la Encarnación del Verbo,
me contentaré con decir en pocas palabras que
éste es el primer misterio de Jesucristo, el más oculto, el más excelso y el menos conocido; que
en este misterio es donde Jesús, de acuerdo con
María, en el seno de Esta, que por lo mismo ha
sido llamado por los santos la sala de los secretos de Dios, ha escogido a todos los elegidos;
que en este misterio es donde El ha obrado
todos los misterios que han sucedido a éste en
su vida, por la aceptación que de ellos hizo:
Jesús al entrar en el mundo, dice: He aquí que
vengo, oh Dios, para cumplir tu voluntad (Hebr. 10,5,7); y, por consiguiente, que este misterio es
un resumen de todos los misterios, que contiene
la voluntad y la gracia de todos; en fin, que este
misterio es el trono de la misericordia, de la
liberalidad y de la gloria de Dios. El trono de
su misericordia para nosotros, porque, como no
podemos acercarnos a Jesús si no es por María, no podemos ver ni
hablar a Jesús si no es por María. Jesús, que atiende siempre a su querida Madre,
concede allí siempre su gracia y su misericordia
a los pobres pecadores. Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia
(Hebr. 4,16).
Es el trono de la liberalidad para con María,
porque mientras este nuevo Adán permanece en
este verdadero paraíso terrenal, obra en él ocultamente tantas maravillas, que ni los hombres
ni los ángeles alcanzan a comprenderlas; por
eso los Santos llaman a María la magnificencia
de Dios, como si Dios sólo fuera magnifico en
María. Es el trono de la gloria para su Padre,
porque en María Jesucristo aplacó perfectamente a su Padre irritado contra los
hombres; en
Ella reparó perfectamente la gloria que el pecado le había arrebatado, y por el sacrificio que en
Ella hizo de su voluntad y de sí mismo, le dio
más gloria, que jamás le habían dado todos los
sacrificios de la ley antigua, y, finalmente, en
ella le dio una gloria infinita, que jamás había
recibido del hombre.
249.
Quinta práctica. Se dirá con gran devoción el Ave María o la salutación angélica,
cuyo precio, mérito, excelencia y necesidad, pocos cristianos, aun los más ilustrados, conocen.
Ha sido preciso que la Santísima Virgen se haya
aparecido muchas veces a grandes santos muy
esclavos suyos para mostrarles tan gran mérito,
como a Santo Domingo, San Juan de Capistrano
o al Beato Alano de Rupe, los cuales han compuesto libros enteros de las maravillas y de la
eficacia de esta oración, y han predicado públicamente que habiendo comenzado la salvación
del mundo por el Ave María, la de cada uno en
particular está unida a esa divina oración; que
el Ave María es la que ha hecho venir sobre esta
tierra seca y estéril el fruto de la vida, y que
esta misma oración bien dicha es la que debe
hacer germinar en nuestras almas la palabra
de Dios y llevar el fruto de vida, Jesucristo; que
el Ave María es un rocío celestial que riega la
tierra, es decir, el alma, para hacerla producir su
fruto a su tiempo, y que un alma que no está
regada por esta oración no da fruto ni produce
sino abrojos y espinas, y está próxima a ser
maldecida.
250.
He aquí lo que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano, como lo consigna él en su
libro De dignitate Rosarii:
Sepas, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que
una señal próxima y probable de condenación
eterna es tener aversión, flojedad, negligencia,
en decir la salutación angélica. Ved cuán consoladoras y terribles son estas palabras, que no
podrían creerse si por garantía de ellas no tuviésemos a este
varón tan santo, y antes de él
a Santo Domingo, y después a otros insignes
varones, además de lo que nos dice la experiencia de muchos siglos, a saber: que siempre
se ha notado que los que llevan la señal de la
reprobación, cuales son los herejes, los impíos,
los orgullosos y los mundanos, aborrecen y desprecian el Ave María y el Rosario.
Los herejes enseñan y aun recitan el Padre
nuestro, pero no el Ave María ni el Rosario, al
que tienen tal horror, que mejor llevarían sobre sí una serpiente, que un rosario; asimismo los
orgullosos, aunque sean católicos, porque tienen
las mismas inclinaciones que su padre Lucifer,
no tienen sino menosprecio o indiferencia para
con el Ave María, y consideran el Rosario como
una devoción de mujercillas, que es buena solamente para los ignorantes y para los que no
saben leer. Al contrario, se ha visto por experiencia que los que tienen grandes
señales de
predestinación aman y recitan con gozo el Ave
María, y que cuanto más son de Dios, más aman
esta oración. Esto mismo dijo la Santísima Virgen al bienaventurado Alano, a continuación de
las palabras antes citadas.
251. Y no sé como sucede esto y por qué,
pero no por eso es menos cierto; no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de
Dios, que el examinar si le gusta rezar el Ave
María y el Rosario. Y digo si le gusta, por cuanto puede suceder que una persona esté en
incapacidad natural y aun sobrenatural de recitarlo,
pero lo ama siempre y lo inspira a otros.
252.
Almas predestinadas, esclavas de Jesús
y de María, sabed que el Ave María es la más
bella de todas las oraciones después del Padre
nuestro; es el mejor parabien que podéis dar
a María, porque es la salutación que el Altísimo
le hizo por medio de un arcángel para ganar su corazón; y fue tan poderosa en Ella por los secretos encantos de que
está llena, que María
dio su consentimiento a la Encarnación del Verbo, a pesar de su profunda humildad. Por esta
salutación ganaréis, pues, infaliblemente su corazón, si la decís como es menester.
253.
El Ave María bien dicha, esto es, con
atención, devoción y modestia, es, según los
santos, el enemigo del demonio, y el que le
pone en huida, y el martillo que le aplasta; es la
santificación del alma, el gozo de los Angeles, la melodía de los predestinados, el cántico del
Nuevo Testamento, el placer de María y la gloria de la Santísima Trinidad. El Ave María es
un rocío celestial que fecundiza al alma, es un ósculo casto y amoroso que se da a María, es
una rosa encarnada que se le presenta, es una
perla preciosa que se le ofrece, es una copa de ambrosía y de néctar divino que se le da. Todas
estas comparaciones están tomadas de los Santos Doctores.
254. Os suplico, pues, con
empeño, por el amor que os tengo en Jesús y en María, que no
os contentéis con rezar la Coronilla de la Santísima Virgen, sino también la
Corona (de 5 Misterios), y aun el Rosario (de 15 Misterios) si tenéis tiempo todos los
días, y
bendeciréis a la hora de vuestra muerte el día y la hora en que me habéis creido, y después de haber sembrado en las bendiciones de Jesús y de
María, cosecharéis las bendiciones eternas en
el cielo.
255.
Sexta práctica. Para agradecer a
Dios las gracias que ha hecho a la Santísima
Virgen, se dirá muchas veces el Magnificat, a
imitación de la bienaventurada María de Oignies
y de otros muchos Santos. Es la única oración,
la única obra que la Santísima Virgen ha compuesto, o más bien, que Jesús compuso por
Ella, por cuanto hablaba por su boca; es el mayor sacrificio de alabanza que Dios ha recibido
de una pura criatura en la ley de gracia; es, por
una parte, el más humilde y más reconocido, y
por otra, el más sublime y más elevado de todos
los cánticos; encierra misterios tan grandes y
tan escondidos, que los Angeles los ignoran. Gerson, doctor tan piadoso como
sabio, después de
haber empleado una gran parte de su vida en
componer tratados llenos de erudición y de piedad sobre las materias más difíciles,
emprendió,
temblando, hacia el fin de su vida, la explicación
del Magnificat, a fin de coronar todas sus obras.
Refiere en un volumen infolio que sobre él compuso muchas cosas admirables acerca de este
hermoso y divino cántico. Entre otras, dice que
la misma Santísima Virgen lo recitaba frecuentemente, y en particular después de la Sagrada
Comunión, por vía de acción de gracias.
El sabio Benzonio refiere, explicando el Magnificat, muchos milagros obrados por su virtud,
y dice que los demonios tiemblan y huyen cuando oyen estas palabras: Presionó con su brazo,
dispersó a los soberbios con el ímpetu de su corazón
(Lc. 1,51).
256.
Séptima práctica. - Los siervos fieles
de María deben despreciar, aborrecer y huir mucho del mundo corrompido, y servirse de las
prácticas de desprecio del mundo que hemos
consignado en la primera parte.
PRÁCTICAS
PARTICULARES E INTERIORES PARA LOS
QUE QUIEREN ALCANZAR
LA PERFECCIÓN
257.
Además de las prácticas exteriores de
devoción que se acaban de referir, y que no se
deben olvidar por negligencia ni menosprecio
en cuanto el estado o la condición de cada uno
lo permita, he aquí algunas prácticas interiores
muy propias para los que el Espíritu Santo
llama a una alta perfección, que, en cuatro palabras, se reducen a ejecutar todas las acciones
por María, con María, en María y para María, a
fin de practicarlas más perfectamente por Jesús,
con Jesús, en Jesús y para Jesús.
258.
1.º
Es menester ejecutar las acciones
por María, es decir, es menester obedecer en todo a la Santísima Virgen y conducirse en
todo
por su espíritu, que es el espíritu de Dios. Los
que son guiados por él, son hijos de Dios (Rom.
8,14). Los que son guiados por el espíritu de
María, son hijos de María, y por consiguiente
hijos de Dios, y entre tantos devotos de la Santísima Virgen, no hay más verdaderos y fieles
devotos que los que se conducen por su espíritu.
Porque el espíritu de María es el espíritu de
Dios, ya que Ella no se guió jamás por su propio espíritu, sino siempre por el
espíritu divino,
que de tal modo se hizo dueño de María, que
vino a ser su propio espíritu. Por esto San Ambrosio dijo: El alma de María esté en cada uno
de nosotros para glorificar al Señor, y el espíritu de María para regocijarnos en Dios.
¡Qué
dichosa es un alma, cuando a ejemplo de un
hermano jesuita llamado Rodríguez (hoy San Alonso Rodríguez),
muerto en olor de santidad, está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un espíritu suave y fuerte,
celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y
fecundo!
259.
Para que un alma se deje conducir por
este espíritu de María es menester: 1.º Renunciar a su propio espíritu, a sus propias luces
y a su voluntad antes de hacer alguna cosa: por
ejemplo, antes de hacer la oración, de decir u oír la Santa Misa, de comulgar, etc., pues las
tinieblas de nuestro propio espíritu y la malicia
de nuestra propia voluntad y operación, si las
seguimos, aun cuando nos parezcan buenas, pondrían obstáculos al santo espíritu de María. 2.º
Es necesario entregarse al espíritu de María,
para ser por él movidos y conducidos de la manera que Ella quiera. Es necesario ponerse y
dejarse en sus manos virginales, como un instrumento en las manos de un trabajador, como
un laúd en las manos de diestro tañedor. Es
necesario perderse y abandonarse en Ella, como
una piedra que se arroja al mar; y esto se hace
sencillamente y en un instante, por una sola
ojeada del espíritu, un ligero movimiento de la
voluntad o por medio de palabras, diciendo, por
ejemplo: Me renuncio a mí mismo y me doy a
Vos querida Madre mía. Y aunque no se experimente ninguna dulzura sensible en este acto
de unión, no por eso deja de ser verdadero: lo
mismo que si, Dios no permita, dijéramos con
toda sinceridad: Me doy al diablo, aunque lo
dijéramos sin ningún cambio sensible, no perteneceríamos con menos verdad al demonio. 3.º Se
debe, de cuando en cuando, durante la obra y
después de ella, renovar el mismo acto de ofrecimiento y de unión, y cuanto más
así lo hagamos, más pronto nos santificaremos, antes
llegaremos a la unión con Jesucristo, unión que
siempre sigue necesariamente a la unión con
María, siendo así que el espíritu de María es el
espíritu de Jesús.
260.
2.º
Es necesario hacer todas nuestras
obras con María; es decir: que debemos en
nuestras acciones mirar a María como modelo
acabado de toda virtud y perfección que el Espíritu Santo ha formado en una pura criatura,
para que lo imitemos, según nuestra capacidad.
Es menester, pues, que en cada acción miremos
como María la ha hecho o la haría si estuviese
en nuestro lugar. Para esto debemos examinar y
meditar las grandes virtudes que Ella practicó
durante su vida, particularmente: primero, su
fe viva, por la cual creyó sin titubear la palabra
del ángel, y creyó fiel y constantemente hasta el
pie de la cruz; segundo, su humildad profunda,
que la ha hecho ocultarse, callarse, someterse
a todo y colocarse siempre la última; tercero, su
pureza toda divina, que no ha tenido ni tendrá
jamás igual bajo el cielo, y, en fin, todas sus
demás virtudes.
Acordémonos,
diré una vez más, que María
es el grande y único molde de Dios,
propio para hacer imágenes vivas de Dios, con
pocos gastos y en poco tiempo; y que el alma
que ha hallado este molde y se pierde en él,
muy pronto se transforma en Jesucristo, a
quien este molde representa al natural.
261.
3.º
Es menester practicar estas acciones en María.
Para comprender bien esta práctica, es menester saber: 1.º
que la Santísima Virgen es el
verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán, del
cual el antiguo paraíso terrestre era sólo figura.
Hay, pues, en este paraíso terrenal riquezas,
bellezas, singularidades y dulzuras inexplicables
que el nuevo Adán, Jesucristo, dejó en él. En este paraíso tuvo El sus complacencias durante nueve
meses, obró sus maravillas y ostentó sus riquezas con la magnificiencia de Dios.
Este santísimo lugar no está compuesto sino
de tierra virgen e inmaculada, de que fue formado el nuevo Adán por la operación del
Espíritu Santo que habita en él. En este paraíso
terrestre es donde verdaderamente está el árbol
de la vida, que produjo a Jesucristo, fruto de la vida; el árbol de la ciencia del bien y del mal
que ha dado la luz al mundo.
Hay en este lugar divino árboles plantados
por la mano de Dios y rociados con su divina
gracia, que han producido y todos los días dan frutos de un sabor exquisito; hay jardines esmaltados de hermosas y diferentes flores de
virtudes, cuyo olor embalsama el cielo. Hay praderas
verdes de esperanza, torres inexpugnables
de fortaleza, moradas encantadoras de confianza.
Solamente el Espíritu Santo puede hacer conocer
la verdad escondida bajo las figuras
de las cosas materiales. Hay aire de perfecta
pureza; hermoso sol sin sombra, bello día sin
noche; un horno ardiente y continuo de caridad,
en que todo hierro que en él se pone se funde
y cambia en oro; hay un río de humildad que
sale de la tierra, y que, dividiéndose en cuatro
brazos, riega todo este sitio encantador: estas son
las cuatro virtudes cardinales.
262.
El Espíritu Santo, por boca de los Santos Padres, llama también a la Santísima
Virgen: Primero, la puerta oriental por la cual el
gran sacerdote Jesucristo entró en el mundo;
por ella entró la primera vez y por ella vendrá la
segunda. Segundo, es menester también saber que la Santísima Virgen es el santuario de la Divinidad, el reclinatorio de la Santísima Trinidad,
el trono de Dios, la ciudad de Dios, el altar de
Dios, el templo de Dios, el mundo de Dios. Todos estos diferentes epítetos y alabanzas
son
muy verdaderos por su relación con las diferentes maravillas que el Altísimo ha obrado en
María. ¡Oh, qué riquezas! ¡Oh, qué gloria! ¡Oh,
qué placer! ¡Oh, qué dicha poder entrar y permanecer en María, en la que el
Altísimo puso el
trono de su gloria suprema!
263.
Pero cuán difícil es a pecadores como
nosotros tener el permiso, la capacidad y la luz
para entrar en un lugar tan alto y tan santo, que está guardado, no por un
querubín, como el antiguo paraíso terrestre, sino por el mismo Espíritu Santo, que se hizo
dueño absoluto de él, y
que lo ha llamado Huerto cerrado (Cant. 4,12).
María está cerrada; María está sellada; los desgraciados hijos de Adán y Eva, echados del
paraíso terrestre, no pueden entrar en este paraíso
sino por una gracia particular del Espíritu Santo de que deben hacerse merecedores.
264.
Después que se ha alcanzado por la
fidelidad esta insigne gracia, es menester permanecer en el Corazón de María con complacencia, reposar en él en paz, apoyarse en él con
confianza, esconderse en él para seguridad, y
darse a él sin reserva, a fin de que en este virginal seno el alma sea bien alimentada con la
leche de su gracia y de su misericordia maternal; se despoje de las turbaciones, temores y
escrúpulos y se ponga en seguridad contra todos sus enemigos: el mundo, el demonio y el
pecado que jamás han estado allí: por esto dice,
que los que obran con ella no pecarán: Los que están conmigo no pecarán; es decir, aquellos
que están en espíritu con la Santísima Virgen
no pecarán: finalmente, para que ella se forme
en Jesucristo y a Jesucrlsto en ella; porque su
seno es, como dicen los Santos Padres, la sala
de los sacramentos divinos en donde se han
formado Jesucristo y todos los elegidos: El
Hombre y el hombre en ella nacieron.
265.
4.º Por
último, es necesario hacer todas nuestras acciones para María. Porque como estamos dedicados a su servicio, es justo que todo
lo hagamos para Ella como un criado, un siervo o un esclavo; no que la tomemos como el
último fin de nuestras acciones, que es sólo Jesucristo, sino por nuestro fin próximo, nuestro
misterioso medio y manera segura para ir a él. Así como un buen siervo y esclavo, es necesario
no permanecer ociosos, sino emprender y hacer
grandes cosas para esta augusta Soberana, apoyados en su protección. Es necesario defender
sus privilegios, cuando se los disputan; es necesario sostener su gloria, cuando se la ataca;
llevar todo el mundo, si se puede, a su servicio y a esta sólida y verdadera devoción; hablar y
escribir contra los que abusan de su devoción
para ultrajar a su Hijo, y al propio tiempo establecer
esta verdadera devoción; es necesario
no pretender de ella, como recompensa de estos pequeños servicios, más que el honor de pertenecer a una tan amable Princesa y la felicidad
de estar por Ella unidos a Jesús Hijo en el
tiempo y en la eternidad.
¡Gloria a Jesús en María!
¡Gloria a María en Jesús!
¡Gloria a sólo Dios!
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