Oración
de María
Nadie en la tierra ha practicado con tanta
perfección
como la Virgen la gran enseñanza de nuestro Salvador: "Hay que rezar siempre y no cansarse de
rezar" (Lc 18,1).
Nadie como María, dice san Buenaventura, nos da ejemplo
de cómo tenemos necesidad de perseverar en la oración; es
que, como atestigua san Alberto Magno, la Madre de Dios, después de Jesucristo, fue el
más perfecto modelo de
oración de cuantos han sido y serán. Primero, porque su
oración fue continua y perseverante. Desde el primer momento
en que con la vida gozó del uso perfecto de la razón, como
ya dijimos en el discurso de la natividad de nuestra Señora, comenzó a rezar. Para meditar mejor los sufrimientos de
Cristo, dice Odilón, visitaba frecuentemente los santos lugares de la natividad del
Señor, de la Pasión, de la sepultura.
Su oración fue siempre de sumo recogimiento, libre de
cualquier distracción o de sentimientos impropios. Escribe
Dionisio Cartujano: Ningún afecto desordenado ni distracción de la mente pudo apartar a la Virgen de la luz de la
contemplación, ni tampoco las ocupaciones.
La
santísima Virgen, por el amor que tenía a la oración,
amó la soledad. Comentando san Jerónimo las palabras
del profeta: "He aquí que la Virgen está encinta y va a dar
a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel" (Is
7,14), dice que, en hebreo, la palabra virgen significa propiamente virgen retirada, de modo que el profeta predijo el
amor de María por la soledad. Dice Ricardo que el ángel le
dijo las palabras "el Señor está contigo" por el mérito de la
soledad que ella tanto amaba. Por eso afirma san Vicente
Ferrer que la Madre de Dios no salía de casa sino para ir
al templo; y entonces iba con toda modestia, con los ojos
bajos. Por eso, yendo a visitar a Isabel se fue con premura.
De
aquí, dice san Gregorio, deben aprender las vírgenes a
huir de andar en público. Afirma san Bernardo que María,
por el amor a la oración y a la soledad evitaba las conversaciones con los hombres.
Así es que el Espíritu Santo la llamó tortolilla:
"Hermosas son tus mejillas como de paloma" (Ct 1,9). Comenta Vergelio que la paloma es amiga de
la soledad y símbolo de la vida unitiva. La Virgen vivió
siempre solitaria en este mundo como en un desierto, que
por eso se dijo de ella: "¿Quién es ésta que sube por el
desierto como columnita de humo?" (Ct 3,6). Así sube por
el desierto, comenta Ruperto abad, el alma que vive en
soledad.
Dice
Filón que Dios no habla al alma sino en la soledad.
Y Dios mismo lo declaró: "La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón" (Os
2,16). Exclama san
Jerónimo: ¡Oh soledad en la que Dios habla y conversa familiarmente! Sí,
dice san Bernardo, porque la soledad y el silencio que en la
soledad se goza fuerzan al alma a dejar los pensamientos
terrenos y a meditar en los bienes del cielo.
Virgen
santísima, consíguenos el amor a la oración y a
la soledad para que desprendiéndonos del amor desordenado a las criaturas podamos aspirar
sólo a Dios y al paraíso
en el que esperamos vernos un día para siempre, alabando
y amando juntos contigo a tu Hijo Jesús por los siglos de
los siglos. Amén.
"Venid a
mí todos los que me deseáis y hartaos de mis frutos" (Ecclo 24,19). Los frutos de
María son sus virtudes.
No se ha visto otra semejante a ti ni otra que se te
iguale. Tú sola has agradado a Dios más que todas las demás criaturas.
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