Amor
de María a Dios
Dice san Anselmo: Donde hay mayor pureza,
allí hay más amor. Cuanto más puro es un corazón y más
vacío de
sí mismo, tanto más estará lleno de amor a Dios. María
santísima, porque fue humilde y vacía de sí misma, por lo
mismo estuvo llena del divino amor, de modo que progresó
en ese amor a Dios más que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Como escribe san Bernardino, supera a todas las criaturas en el
amor hacia su Hijo. Por eso san
Francisco de Sales la llamó con razón la reina del amor.
El
Señor ha dado al hombre el mandamiento de amarlo
con todo el corazón: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón" (Mt 22,37). Este mandamiento no lo
cumplirán
perfectamente los hombres en la tierra, sino en el cielo. Y
sobre esto reflexiona san Alberto Magno que sería impropio de Dios dar un mandamiento que nadie pudiera cumplir
perfectamente. Pero gracias a la Madre de Dios este mandamiento se ha cumplido perfectamente. Estas
son sus palabras: O alguno cumple este mandamiento o ninguno.
Pero si alguno lo ha cumplido, ésa ha sido la santísima
Virgen. Esto lo confirma Ricardo de San Víctor diciendo:
La Madre de nuestro Emmanuel fue perfecta en todas sus
virtudes. ¿Quién como ella cumplió jamás el mandamiento
que dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón? El amor divino fue tan poderoso en ella que no tuvo
imperfección alguna. El amor divino, dice san Bernardo, de tal
manera hirió y traspasó el alma de María que no quedó en
ella nada que no tuviera la herida del amor, de modo que cumplió sin defecto alguno este mandamiento.
María podía
muy bien decir: Mi amado se me ha entregado a mí y yo
soy toda para mi amado. "Mi amado para mí y yo para mi amado" (Ct 2,16). Hasta los mismos serafines, dice Ricardo,
podían bajar del cielo para aprender en el corazón de
María cómo amar a Dios.
Dios, que es
amor (1Jn 4,8), vino a la tierra para inflamar a todos en el divino
amor. Pero ningún corazón quedó
tan inflamado como el de su Madre, que siendo del todo
puro y libre de afectos terrenales estaba perfectamente preparado para arder en este fuego bienaventurado.
Así dice
san Jerónimo: Estaba del todo incendiada con el divino amor, de modo que nada mundano estorbaba el divino
afecto, sino que todo era un ardor continuo y un éxtasis en
el piélago del amor. El corazón de María era todo fuego y todo llamas, como se lee en los Sagrados cantares:
"Dardos
de fuego son sus saetas, una llama de Yavé" (Ct 8,6). Fuego
que ardía desde dentro, como explica san Anselmo, y llamas hacia fuera iluminando a todos con el ejercicio de
todas las virtudes. Cuando María llevaba a su Jesús en
brazos podía decirse que era un fuego llevando a otro fuego. Porque como dice san Ildefonso, el
Espíritu Santo inflamó del todo a María como el fuego al hierro, de
manera
que en ella sólo se veía la llama del Espíritu Santo, y por
tanto sólo se advertían en ella las llamas del divino amor.
Dice santo Tomás de Villanueva que fue símbolo del corazón de la Virgen la zarza sin
consumirse que vio Moisés.
Por eso, dice san Bernardo, fue vista por san Juan vestida
de sol. "Apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida
del sol" (Ap 12,1). Tan unida estuvo a Dios por el amor,
dice el santo, que no es posible lo esté más ninguna otra
criatura.
Por esto, asegura san Bernardino, la
santísima Virgen
no se vio jamás tentada del infierno, porque así como las moscas huyen de un gran incendio,
así del corazón de María, todo hecho llamas de caridad, se alejaban los
demonios
sin atreverse jamás a acercarse a ella. Dice Ricardo de
modo semejante: La Virgen fue terrible para los príncipes
de las tinieblas, de modo que ni pretendieron aproximarse
a ella para tentarla, pues les aterraban las llamas de su
caridad. Reveló la Virgen a santa Brígida que en este mundo no tuvo otro pensamiento ni otro deseo ni otro gozo
más que a Dios. Escribe el P. Suárez: Los actos de amor
que hizo la bienaventurada Virgen en esta vida fueron innumerables, pues pasó la vida en
contemplación reiterándolos constantemente. Pero me agrada
más lo que dice san
Bernardino de Bustos, y es que María no es que repitiera
constantemente los actos de amor, como hacen los otros
santos, sino que por singular privilegio amaba a Dios con
un continuado acto de amor. Como águila real, estaba siempre con los ojos puestos
en el divino sol, de manera tal, dice san Pedro Damiano,
que las actividades de la vida no le impedían el amor, ni el amor le obstaculizaba las actividades.
Así es que María
estuvo figurada en el altar de la propiciación en el que
nunca se apagaba el fuego ni de noche ni de día.
Ni aun el
sueño impedía a María amar a Dios. Y si
semejante privilegio se concedió a nuestros primeros padres
en el estado de inocencia, como afirma san Agustín, diciendo que tan felices eran cuando
dormían como cuando estaban despiertos, no puede negarse que semejante privilegio
lo tuvo también la Madre de Dios, como lo reconocen
entre otros san Bernardino y san Ambrosio, que dejó escrito hablando de María: Cuando descansaba su cuerpo,
estaba vigilante su alma, verificándose en ella lo que dice el
Sabio: "No se apaga por la noche su lámpara" (Pr 31,18).
Y
así es, porque mientras su cuerpo sagrado tomaba el
necesario descanso, su alma, dice san Bernardino, libremente tendía hacia Dios, y
así era más perfecta contemplativa de lo que hayan sido los
demás cuando estaban despiertos. De modo que bien
podía decir con la Esposa: "Yo dormía, pero mi
corazón velaba" (Ct 5,2). Era, como dice Suárez, tan feliz durmiendo como velando.
En suma, afirma san Bernardino, que María, mientras
vivió en la tierra, constantemente estuvo amando a Dios. Y
dice que ella no hizo sino lo que la divina sabiduría le mostró que era lo más agradable a Dios, y que lo
amó
tanto cuanto entendió que debía ser amado por ella. De
manera que, habla san Alberto Magno, bien pudo decirse
que María estuvo tan llena de santa caridad que es imposible imaginar nada mejor en esta tierra. Creemos, sin
miedo a ser desmentidos, que la santísima Virgen, por la
concepción del Hijo de Dios recibió tal infusión de caridad
cuanto podía recibir una criatura en la tierra. Por lo que
dice santo Tomás de Villanueva que la Virgen con su ardiente caridad fue tan bella y de tal manera
enamoró a su
Dios, que él, prendado de su amor, bajó a su seno para
hacerse hombre. Esta Virgen con su hermosura atrajo a
Dios desde el cielo y prendido por su amor quedó atado
con los lazos de nuestra humanidad. Por esto exclama san
Bernardino: He aquí una doncella que con su virtud ha
herido y robado el corazón de Dios.
Y porque la Virgen ama tanto a su Dios, por eso lo que
más pide a sus devotos es que lo amen cuanto puedan. Así
se lo dijo a la beata Angela de Foligno: Angela, bendita
seas por mi Hijo; procura amarlo cuanto puedas. Y a santa Brígida le dijo: Si quieres estar unida a
mí, ama a mi Hijo.
Nada desea María como ver amado a su amado que es el
mismo Dios. Pregunta Novarino: ¿Por qué la santísima
Virgen suplicaba a los ángeles con la Esposa de los Cantares
que hicieran conocer a su Señor el gran amor que le tenía
al decir: "Yo os conjuro, hijas de Jerusalén; si encontráis a
mi amado, ¿qué le habéis de anunciar? Que enferma estoy
de amor" (Ct 5,8). ¿Es que no sabía Cristo cuánto la amaba? ¿Por
qué le muestra la herida al amado que se la hizo?
Responde el autor citado que con esto la Madre de Dios
quiso mostrar su amor, no a Dios, sino a nosotros, para
que así como ella estaba herida, pudiera herirnos a nosotros
con el amor divino. Para herir la que estaba herida. Y
porque ella fue del todo llamarada de amor a Dios, por eso
a todos los que la aman y se le acercan María los inflama
y los hace semejantes a ella. Santa Catalina de Siena la
llamaba la portadora del fuego del divino amor. Si queremos también nosotros arder en esta divina llama,
procuremos acudir siempre a nuestra Madre con las plegarias y
con los afectos.
María, reina del amor, eres la
más amable, la más
amada y la más amante de todas las criaturas - como te
decía
san Francisco de Sales - Madre mía, tú que ardes siempre y toda en amor a Dios,
dígnate hacerme partícipe, al menos,
de una chispita de ese amor. Tú rogaste a tu hijo por aquellos esposos a los que les faltaba el vino
diciéndole: "No
tienen vino". ¿No rogarás por nosotros a los que nos falta
el amor de Dios, nosotros que tan obligados estamos a
amarlo? Dile simplemente: "No tienen amor", y alcánzanos
ese amor. No te pido otra gracia más que ésta. Oh Madre,
por el amor que tienes a Jesús, ruega por nosotros. Amén.
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