Amor
de María al Prójimo
El amor a Dios y al
prójimo se contienen en el mismo
precepto. "Este mandato hemos recibido del Señor: que
quien ame a Dios ame también a su hermano" (1Jn 4,21).
La razón es, como dice santo Tomás, porque quien ama a
Dios ama todas las cosas que son amadas por Dios. Santa
Catalina de Siena le decía un día a Dios: Señor, tu quieres
que yo ame al prójimo, y yo no sé amarte más que a ti. Y
Dios al punto le respondió: El que me ama, ama todas las
cosas amadas por mí. Mas como no hubo ni habrá quien
haya amado a Dios como María, así no ha existido ni existirá quien ame al prójimo
más que María. El P. Cornelio a Lápide, comentando el pasaje que dice:
"Se ha
hecho el rey Salomón un palanquín de madera en el Líbano" (Ct 3,9), dice que
éste fue el seno de María, en el que
habitando el Verbo encarnado llenó a la Madre de caridad
para que ayudase a quien a ella acude.
María, viviendo en la tierra, estuvo tan llena de caridad
que socorría las necesidades sin que se lo pidiesen, como
hizo precisamente en las bodas de Caná cuando pidió al
Hijo el milagro del vino exponiéndole la aflicción de aquella familia. "No tienen
vino" (Jn 2,3). ¡Qué prisa se daba
cuando se trataba de socorrer al prójimo! Cuando fue para
cumplir oficios de caridad a casa de Isabel, "se dirigió a la montaña rápidamente" (Lc 1,39).
No pudo demostrar de forma más grandiosa su caridad
que ofreciendo a su Hijo por nuestra salvación. Así dice
san Buenaventura: De tal manera amó María al mundo
que le entregó a su Hijo unigénito. Le dice san Anselmo: ¡Oh bendita entre las mujeres que vences a los
ángeles en
pureza y superas a los santos en compasión! Y ahora que está en el cielo, dice san Buenaventura, este amor de María
no nos falta de ninguna manera, sino que se ha acrecentado
porque ahora ve mejor las miserias de los hombres. Por lo
que escribe el santo: Muy grande fue la misericordia de María hacia los necesitados cuando estaba en el mundo,
pero mucho mayor es ahora que reina en el cielo. Dijo el
ángel a santa Brígida que no hay quien pida gracias y no las
reciba por la caridad de la Virgen. ¡Pobres si María no
rogara por nosotros! Dijo Jesús a esa santa: Si no intervinieran las preces de mi Madre, no
habría esperanza de
misericordia.
"Bienaventurado el hombre que me escucha velando
ante mi puerta cada día, guardando las jambas de mi entrada" (Pr 8,34). Bienaventurado, dice
María, el que escucha
mis enseñanzas y observa mi caridad para usarla después
con los otros por imitarme. Dice san Gregorio Nacianceno
que no hay nada mejor para conquistar el afecto de María
que el tener caridad con nuestro prójimo. Por lo cual, como
exhorta Dios: "Sed misericordiosos como vuestro Padre
celestial es misericordioso" (Lc 4,36), así ahora pareciera
que María dice a todos sus hijos: "Sed misericordiosos como vuestra Madre es
misericordiosa". Y ciertamente que
conforme a la caridad que tengamos con nuestro prójimo,
Dios y María la tendrán con nosotros. "Dad y se os dará.
Con la misma medida que midáis, se os medirá a vosotros"
(Lc 6,36). Decía san Metodio: "Dale al pobre y recibe el paraíso". Porque, escribe el
apóstol, la caridad con el prójimo nos hace felices en esta vida y en la otra:
"La piedad
es provechosa para todo, pues tiene la promesa de la vida
para la presente y de la futura" (1Tm 4,8). San Juan Crisóstomo, comentando aquellas palabras:
"Quien se compadece
del pobre da prestado al Señor" (Pr 19,17), dice que quien
socorre a los necesitados hace que Dios se le convierta en
deudor: Si has prestado a Dios lo has convertido en tu
deudor.
Madre de misericordia,
tú que estás llena de caridad
para con todos, no te olvides de mis miserias. Tú ya lo
sabes. Encomiéndame al Dios que nada te niega. Obtenme
la gracia de poderte imitar en el santo amor, tanto para con
Dios como para con el prójimo. Amén.
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