Pobreza
de María
Nuestro amado Redentor, para
enseñarnos a desprendernos de los bienes efimeros, quiso ser pobre en la tierra.
"Por vosotros se hizo pobre siendo rico, y con su pobreza
todos hemos sido enriquecidos" (2Co 8,9). Por eso Jesús
exhortaba al que quería seguirle: "Si quieres ser perfecto,
vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y ven y sígueme" (Mt 19,21).
La
discípula más perfecta y que mejor siguió su ejemplo
fue María. Es de opinión san Pedro Canisio que la santísima Virgen, con la herencia dejada por sus padres hubiera
podido vivir cómodamente, pero quiso quedar pobre reservándose una pequeña
porción y dando todo lo demás en limosnas al templo y a los pobres. Se cuenta en las
revelaciones de santa Brígida que le dijo la Virgen: Desde el
principio resolví en mi corazón no poseer nada en el mundo. Los regalos recibidos de los Magos
serían ciertamente
valiosos, afirma san Bernardo, como convenía a su regia majestad, pero se
distribuirían a los pobres por manos de
san José.
Por amor a la pobreza no se
desdeñó en casarse con un
trabajador como lo era José y en sustentarse con el trabajo
de sus manos, como coser y cocinar. Reveló el ángel a
santa Brígida que las riquezas de este mundo eran para María como el barro que se pisa. Y
así vivió siempre pobre.
Quien ama las riquezas,
decía san Felipe Neri, no llegará
a ser santo. Y afirmaba santa Teresa: Es claro que va perdido quien camina tras cosas perdidas. Por el contrario,
decía la misma santa que la virtud de la pobreza abarca
todos los demás bienes. Dije "la virtud de la pobreza", que, como dice san Bernardo, no consiste en ser pobre, sino en
amar la pobreza. Por eso afirma Jesucristo: "Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Bienaventurados porque no quieren otra
cosa más que a Dios y en Dios encuentran todo bien y
encuentran en la pobreza su paraíso en la tierra, como lo entendió san Francisco al decir:
"Mi Dios y mi todo". Amemos ese bien en el que
están todos los bienes, como exhorta
san Agustín: Ama un bien en el que están todos los demás.
Y roguemos al Señor con san Ignacio: Dame sólo tu amor,
que si me das tu gracia soy del todo rico. Y cuando nos
aflija la pobreza, consolémonos sabiendo que Jesús y su
Madre santísima han sido pobres como nosotros. Dice san
Buenaventura: El pobre puede recibir mucho consuelo con
la pobreza de María y la de Cristo.
Madre
mía amantísima, con cuánta razón dijiste que en
Dios estaba tu gozo: "Y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador", porque en este mundo no ambicionaste ni
amaste otro bien más que a Dios. Atráeme en pos de ti.
Señora, despréndeme del mundo y atráeme hacia ti para que ame al
único que merece ser amado. Amén.
|