Obediencia
de María
Por el amor que
María tenía a la virtud de la obediencia, cuando
recibió la Anunciación del ángel san Gabriel
no quiso llamarse con otro nombre más que con el de
esclava: "He aquí la esclava del Señor". Sí, dice santo Tomás de Villanueva, porque esta esclava fiel ni en obras ni
en pensamiento contradijo jamás al Señor, sino que, desprendida de su voluntad propia, siempre y en todo vivió
obediente al divino querer. Ella misma declaró que Dios se había complacido en esta su obediencia cuando dijo:
"Miró
la humildad de su esclava" (Lc 1,48), pues la humildad de
una sierva se manifiesta en estar pronta a obedecer. Dice
san Agustín que la Madre de Dios, con su obediencia, remedió el daño que hizo Eva con su desobediencia.
La obediencia de María fue mucho más perfecta que la
de todos los demás santos, porque todos ellos, estando
inclinados al mal por la culpa original, tienen dificultad para obrar el bien, pero no
así la Virgen. Escribe san Bernardino: María, porque fue inmune al pecado
original, no tenía impedimentos para obedecer a Dios, sino que fue
como una rueda que giraba con prontitud ante cualquier
inspiración divina. De modo que, como dice el mismo santo, siempre estaba contemplando la voluntad de Dios para
ejecutarla. El alma de María era, como oro derretido, pronta a recibir la forma que el
Señor quisiera.
Bien
demostró Maria lo pronto de su obediencia cuando
por agradar a Dios quiso obedecer hasta al emperador
romano, emprendiendo el viaje a Belén estando en estado
y en pobreza, de modo que se vio constreñida a dar a luz en
un establo. También, ante el aviso de san José, al punto, la
misma noche, se puso en camino hacia Egipto, en un viaje
largo y difícil. Pregunta Silveira: ¿Por qué se reveló a José
que había que huir a Egipto y no a la Virgen que había de
experimentar en el viaje más trabajos? Y responde: Para
darle ocasión de ejercitar la obediencia, para la cual estaba
muy preparada. Pero, sobre todo, demostró su obediencia
heroica cuando por obedecer a la divina voluntad consintió
la muerte de su Hijo con tanta constancia. Por eso, a lo que
dijo una mujer en el Evangelio: "Bienaventurado el vientre
que te llevó y los pechos que te amamantaron", Jesús respondió: "Más bienaventurados los que oyen la palabra de
Dios y la cumplen" (Lc 11,28). En consecuencia, conforme
a Beda el Venerable, María fue más feliz por la obediencia
al querer de Dios que por haber sido hecha la Madre del
mismo Dios.
Por esto agradan
muchísimo a la Virgen los amantes de
la obediencia. Se cuenta que se le apareció la Virgen a un
religioso franciscano llamado Accorso cuando estaba en la
celda, pero en ese instante fue llamado para confesar a un
enfermo y se fue. Mas al volver encontró que María lo
estaba esperando, alabándole mucho su obediencia.
Como, al contrario, reprendió a un religioso que después de tocar
la campana se quedó completando ciertas devociones.
Hablando la Virgen a santa
Brígida de la seguridad que
da el obedecer al padre espiritual, le dijo: La obediencia es
la que introduce a todos en la gloria. Porque, decía san
Felipe Neri, que Dios no nos pide cuenta de lo realizado por
obedecer, habiendo dicho él mismo: "El que a vosotros
oye, a mí me oye; el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia" (Lc 10,16).
Reveló también la Madre de Dios a
santa Brígida que ella, por los méritos de su obediencia,
obtuvo del Señor que todos los pecadores que a ella se
encomiendan sean perdonados.
Reina y Madre nuestra, ruega a
Jesús por nosotros, consíguenos por los méritos de tu obediencia ser fieles en
obedecer a su voluntad y las órdenes del director espiritual. Amén.
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