Paciencia
de María
Siendo esta tierra lugar para merecer, con
razón es llamada valle de lágrimas, porque todos tenemos que sufrir y
con la paciencia conseguir la vida eterna, como dijo el Señor: "Mediante vuestra paciencia
salvaréis vuestras almas" (Lc 21,19). Dios, que nos dio a la Virgen
María como
modelo de todas las virtudes, nos la dio muy especialmente como modelo de paciencia. Reflexiona san Francisco de
Sales que, entre otras razones, precisamente para eso le dio Jesús a la santísima Virgen en las bodas de
Caná aquella
respuesta que pareciera no tener en cuenta su súplica: "Mujer, ¿qué nos va a
mí y a ti?", precisamente para darnos
ejemplo de la paciencia de su Madre. Pero ¿qué andamos
buscando? Toda la vida de María fue un ejercicio continuo
de paciencia. Reveló el ángel a santa Brígida que la vida de
la Virgen transcurrió entre sufrimientos. Como suele crecer
la rosa entre las espinas, así la santísima Virgen en este mundo creció entre tribulaciones. La sola
compasión ante
las penas del Redentor bastó para hacerla mártir de la
paciencia. Por eso dijo san Buenaventura: la crucificada concibió al crucificado. Y
cuánto
sufrió en el viaje a Egipto
y en la estancia allí, como todo el tiempo que vivió en la
casita de Nazaret, sin contar sus dolores de los que ya
hemos hablado abundantemente. Bastaba la sola presencia
de María ante Jesús muriendo en el Calvario para darnos
a conocer cuán sublime y constante fue su paciencia. "Estaba junto a la cruz de
Jesús su Madre". Con el mérito de
esta paciencia, dice san Alberto Magno, se convirtió en
nuestra Madre y nos dio a luz a la vida de la gracia.
Si deseamos ser hijos de
María es necesario que tratemos de imitarla en su paciencia. Dice san Cipriano:
¿Qué
cosa puede darse más meritoria y que más nos enriquezca
en esta vida y más gloria eterna nos consiga que sufrir con
paciencia las penas? Dice Dios: "Cercaré su camino de espinas" (Os 2,8). Y comenta san Gregorio: Los caminos de los
elegidos están cercados de espinas. Como la valla de espinas
guarda la viña, así Dios rodea de tribulaciones a sus siervos
para que no se apeguen a la tierra. De este modo, concluye
san Cipriano, la paciencia es la virtud que nos libra del
pecado y del infierno.
Y la paciencia es la que hace a los santos. "La paciencia
ha de ir acompañada de obras perfectas" (St 1,4), soportando con paz las cruces que vienen directamente de Dios,
es decir, la enfermedad, la pobreza, etc., como las que
vienen de los hombres: persecuciones, injurias y otras. San
Juan vio a todos los santos con palmas en sus manos. "Después de esto vi una gran muchedumbre..., y en sus
manos, palmas" (Ap 7,9). Con esto se demostraba que todos los que se salvan han de ser
mártires o por el derramamiento de la sangre o por la paciencia.
San Gregorio exclamaba jubiloso: Nosotros podemos
ser mártires sin necesidad de espadas; basta que seamos
pacientes si, como dice san Bernardo, sufrimos las penas de
esta vida aceptándolas con paciencia y con alegría. ¡Como
gozaremos en el cielo por todos los sufrimientos soportados
por amor de Dios! Por eso nos anima el apóstol: "La leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un denso caudal de gloria
eterna"
(2Co 4,17). Hermosos
los avisos de santa Teresa cuando decía: El que se abraza
con la cruz no la siente. Cuando uno se resuelve a padecer,
se ha terminado el sufrimiento.
Al sentirnos oprimidos por
el peso de la cruz recurramos a María, a la que la Iglesia
llama "consoladora de los afligidos" y san Juan Damasceno "medicina de todos los dolores del
corazón".
Señora
mía, tú, siendo inocente, lo soportaste todo con
tanta paciencia, y yo, reo del infierno, ¿me negaré a padecer? Madre mía, hoy te pido esta gracia: no ya el verme
libre de las cruces, sino el sobrellevarlas con paciencia. Por
amor de Jesucristo te ruego me consigas de Dios esta gracia. De ti lo espero.
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