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Cuando
se cumplieron los días de la purificación, según la
ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para ofrecerlo
al Señor, como está escrito en la ley del Señor: Todo
varón primogénito será consagrado al Señor. Simeón
los bendijo, y dijo a María, su madre: "...Y a ti
una espada te atraversará el corazón".
(Lc 2,22-23.34-35)
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